Se había encontrado la puerta trasera de la librería abierta.
Josh Newman se quitó la mochila al adentrarse en el sombrío pasillo y después esperó unos instantes, dejando que su mirada se ajustara a la oscuridad. El hedor que percibía era increíble, una mezcla de putrefacción y moho junto con una sensación de humedad pegajosa que desprendía el asqueroso aroma de huevos podridos. Intentó respirar sólo por la boca. Cerró los ojos y concentró toda su atención en su oído. Desde que Marte Ultor lo había Despertado, Josh se había dado cuenta de la importancia de los sentidos, en particular los del oído, el gusto y el olfato.
Los humanos de hoy en día tendían a depender exclusivamente de la vista; pero Josh había descubierto que sus sentidos Despertados eran exactamente los mismos que los agudizados sentidos que poseía el hombre primitivo, los que necesitaba para sobrevivir.
Pero no había ningún sonido en el edificio: daba la sensación de estar completamente desierto, abandonado.
Hacía menos de una semana había estado correteando arriba y abajo de ese pasillo, descargando una entrega de libros de una furgoneta. Ahora, todas las cajas que el mismo había apilado con sumo cuidado una encima de la otra estaban ennegrecidas por el moho, los costados estaban rotos y los libros, casi irreconocibles, estaban hinchados, como si fueran frutas podridas.
De aquello hacía menos de una semana.
Al darse cuenta, Josh de repente se percató de cuánto había cambiado en los últimos días, de todas las cosas que había aprendido y lo poco que él, y el resto del mundo, conocía sobre la verdad histórica.
Tomó aire por la boca, pero no pudo evitar que el hedor fétido se le quedara atrapado en la garganta. Josh abrió los ojos y se arrastró por el pasillo, abrió de golpe la puerta que conducía a la librería y entró.
Y se detuvo ante aquella conmoción.
La tienda era una ruina irreconocible, escondida bajo una tupida capa de polvo y moho acolchado que se estaba descomponiendo ante sus propios ojos. La luz que se colaba por los cristales mugrientos de las ventanas reflejaba un ambiente repleto de esporas. Josh cerró los labios; no quería correr el riesgo de que le entraran en la boca. Dio un paso hacia delante y notó cómo las tablas de madera del suelo crujían y se ablandaban ante su peso. Una burbuja de un líquido asqueroso de color negro se había formado en la madera y su pie empezó a sumergirse.
El joven Newman miró a su alrededor y descubrió con cierto horror que la tienda estaba siendo engullida. El hongo se alimentaba de cualquier cosa: madera, papel, alfombra. ¿Qué aspecto tendría ese lugar en un par de horas?
Había venido hasta la librería porque Nicolas y Perenelle vivían en el apartamento construido justo encima y esperaba que hubieran vuelto a casa. Echó un vistazo al techo y descubrió que había un agujero que dejaba al descubierto el cableado del edificio y las vigas podridas. Josh se preguntó cuánto tiempo aguantarían los soportes antes de resquebrajarse y dejar que los pisos superiores se derrumbaran y el resto del edificio se desplomara sobre el sótano.
Avanzó poco a poco por el pasillo hacia las escaleras. Le pareció lógico que los Flamel tuvieran más de una dirección en la ciudad. Suponía que el matrimonio debía poseer otras propiedades donde poder escapar en caso de amenaza. Josh esperaba de encontrar alguna dirección en el piso de arriba, una factura, una carta, algo, cualquier cosa que le diera una pista de su paradero. Al apoyarse sobre la barandilla de madera de la escalera notó que ésta se ablandaba y tomaba la consistencia de la gelatina. Enseguida apartó la mano con cierta repugnancia, y se disponía a limpiársela en los tejanos cuando, de repente, se detuvo. Si el asqueroso moho negro era capaz de carcomer la madera, ¿qué le haría a sus pantalones? Lo último que necesitaba ahora era unos tejanos podridos. ¿Podría atravesar también la carne?, se preguntó con cierto estremecimiento. Estaba ansioso por dar media vuelta y salir de allí corriendo, pero era consciente de que la única oportunidad de encontrar a su hermana era poniéndose en contacto con los Flamel, así que empezó a subir las escaleras.
Cada peldaño se movía al recibir su peso. Estaba a medio camino cuando uno de ellos cedió bajo su pie y se resquebrajó. Josh notó que la escalera se balanceaba y supo que en cualquier momento podría derrumbarse, así que se lanzó hacia arriba justo en el instante en que los escalones dieron un par de sacudidas y se desmoronaron, desplomándose en la tienda. Josh aterrizó con el pecho; las piernas le colgaban mientras con los dedos intentaba agarrarse firmemente a la gruesa moqueta que cubría el piso superior y que enseguida se rasgó y se deshilachó. Intentó gritar pero, por alguna razón desconocida, el chillido se le quedó atrapado en la garganta. El trozo de moqueta deshilachada donde se agarraba Josh se rompió y éste se balanceó hacia atrás…
Unos dedos fuertes como el hierro lo agarraron por las muñecas.
Alguien le ayudó a levantarse y el joven Newman se vio ante la inquisidora mirada verde y brillante de Perenelle Flamel.
—Josh Newman —murmuró mientras lo dejaba en suelo firme con amabilidad—. No te esperábamos.
Nicolas apareció por la puerta y se hizo al lado de su esposa.
—Esperábamos… problemas —dijo en voz baja—. Me alegro de verte.
Josh se masajeó las muñecas. La fuerza de Perenelle era asombrosa, y a punto estuvo de dislocarle los hombros cuando lo alzó en el aire. Se llevó las manos al pecho e inspiró profundamente. A pesar de estar lleno de moratones, no creía haberse roto ninguna costilla al lanzarse por la escalera.
—¿Qué te trae por aquí, Josh? —preguntó Perenelle mientras escudriñaba el rostro del chico. Ella respondió a su propia pregunta—: Sophie.
—Ha desaparecido —dijo Josh casi sin aliento—. La secuestró una chica que se llamaba Aoife. Dijo que era la hermana de Scathach. Sin duda se parecía mucho a ella.
Josh vio que las expresiones del matrimonio cambiaban ligeramente y contempló lo que el mismo reconoció como miedo en los ojos del Alquimista.
—No son buenas noticias, ¿verdad?
Perenelle sacudió la cabeza.
—En absoluto.