Nada de todo esto es de mi incumbencia —dijo finalmente Aoife. Nicolas y Perenelle habían estado treinta minutos relatando los acontecimientos sucedidos en los últimos días, añadiendo detalles que Sophie había olvidado o, sencillamente, había pasado por alto.
Niten había colocado una caja de madera en el centro del muelle y había dispuesto a su alrededor un conjunto de sillas dispares. Además, colocó una tetera de porcelana, casi de un blanco transparente, junto a tacitas de té a juego sobre la caja y vertió un té verde muy aromático. El Espadachín, sin embargo, no tomó asiento, sino que se decantó por permanecer detrás de Aoife, con los brazos separados, mientras Nicolas y Perenelle explicaban la historia cuyo inicio era el robo del Códex en su librería el jueves anterior.
Aoife negó con la cabeza.
—Sólo quiero que mi hermana regrese sana y salva.
—Todos lo queremos —dijo Nicolas con firmeza—. Scathach también significa mucho para nosotros —reconoció tras tomar la mano de su esposa—. Es la hija que nunca tuvimos.
El Alquimista tomó aire, como si le costara respirar.
—Pero el regreso de Scathach, y de Juana de Arco, por supuesto, no es nuestra prioridad inmediata. Los Oscuros Inmemoriales han reunido un ejército de extrañas criaturas en las celdas de Alcatraz. Su intención es liberarlas en la ciudad.
—¿Y? —preguntó Aoife.
Perenelle se inclinó hacia delante y una descarga estática le recorrió el cabello con destellos plateados, alzándolo así de su nuca. Cuando al fin habló, sus palabras fueron tan crispadas como su mirada.
—¿Estás tan aislada de la humanidad que estarías dispuesta a condenarla a la aniquilación? Sabes perfectamente qué le ocurrirá a la civilización si estos monstruos empiezan a merodear por la ciudad.
—Ya ha ocurrido antes —interrumpió Aoife bruscamente mientras unas columnas de humo gris le salían por la nariz—. Al menos en cuatro ocasiones, que yo sepa, la raza humana casi quedó exterminada. Pero lo cierto es que los mortales lograron volver a poblar la Tierra. Has vivido muchos años, Hechicera, pero sólo has conocido una fracción de lo que yo he soportado en este planeta. He visto cómo civilizaciones se alzaban, caían y volvían a alzarse. A veces es necesario hacer borrón y cuenta nueva —reconoció. Después, extendió completamente los brazos y continuó—: Mira lo que esta hornada de humanos le ha hecho a la Tierra. Mira lo que su codicia ha provocado. Los casquetes polares se están derritiendo, los niveles del mar están aumentando, la climatología está cambiando de forma radical, las estaciones están alterándose, las tierras de labranza se están convirtiendo en desiertos…
—Pareces Dee —dijo Josh inesperadamente.
—Ni te atrevas a compararme con el mago inglés. Es despreciable.
—Él me aseguró que los Oscuros Inmemoriales podían reparar todos estos daños. ¿Es verdad? —preguntó Josh con curiosidad.
—Sí —respondió Aoife—. Sí, podrían. Díselo, Alquimista.
Josh se volvió para mirar a Nicolas.
—¿Es cierto?
—Sí —suspiró el Alquimista—. Sin duda, podrían hacerlo.
Sophie se inclinó hacia delante, frunciendo cada vez más el ceño.
—Entonces eso significa que los Inmemoriales, aquellos que están de vuestro lado, podrían hacer lo mismo.
Esta vez se produjo un silencio y cuando finalmente Nicolas se decidió a dar una respuesta, su voz apenas superaba un susurro.
—Estoy seguro de que sí.
—Entonces, ¿por qué no lo hacen? —exigió Sophie.
Nicolas miró a Perenelle y fue la Hechicera la que al final respondió:
—Porque tarde o temprano, un padre debe dejar que su hijo se vaya, viva su propia vida y cometa errores. Es la única forma de crecer. En generaciones pasadas, los Inmemoriales se mezclaban con la raza humana, conviviendo con ella, trabajando codo con codo. Todas esas leyendas sobre antiguos dioses que interactúan con humanos esconden una verdad en su interior. En realidad en aquella época había dioses en la Tierra, pero así la humanidad no podía progresar. Fue sólo cuando la mayoría de los Inmemoriales se retiraron a los Mundos de Sombras y dejaron a los humanos a su suerte cuando realmente la raza empezó a prosperar.
—Pensad en todo lo que la raza humana ha conseguido en los últimos dos mil años —continuó Nicolas—. Pensad en los inventos, los logros, los descubrimientos: poder atómico, el avión, la comunicación mundial instantánea, incluso los viajes al espacio. No olvidéis que la civilización egipcia duró más de tres mil años. Babilonia se estableció hace más de cuatro mil. Las primeras ciudades incas aparecieron hace ahora ya más de cinco mil años y Sumeria tiene seis mil. ¿Por qué aquellas grandes civilizaciones no consiguieron lo que ésta ha lograd en un período de tiempo mucho más corto?
Si bien Josh negaba con la cabeza, Sophie reconocía lo que el matrimonio le estaba explicando.
—Porque los Inmemoriales, a los que la raza humana veneraba como dioses, vivían con ellos —dijo Perenelle—. Les proporcionaban de todo. Era necesario que los Inmemoriales se retiraran para que la humanidad pudiera crecer.
—Pero algunos se quedaron —protestó Sophie—. La Bruja, Prometeo…
—Marte… —añadió Josh.
—Gilgamésh —dijo Sophie—. Y Scathach. Ella también permaneció en la Tierra.
—Tenéis razón. Algunos decidieron quedarse para guiar y enseñar a la nueva raza, para encauzarlos hacia el camino de la plenitud. Pero no para interferir, ni para influenciarles, y mucho menos para gobernarlos —aclaró Perenelle.
Aoife gruñó con una risa amarga.
—Es cierto que algunos Oscuros Inmemoriales intentaron dominar la raza humana, pero los Inmemoriales lucharon junto a ella, impidiéndoles así su objetivo. Pero todos los que se quedaron tenían una razón para hacerlo… excepto tú —dijo de repente la Hechicera dirigiéndose a Aoife—. ¿Por qué escogiste permanecer en este Mundo de Sombras humano?
Se produjo una pausa mientras la mirada de la vampira se perdía en la lejanía.
—Porque Scathach decidió quedarse —dijo finalmente.
Una serie de terribles imágenes se arremolinó en la conciencia de Sophie, entre las que destacaba un nombre propio.
—Y por Cuchulain —dijo en voz alta.
—Cuchulain —aceptó Aoife—. El chico que se interpuso entre nosotras. El chico por el que nos peleamos.
Un jovencito, mortalmente herido, atándose a una columna para que su mera presencia pudiera mantener acorralado a todo un ejército.
Scathach y Aoife juntas, corriendo a través del campo de batalla, intentando alcanzarle antes de que tres figuras con aspecto de cuervo descendieran en picado para coger su cuerpo…
Los cuervos transportando el cuerpo yerto y sin vida del joven en el aire…
Y después Scathach y Aoife luchando entre ellas con espadas y flechas mientras sus auras grises, casi idénticas, se enroscaban a su alrededor, retorciéndose y transformándose en una veintena de monstruosas figuras distintas.
—Ya sé que nunca debimos habernos peleado —admitió Aoife—. Nos separamos después de habernos dedicado palabras más que amargas. Nos dijimos cosas que no debimos.
—Podrías haber creado un Mundo de Sombras para ti y quedarte allí —propuso Perenelle. Aoife negó con la cabeza.
—Me quedé porque alguien me dijo que un día tendría la oportunidad de reconciliarme con mi hermana.
Mientras Aoife hablaba, Sophie vislumbró una imagen parpadeante: Scathach, ¿o acaso era Aoife?, aferrada a la espalda de un monstruo que caminaba sobre piernas humanas pero tenía dos cabezas de serpiente. Llevaba una armadura trenzada con serpientes vivas que arremetían una y otra vez contra la guerrera pelirroja.
—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Sophie en un murmuro ronco.
—Mi abuela: la Bruja de Endor —anunció. El rostro de la vampira era severo—•. Y en muy contadas ocasiones se equivoca. No puedo acompañaros, no puedo ayudaros. Tengo que encontrar a mi hermana. Si es necesario, viajaré atrás en el tiempo.
Nicolas la miró.
—En este preciso instante Saint-Germain está averiguando cómo volver al pasado para rescatar a Juana y Scathach.
Aoife gruñó.
—Puedo contar con los dedos de una mano los Inmemoriales que hay en este reino que tengan ese poder. Y ninguno de ellos es muy agradable.
—El Caballero Sarraceno está en conversaciones con su maestro, Tammuz, el Hombre Verde —informó Nicolas—. Al igual que Cronos, también tiene el poder de viajar a través de los hilos del tiempo.
—¿Y esperas que él ayude a Saint-Germain? —dijo incrédula Aoife mientras se reía a carcajadas. Su risa, oscura y horrorosa, retumbó en las aguas—. Tammuz lo despedazará.