Rasgando, escarbando y chasqueando sobre las piedras, Karkinos, una criatura anaranjada y brillante, se acercaba con sigilo.
El cangrejo era gigante.
—Joder, tío —susurró Billy—, no pienso comer patas de cangrejo nunca más. Y sabes que me encantan las patas de cangrejo con un chorrito de limón y mantequilla.
—Estamos metidos en un buen lío —dijo Black Hawk—, y lo único que se te pasa por la cabeza es tu estómago.
—Bueno, tengo hambre. Y, además, estaremos en un buen lío si esa cosa nos atrapa —añadió.
—Y somos muy difíciles de atrapar —confirmó Black Hawk.
Los dos inmortales norteamericanos permanecían de pie bajo la puerta principal de la Casa del Guardián mientras observaban al monstruoso cangrejo aproximarse cada vez más.
—¿Mide tres metros de altura? —preguntó Billy.
—Más bien dos y medio; puede que casi roce los tres metros.
—No parece muy firme sobre esas piernas —recalcó Billy.
Black Hawk asintió.
—Ya me he fijado.
Las ocho patas del descomunal cangrejo poseían unas puntas afiladas de aspecto metálico. Repiqueteaban y rasguñaban las baldosas del suelo, pero aun así la criatura buscaba pequeños agujeros donde clavar las puntas para ganar algo de equilibrio. Además, el cascarón del cangrejo tenía una superficie rugosa, repleta de espinas irregulares.
—¿Y cuánto crees que miden esas garras? —preguntó Billy.
—En mi opinión, esos quelípedos deben de medir unos tres metros —apuntó Black Hawk.
—Queli… ¿qué?
—Quelípedos. Esas garras con un par de pinzas se denominan quelípedos.
—Pero ¿qué dices? ¿Te estás entrenando para un concurso televisivo o algo así?
—Todo el mundo sabe que se llaman quelípedos —murmuró Black Hawk.
—Pues yo no. Cuando voy a la pescadería, pido un cubo de patas de cangrejo, no un kilo de quelípedos.
El inmortal se quedó callado para observar en silencio al atroz cangrejo acercándose a la puerta, posando cada pata con sumo cuidado, tratando de mantener el equilibrio con cautela.
—Me recuerda a un potro recién nacido —murmuró—, tratando de no perder el equilibrio.
—Cuando esa bestia llegue a esta parte, podrá caminar con paso firme —dijo el hombre con piel de color cobre—. Plantará seis patas con solidez y después cortará en mil pedazos la casa con esas gigantescas pinzas. ¿Quién sabe? Puede que meta la zarpa y nos arranque los brazos —añadió con una sonrisa—. Después de todas las patas de cangrejo que te has comido, sería como mínimo paradójico que acabaras en el estómago de esa bestia.
—No hace falta que muestres tanta alegría ante esa opción —protestó Billy sin apartar la mirada del monstruo—. A mi parecer, creo que deberíamos impedir que esa bestia llegara a esta parte.
El muchacho miró a Black Hawk, quien asintió en un gesto casi imperceptible.
—Dame un minuto —pidió Billy.
El joven se dirigió hacia Marte y ambos charlaron en voz baja. Después, se trasladó hacia la esquina de la casa, donde los Flamel y Maquiavelo seguían vertiendo sus auras sobre la inmensa pelota de arcilla. El esfuerzo les había envejecido a todos, en especial a Nicolas y Perenelle. La Hechicera mostraba una cabellera casi blanca, y las venas de las manos y brazos sobresalían como las de una anciana.
Los tres inmortales que rodeaban a la araña durmiente se volvieron para mirar a Billy y el joven movió el dedo pulgar hacia la puerta.
—El maldito cangrejo está casi aquí. Black Hawk y yo saldremos ahí fuera para ver si podemos retrasar a la bestia. Así, ganaremos algo de tiempo para que podáis acabar lo que estáis haciendo.
El muchacho sacó las dos puntas de lanza de su cinturón y las colocó sobre el fango endurecido.
—He pensado que podríais quedaros con estas lanzas por si acaso… bueno, por si acaso y punto —finalizó.
—No te vayas, Billy —rogó Maquiavelo en voz baja.
Pero el americano negó con la cabeza.
—Tengo que irme ya. Black Hawk y yo podemos quedarnos en la puerta y esperar a que el monstruo venga y nos parta en dos con sus pinzas, o podemos salir ahí fuera y jugar un poco con el maldito cangrejo.
—Ni te imaginas qué más camina por ahí fuera —avisó Perenelle.
—Bueno, en realidad no quedan muchas bestias. Odín y Hel derribaron a la mayor parte de guerreros anpu y los horrendos unicornios que no mataron salieron huyendo, despavoridos y asustados. Toda criatura con un poco de sentido común se mantendrá alejada de nosotros. A excepción del gigantesco cangrejo y el hermano esquelético de Quetzalcoatl, claro está. Parece un poco irritado —añadió. Billy el Niño dio unos golpes a la superficie de barro con los nudillos—. ¿Cómo va el asuntillo con la Vieja Araña?
—Estamos trabajando en ello —contestó Maquiavelo.
—La gente suele decir eso cuando las cosas no van bien —dijo Billy entre dientes.
Perenelle le dedicó una sonrisa.
—Buena suerte, Billy.
—No hagas nada estúpido —aconsejó Maquiavelo.
Billy se despidió y salió corriendo hacia la puerta.
—He estado pensando… —murmuró a Black Hawk—. Necesitamos una cuerda o algo así para anudar un lazo.
Black Hawk alzó su tomahawk. El mango del arma estaba envuelto de muchas tiras de cuero manchadas de sudor. El inmortal había arrancado varias bandas de cuero que dejaron al descubierto una madera de color blanco.
—Empieza atando estas tiras —ordenó mientras desenmarañaba las bandas que quedaban alrededor del mango y entregaba a Billy una docena de retales de piel marrón.
—Siempre estás preparado. Tendrías que haber sido un boy scout —masculló Billy.
—Fui un Maestro Explorador durante un buen tiempo. Capitaneaba una de las mejores tropas de la zona oeste.
—Nunca me lo habías dicho antes —dijo Billy sin dejar de anudar los trozos de cuero.
—Nunca me lo habías preguntado.
—Creo que yo también podría haber sido un gran boy scout.
—Estoy de acuerdo contigo —apuntó Black Hawk cuando arrancó la última banda de cuero para dársela a Billy. El forajido añadió esa tira al extremo de la cuerda y, con la habilidad de un experto, retorció la cuerda para formar un lazo.
—Como en los viejos tiempos —sonrió Billy.
—Esto no se parece en absoluto a los viejos tiempos —rebatió Black Hawk, girando el tomahawk en la mano—. ¿Cuándo fue la última vez que cazamos un cangrejo?
Perenelle, Nicolas y Maquiavelo observaron a los dos inmortales deslizarse hacia la inmensidad nocturna. Todos eran conscientes de que las posibilidades de volverles a ver con vida eran muy pocas. Perenelle centró de nuevo su atención en la bola de barro y quiso coger las dos puntas de lanza que Billy había dejado sobre la superficie.
Las lanzas con punta de hoja se habían sumergido en el barro.
Perenelle cogió una y presionó un dedo contra el filo de la lanza. Esperaba sentir un calor abrumador, pero en realidad el tacto era frío.
—Nicolas —suspiró.
El Alquimista recogió la segunda lanza y trató de clavarla en el barro. La lanza penetró el fango con facilidad. Después, agarrándola con ambas manos, Nicolas la arrastró por el fango dibujando un rectángulo. Perenelle hundió los dedos en la bola de fango y extrajo el rectángulo que su marido acababa de trazar. Lo dejó caer sobre el suelo y el pedazo de barro se rompió por la mitad.
Maquiavelo cogió la otra punta de lanza y empezó a cortar otro agujero sobre el barro endurecido.
—Ve a buscar a Billy y a Black Hawk —ordenó a Marte—. Necesitamos todas las puntas de lanza.
—Demasiado tarde —se lamentó el gigantesco Inmemorial—. Han salido a dar caza a Karkinos.