El Mundo de Sombras se llamaba Xibalbá. Incluso comparado con los innumerables Mundos de Sombras ancestrales era antiguo y, a diferencia de otros muchos, que eran hermosos y complejos, era crudamente sencillo.
Xibalbá era una única cueva, increíblemente vasta, inimaginablemente alta, manchada con diminutas fosas rebosantes de costras de lava negra. De vez en cuando, una de ellas reventaba, lo cual provocaba un rocío de glóbulos espesos de roca líquida en el aire y el lanzamiento de sombras rojas y negras que bailaban en los muros. La atmósfera apestaba a azufre y la única iluminación provenía de un hongo gelatinoso de color amarillento que cubría los muros y las gigantescas estalactitas que pendían de un techo apenas visible.
Cada Mundo de Sombras conducía al menos a otro reino, a otro mundo. Algunos incluso estaban conectados con dos. Xibalbá era único: estaba en contacto con otros nueve Mundos de Sombras y, por ello, a veces se le denominaba el Cruce. Colocadas a intervalos regulares alrededor de la cueva se hallaban nueve aberturas distintas en los muros de la gigantesca cavidad. Las entradas a cada una de las bocas estaban talladas y grabadas con jeroglíficos y, aunque unos hongos pegajosos y radiantes cubrían la mayor parte de las paredes, ni uno solo de ellos se encontraba cerca de estos símbolos. Eran las puertas a los Mundos de Sombras.
Normalmente nada se movía en Xibalbá, excepto la lava burbujeante, pero ahora, un flujo continuo de mensajeros revoloteaba y hurgaba de una cueva a otra. Algunos eran coriáceos y parecían murciélagos; otros, en cambio, eran peludos y se asemejaban a las ratas; pero ninguno de ellos estaba completamente vivo.
Esas criaturas se habían creado para un único propósito: hacer llegar mensajes del corazón del Mundo de Sombras de los Oscuros Inmemoriales a cualquier otro inundo que estuviera enlazado con éste. Cuando la tarea de los mensajeros estuviera acabada, éstos se derretirían transformándose en fango, palos y restos de cabello y piel muerta.
Los mensajeros llevaban noticias sobre la sentencia de muerte del doctor John Dee.
Y nadie que recibiera la noticia, ya fuera Inmemorial, de la Última Generación o humano inmortal, se sorprendió. El fracaso sólo tenía un precio y el doctor John Dee había fallado estrepitosamente.