El sonido que retumbaba en los tejados londinenses y recorría los cielos alertó a los cuervos: se trataba del aullido primigenio de los cucubuth, criaturas que antaño habían atemorizado a los humanos que se acurrucaban en las cuevas.
Huginn y Muninn recondujeron su vuelo hacia esos ruidos.
Mirlos y otros cuervos más pequeños pasaron volando en bandada por su lado. Las aves más sencillas irradiaban un miedo salvaje. Las palomas se arremolinaban en el cielo, justo debajo de ellos; completamente aterrorizadas, eran incapaces de poner remedio a su temor, así que volvieron a posarse en los tejados que rodeaban una extensa plaza adoquinada. De inmediato, al escuchar otro aullido que quebraba el silencio nocturno, las palomas volvieron a alzarse.
Los cuervos volaban bajo, atravesando el río Támesis, pasando por encima del dique Victoria y planeando sobre el edificio de la ópera. Avistaron a los primeros cucubuths deambulando por la calle y miraron a través de su apariencia casi humana para descubrir la criatura mitad bestia mitad humana que se escondía debajo, con colmillos y pezuñas desiguales. Cada cucubuth estaba rodeado por un aura oscura. Y había cientos de ellos, corriendo, galopando, trotando; algunos solos y otros en pareja, pero todos convergían en el espacio cercado de Covent Garden.
De inmediato, los cuervos supieron que aquellas criaturas habían encontrado al mago inglés. Como si fueran uno solo, sus picos se movieron para articular una única palabra.
—Dee.
Y en un lugar más allá del tiempo, en un Mundo de Sombras aislado, Odín se despertó.
El gigantesco ojo grisáceo del Inmemorial parpadeó, pero no vio los glaciales campos de nieve y los cristales de hielo que le rodeaban. Estaba contemplando una escena en un monocromo cambiante que no emitía sonido alguno: un único humano rodeado por tres cucubuths. Una oleada de criaturas empezaba a pulular por el lugar. Aunque no había señal alguna de la inconfundible aura de Dee, Odín sabía que aquel humano era el mago inglés.
El Inmemorial descubrió sus dientes con una feroz sonrisa: aquellos a quienes Dee había entregado su lealtad lo querían ante sí, para pronunciar una sentencia y un castigo, pero Odín tenía otros planes. La monstruosa figura empujó la única cosa viva de su mundo, una versión enclenque y retorcida del Yggdrasill, y se preparó para cruzar los Mundos de Sombras.