Isis y Osiris cambiaron.
La transformación fue repentina. En un abrir y cerrar de ojos pasaron de ser humanos a bestias. La armadura de cerámica se hizo añicos cuando su tez pálida empezó a agrietarse y partirse para desvelar algo oscuro y asqueroso. Doblaron su altura y la piel humana se desprendió como hojas de papel, mostrando así unas escamas rígidas cubiertas por una armadura triangular. Sus rostros empezaron a alargarse hasta alcanzar la forma de un hocico canino, repleto de dientes y colmillos asesinos. Los ojos de los Inmemoriales se fueron alargando de forma gradual y se tiñeron de amarillo; al mismo tiempo, dos cuernos retorcidos nacían de sus cabezas. Y un segundo más tarde, los dedos de Isis y Osiris se transformaron en garras de uñas afiladas. De la parte trasera nacieron un par de colas barbadas y de la espalda unas alas de murciélago horrendas a la par que espeluznantes.
Y justo en ese instante Sophie descubrió lo que la Bruja de Endor tan solo había sospechado pero que jamás había llegado a creer.
—Señores de la Tierra —susurró.
La joven desenvainó las espadas, que titilaban y vibraban entre sus manos.
—Por eso la Bruja destruyó toda la sabiduría ancestral que encontró. Quería alejar esos conocimientos de vosotros.
Josh estaba paralizado. Isis y Osiris se habían convertido en un par de bestias reptiles y las serpientes le aterrorizaban. Eran su pesadilla hecha realidad.
—Unos cien mil años atrás vuestros propios ancestros estuvieron a punto de aniquilar nuestra raza —dijo una de las criaturas con la misma voz que Osiris.
—Pero nosotros logramos sobrevivir y juramos una terrible venganza —continuó la otra bestia.
Las dos monstruosidades avanzaron hacia los mellizos y, de inmediato, Sophie se colocó frente a su hermano, protegiéndole.
—Con vuestros poderes, con vuestros incalculables y espléndidos poderes a nuestro alcance —dijo Isis dando una fuerte patada al suelo—, en este preciso lugar, en el mismísimo nexo de este Mundo de Sombras, íbamos a abrir un portal hacia el pasado para traer a nuestro pueblo a este momento de la historia. Menudo banquete se hubieran dado en este reino y todos los que lo rodean.
Los Señores de la Tierra se acercaban a los mellizos mientras hablaban.
Desprendían un olor rancio y multitud de insectos minúsculos y pulgas revoloteaban entre sus escamas. La saliva que caía de sus colmillos abrasaba las piedras como si fuera ácido. De pronto, las criaturas extendieron sus alas de murciélago para ocultar los últimos rayos de luz.
—Os mataremos y regresaremos a los Mundos de Sombras —anunció Isis—. Encontraremos otros Oros y Platas. No cometeremos los mismos errores otra vez.
—No, no lo haréis —murmuró Sophie.
La muchacha se abalanzó hacia las bestias, empuñando una espada en cada mano. El movimiento pilló a los Señores de la Tierra por sorpresa y las hojas chirriaron al estrellarse contra su piel metálica. La sangre que empezó a brotar por las heridas era de un color verdoso nauseabundo. Pero la punta de una cola que no dejaba de menearse con histerismo le golpeó la espalda, atizando con fuerza su armadura dorada. El impacto le rompió varias costillas y un brazo, así que la joven se cayó de bruces contra el suelo y las espadas resbalaron por el suelo.
Una de las criaturas se aproximó a la joven y plantó un pie con cinco zarpas sobre su estómago, clavándola así en el suelo. Sophie gruñó. Tenía el brazo izquierdo completamente entumecido y el dolor que sentía en las costillas era atroz, indescriptible. Cuando trató de invocar su aura, el pinchazo que le recorrió la espalda fue más intenso de lo que podía soportar.
Isis alzó una zarpa y se agachó junto a Sophie para acariciarle la mejilla.
—Si nos hubierais obedecido, las cosas serían muy distintas.
El segundo Señor de la Tierra también se puso de cuclillas junto a la joven.
—¿Cómo se os ha podido ocurrir que seríais capaces de vencernos? —preguntó con una carcajada líquida—. No sois más que un par de mortales.
—¡Somos Oro y Plata! —gritó Josh.
Clarent y Excalibur parecían dos antorchas; las dos espadas escupían unas intensas llamaradas rojas y azules incandescentes. Y Josh salió disparado hacia el par de criaturas con una en cada mano.
—¡Somos los mellizos de la leyenda!
Un gigantesco círculo de llamas blancas explotó sobre la cima de la Pirámide del Sol y dos inmensas columnas de fuego destacaron bajo el cielo nocturno de la isla de Danu Talis.