Llamad a vuestros padres ahora mismo —ordenó la tía Agnes mientras fulminaba con la mirada a Sophie y después a Josh, que estaba aún más cerca—. Están preocupadísimos por vosotros. Me han estado llamando dos y tres veces cada día, y esta misma mañana me han dicho que si hoy no aparecíais por casa iban a avisar a la policía para denunciar vuestra desaparición —comentó. Hizo una pausa y después, con un tono dramático, añadió—: Iban a decirles que os habían secuestrado.
—No estábamos secuestrados. Llamamos por teléfono a mamá y papá hace un par de días —murmuró Josh.
Intentaba desesperadamente recordar cuándo había hablado con sus padres. ¿Fue el viernes?, ¿o quizás el sábado? Miró de reojo a su hermana en busca de apoyo, pero Sophie seguía observando a la mujer de traje negro que tanto se parecía a Scathach. El joven desvió la mirada hacia su tía; sabía perfectamente que había recibido un correo electrónico de sus padres el… ¿era el sábado cuando habían estado en París? Ahora que habían regresado a San Francisco, los últimos días empezaban a desdibujarse y entremezclarse.
—Acabamos de volver —logró articular al fin, aferrándose a la verdad. Rápidamente besó a su tía en las mejillas y le preguntó—: ¿Cómo estás? Te hemos echado de menos.
—Podríais haber llamado por teléfono —respondió bruscamente la diminuta anciana—. De hecho, deberíais haberlo hecho. —Unos ojos del color del sílex, aumentados tras los gigantescos anteojos, fulminaron a los mellizos—. Estaba preocupadísima. Telefoneé a la librería al menos una docena de veces y cuando os llamaba al móvil, nunca respondíais. No veo el sentido de tener un teléfono si no es para responder las llamadas.
—La mayor parte del tiempo no teníamos cobertura —se disculpó Josh sin alejarse, una vez más, de la verdad—, y después perdí mi teléfono —añadió, lo cual también era cierto.
Su teléfono móvil, junto con la mayoría de sus pertenencias, había desaparecido cuando Dee destruyó el Yggdrasill.
—¿Perdiste tu móvil? —repitió la anciana mientras sacudía la cabeza, mostrando así su indignación—. Es el tercero que pierdes este año.
—El segundo —susurró él.
La tía Agnes se giró y empezó a subir lentamente los peldaños. Josh se ofreció a ayudarla, pero ella, con un gesto de la mano, le apartó.
—Dejadme tranquila, no soy inútil —declaró. Y entonces alargó la mano y agarró el brazo de Josh—. Podrías ayudarme, jovencito.
Cuando llegaron a la puerta, la anciana se dio la vuelta y miró hacia abajo, donde todavía permanecía Sophie. Estaba de pie enfrente de aquella extraña mujer pelirroja.
—Sophie, ¿vienes? —Un momento, tía.
La joven desvió la mirada hacia su mellizo y, con un gesto, señaló la puerta de la entrada, que seguía abierta.
—Voy en un minuto, Josh. ¿Por qué no entras con la tía Agnes y le preparas una taza de té?
Josh enseguida empezó a negar con la cabeza, pero los dedos de la anciana se le clavaron en el brazo con una fuerza asombrosa.
—Y mientras el agua se calienta, puedes telefonear a tus padres —propuso la anciana. Después, volvió a mirar con los ojos entornados a Sophie y añadió—: No tardes mucho.
Sophie Newman sacudió la cabeza.
—Enseguida entro.
En cuanto Josh y la tía Agnes desaparecieron en el interior de la casa, Sophie se giró hacia la extraña desconocida.
—¿Quién eres? —preguntó con tono exigente.
—Aoife —respondió la mujer, que pronunció su nombre como «I-fa».
Se inclinó y recorrió con sus manos, todavía enfundadas en unos guantes oscuros, el neumático pinchado de la limusina. Después, dijo unas frases en un idioma que Sophie reconoció como japonés. El hombre de aspecto juvenil con el que Josh se había topado dentro de la casa se quitó la chaqueta, la arrojó sobre el asiento del conductor y abrió el maletero para sacar un berbiquí y un gato. Colocando éste bajo el pesado vehículo, hizo palanca con cierta facilidad y empezó a cambiar el neumático.
Aoife se quitó el polvo de los guantes, se cruzó de brazos e inclinó ligeramente la cabeza para mirar a la joven.
—Esto no era necesario —dijo la desconocida. Sophie distinguió la musicalidad de un acento extranjero.
—Pensamos que os disponíais a secuestrar a nuestra tía —reconoció Sophie en voz baja. El nombre de Aoife había provocado una avalancha de pensamientos e imágenes que se arremolinaban en su cerebro, pero le costaba demasiado distinguir los recuerdos de Scathach de los de su hermana—. Queríamos deteneros.
Aoife sonrió levemente, sin mostrar los dientes.
—Si hubiera querido secuestrar a vuestra tía, ¿crees que habría venido a plena luz del día?
—No lo sé —respondió la joven—, ¿lo habrías hecho?
Aoife deslizó sus pequeñas gafas oscuras y ocultó sus ojos verdes, y, durante unos instantes, consideró la pregunta.
—Tal vez sí, o tal vez no. Pero —añadió con una sonrisa que esta vez sí mostraba sus dientes vampíricos— si hubiera querido tener a tu tía, sin duda lo habría conseguido.
—Eres Aoife de las Sombras —anunció Sophie.
—Soy la hermana de Scathach: somos gemelas, y yo soy la mayor.
Sophie no pudo evitar dar un paso atrás. Finalmente, los recuerdos de la Bruja sobre Aoife empezaban a encajar y tomar forma.
—Scathach me habló de su familia, pero no mencionó a ninguna hermana —reconoció.
La joven no estaba dispuesta a desvelar todo lo que sabía de ella.
—Supongo que no. Tuvimos una fuerte discusión —murmuró Aoife.
—¿Una discusión?
Sin embargo, la joven ya sabía que se habían peleado por un chico; incluso conocía su nombre.
—Por un chico —reconoció Aoife con cierta tristeza en la voz. Miró a ambos lados de la calle antes de volverse hacia la joven y continuar—: Hace mucho tiempo que no hablamos —dijo encogiéndose de hombros—. Ella me repudió, y yo a ella, pero siempre la he protegido sin que se diera cuenta —confesó con una sonrisa—. Entiendo, y no me equivoco, que tú también sabes lo que es cuidar de un hermano.
Sophie asintió con la cabeza: sabía perfectamente de qué estaba hablando Aoife. Aunque Josh era más corpulento y fuerte que ella, todavía lo trataba como su hermano pequeño.
—Es mi hermano mellizo.
—No lo sabía —respondió Aoife en voz baja. Agachó un poco la cabeza, la miró por encima de los oscuros cristales de sus gafas y añadió—: Y los dos tenéis vuestros poderes Despertados.
—¿Qué te ha traído hasta aquí?
—Sentí cómo Scathach… se iba.
—¿Se iba? —Sophie no lo comprendía.
—Se desvanecía, abandonaba este Mundo de Sombras particular. Mi gemela y yo estamos conectadas, unidas por un vínculo muy parecido al que, sin duda, debe de existir entre tu hermano y tú. Siempre que ella sufría, padecía dolor o hambre, o estaba asustada… yo podía presentirlo.
Sophie se descubrió a sí misma asintiendo con la cabeza. En ciertas ocasiones, ella había experimentado el dolor de su hermano: cuando se rompió varias costillas jugando al fútbol, Sophie sintió ardor en el costado, y cuando estuvo a punto de ahogarse en Hawai, ella se despertó sin aliento y jadeando. Cuando la joven se había dislocado el hombro en clase de taekwondo, a Josh se le hinchó el mismo lugar, donde le apareció un cardenal idéntico al de su hermana.
Aoife espetó una pregunta en un japonés más que rápido y el conductor contestó con un monosílabo. Entonces se giró hacia Sophie.
—Podemos quedarnos aquí y charlar en mitad de la calle —dijo sonriente mientras sus colmillos destellaban—, o puedes invitarme a entrar y conversar cómodamente.
Una diminuta alarma sonó en el interior de la cabeza de Sophie. Los vampiros no podían cruzar el umbral de una casa a menos que hubieran sido invitados a hacerlo. En ese preciso instante, supo que no iba a invitar a Aoife a entrar en casa de su tía. Había algo en ella… De forma pausada y deliberada, Sophie dejó que el resto de los recuerdos que habían abarrotado su cerebro salieran a la superficie. De repente, conocía todo aquello que la Bruja de Endor sabía sobre Aoife de las Sombras, lo cual la descolocó un poco. Las imágenes y los recuerdos eran aterradores. Con los ojos abiertos de par en par, retrocedió, en un intento de alejarse de aquella criatura, y en ese preciso momento se percató de que el conductor estaba justo detrás de ella. De inmediato, y sin pensárselo dos veces, alargó la mano en busca del tatuaje de su muñeca izquierda, pero el hombre la agarró por los brazos y los sujetó tras su espalda antes de que Sophie pudiera rozar el dibujo. Aoife dio un paso hacia delante, la tomó por las muñecas y las giró para exponer el diseño que Saint-Germain había quemado en su piel. La joven intentó forcejear para liberarse, pero el conductor la sujetaba con firmeza, apretándole los brazos con tal fuerza que empezó a notar un hormigueo en los dedos.
—¡Soltadme! Josh os…
—Tu hermano no puede hacer nada.
Aoife se quitó uno de los guantes de piel y tomó la mano de Sophie con sus gélidos dedos. Un humo gris mugriento empezó a emerger de la pálida piel de la vampira. Rozó su pulgar por la cenefa ornamental de estilo celta que rodeaba la muñeca de Sophie y se detuvo en la parte inferior, justo en el círculo dorado con un punto rojo en el centro.
—Ah, la señal de tine, la marca del Fuego —murmuró Aoife—. Entonces, ¿habrías intentado quemarme?
—¡Suéltame! —gritó Sophie. Intentó asestar una palada al hombre que la sujetaba, pero sólo consiguió que la agarrara aún con más fuerza, lo cual todavía la asustó más. Ni siquiera la Bruja de Endor se fiaba de Aoife de las Sombras. Esta giró la muñeca de Sophie provocándole un dolor inhumano y se inclinó para examinar el tatuaje.
—Esto es obra de un maestro. ¿Quién te ha otorgado este… don?
Al pronunciar esta última palabra sus labios se retorcieron mostrando indignación y repugnancia.
Sophie apretó los labios. No pensaba contarle nada a esa mujer.
Las gafas de Aoife resbalaron por su nariz y dejaron al descubierto dos ojos que parecían dos pedazos de cristal verde.
—Maui… Prometeo… Xolotl… Pele… Agni… —Aoife sacudió rápidamente la cabeza—. No, no es ninguno de ellos. Acabas de regresar de París, así que debe de ser alguien que vive en esa ciudad —adivinó mientras su voz iba perdiendo intensidad. Miró al conductor por encima del hombro de Sophie y le preguntó—: ¿Qué Maestro del Fuego vive en la capital francesa?
—Tu antiguo adversario, el conde, vive allí —contestó el hombre en inglés.
—Saint-Germain —anunció Aoife de modo áspero. Vio cómo la joven abría los ojos de par en par y esbozó una sonrisa salvaje—. Saint-Germain, el mentiroso; Saint-Germain, el ladrón. Debería haberlo matado cuando tuve la oportunidad —dijo. Después se giró hacia el conductor y ordenó—: Cógela; continuaremos esta conversación en privado.
Sophie abrió la boca para gritar, pero Aoife apoyó su dedo índice en el puente de la nariz de la joven. El aura grisácea de la vampira empezó a manar de sus dedos y al instante el humo se enroscó alrededor de la cabeza de la joven, filtrándose por la nariz y la boca.
Sophie intentó encender su propia aura. Se iluminó débilmente alrededor de su cuerpo durante un leve instante antes de perder el conocimiento y desplomarse.