Qué demonios creéis que estáis haciendo? —exigió saber Osiris, que tenía la cara enrojecida por la furia.
—¿Por qué habéis huido de nosotros? —espetó Isis—. Os dijimos que…
Sophie dio una palmada con los guantes metálicos de su armadura que, en la cima de la pirámide, sonó como el disparo de una bala. El sonido silenció a los dos Inmemoriales.
—¿Quiénes sois? —preguntó sin alterar el tono de voz.
—¿Qué sois? —especificó Josh.
Sorprendidos, Isis y Osiris seguían de pie junto a su vímana. Intercambiaron una mirada cómplice y después se volvieron hacia los mellizos.
—Esa no es forma de hablar a vuestros padres —empezó Isis.
—Tienes razón —interpuso Sophie—. Pero no sois nuestros padres, ¿verdad?
Isis y Osiris se quedaron en silencio, pero un gesto sutil les cambió la expresión. Su mirada se ensombreció, y sus mejillas se sonrojaron.
—Sabéis de sobra que poseo todos los recuerdos de la Bruja de Endor —continuó Sophie, cerrando las manos en puños. Su aura plateada empezó a emerger de su armadura y, con el soplo de la brisa vespertina, todos advirtieron la esencia de vainilla—. Ella jamás os tuvo aprecio.
—Era una… —protestó Isis.
—Se pasó varios siglos tratando de averiguar quiénes erais —prosiguió Sophie—. La Bruja no creía que fuerais Inmemoriales. Y sabía a ciencia cierta que tampoco erais Grandes Inmemoriales ni Ancestrales.
Mientras hablaba, la joven visualizaba varias imágenes en su mente, retazos de las experiencias de la Bruja. Sophie dejó escapar un grito ahogado cuando las imágenes se hicieron más vigorizantes, más reales.
—Pero nunca logró descubrir el misterio. Aunque estuvo a punto. Y cuando empezó a sospechar lo que quizá podíais ser, la Bruja se propuso destruir milenios de antigua sabiduría. Solo para que vosotros no pudierais tener acceso.
Una tremenda sacudida recorrió la pirámide.
—La Bruja era, es y seguirá siendo una idiota —dijo Isis con petulancia.
—Y vosotros sois otro par de tontos por prestarle atención o creerla.
Osiris merodeaba por el borde de la pirámide para echar un vistazo abajo. Los incansables anpu se acercaban.
—Todavía no es demasiado tarde —dijo.
—¿Demasiado tarde para qué? —preguntó Josh con los brazos extendidos—. Mirad a vuestro alrededor. Los Inmemoriales están acabados. El pueblo de Danu Talis se ha revelado.
—¿Y qué más da? Podríamos destruirlos chasqueando los dedos —replicó Osiris.
Isis miró a Sophie.
—¿Os hacéis una idea del poder que ejercéis?
—No —respondió Josh con toda sinceridad—. ¿Y tú?
Osiris le guiñó el ojo y, en ese instante, el muchacho supo que no podían imaginarlo.
Otro espasmo hizo temblar la pirámide y, hacia el este, el volcán de la metrópolis empezó a suspirar humo negro. El volcán escupía unas cenizas ardientes que sobrevolaban el cielo nocturno como si fueran fuegos artificiales.
—No sois nuestros padres, ¿verdad? —preguntó Sophie una vez más.
—Os hemos criado como si fuerais nuestros hijos —respondió Isis.
Se escuchó un ruido aterrador. Era el ejército de anpu aullando su grito de guerra. Los guerreros estaban a punto de alcanzar a los seis individuos que protegían la cima de la pirámide.
—Esa no es mi pregunta —contestó Sophie—. ¿Sois nuestros padres?
—No —murmuró Isis, incapaz de ocultar una mueca de disgusto—. No os di a luz.
Los mellizos se miraron. Aunque esperaban esa respuesta, fue toda una sorpresa.
—Bien —dijo Josh con voz temblorosa—. La verdad es que no os queremos como padres.
El rostro de Sophie era una máscara pálida, fantasmal con el reflejo de su armadura plateada. La búsqueda de la verdad entre los recuerdos de la Bruja empezó a desfallecer.
—Y Sophie y yo… ¿estamos emparentados?
Josh acababa de hacer la pregunta cuya respuesta temía conocer.
Isis y Osiris se quedaron en silencio, observando a los mellizos.
—¡Lo estamos! —gritó de repente, y los dos Inmemoriales brincaron.
—No sois hermanos de sangre, pero sois Oro y Plata —respondió al fin Osiris—. Es una línea de descendencia ancestral. Así que sí hay algo de parentesco entre vosotros.
—¿Quiénes somos? —gritó Sophie.
La joven había empezado a temblar en una combinación de miedo e ira. Un sentimiento de pérdida terrible la invadió. Sophie no prestó atención a las lágrimas plateadas que brotaban de sus ojos.
Isis se encogió de hombros.
—Oh, ¿quién sabe? —dijo con indiferencia—. Hemos perseguido a Oros y Platas a lo largo de los siglos y rastreado Mundos de Sombras en su busca. Recogimos a Josh en un campamento neandertal treinta mil años antes de encontrarte a ti. Te descubrimos en algún lugar de las estepas, donde ahora se sitúa Rusia allá por el siglo X… ¿o era el siglo IX?
—Siglo X, creo —respondió Osiris.
—Os mantuvimos a salvo, aislados y protegidos en un Mundo de Sombras donde no pasa el tiempo y entonces, cuando todo estaba listo y preparado, os trajimos hasta el siglo XXI.
Sophie sintió que estaba a punto de desmayarse, o de perder el conocimiento, pero Josh se acercó a ella y la sujetó con ambos brazos.
—¿Por qué? —farfulló el joven.
—Erais Oro y Plata —explicó Osiris con tono alegre—. Poseíais las auras más puras que jamás habíamos visto tras milenios de búsqueda. No podíamos permitir que os pudrierais en una cabaña primitiva perdida en la nada.
—Nos secuestrasteis —murmuró Josh.
Isis y Osiris se echaron a reír.
—Bueno, el término «secuestro» es un tanto exagerado —opinó Osiris—. Teniendo en cuenta cómo habríais vivido, podemos decir que habéis disfrutado de una vida repleta de lujos. De hecho, hemos sido mejores padres de lo que jamás habrían sido vuestros progenitores. ¿Sabéis la esperanza de vida de un recién nacido neandertal o de una niña en las estepas heladas de Rusia? A pesar de no haberos engendrado, os dimos una vida.
—Y solo por eso nos debéis una gratitud y un respeto —añadió Isis.
—¡No os debemos nada! —gritó Sophie.
Muy cerca, a tan solo unos metros de distancia, los mellizos oían los choques entre armas, los aullidos de los anpu y los bufidos de los híbridos felinos.
Temblando de rabia, y también de miedo, con el estómago revuelto y con un dolor de cabeza que le amartillaba el cráneo, Josh dio la espalda a Isis y Osiris y se dirigió hacia el borde del techo. No podía mirarles a los ojos. Las manos se le abrían y cerraban de forma espasmódica mientras el joven trataba de asimilar las terribles revelaciones que acababa de escuchar.
Justo bajo sus pies vio a Palamedes acompañado de William Shakespeare.
El Bardo movía las manos mientras conjuraba serpientes y lagartijas. Shakespeare se desternillaba de la risa al ver cómo los reptiles se deslizaban hacia las criaturas que avanzaban por la escalinata de la pirámide.
De pronto, Josh atisbó a un anpu alzar un arma parecida a un rifle y disparar. El Bardo se desplomó sin producir sonido alguno y las lagartijas y serpientes desaparecieron como por arte de magia. Los atacantes aprovecharon tal momento de desconcierto para avanzar y un águila con cabeza de león descendió en picado hacia la muchedumbre para picotear al inmortal caído. Palamedes agarró a la bestia por el pescuezo y, tras realizar un esfuerzo sobrehumano, la arrojó hacia las bestias. Pero aun así, los anpu seguían acercándose.
Josh inclinó la cabeza hacia atrás y gritó a pleno pulmón para descargar sus miedos y frustraciones. Apretó el pulgar contra la palma de la mano para invocar la Magia del Fuego que Prometeo le había enseñado y lanzó una espada en llamas hacia los escalones. El filo de la espada echaba espuma y salpicaba llamaradas, lo cual atemorizó a los monstruos.
El muchacho se tambaleó hacia la derecha, donde Saint-Germain estaba arrancando bolas de fuego del mismísimo aire para arrojarlas hacia los monstruos. Los escalones de oro se estaban derritiendo.
Con las manos aún ardiendo, Josh echó un rápido vistazo a Prometeo y Tsagaglalal: el Inmemorial estaba de pie, inmóvil y con las manos extendidas mientras un fuego de color blanco y frío fluía por los escalones como si fuera agua.
Por fin, Josh alcanzó el costado este de la pirámide, vigilado por Juana de Arco.
Tenía la armadura destrozada. La guerrera parecía una antorcha plateada que cegaba a las bestias que aullaban y gruñían en la oscuridad. Estaba completamente rodeada por anpu con cabeza de chacal; algunos empezaban a arrastrarse tras ella. Josh levantó la mano para crear una lanza de fuego, pero enseguida se detuvo; las criaturas estaban demasiado cerca y, si les arrojaba el arma en llamas, también dañaría a Juana.
Y entonces una silueta apareció volando en el aire.
Una amazona colgada de un planeador.
En ese instante, el resplandor que emitía la armadura de Juana iluminó un rostro blanco, una cabellera pelirroja y una dentadura salvaje y vampírica.
Josh observó a Scathach desabrocharse las cuerdas que la mantenían atada al planeador para caer sobre los anpu, que no daban crédito a lo que estaban viviendo. La Sombra gritó de puro deleite. Se puso espalda contra espalda con Juana; las armas de Scathach apenas podían distinguirse en el aire. Una a una, las bestias fueron cayendo.
Sin embargo, los monstruos seguían escalando la pirámide por los otros costados.
—Más no, por favor —rogó Josh, volviéndose de nuevo hacia Isis y Osiris—. Dejad que esto acabe ya.
—Solo vosotros podéis poner fin a esta masacre —dijo Isis—. Solo vosotros tenéis ese poder —agregó con una sonrisa—. Considerad esto: podríais eliminar a los anpu, aniquilar a la raza humana, incluso a los Inmemoriales si os lo propusierais. Este reino y todos los Mundos de Sombras que lo rodean podrían estar bajo vuestras órdenes.
—¡Mirad a vuestro alrededor! —chilló Osiris extendiendo los brazos por completo—. Contemplad todo lo que podría ser vuestro. El mayor imperio jamás conocido. Todo para vosotros.
—Pero no lo queremos —dijo Sophie, hablando por los dos—. Vosotros sois quienes lo ansiáis.
—Y no queremos regalároslo —añadió Josh.
Isis y Osiris les miraron sin comprender el mensaje.
—Haréis todo lo que os digamos —insistió Isis.
—¡No! —exclamaron los mellizos a la vez.
—Entonces no nos servís para nada —siseó Isis. Y después, mirando a Osiris, ordenó—: Mátalos.