Viejo amigo —dijo Palamedes—, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? Saint-Germain movió la cabeza con gesto afirmativo. Su rostro era el único punto luminoso en el sombrío interior del taxi. —Por supuesto que sí.
Habían dejado las carreteras principales, M1 y M25, a lo lejos, y ahora conducían por una serie de serpenteantes carreteras secundarias mal asfaltadas.
El Caballero Sarraceno se retorció incómodamente en el asiento del conductor. El resplandor de una farola ocasional le iluminó el rostro y tornó sus ojos de color naranja.
—Mi maestro es impredecible —dijo finalmente—, y peligroso. Su desprecio por los humanos es absoluto. Detesta lo que le han hecho al mundo que el mismo ayudó a crear.
—Te apreciaba lo bastante para hacerte inmortal —apuntó Saint-Germain.
El gigantesco inmortal gruñó una carcajada amarga.
—Mi maestro no me aprecia. Me concedió la inmortalidad y me condenó a merodear por los Mundos de Sombras como castigo por un viejo crimen —informó. Ondeó la mano en el aire y agregó—: Ya hablaremos algún día de ello, pero hoy no.
Palamedes se salió de la carretera sin pavimentar y giró hacia un angosto sendero. No había ninguna farola, pero los faros delanteros del coche mostraron los troncos nudosos y retorcidos de árboles ancestrales que bordeaban el camino. Un casi imperceptible aroma a hojas quemadas cubrió el aire y los ojos azules y brillantes de Saint-Germain se tiñeron, durante un breve instante, de color bermejo.
—¿Sabes que tu maestro y yo ya nos hemos visto en otra ocasión?
—Sí —contestó Palamedes con tono triste—. Él lo recuerda. Ahora es viejo, muy, muy viejo, pero hay ciertas cosas que nunca olvida. Y desafortunadamente, tú eres una de ellas.
—¿Crees que podré negociar con él? —preguntó el inmortal francés.
—Puedes intentarlo. Will Shakespeare y yo estaremos a tu lado.
—No hace falta —dijo rápidamente el conde—. Podría ser peligroso y, quizás, incluso letal —añadió con tono adusto.
—Estaremos a tu lado —repitió el caballero—. Tú nos has apoyado varias veces, has salvado nuestras vidas en más de una ocasión. ¿En qué nos convertiríamos si te abandonáramos justo cuando más nos necesitas?
Saint-Germain se inclinó hacia delante para apretar el hombro de Palamedes.
—Es una suerte tenerte como amigo —dijo.
—Tú eres más que un amigo para mí —respondió el Caballero Sarraceno—. Mi familia falleció hace muchos años. Y cuando otro hombre me arrebató al amor de mi vida, jamás creí que podría tener una familia. Entonces, un día, me di cuenta de que casi por accidente, estaba construyendo una a mi alrededor, una familia nueva: primero Shakespeare, después tú y mis queridos caballeros. Vosotros sois ahora mi familia. Una vez, luché por mi fe y mi país; después, combatí por Arturo porque estaba a su servicio y entregué mi lealtad a su causa. En todos mis años de batallas, nunca luché por mi familia ni una sola vez. Pero esta noche estaré a tu lado porque eres mi hermano.
Las palabras dejaron sin aliento a Saint-Germain y, de repente, sintió un terrible ardor en la garganta y un insoportable picor en los ojos. Tardó varios segundos en recuperar la voz para poder responder.
—Era hijo único —dijo—. Siempre quise tener un hermano.
—Bien, ahora tienes dos.
El taxi se adentró dando bandazos en un aparcamiento vacío. Los faros del vehículo alumbraron a una figura despeinada sentada sobre una mesa de picnic de madera.
—Will —anunció Saint-Germain satisfecho.
Abrió la puerta antes incluso de apagar el motor y se apeó de un brinco. Shakespeare se deslizó de la mesa de madera y los dos inmortales se contemplaron durante un instante; entonces, ambos se dedicaron una reverencia, aunque la del Bardo fue más comedida que la de SaintGermain, espectacular y con fiorituras.
Al observar a su amigo, la mirada pálida del dramaturgo se inundó de preocupación.
—Bienvenido al bosque de Sherwood. —Shakespeare se estremeció y añadió—: Odio este lugar.