Compañero, vaya crustáceo más feo —dijo Black Hawk.
Los dos inmortales americanos se deslizaban entre la niebla en dirección al cangrejo gigante, arrastrándose por el suelo con la barriga rozando las frías baldosas del suelo.
—Hay mucha chicha en esas garras —comentó Billy con una amplia sonrisa—. Al menos estaríamos dos semanas comiendo cangrejo.
—No digas tonterías, Billy —refunfuñó Black Hawk—. Recuerda qué pasó la última vez.
La última vez que los dos hombres se habían ido de caza, Billy estuvo a punto de ser aplastado por una estampida de búfalos.
—Había casi un millón de búfalos aquel día —se quejó Billy—, y aquí solo tenemos un cangrejo. Aunque hay que reconocer que es monstruoso.
—En algún momento doblará la esquina del Edificio de Administración —informó Black Hawk—. Perderá el equilibrio, puesto que las patas traseras son más pequeñas que las delanteras. Si eres capaz de engancharle una pata, tira de ella con todas tus fuerzas.
El inmortal con piel de cobre llevaba dos lanzas atadas a la espalda. Se las quitó y entregó una a Billy.
—Si ves la oportunidad, aprovéchala. Y, Billy —añadió—, recuerda que hay más criaturas ahí fuera. No te despistes y anda con cuidado no vaya a ser que alguna te pegue un buen mordisco. No seas creativo. No seas estúpido.
—Es lo mismo que dijo Maquiavelo. Vosotros dos tenéis muchísima fe en mí, ¿verdad?
—Ninguno queremos perderte en esta isla. Ten cuidado y punto, Billy.
—Cuidado es mi segundo nombre.
Black Hawk puso los ojos en blanco.
—Me dijiste que era Henry.
Con la ayuda de las puntas de lanza, Nicolas, Perenelle y Maquiavelo cavaron un gigantesco agujero en el cascarón que protegía a la Inmemorial Areop-Enap. En ciertas zonas, el barro era de un grosor de varios centímetros. Contenía millones de cadáveres de moscas que habían envenenado, días antes, a la Vieja Araña.
Perenelle asomó la cabeza por el agujero. Al apartar la cabeza de la cáscara de fango, tenía lágrimas en los ojos.
—Apesta —jadeó.
Mirando hacia otro lado, la Hechicera inspiró profundamente y después utilizó su aura para iluminar su dedo índice. Introdujo el brazo en el agujero y observó la llama danzar entre las sombras, parpadeando mientras quemaba los gases nocivos. Con Nicolas sujetándola por las caderas, Perenelle asomó la cabeza por la abertura y echó un vistazo. Cuando volvió a alzar la mirada, tenía los ojos brillantes de emoción.
—He visto a Areop-Enap.
—¿Está viva?
—Es difícil saberlo. Pero tiene un aspecto bastante saludable; las terribles heridas y ampollas han desaparecido.
—Así que lo único que debemos hacer es despertarla —propuso Nicolas. Después, miró al italiano y preguntó—: ¿Tienes idea de cómo despertar a un Inmemorial que está hibernando?
Maquiavelo negó con la cabeza.
—Marte, ¿y tú? ¿Algún consejo?
—Sí. No lo hagas.
Vegetariano, decidió Billy. Cuando aquella aventura llegara a su fin, se haría vegetariano. Vegano, de hecho. Nunca más volvería a meterse en la boca nada que se arrastrara, caminara, deslizara o nadara. En particular, no volvería a comerse nada con patas. Alcatraz estaba repleta de monstruos o, mejor dicho, de partes de monstruos. Ninguna bestia había sobrevivido y, a decir verdad, no lograba reconocer a la inmensa mayoría de criaturas.
Billy había visto con sus propios ojos las consecuencias de una matanza de búfalos, había caminado por campos de batalla y había atestiguado las secuelas de todo tipo de desastres naturales; sin embargo, nada de todo aquello le había preparado para la carnicería que en aquel instante estaba presenciando. En ningún momento dudó de que liberar a los monstruos en la ciudad fuera una mala idea. Pero el hecho de ver lo que se habían hecho entre sí le hizo estremecerse. La mente humana era incapaz de imaginarse qué habría pasado si, en vez de otras criaturas, hubieran sido seres humanos. El número de víctimas mortales habría sido aterrador.
El inmortal americano apoyó la espalda contra una de las paredes del Edificio de Administración y se concentró en respirar. Mirando el lado bueno, al matarse entre sí, Black Hawk y él tendrían menos monstruos a los que enfrentarse. Percibió el rico y familiar aroma del mar y, justo en ese instante, escuchó unas garras arañando las piedras. Se arriesgó a echar un fugaz vistazo tras la esquina. Entre la niebla, Billy distinguió a Karkinos avanzando hacia la Casa del Guardián. La bestia utilizaba las gigantescas garras —quelípedos, recordó—, para arrastrarse.
Y, sentado a los lomos del descomunal cangrejo, estaba el hermano gemelo de Quetzalcoatl, moviendo su cabeza de sabueso de un lado a otro. Xolotl golpeaba con fuerza la cabeza del cangrejo con su mano huesuda en un intento de hacer correr un poco más a la criatura. Le asestaba patadas, pero puesto que tenía los pies al revés, le atizaba con los dedos en vez de con los talones, lo cual no provocaba efecto alguno sobre el crustáceo.
Billy empezó a hacer girar el lazo sobre su cabeza. Black Hawk le había aconsejado que se anduviera con cuidado. De hecho, Black Hawk siempre le decía que tuviera mucho cuidado, pero el inmortal también le había dicho que, si veía la oportunidad, la aprovechara. Y ahí había una oportunidad. Billy miró de reojo al improvisado lazo, preguntándose si era lo bastante largo. Aunque no lo fuera, decidió que lo arrojaría para atrapar a la criatura.
A un par de metros de distancia, Black Hawk tomó su posición. Solo veía la sombra de Billy el Niño deslizándose entre las bandas de bruma. El inmortal distinguió un remolino en la niebla, lo cual le indicaba que Billy había empezado a hacer girar el lazo. Lo único que el forajido tenía que hacer era enganchar una pata y tirar con fuerza. Si Karkinos perdía el equilibrio, Black Hawk aprovecharía el momento de desconcierto para saltar sobre el lomo de la criatura y clavar una lanza en su espalda. No sabía si su ataque tendría efecto alguno en la bestia, pero sin duda irritaría al monstruo y eso daría un poco más de tiempo a los que estaban en el interior de la casa en ruinas tratando de despertar a la Vieja Araña. Sin embargo, no estaba tan convencido como los demás sobre la Inmemorial. En una refriega entre una araña y un cangrejo, Black Hawk apostaría, sin pensárselo dos veces, por el cangrejo con púas afiladas en vez de por una araña peluda.
Black Hawk distinguió la figura de Billy moverse tras la bruma y, de inmediato, supo que algo no andaba bien.
—Por favor, Billy, no hagas ninguna estupidez —rogó entre susurros.
Billy se colocó justo delante del cangrejo gigante.
—A eso precisamente me refería —murmuró Black Hawk.
Se puso en pie, olvidando así toda pretensión de mantenerse oculto, y corrió a toda prisa a ayudar a su amigo, con el tomahawk en una mano y la lanza en la otra.
Billy el Niño revoleó la cuerda. Las bandas de cuero atadas azotaban y fustigaban el aire, y el inmortal se acercó un poco más al enorme cangrejo.
—¡La pata, Billy! ¡Engánchale la pata! ¡Tira de la pata!
Pero Black Hawk sabía que Billy no sería capaz de enganchar una pata del cangrejo. Karkinos miraba al frente, con la mirada algo perdida. Billy el Niño medía un metro setenta y el crustáceo era tan alto que ni siquiera se había percatado de su presencia. Black Hawk distinguió a Xolotl montado encima del cangrejo. Y justo en ese mismo instante, el esquelético Inmemorial descubrió a Billy bajo la criatura.
—Oh, Billy —murmuró Black Hawk, desesperado.
Xolotl golpeó con fuerza la cabeza del cangrejo en un intento de hacerle mirar hacia abajo, pero la bestia se resbaló al posar mal una de las patas delanteras y se tropezó. El cangrejo se desplomó hacia delante y quedó con los ojos y la mandíbula justo enfrente de Billy el Niño. El inmortal ignoró al monstruo en su propia cara para concentrarse en el Inmemorial que iba montado a su espalda. Haciendo girar el lazo por última vez, lo arrojó.
—Lanza… —gritó Billy.
El látigo azotó a Xolotl, golpeándole en su cabeza canina. Acto seguido, el lazo rodeó la caja torácica huesuda del Inmemorial.
—¡Y encesta!
Billy clavó los talones de sus botas en el suelo y tiró con todas sus fuerzas. Tras un gañido, el Inmemorial se deslizó de la espalda de Karkinos.
El gigantesco cangrejo atisbó un extraño movimiento y de forma instintiva alzó su garra derecha. La abrió y la cerró con un chasquido y atrapó el enclenque cuerpecillo del Inmemorial en el aire. Aquella garra hubiera partido por la mitad a cualquier humano, pero Xolotl no tenía piel, solo huesos, así que simplemente quedó atrapado entre las pinzas del cangrejo.
Enfurecido, Xolotl empezó a gritar, exigiendo que le soltara y le dejara en el suelo. Golpeó y pateó a la criatura y, por fin, Karkinos abrió la garra. El Inmemorial se cayó sobre el suelo emitiendo un sonido similar al de un sonajero.
La pinza del crustáceo también había cortado el látigo. Billy trató de mantener el equilibrio, pero se tambaleó y se cayó. Los restos de la cuerda de piel le rodearon cual serpiente retorciéndose.
La mirada del cangrejo gigante siguió el movimiento del látigo, vio cómo caía sobre el indefenso inmortal y chasqueó sus descomunales pinzas. Billy rodó hacia un lado y la garra arañó el sueño.
—¡Casi! —exclamó Billy entre carcajadas.
Y entonces Karkinos atravesó el pecho del forajido con una de sus patas delanteras, clavándole en el suelo.
Aullando un grito de guerra salvaje, Black Hawk se abalanzó hacia Karkinos. El inmortal atacó con el tomahawk y con la espada al mismo tiempo. El cangrejo levantó la pata, llevándose consigo el cuerpo de Billy, y Black Hawk agarró a su amigo para sacarlo de allí. Le cogió entre los brazos y corrió hacia la Casa del Guardián.
—¿Qué te había dicho? —gritó—. Te dije que te anduvieras con cuidado. Pero ¿escuchaste mi consejo? Oh, ¡claro que no!
—Tuve cuidado —susurró Billy.
Su tez había perdido color y ahora mostraba una palidez mortal. Además, tenía sangre en los labios.
—Estaba mirando la garra. No imaginé que iba a clavármela en una especie de movimiento de cangrejo ninja.
—Utiliza tu aura —ordenó Black Hawk—. Cúrate lo antes posible. Estás perdiendo demasiada sangre.
—Imposible —jadeó Billy—. No me queda aura para curar una herida como esta. No debería haberla malgastado para cicatrizar esos arañazos antes.
—Deja que te cure yo, entonces.
—No, no puedes. Esta herida no es un rasguño sin importancia. Además, te queda más o menos la misma energía que a mí. Resérvala para más tarde.
Una criatura con colmillos y alas apareció de la nada, en mitad de la noche, atraída por el olor que desprendía la sangre del inmortal. Black Hawk la derribó enseguida.
—He acabado con el tío esquelético ese, ¿verdad?
—Así es.
—Supongo que no podré volver a trabajar para Quetzalcoatl, ¿eh?
—Cuando todo esto acabe, Billy —dijo Black Hawk—, creo que deberíamos hacer una pequeña visita a la Serpiente Emplumada. Y entregarle en mano nuestra dimisión. Ya me encargaré yo de llevar una caja de cerillas.
—¿Piensas tostar nubes de azúcar junto a una hoguera con él?
—Tostaré algo —prometió Black Hawk.
Por fin la silueta de la casa emergió de entre la niebla y el inmortal gritó, anunciando así su presencia.
—Marte, somos nosotros.
Lo último que quería era que el Inmemorial que protegía la puerta de entrada les atacara.
Marte se reunió con el par de inmortales en la entrada del edificio y evaluó a Billy con el ojo de un soldado profesional. Un segundo más tarde, regresó a su posición sin musitar palabra.
—No tiene muy buena pinta, ¿verdad? —preguntó Billy—. Las noticias no suelen ser buenas cuando la gente prefiere callar.
Black Hawk dejó a Billy sobre el suelo. Rasgó la camiseta empapada del forajido para examinar de cerca la herida.
—¿Cómo lo ves? ¿Crees que volveré a tocar el piano? —bromeó Billy.
Maquiavelo apareció de repente y corrió hacia los dos inmortales americanos. Se agachó junto a ellos y, sin articular palabra, colocó la palma de la mano sobre el pecho de Billy. El aura grisácea del italiano se deslizó por la herida abierta del inmortal como si fuera leche agria.
—Huele a serpiente —masculló Billy, quien enseguida notó que se le nublaba la vista. Estaba empezando a perder el conocimiento.
—Me gustan los reptiles —murmuró el italiano.
Ya desesperado y sin más recursos, Maquiavelo hizo un tremendo esfuerzo para verter algo más de aura en la herida de Billy. A medida que la energía fluía de su cuerpo, el italiano envejecía. Intentar despertar a Areop-Enap le había dejado exhausto. Tenía nuevas arrugas en la frente y más líneas de expresión alrededor de los ojos. Pero la tensión de curar a Billy le provocaba un envejecimiento pleno. El pelo crespo de Maquiavelo se tiñó del mismo color que su mirada gris y, poco a poco, fue cayendo en forma de motas de polvo, quedándose así completamente calvo. La espalda empezó a curvarse y unas arrugas muy profundas le ocuparon la frente y la nariz. En un abrir y cerrar de ojos, unas manchas marrones propias de la vejez empezaron a oscurecerle las manos.
—Ya basta —espetó Black Hawk—. Acabarás consumiéndote.
—Déjame que le entregue un poco más —rogó el inmortal.
—¡No!
—Todavía me queda un poco de aura. Puedo dársela —jadeó Maquiavelo.
—No —insistió Black Hawk—. Si utilizas una gota más, te quedarás sin nada para ti —añadió y, con sumo cuidado, apartó la mano de Maquiavelo del pecho del muchacho—. Ya basta. O estallarás en llamas. Has hecho mucho más de lo que cualquiera hubiera podido. Ahora ya no depende de ti. Vivirá o morirá: eso está en sus manos. Y es Billy el Niño. Sobrevivirá.
De repente, el inmortal agarró la mano del italiano y la estrechó con fuerza.
—Pase lo que pase, has ganado un amigo de por vida esta noche, italiano. Dos, si Billy consigue sobrevivir.
—Tres —anunció Marte desde el umbral, saludando a Maquiavelo con la espada y con una sonrisa en el rostro—. Eso es lo que me encanta de los humanos. En esencia, tenéis bondad.
—No todos —replicó Maquiavelo con tono cansado.
—No, no todo el mundo. Pero muchos sí. —Marte Ultor se volvió hacia la puerta y se colocó en una postura de ataque—. Karkinos ha vuelto —anunció—. ¡Y mucho me temo que ha crecido! —De repente, el Inmemorial se arrojó hacia el interior de la casa y gritó—: ¡Agachaos!
Una pinza gigante arrancó un pedazo de pared del edificio. Una segunda garra destrozó las vigas metálicas que aguantaban en pie los muros de la casa, partiéndolas por la mitad como si fueran de paja. La criatura se asomó por el tejado abierto y echó un vistazo. En cuestión de minutos, desde que Black Hawk había sacado el cuerpo de Billy de sus zarpas, había doblado y triplicado su tamaño.
—Se ha comido a Xolotl —adivinó Marte—. Por eso ha crecido tanto.
El Inmemorial rodó hacia un lado cuando una parte de la pared se desmoronó sobre el suelo.
—No es la primera vez que presencio algo así. La carne de un Inmemorial es idónea para sus sistemas, y les hace crecer muchísimo. Y una vez catan la carne de un Inmemorial, ya no hay nada que pueda satisfacer su apetito. Seguramente irá a por mí.
Y entonces, cuando se dio cuenta de que la criatura le ignoraba por completo, añadió:
—O puede que no…
Dos gigantescas garras se colaron por la parte superior del edificio y se clavaron en el barro solidificado que rodeaba y protegía a Areop-Enap. La bestia encontró el agujero que el matrimonio Flamel y Maquiavelo habían cavado y fue directa hacia él. Metió la pinza en la abertura y la hizo más y más grande.
—¡Va a por Areop-Enap! —chilló Perenelle.
—Tenemos que proteger a la Vieja Araña. Si consigue comérsela, absorberá toda su energía y será indestructible —gritó Marte—. Nadie, ni siquiera un Gran Inmemorial, será capaz de detener a ese bicho.
De inmediato, Perenelle alzó el brazo, pero apenas le quedaban fuerzas. Tan solo desató un puñado de energía fría que la criatura ni siquiera notó.
Marte se abalanzó hacia Karkinos, con la espada vibrando y girando en el aire. La hoja de metal chirrió al chocar contra las patas armadas de la bestia. El Inmemorial la golpeó con todas sus fuerzas en las articulaciones en un intento de derribarla hacia el suelo.
—Protege a Billy —ordenó Black Hawk al italiano.
El inmortal se arrastró por el suelo y, justo cuando estuvo debajo de la criatura, se levantó y le clavó la lanza. El cangrejo se alzó sobre las patas traseras mientras movía con histerismo las cuatro delanteras. Las enormes pinzas del crustáceo chasqueaban y chocaban.
Black Hawk atacó de nuevo, hundiendo aún más la lanza en la piel del monstruo. El cangrejo se dio media vuelta en el último momento y se llevó consigo al inmortal, que parecía estar volando por los aires. Black Hawk se quedó colgado del mango de la lanza. Las pinzas frontales de Karkinos chasqueaban a pocos centímetros de su cabeza. La criatura no había dejado de menear sin sentido alguno las patas delanteras y, de repente, una quedó enganchada en la trabilla de los vaqueros de Black Hawk. Todavía pendido de la lanza, el americano se retorció para soltarse. La trabilla se rompió, pero el cangrejo dio un coletazo con la pata y Black Hawk salió disparado por encima de la pared. Un instante más tarde todos escucharon el cuerpo del inmortal zambulléndose en el mar.
Y, además, todos sabían que las Nereidas estaban esperando un tentempié. El cangrejo gigante volvió a centrar su atención en la bola de fango y reanudó su plan. El Alquimista arrojó varias lanzas de luz verde a la criatura y Perenelle la roció con hielo y fuego. Pero su ataque no tuvo efecto alguno.
—¡Tenéis que despertar a la Vieja Araña! —gritó Marte.
Nicolas se dirigió hacia el cascarón. Karkinos había destrozado la capa más superficial del fango protector. Debajo se intuía una segunda bola de barro. En el interior de esa cáscara se distinguía la silueta peluda de Areop-Enap, la Vieja Araña.
—¡Despierta, despierta, despierta!
Flamel golpeaba la cáscara con las manos, dejando unas huellas verdes sobre la superficie de barro.
—No está ocurriendo nada —dijo un tanto desesperado.
El Alquimista había visto con sus propios ojos cómo el cangrejo atravesaba el caparazón de fango con facilidad; no le costaría romper esta segunda capa solidificada. Y entonces, el aura de Marte se encendió, iluminando el edificio en ruinas con un resplandor carmesí. Al instante, el aire se inundó del hedor a carne quemada.
Karkinos vaciló y sus gigantescas pinzas empezaron a temblar.
—Huele eso —gritó Marte—. Es lo que quieres, ¿verdad?
El Inmemorial desprendía una luz cada vez más brillante, casi cegadora. Su aura se convirtió en una armadura bermeja que fue envolviendo su cuerpo hasta la cabeza, donde creó un casco metálico. Marte Ultor adoptó el semblante del feroz guerrero de leyenda. Unos zarcillos de luz brotaban de su cuerpo y Karkinos empezó a ponerse frenético por probar aquella poderosa energía.
Marte bajó la espada y después la guardó en su vaina. Se dirigió hacia la criatura y murmuró:
—Aquí estoy, monstruito. Huele esto… Es la esencia de un Inmemorial. Quieres un poco, ¿me equivoco? Bueno, pues aquí estoy.
—¡Marte, no! —chilló Flamel.
—¡Por favor, detente! —exclamó Perenelle—. ¡Para ahora mismo!
—Aún me quedan fuerzas —contestó—. Puedo guiar a la criatura y alejarla de aquí.
El Inmemorial empezó a caminar hacia la puerta; el cangrejo rastreó sus movimientos con su gigantesca mirada.
—No, Marte, no puedes —murmuró la Hechicera al ver lo que estaba ocurriendo.
El olor del Inmemorial cambió, se tornó un tanto más amargo, más agrio y, a pesar de que el aura seguía irradiando de su cuerpo, parpadeaba. El cangrejo avanzó dando bandazos tras él, siguiendo un aroma que le resultaba más que apetitoso.
—Acércate y prueba el aura de Marte Ultor, conocido también como Ares y Nergal y una docena más de nombres.
Marte se concentró para iluminar y fortalecer su aura.
—Pero antes de Nergal fui Huitzilopochtli, el Defensor de la Humanidad. Es el nombre del que siempre he estado más orgulloso.
Y entonces su aura se apagó.
De forma inesperada, Marte se dio media vuelta y echó a correr. Todavía no había cruzado el umbral cuando el Inmemorial estalló en una nube de cenizas. Cuando su aura consumió toda su energía, se nutrió de su cuerpo.
Nicolas Flamel acercó la cabeza a la cáscara que protegía a Areop-Enap. Estaban perdidos.
Karkinos seguía suelto y acababa de hacer añicos otra pared, la única que quedaba en pie del edificio.
El Alquimista alzó la mirada y descubrió al cangrejo anaranjado asomado por el tejado, haciendo chasquear las pinzas. Desesperado, Nicolas trató de pensar en un hechizo, en una última transformación, en un encantamiento que pudiera despertar a la Vieja Araña, pero su aura estaba a punto de agotarse. Apenas le quedaba una pizca de energía. Era un anciano cansado y su esposa Perenelle otra anciana de aspecto frágil y endeble. Su fuerza vital estaba a punto de acabarse. Sus amigos y aliados habían desaparecido. Habían estado cerca, muy, muy cerca de vencer a los Oscuros Inmemoriales. Pero no lo habían conseguido.
—Lo siento —dijo Nicolas Flamel a nadie en particular.
Agachó la cabeza y echó un vistazo a la capa de barro que envolvía a la Vieja Araña. Descubrió entonces ocho ojos de color morado mirándole sin inmutarse.
Areop-Enap se había despertado.