Areop-Enap se había despertado.
Ocho ojos amoratados miraron al Alquimista y, poco después, todos parpadearon a la vez. Aunque Areop-Enap tenía el cuerpo de una araña gigante, justo en el centro de su cuerpo arácnido se distinguía una cabeza enorme, casi humana. Era un rostro redondo y liso, sin nariz ni orejas, pero con una línea horizontal que hacía las veces de boca. Al igual que la tarántula, sus diminutos ojos estaban ubicados muy cerca del cráneo. Bajo aquel fino cascarón, la Vieja Araña abrió la boca, dejando así al descubierto dos colmillos afilados como lanzas.
—Deberías apartarte —dijo con un tono de voz sorprendentemente dulce.
Nicolas se apartó para que Areop-Enap saliera de aquella bola de fango.
Karkinos era una criatura descomunal.
Pero Areop-Enap era inmensa.
Cuando Perenelle se encontró por primera vez con la criatura, la Vieja Araña ya mostraba unas dimensiones temerarias, pero en el interior de aquel cascarón protector aún había crecido más. Se desperezó y estiró sus ocho patas. A primera vista, Areop-Enap doblaba el tamaño del cangrejo. Las púas lilas que cubrían la enorme espalda de la araña se erizaron.
—Puedo oler la peste de Quetzalcoatl y de esa monstruosidad con cabeza de gato en esta niebla —espetó. Después, se volvió hacia Perenelle y preguntó—: Madame, ¿te importaría explicarme qué está ocurriendo?
La Hechicera señaló con el dedo a Karkinos.
—Ese crustáceo intenta comerte. Acaba de zamparse a Xolotl. Te necesitamos, Vieja Araña.
La criatura se estremeció.
—Llevo toda una vida esperando oír eso.
Y entonces Areop-Enap saltó con sus ocho patas y aterrizó sobre el lomo de Karkinos. El cangrejo se puso a chillar y, de forma instintiva, empezó a chasquear las pinzas y a mordisquear trozos de ladrillos para después escupirlos hacia todos lados. Areop-Enap clavó un gigantesco aguijón sobre la espalda del cangrejo y la bestia se quedó petrificada. Un segundo más tarde, comenzó a sufrir espasmos violentos. De repente, unos zarcillos blanquecinos empezaron a envolver las pinzas del crustáceo, cerrándolas, y entonces la Vieja Araña movió las patas, alzó el cangrejo del suelo, le dio varias vueltas en el aire a una velocidad que escapaba al ojo humano y, en cuestión de segundos, la criatura quedó atrapada en una telaraña viscosa y pegajosa. Momentos más tarde, esa delicada telaraña se solidificó hasta convertirse en un paquete blanco. El proceso no duró más de un minuto.
—Voy a guardarme esto para luego —dijo Areop-Enap—. No tengo mucha hambre.
Con lentitud, incluso casi con delicadeza, se agachó frente a Perenelle. Sus ocho ojos observaban a la Hechicera impertérritos.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Unos pocos días.
—Ah. Pero ahora que te veo más de cerca, pareces haber envejecido algo más que eso.
—Ha sido una semana muy entretenida —murmuró Perenelle—. ¿Te acuerdas de mi marido, Nicolas?
—Recuerdo que me arrojó una montaña encima.
—Tus devotos estaban a punto de sacrificar a mi esposa y arrojarla a un volcán —se justificó Nicolas—. Y era una montaña pequeñita.
—Lo era.
Areop-Enap se abrió camino en la habitación de la Casa del Guardián y se detuvo cerca de Maquiavelo, que sostenía el cuerpo de Billy el Niño sobre su regazo. El italiano echó una desafiante mirada a la gigantesca araña.
Billy torció la nariz y, de repente, abrió los ojos. El forajido miró algo incrédulo la cabeza casi humana con ocho ojos.
—Supongo que no es una pesadilla —farfulló.
—No lo es —confirmó Maquiavelo.
—Gracias, era mi mayor miedo —respondió Billy, volviendo a cerrar los ojos. Y entonces los abrió de repente y preguntó—: ¿Eso significa que hemos ganado?
—Así es —susurró Maquiavelo—, aunque el precio ha sido muy caro.
Areop-Enap dio media vuelta y regresó junto a Nicolas y Perenelle.
—De modo que sigo en la isla donde Dee estaba almacenando monstruos. Aún puedo oler bestias en este aire tan contaminado y nauseabundo.
—No tantas como había en realidad —recalcó Nicolas—. No queremos que ninguna de esas criaturas intente alcanzar la orilla a nado.
—Cuéntale lo de los unicornios —farfulló Billy.
La araña se estremeció.
—Es posible que haya varios unicornios monokerata correteando libremente por la isla —informó Maquiavelo.
—¿Con o sin cuernos? —preguntó Areop-Enap.
—Con.
—Los más crujientes. Mis favoritos.