Le presento a mi amigo Ma-ka-tai-me-she-kiakiak —dijo Billy el Niño mientras la pequeña lancha rebotaba en las olas de la bahía de San Francisco.
El hombre de facciones angulosas asintió mirando a Maquiavelo.
—Quizá te resulte más práctico llamarme Black Hawk —dijo con una pronunciación que arrastraba las vocales.
Al igual que Billy llevaba unos vaqueros desgastados, unas viejas botas de cowboy y una camiseta desteñida. Sin embargo, si Billy estaba esquelético, raquítico, Black Hawk era una masa sólida de puro músculo y manejaba la lancha motora con facilidad.
Billy le dio una palmadita en el hombro.
—Por aquí; mi coche está en…
—Lo he comprobado y tu coche ha desaparecido —lo interrumpió Black Hawk.
Al ver la mirada horrorizada de Billy, el indio americano soltó una carcajada.
—¡Robado! ¡Alguien me ha robado el coche! —exclamó. Después, mirando al italiano inmortal, gritó—: Eso es… ¡Eso es un crimen!
Maquiavelo se mantuvo inexpresivo.
—No me cabe la menor duda de que la Hechicera lo tomó prestado.
Billy asintió con impaciencia.
—Apuesto a que estás en lo cierto. Pero lo cuidará, ¿verdad? Quiero decir, ella debe de ser consciente de que se trata de un coche clásico y lo tratará con respeto, ¿no?
Maquiavelo se percató de la expresión de Black Hawk y tuvo que desviar rápidamente la mirada para no soltar una carcajada.
—Si no me equivoco, leí en mis archivos que Perenelle Flamel aprendió a conducir hace relativamente poco —dijo con tono inocente.
Billy se hundió en un costado del barco, como si hubiera recibido un golpe.
—Lo destrozará. Estropeará la transmisión y seguramente derrapará en cada curva y fundirá los neumáticos. ¿Sabes lo difícil que es encontrar esas ruedas blancas?
—Si te sirve de consuelo —comentó Black Hawk con una gran sonrisa—, en cuestión de una hora ya no volverás a necesitar nunca más un coche. La última vez que vi a tu maestro así de furioso fue en abril de 1906… y tú sabes qué ocurrió entonces.
Billy el Niño gruñó malhumorado.
—Bueno, no sé de qué te alegras. Tenía pensado dejarte ese coche como herencia en mi testamento.
—Gracias —dijo Black Hawk encogiéndose de hombros—, pero los Thunderbird no van mucho conmigo; prefiero los Mustang.