Agnes apretó un número de marcación rápida en el teléfono y le entregó el auricular a Josh.
—Vas a hablar con tus padres ahora mismo —ordenó—. ¿Dónde se ha metido tu hermana? ¿Quién es esa chica con la que está hablando?
—La hermana de una conocida nuestra —respondió Josh mientras se acercaba el auricular al oído. Sólo sonó un tono antes de que alguien descolgara el teléfono al otro lado de la línea.
—¿Agnes?
—¡Papá! Soy yo, Josh.
—¡Josh!
El joven sonrió al percibir claramente el alivio que desprendía la voz de su padre. Pero entonces, una oleada de bochorno y vergüenza le inundó y se sintió culpable por no haber intentado contactar con sus padres antes.
—¿Va todo bien?
La voz de Richard Newman se perdió momentáneamente por un ruido de estática en la línea telefónica. Josh se tapó el otro oído con el dedo y concentró toda su atención en el sonido que emitía el auricular.
—Todo bien, papá; nos encontramos bien; acabamos de volver a San Francisco.
—Tu madre y yo estábamos empezando a preocuparnos por vosotros.
—Estábamos con los Fla… Fleming —corrigió enseguida Josh—. No teníamos cobertura —añadió con total sinceridad—, pero conseguimos recibir tu correo electrónico el domingo por la noche. Me llegó la imagen de los dientes de tiburón; no reconocí la especie, pero teniendo en cuenta el tamaño, supongo que se trata de un tiburón de agua dulce, ¿me equivoco? —preguntó rápidamente y de forma deliberada para desviar el tema de conversación.
—Así es, hijo: es un Lissodus del Cretácico superior, que además está en muy buenas condiciones.
—¿Y vosotros qué tal? —continuó Josh en un intento de que fuera su padre el que hablara.
Miró de reojo a la puerta, deseando que su hermana entrara en cualquier momento. Podía distraer a su padre con preguntas, pero este truco no funcionaría con su madre y suponía, sin equivocarse, que ésta estaba merodeando alrededor del hombro de su padre y que en cual quier momento le arrebataría el teléfono.
—¿Cómo va la excavación?
—Viento en popa a toda vela —respondió con satisfacción. Al otro lado de la línea el viento soplaba con fuerza, de forma que el polvo y la arenilla de la excavación provocaron un sonido crujiente en el auricular—. Hemos descubierto lo que al parecer es un nuevo ceratópsido.
Josh frunció el ceño. El nombre le resultaba familiar: cuando era niño, se sabía de memoria los nombres de cientos de dinosaurios.
—¿Es un dinosaurio con cuernos? —preguntó.
—Sí, del Cretáceo, de unos setenta y siete millones de años. También hemos encontrado un pequeño yacimiento anasazi posiblemente intacto en uno de los cañones, además de unos extraordinarios petroglifos de la cultura fremont en el yacimiento de Range Creek.
Al comprobar el gran entusiasmo de su padre, Josh no pudo esconder una pequeña sonrisa. En ese momento se dirigió hacia la ventana para ver qué estaba ocurriendo en el exterior.
—Los antiguos navajos, ¿de qué raza eran? —preguntó a pesar de que conocía la respuesta—. ¿Anasazi o fremont?
Quería mantener a su padre ocupado, hablando, y así darle más tiempo a Sophie.
—Anasazi —respondió Richard Newman—. Y, de hecho, la traducción más apropiada es «antepasados enemigos».
Aquellas dos palabras dejaron a Josh completamente paralizado. Un par de días atrás, cuando todavía no conocía la existencia de los Inmemoriales, la raza que había dominado el mundo en el pasado, ese término no habría significado nada. Se había dado cuenta de que todos los mitos y leyendas contiene una pizca de realidad.
—Antepasados Enemigos —repitió intentando mantener su voz firme y calmada—. ¿Qué significa?
—No lo sé —reconoció Richard Newman—, pero prefiero el término «pueblo antiguo», «ancestral» o «hisatsinom».
—Pero es un nombre muy extraño —insistió Josh—. ¿Quién crees que lo utilizaba? No creo que ellos quisieran referirse a sí mismos de ese modo.
—Probablemente otra tribu: desconocidos, forasteros.
—¿Y quién llegó después de ellos, papá? —preguntó rápidamente Josh—. ¿Qué pueblo ocupó el lugar de los anasazi y los fremont?
—No lo sabemos —admitió su padre—. Se conoce como el período arcaico. Por cierto, ¿a qué viene tanto interés en la antigua Norteamérica? Siempre creí que la arqueología te parecía aburrida.
—Supongo que he empezado a interesarme por la historia y el mundo antiguo —reconoció sinceramente Josh.
Entonces se dirigió otra vez hacia la ventana… y en ese preciso instante vio a la hermana de Scatty rozar la frente de Sophie y a ésta, un segundo más tarde, desmayarse en los brazos del conductor. Contempló horrorizado cómo la vampira giraba bruscamente la cabeza para mirarle y le mostraba los colmillos en lo que, aparentemente, era una sonrisa burlona. Después, abrió la puerta trasera del vehículo y la sujetó para que el conductor arrojara el cuerpo inconsciente de su hermana en el asiento trasero. De pie junto a la limusina, Aoife le dedicó un saludo sarcástico a Josh.
El joven se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. No lograba respirar y el corazón le latía a toda prisa.
—Papá, vuelvo en un seg… —suspiró con voz ronca.
Dejó caer el teléfono inalámbrico al suelo y salió disparado hacia el pasillo. Recogió ágilmente los pedazos del bastón que el conductor de la limusina había roto, abrió la puerta y casi se tropezó en los escalones de la entrada. Creía que cuando saliera el vehículo ya estaría alejándose de la casa, pero, para su sorpresa, Aoife le estaba esperando pacientemente.
—¡Devuélveme a mi hermana! —chilló.
—No —respondió la vampira en tono tranquilo.
Josh corrió hacia el coche mientras intentaba recordar todo lo que Juana de Arco le había enseñado sobre los enfrentamientos con espadas. Deseaba tener a Clarent en ese momento: incluso Scatty, que no le tenía miedo a nada, se había aterrorizado ante la espada de piedra, pero ahora sólo tenía entre las manos dos trozos de un bastón.
La vampira ladeó la cabeza, observó cómo Josh se precipitaba en su dirección a toda prisa y sonrió.
Cuando Josh cruzó la calle con celeridad, el miedo encendió su aura y un tenue resplandor dorado rodeó su cuerpo físico. Podía distinguir el cuerpo inmóvil de su hermana sobre el asiento trasero del vehículo. De repente, ese temor se convirtió en ira. Acto seguido, su aura centelleó al mismo tiempo que unos humeantes hilillos dorados brotaban de su piel y sus ojos se convertían en un par de monedas derretidas. Su aura cobró un aspecto mucho más sólido alrededor de sus manos, enfundándolas así en guantes metálicos, y se escurrió por los dos palos de madera transformándolos en un par de varillas doradas. Intentó hablar, pero sentía un nudo en la garganta que le impedía articular palabra. De repente, la voz que salió de su boca era profunda y grave, más propia de una bestia que de un ser humano.
—Devuélveme… a… mi… hermana…
La sonrisa burlona y arrogante de Aoife se desvaneció. Articuló una palabra en japonés, se dio media vuelta y se lanzó hacia el interior de la limusina, cerrando de golpe la puerta. De inmediato, el motor rugió y los neumáticos traseros empezaron derrapar provocando una gran humareda.
—¡No! —exclamó Josh.
El joven alcanzó el coche en el momento en que éste arrancaba. Arremetió contra el automóvil con una de las varillas doradas e hizo añicos la ventanilla trasera más cercana. Los cristales explotaron en una nube de polvo blanco, y el metal negro y brillante que recubría la ventanilla quedó agujereado. Con otro golpe dejó una profunda abolladura en el maletero y rompió uno de los faros traseros. El coche chirriaba a medida que avanzaba y Josh, completamente desesperado, lanzó los dos palos dorados hacia el vehículo. Pero justo en el momento en que los soltó, volvieron a su forma original, de modo que sólo rebotaron en el guardabarros sin causar ningún daño.
Josh empezó a correr detrás del coche. Notaba cómo su aura se endurecía a su alrededor, lo cual le proporcionaba rapidez y fuerza mientras corría pesadamente por la calle. Era consciente de que estaba moviéndose más rápido que nunca, pero la limusina no dejaba de acelerar. Se saltó un ceda el paso en un cruce, dobló una esquina y, con una estela de humo por el derrape de los neumáticos, desapareció.
Con la misma velocidad que había llegado, la fuerza fue abandonando a Josh. El joven Newman se derrumbó y quedó de rodillas sobre el pavimento, justo al final de la calle Scott. Respiraba agitadamente, el corazón le latía a mil por hora y todos los músculos de su cuerpo le ardían. Unos puntos negros le nublaron la vista y Josh creyó que estaba a punto de vomitar. Observó cómo el resplandor dorado se desvanecía de alrededor de sus manos, y cómo su aura se evaporaba de su piel dejándolo dolorido y agotado. Comenzó a temblar y notó un calambre en la pantorrilla, justo detrás de la rodilla. El dolor era verdaderamente insoportable y rápidamente se giró y colocó el talón en el suelo, empujando con fuerza para intentar aliviar la sensación. Se incorporó poco a poco: tenía ganas de vomitar y se sentía abatido, así que, cojeando, emprendió el camino de vuelta a casa de su tía. Sophie había desaparecido, secuestrada por Aoife. Tenía que encontrar a su hermana melliza.
Pero eso significaba volver a encontrarse con Nicolas y Perenelle Flamel.