Bienvenidos a Point Reyes —anunció Niten. Sophie y Josh miraron por las ventanillas del coche. No veían absolutamente nada. Aunque el sol había brillado con fuerza en Sausalito y, durante la mayor parte del camino, desde la carretera 101 hasta el bulevard Francis Drake, el cielo había estado completamente despejado, unas estelas de niebla habían empezado a aparecer después de cruzar la ciudad de Inverness. Más tarde, con una repentina brusquedad, una niebla opaca y gruesa había brotado de las olas marinas y había cubierto el paisaje con nubes de agua salada.
Josh pulsó el botón para bajar su ventanilla. El aire que se introdujo en el vehículo era fresco pero, aun así, el joven Newman sacó la cabeza y entornó los ojos hacia la oscuridad.
—Cierra la ventana —ordenó Aoife—. Me estoy congelando.
—Eres una vampira de diez mil años —dijo Sophie con una sonrisa que no pudo evitar al ver la reacción de la criatura—. Supuestamente no puedes sentir el frío.
—Odio esta humedad —rezongó Aoife—, por eso siempre he preferido los climas cálidos.
Perenelle se revolvió en el asiento. Nicolas estaba adormilado con la cabeza apoyada en el hombro de su esposa.
—Creí que tu raza era insensible al clima.
—Es posible que algunos sí —respondió Aoife—, pero yo no.
De pronto, levantó el brazo y se bajó la manga. Tenía la piel de gallina, además de blanquecina y pálida.
—¿Por qué crees que Scathach y yo abandonamos Escocia y jamás regresamos? No podíamos soportar aquella lluvia.
Josh dejó de observar el exterior y apretó el botón correspondiente para subir la ventanilla. Unas gotas de rocío frío destellaban entre su cabello. Miró a Niten y señaló hacia la espesa nube que se abatía sobre el parabrisas.
—¿No crees que deberías aminorar? —preguntó algo nervioso—. No veo ni la carretera, ¿cómo sabes hacia dónde nos dirigimos?
Niten ni siquiera pestañeó, aunque esbozó una diminuta sonrisa.
—No necesito ver para saber hacia dónde nos dirigimos.
—No tengo ni idea de lo que significa eso —reconoció Josh—, ¿es algún truco ninja?
Niten le disparó una mirada de advertencia al joven.
—Hagas lo que hagas, no menciones…
Ya era demasiado tarde. En el asiento trasero, Aoife se revolvía.
—Ninjas —bufó—. ¿Por qué todo el mundo está obsesionado con los ninjas? Nunca fueron tan excepcionales. Eran cobardes y entraban a los sitios a hurtadillas, con sus pijamas negros, para apuñalar a sus víctimas con dardos envenenados. Detesto a los ninjas, no tienen honor.
—Scathach dijo que intentó entrenarlos, pero que no eran tan buenos —añadió Sophie.
—Debió haberse alejado de ellos —señaló Aoife—. Fueron sus aprendices hasta que creyeron que habían asimilado todos sus secretos; después, intentaron quitarla de en medio —gruñó con tono adusto—. Eso fue un error.
—¿Qué ocurrió? —quiso saber Josh, pero la guerrera se había girado hacia la ventanilla, con la mirada perdida en la lejanía. Josh miró al conductor y repitió—: ¿Qué ocurrió?
Sentía curiosidad; siempre había creído que los ninjas eran geniales y ahora se le presentaba la oportunidad de aprender algo sobre ellos de alguien que, en realidad, los había visto con sus propios ojos y había luchado en su contra.
—No quieras saberlo —murmuró Niten—. Cuando Scathach acabó con ellos, Aoife insistió en perseguir a los pocos que lograron sobrevivir —relató el experto en artes marciales mientras señalaba el parabrisas y cambiaba bruscamente de tema—. ¿Qué ves?
—Niebla —respondió Josh.
—Mira otra vez —insistió Niten.
Josh miró fijamente. A pocos centímetros del capó del coche, la carretera desaparecía y se convertía en un muro de nubes grisáceas.
—No hay nada que ver —dijo finalmente mientras se esforzaba por saber adonde quería llegar el inmortal japonés.
—Siempre hay algo que ver, si sabes cómo mirar —sugirió Niten. Alzó levemente la cabeza y señaló la carretera con la barbilla—. Fíjate en cada lado de la carretera y observa cómo la niebla se retuerce; ahora, mira hacia delante y fíjate en cómo se mueve.
Josh entornó los ojos y miró a través del cristal del parabrisas. De repente, algo le extrañó.
—Parece que la niebla se mueve más rápido delante que en los lados.
—El calor que desprende el asfalto mantiene la niebla en movimiento —explicó Niten—. La tierra y las piedras que se acumulan en las cunetas no reflejan ese calor, así que la niebla se mantiene inmóvil.
—Y así es como conduces por la carretera —entendió finalmente Josh algo asombrado. Niten sonrió.
—Bueno, eso y la línea continua blanca dibujada en la mitad, claro.
Perenelle se inclinó hacia delante y respiró hondo.
—Pero no es niebla normal y corriente, ¿verdad?
Aoife pestañeó y entonces, lenta y deliberadamente, se volvió para mirar a la Hechicera.
—No, no es natural. Él sabe que vamos hacia allí. A partir de ahora, en cualquier momento, nos trasladaremos…
No pudo acabar la frase cuando, de forma inesperada, el suave siseo de los neumáticos sobre el asfalto se transformó en un traqueteo sobre gravilla.
—… de este reino a su Mundo de Sombras.
Josh frunció el ceño. ¿Era su imaginación o la niebla empezaba a desvanecerse? Justo cuando se estaba volviendo para preguntárselo a Sophie, en cuestión de una milésima de segundo, la nube grisácea desapareció de repente para dar lugar a un paisaje bucólico exuberante que se deslizaba por una colina hasta desembocar en un mar celeste. La carretera pavimentada se había convertido en un sendero pantanoso en cuyos lados crecían árboles frutales, aunque ni los árboles ni las frutas que ofrecían le resultaban familiares. Miró por el respaldo de su asiento a su hermana y alzó una ceja. «¿Dónde estamos?», preguntó articulando las palabras pero sin pronunciarlas.
Sophie meneó la cabeza. «A salvo».
Estaba a punto de preguntarle cómo demonios lo sabía, pero enseguida captó la mirada que lanzó Sophie hacia Aoife; de forma instintiva, supo que su hermana no quería que la hermana gemela de Scathach fuera consciente del alcance de su sabiduría.
Aquel paisaje se parecía mucho, muchísimo, a su propio mundo, aunque había diferencias sutiles. Los árboles eran un poco más grandes, la hierba más alta y los colores más llamativos y brillantes. Se echó hacia atrás y miró el cielo. Era una gigantesca cascara de huevo azul luminoso con diminutas nubes blancas, aunque no había rastro alguno del sol. Agachó la cabeza para tener una mejor panorámica a través del parabrisas y registró todo el firmamento.
—No hay sol —susurró perplejo.
—Eso es porque es el reino de Prometeo —respondió Nicolas desde el asiento trasero—. Estamos bajo tierra, en el Mundo de Sombras que antaño se conocía como Hades.
El Alquimista tosió y todos percibieron un sonido húmedo en su pecho. Después volvió a recostarse.
—Todo lo que ves a tu alrededor no es más que una ilusión, recuérdalo —acabó Perenelle.
—Hades… —empezó Josh con un tono de voz que denotaba preocupación.
Avistó algo moviéndose y rápidamente se giró para mirar por su ventana. El vehículo seguía arrastrándose por el mismo camino embarrado y, súbitamente, vio a una figura emerger de entre los árboles que se alineaban a un costado. Tras esta primera figura apareció una segunda y una tercera y, en cuestión de segundos, una fila larguísima de seres aparentemente humanos abarrotó el angosto sendero. Parecían deformes, con cabezas demasiado grandes, o un brazo más largo que el otro, o pies gigantescos bajo piernas enclenques, o con demasiados dedos en las manos. En sus caras apenas se distinguían unas ligeras huellas donde, supuestamente, deberían estar una boca o un par de ojos. Además, todos eran calvos y no tenían ni nariz ni orejas. A medida que el coche se acercaba, Josh pudo distinguir que su piel, de un marrón muy oscuro, estaba agrietada y mostraba infinitas arrugas… como si fuera barro seco.
—Son Golems —musitó Josh horrorizado al recordar a los hombres de barro que habían acompañado a Dee cuando éste atacó la librería de Flamel.
—No lo son… —corrigió Sophie en voz baja.
Los recuerdos de la Bruja daban volteretas en el interior de su cabeza; una serie de imágenes había empezado a parpadear, mostrando pensamientos oscuros y horripilantes de una antigua ciudad anónima.
—No, no son Golems… —aseguró Sophie.
—No son Golems —espetó bruscamente Aoife girándose en su asiento para mirar a Josh—. Ni te atrevas a compararlos. Los Golems son meras sombras de estas criaturas, vestigios de los Primeros Seres Humanos.
—¿Los Primeros Seres Humanos? —preguntó Josh sacudiendo la cabeza—. Nunca he oído hablar de ellos.
—¿Qué no? —preguntó Aoife mostrándose incrédula. Entonces se giró hacia Nicolas, Perenelle y Sophie, hizo una pausa, y volvió a dirigirse al joven Newman—. ¿Sabes que mi tío Prometeo creó a las primeras criaturas de la raza humana a partir de barro?
La idea le pareció a Josh tan ridícula que empezó a reírse a carcajada limpia. Al darse cuenta de que nadie más en el coche estaba ni siquiera sonriendo, miró a su hermana y vio que ésta asentía ligeramente con la cabeza.
—Los Primeros Seres Humanos.
—¿Hizo humanos a partir de lodo? Eso… Pero eso es sencillamente…
—Esta semana hemos conocido a criaturas de barro y de cera —le recordó enseguida su hermana.
—Lo sé, pero eran creaciones artificiales, animadas por el poder de las auras de Maquiavelo y Dee. Eso, de alguna forma, puedo entenderlo —comentó Josh. Miró una vez más a las figuras deformes que se habían alineado en el camino y se dirigió, de nuevo, a Aoife—: ¡Pero tú estás diciendo que Prometeo creó la raza humana!
Aoife le clavó la mirada.
—Mi tío aparece en la mitología de muchas civilizaciones. Ha recibido muchos nombres, pero la leyenda siempre es la misma: Prometeo creó a los primeros humanos a partir de barro utilizando una antigua tecnología tan avanzada que incluso parecía mágica. Algunos de los demás Inmemoriales engendraron bestias, pero Prometeo fue más lejos. Demasiado lejos, para muchos. Ésa fue la razón de que los Inmemoriales lo despreciaran y lo desterraran, sentenciándole a una muerte larga y prolongada en el Mundo de Sombras del Hades.
Josh se retorció en el asiento para observar a las figuras de aspecto casi humano que permanecían inmóviles en el sendero. De repente, se le ocurrió una idea y se volvió para compartirla con los cuatro ocupantes del asiento trasero.
—Entonces, si él contribuyó a la creación de los primeros humanos —dijo con tono esperanzado—, ¿significa que nos ayudará?
La risotada de Aoife fue horrenda.
—¿Qué te hace tanta gracia? —exigió Sophie.
La sonrisa de la guerrera dejó al descubierto sus dientes vampíricos.
—Mi tío les dio vida además de enseñarles la Magia del Fuego… pero ellos lo abandonaron. Siempre le han abandonado y traicionado. Incluso tu amiguito Saint-Germain —dijo agarrando de forma inesperada a Sophie por el brazo para hacerlo girar y mostrar el tatuaje que lucía en la muñeca—. Primero se hizo amigo de mi tío y después le robó el secreto del fuego —explicó mientras sacudía la cabeza—. Prometeo no malgastará más tiempo con los humanos. Los desprecia.
Josh miró a las criaturas a través de la ventanilla; sin apenas darse cuenta, las bestias habían empezado a aglomerarse cada vez más cerca del coche.
—Entonces, ¿qué hacen estos Primeros Seres Humanos aquí?
—Son los guardianes del Mundo de Sombras —informó una Aoife sonriente—. Y están hambrientos. Siempre están hambrientos.
De repente, el vehículo dio una sacudida, emitió un sonido seco y el motor murió.
—Supongo que no quiero saber de qué se alimentan —balbuceó Josh.
—No, no quieras saberlo —dijo su hermana.