Sophie y Josh gateaban tras Tsagaglalal por la escalinata de la Pirámide del Sol.
Y los monstruos escalaban los peldaños tras ellos.
Los anpu con patas caninas correteaban con cierta facilidad por el costado de la pirámide, pero los toros, osos y jabalíes avanzaban con más lentitud, pues les costaba subir aquellos peldaños tan altos y estrechos; de hecho, la pendiente era tan empinada que parecía una escalera de mano. Los híbridos con cabeza felina, que no dejaban de erizar el pelo y bufar, trotaban sobre las cuatro patas, brincando de peldaño en peldaño. Sin duda, serían las primeras criaturas en alcanzar a los mellizos.
Varias flechas empezaron a llover sobre la pirámide y un tonbogiri se deslizó por la pendiente de la pirámide hasta alcanzar la mano de Sophie. Al rozar el guante metálico la bola estalló en una serie de motas doradas.
—¿Cuántos escalones faltan hasta la cima? —preguntó Josh.
—Un montón —respondió Tsagaglalal—. Demasiados. No lo conseguiremos.
—¿Y por qué tenemos que llegar hasta la cima? —exigió saber Sophie.
La muchacha se arriesgó a mirar de reojo hacia abajo y de inmediato se arrepintió. Había cientos de criaturas, puede que incluso miles, ascendiendo la misma escalera por la que estaban avanzando. Atisbó un movimiento con el rabillo del ojo y supuso que había otro ejército de bestias subiendo los otros costados del edificio. Aquellos monstruos venían a por ellos en todas direcciones; sería imposible vencerlos a todos.
—Poder —dijo Tsagaglalal unos segundos más tarde. Esperó a que los mellizos la alcanzaran para continuar—. Esta pirámide es algo más que un edificio. Consideradla como una batería gigantesca. Se construyó utilizando materiales muy especiales con especificaciones muy precisas y siguiendo una serie de ángulos matemáticos. Hubo un tiempo en que un puñado de Grandes Inmemoriales controlaba el mundo entero desde lo alto de esta pirámide. Crearon los primeros Mundos de Sombras desde allí arriba. Si algún planeta amenazaba con estrellarse contra el imperio, utilizaban el poder de este lugar para detenerlo y ponerlo en órbita junto a la luna. Pero con el paso del tiempo esas destrezas se han ido olvidando y los Grandes Inmemoriales han dejado de existir. Algunos han muerto, otros han Mutado y muchos han preferido trasladarse a Mundos de Sombras creados a su antojo. Sin embargo, el poder permanece aquí: desde la cima de esta pirámide uno puede controlar el mundo entero.
—Baja el ritmo —jadeó Josh. Le costaba respirar y el corazón le latía con fuerza, amartillándole el pecho de la armadura.
—Josh —llamó Sophie—. No tenemos tiempo. Están muy cerca.
—Continuad vosotras —resolló—, yo me quedaré aquí para frenarles.
El joven alzó la mano y su aura dorada emergió de su armadura como un humillo dorado.
—¡No! —gritó Tsagaglalal—. No deberías malgastar tu aura. Necesitarás cada pizca de energía y fuerza para… para más tarde.
—Pero si no usamos nuestras auras, no conseguiremos llegar hasta ahí arriba —se apresuró en protestar Josh.
La tierra volvió a temblar, una sacudida que hizo vibrar cada uno de los peldaños de la pirámide. Dos de las criaturas con cabeza de toro gimieron y aullaron al perder el equilibrio y despeñarse por los escalones. Mientras caían pirámide abajo, se llevaron por delante a una docena de compañeros, arrastrándoles consigo hasta el suelo.
—¿Y si solo uno de nosotros utiliza su aura? —propuso el joven.
Tsagaglalal echó un rápido vistazo a los anpu que se acercaban peligrosamente. Ahora, había miles de aquellas bestias ascendiendo por la pirámide.
—Tú, Josh. Solo tú. Sophie, guarda tu fuerza.
Sophie abrió la boca para quejarse, pero Tsagaglalal negó con la cabeza y le señaló con el dedo índice. La joven no pudo evitar esconder una sonrisa.
—Dentro de diez mil años, seguirás agitando el dedo de la misma forma.
Josh se dio media vuelta, se sentó sobre un escalón y apoyó las manos sobre las rodilleras de su armadura.
—Josh, no creo que sea el mejor momento para… —empezó Sophie.
Y en ese instante su hermano mellizo silbó. Cinco notas quedaron suspendidas en el aire. De inmediato, todo el ejército de anpu se llevó las manos a los oídos.
—¿Josh? —llamó Sophie.
—¿Sabes ese tatuaje que sirve como gatillo para evocar una magia? —preguntó.
La joven asintió. Una cinta negra rodeaba su muñeca derecha como si de una pulsera se tratara. En la parte interior había un círculo perfecto de color dorado con un punto rojo en el centro. Siempre que evocaba la Magia del Fuego simplemente apretaba el punto.
—Mi gatillo es un silbido.
Y Josh volvió a silbar las cinco notas.
—Es la banda sonora de…
Aquella melodía le resultaba muy familiar, pero aun así no lograba recordar el nombre de la película.
—Encuentros en la Tercera Fase —finalizó Josh, volviéndola a silbar—. Virginia Dare me enseñó la Magia del Aire cuando estábamos en Alcatraz. —Se quedó durante unos segundos callado, cavilando—. ¿Ha sido hoy? ¿O fue ayer?
De repente, una criatura de cabeza felina dio un brinco que sobrepasó los diez peldaños y los sobrevoló en dirección a Josh. El kopesh de Tsagaglalal apareció de la nada y cortó los bigotes de la bestia. El animal, al tratar de esquivar el golpe en el aire, perdió el equilibrio, se cayó sobre los peldaños y empezó el descenso.
—Josh, si piensas hacer algo… —alentó Sophie.
—Siéntate aquí conmigo —invitó el joven—. Tú también, tía Agnes… Tsagaglalal.
—No es momento para sentarse y descansar —protestó Tsagaglalal.
—Confía en mí —rebatió Josh con una sonrisa pícara.
Sophie se acomodó a la derecha de su hermano y Tsagaglalal, nerviosa y algo alterada, se sentó a su izquierda.
—Hasta las bestias parecen sorprendidas —murmuró Tsagaglalal.
—Cogedme del brazo y agarraos fuerte.
Josh volvió a silbar.
Tsagaglalal gruñó cuando una nueva sacudida hizo vibrar el suelo. Los terremotos cada vez eran más frecuentes. Y entonces se dio cuenta de que no eran las piedras bajo sus pies las que vibraban. De hecho, ni siquiera seguía sentada sobre el escalón, junto a Josh. Estaba elevándose lentamente hacia el aire.
Y Josh estaba sonriendo de oreja a oreja.
—¿No es lo más emocionante que habéis vivido en vuestra vida? —preguntó—. Virginia me enseñó a hacerlo.
El joven estiró las piernas para balancearse en el aire y Sophie imitó el movimiento.
—Desde luego es mucho mejor que caminar.
Los tres daban volteretas en el aire mientras seguían elevándose hacia el cielo.
—Estoy caminando por el aire —suspiró Sophie dando patadas.
—Aire solidificado; es el mismo principio que el de un aerodeslizador —explicó. Después, se volvió hacia Tsagaglalal y preguntó—: ¿Qué piensas?
La mujer esbozó una sonrisa.
—Deberíais haber visto la cara que han puesto esos anpu.
El trío siguió ascendiendo cada vez más y más rápido hacia el cielo. El aire que los rodeaba era frío, casi helador, y los peldaños de la escalera se difuminaban en la distancia. De pronto, toda la ciudad de Danu Talis se había encogido y la multitud de batallas quedaban reducidas a puntos de fuego.
A medida que se acercaban a la cima, Sophie miró entre sus pies y avistó una sombra ascendiendo por la escalinata. Tras unos instantes de reflexión cayó en la cuenta de que aquella sombra era el ejército de anpu y demás híbridos.
—Siguen viniendo. Hay miles de ellos.
—No se detendrán hasta que alguien se lo ordene —aclaró Tsagaglalal—. Y ni Bastet ni Anubis decidirán abortar el ataque. Os necesitan muertos.
Sophie alzó la mirada.
—¿Estamos cerca de…? Oh, hay alguien en los últimos peldaños —dijo con voz de alarma—. Se parece a…
Y la joven se quedó sin palabras.
Con una armadura bermeja, Prometeo estaba sentado sobre uno de los últimos peldaños de la escalera, con los brazos apoyados en los muslos y las manos entrelazadas.
—Ah, aquí estáis —saludó con tono agradable—. Os estábamos esperando.
—¿Estábamos? —preguntó Josh, a quien el esfuerzo de volar le había debilitado. Empezaba a estar muy cansado.
—¿Por qué no dais una vuelta a la pirámide? —sugirió con voz alegre.
Josh sacó fuerzas de donde pudo y trasladó el cojín de aire alrededor de la pirámide. A quien primero encontró fue a Saint-Germain, que estaba medio estirado sobre un escalón, ocupado con su libreta de notas. Al verlos, les saludó con la mano.
—Una tarde maravillosa, ¿no os parece? —dijo—. Fijaos en ese atardecer; es incluso musical.
Palamedes y William Shakespeare estaban en el costado norte de la gran pirámide. El Bardo miró al Caballero Sarraceno y señaló al trío en cuanto les vio pasar por delante.
—Fíjate en eso, no es algo que uno vea cada día.
Y al fin alcanzaron la escalinata este, bañada por completo por la oscuridad nocturna. Juana de Arco estaba sentada con las piernas cruzadas sobre un peldaño, con los ojos cruzados y las palmas de la mano sobre el regazo. Abrió los ojos, sonrió de alegría e inclinó la cabeza.
—Bonita armadura, Sophie.
Tras el cumplido, Juana extendió los brazos y el aire se perfumó del rico aroma de lavanda.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Sophie.
—Han venido a defenderos, a protegeros —explicó Tsagaglalal mientras seguían elevándose en el aire, acercándose cada vez más a la cima de la pirámide—. Mantendrán a los anpu ocupados todo el tiempo posible. Pero no os retraséis demasiado.
—¿De qué estás hablando? —interrumpió Josh. Empezaba a tiritar por la tensión de mantener el cojín de aire suspendido y en movimiento—. ¿Estamos cerca? No podré mantener esta nube mucho más tiempo.
—Llévanos a los peldaños —ordenó Tsagaglalal—. ¡Ahora!
En cuanto Josh apoyó el pie sobre un peldaño de piedra, perdió el conocimiento. Sophie y Tsagaglalal le ayudaron a subir la última media docena de escaleras hacia la cima de la pirámide…
… y justo entonces la vímana de cristal de Isis y Osiris aterrizó sobre el suelo llano de la pirámide.
—Y aquí acaba todo —murmuró Tsagaglalal—. Ahora, el destino del mundo, de este planeta y de todos los reinos y Mundos de Sombras está en vuestras manos.
Tsagaglalal sacó un pequeño rectángulo de esmeralda y se lo entregó a Josh.
—Pero antes de que tomes la decisión final deberías leer esto.
—¿Qué es?
—Un regalo de despedida de Abraham el Mago. Es el último mensaje que escribió —explicó. La mujer se detuvo al borde del último escalón, se dio media vuelta y tomó las manos de los mellizos entre las suyas. Tsagaglalal sonrió con tristeza y con lágrimas en los ojos—. Tengo la esperanza de volver a veros en diez mil años. Portaos bien con vuestra vieja tía Agnes, ella os quiere muchísimo.
Después, les besó en la mejilla y se alejó de los mellizos para colocarse junto a Prometeo, dejando así a los hermanos solos frente a Isis y Osiris.
Josh miró a Sophie.
—Solos tú y yo —dijo—, como siempre.
Y entonces, juntos, Sophie y Josh se dirigieron hacia la vímana de cristal.