Xolotl se sentó sobre un muro bajo y observó a los anpu correr hacia el edificio en ruinas. Los monstruos con cabeza de chacal eran silenciosos hasta el último momento de librar una batalla. Entonces aullaban como bestias inhumanas. El sonido era tan aterrador que hacía que los enemigos se quedaran inmóviles o dieran media vuelta y huyeran despavoridos. Xolotl dudaba de que tuviera ese efecto en el matrimonio Flamel y sus acompañantes. Su hocico canino se abrió en una amplia sonrisa: además, no tenían a dónde huir.
Al grupo de anpu le seguían unicornios monokerata. Él mismo los había escogido. A Xolotl le encantaban los unicornios, aunque estos no eran los unicornios blancos y delicados que tanto adoraba la raza humana. Esta especie era natural de la India y, a pesar de tener cuerpos blancos, tenían la cabeza del color de la sangre, con unos cuernos mortales y tricolores que medían casi un metro de largo y que crecían en espiral desde el centro de la frente. Los monokerata atravesaban a sus víctimas con los cuernos y después echaban la cabeza atrás para que su presa se deslizara por el asta y poder comérsela con más comodidad.
El Inmemorial esquelético se dio media vuelta y entornó los ojos para observar el camino. Lo único que podía distinguir era la silueta del gigantesco cangrejo entre la niebla. Le costaba agarrarse a las piedras con aquellas patas tan largas y flacas, puesto que estaban húmedas y resbaladizas, pero la criatura se las había ingeniado para arrastrarse con las zarpas delanteras.
Xolotl se frotó las manos, tintineando así los huesos, y deseó tener algo para picar mientras disfrutaba del espectáculo que estaba a punto de comenzar. Bajó de un brinco del muro y merodeó por el camino, con la esperanza de encontrar un tentempié con que entretenerse mientras esperaba el gran acontecimiento.
Odín tomó posiciones tras Hel, en el umbral de la Casa del Guardián.
—Recuerdo la última vez que me enfrenté a un anpu —dijo.
Hel asintió.
—En Danu Talis. Menudo día fue aquel —comentó mientras rememoraba tal día—. Entonces era hermosa.
—Y sigues siendo hermosa —murmuró—. Retrocede, sobrina.
—¿Por qué? —preguntó.
Odín se acarició el parche metálico que le cubría el ojo derecho.
—Los anpu entrarán en tropel por aquí —dijo cambiando a un lenguaje gutural que jamás se había oído en la faz de la tierra—. Los humanos inmortales perecerán antes de despertar a la Vieja Araña y todo esto habrá sido en vano. —Unos zarcillos de aura con aroma a ozono emergieron de las yemas de sus dedos—. Pero puedo hacerles ganar algo de tiempo.
Los anpu estaban cada vez más cerca. De hecho, estaban lo bastante cerca como para que los Inmemoriales vieran los hilos de saliva colgando de sus colmillos y las gotas de humedad de la niebla recorriendo su armadura de cerámica y metal.
—Gritarán en cualquier momento —farfulló Odín—. Billy el Niño y Black Hawk se quedarán tan horrorizados ante el chillido que caerán. Seguramente les ocurrirá lo mismo a Maquiavelo y Nicolas Flamel.
—La mujer no se inmutará, ni tampoco Marte Ultor —añadió Hel—. Y nosotros tampoco caeremos.
—No, no caeremos. Pero tampoco seremos capaces de detenerles. No sin armas…
Hel alargó la mano, más parecida a una zarpa de animal. Su tío la observó fijamente y después desvió la mirada hacia los ojos negros de la Inmemorial.
—¿Estás segura? —preguntó.
—Mi mundo ha desaparecido. El Yggdrasill, también tu Yggdrasill, ya no existe. ¿Adónde iré? ¿Qué haré? —cuestionó Hel.
Odín asintió, mostrando así su comprensión.
—Me adentré en este mundo para vengar a mi querida Hécate. Juré venganza a John Dee, pero quizá podamos disfrutar de una mayor victoria.
Odín tomó la mano de su sobrina y entrelazó los dedos.
El limpio aroma del ozono se vio invadido por el rancio hedor a pescado podrido.
—Siempre quise cambiar mi olor —murmuró Hel—, pero con el paso de los siglos debo reconocer que me ha empezado a gustar.
Las manos de Odín comenzaron a humear y de inmediato todos supieron que el aura del Inmemorial estaba cobrando vida.
—Hermano Odín —dijo Marte alarmado—. No…
—Sí —susurró Odín.
Los anpu abrieron la boca para gritar.
—¡Agachaos! —gritó Marte—. ¡Todos! ¡Agachaos! Tapaos los ojos.
Odín estrujó la mano de su sobrina.
—¿Por qué no les dices a esos chacales quién soy?
Hel dijo que sí con la cabeza. Se enderezó, inclinó la cabeza hacia atrás y empezó a rezumar su aura bermeja. La peste a pescado podrido se tornó abrumadora y su voz, profunda y poderosa, retumbó entre las piedras de las ruinas.
—Estáis frente a Odín, Señor de los Aesir, de los Poderosos y los Sabios, de los Ancianos y los Misericordiosos…
La mano derecha de Odín era un guante sólido.
—No tenemos tiempo para listar los doscientos nombres —farfulló. Después, palpó el parche que le tapaba el ojo derecho.
—Estáis ante Yggr, Terror.
Odín se quitó el parche metálico.
—También conocido como Baleyg, el Ojo Ardiente.
Un haz de luz amarilla y blanquecina salió disparado del ojo del Inmemorial, bañando la línea frontal de anpu y a todos los monokerata. Las bestias crepitaron hasta convertirse en ceniza. Los anpu de la segunda línea de ataque gritaron cuando su armadura entró en contacto con el inmenso calor. Al detenerse, los cuernos de los unicornios se los llevaron por delante. Pero el rayo de luz era implacable y constante. Las baldosas que pisaban se rompían y se hacían añicos, burbujeando como si fueran de un material líquido.
Odín volvió la cabeza lentamente para que la luz amarillenta bañara toda la superficie. Nada podría escapar de su mirada.
Un puñado de monokerata que había conseguido sobrevivir se dispersó aterrorizado, abandonando así a los anpu ante la peligrosa lanza de fuego. En silencio absoluto, los anpu siguieron avanzando, tratando de acercarse a los dos Inmemoriales. Arrojaron lanzas, e incluso espadas, pero Odín convirtió todas las armas en charcos metálicos al fijar su mirada en ellas.
El aire se cubrió de hollín y cenizas. Apestaba a pescado podrido y ozono, pero el olor fue perdiendo intensidad a medida que Hel se debilitaba. El aura gris de Odín empezó a difuminarse y se tiñó de rosa pálido cuando Hel vertió las últimas gotas de su aura sobre su tío. El aura de Odín parpadeó como la llama de una vela, y otra docena de anpu trotó hacia la casa.
La mirada de Odín emitió un rayo de luz aún más potente que el anterior. Derribó a todos los anpu y las llamas alcanzaron los muros del Edificio de Administración, incendiándolo de arriba abajo. El Inmemorial se tambaleó, echó la cabeza hacia atrás y una espiral de llamaradas salió disparada hacia el cielo, creó un arco en el aire y a punto estuvo de rociar a Xolotl. El hermano de Quetzalcoatl trataba desesperadamente de huir. Un hilo de fuego pegajoso rozó su capa multicolor y la tela enseguida se incendió. El Inmemorial no tardó un segundo en quitarse la capa y lanzarla al suelo. Por el rabillo del ojo vio a muchísimos anpu convertidos en ceniza.
El aura carmesí de Hel empalideció aún más, hasta desteñirse por completo. Le fallaban las fuerzas y apenas podía mantenerse en pie, pero aun así no se soltó de la mano de su tío. El halo de luz que lanzaba Odín por su ojo derecho parpadeó varias veces hasta extinguirse. El Inmemorial se desplomó sobre el umbral, junto a su sobrina. De su cuerpo seguían brotando zarcillos de humillo gris. El hasta entonces alto y fornido Inmemorial se había encogido.
La rabia se había apoderado de la coherencia de Xolotl, a quien no le tembló el pulso para enviar a los últimos anpu, su guardaespaldas personal y a otra docena de guerreros hacia la Casa del Guardián.
—Matad a todo aquel que esté ahí dentro —ordenó—. ¡A todos!
Las doce criaturas, más grandes y corpulentas que el resto, se separaron formando un semicírculo y se aproximaron hacia las dos figuras que yacían en el umbral de la puerta. Tras una orden que solo ellos advirtieron, se abalanzaron hacia delante como si fueran uno, con los hocicos abiertos para aullar la victoria.
Odín levantó la cabeza por última vez.
—Soy Odín —gritó.
Su ojo derecho escupió de nuevo el rayo de luz, un rayo mucho más brillante, intenso y poderoso que los anteriores. Miró a todos y cada uno de los anpu y los incineró sin vacilación. Se desmoronó sobre sus rodillas, pero la luz siguió brillando. Y entonces alzó el brazo de su sobrina.
—Y ella es Hel. Hoy somos vuestra condena.
Y en ese instante, la luz se apagó. Se dio la vuelta para mirar por última vez a Hel y la vio como una vez había sido: alta, elegante y muy, muy hermosa, con la mirada del color del cielo matutino y una cabellera como nubes de tormenta. Una diminuta lengua rosa se movía entre unos labios carnosos y una dentadura demasiado perfecta.
—¿A cuántos hemos abatido, Tío? —preguntó.
—A todos —murmuró.
De repente, un anpu chamuscado apareció de entre la noche. Cargó contra tío y sobrina con un gigantesco kopesh entre ambas manos.
—¡A todos! —gritó Marte antes de golpear a la criatura con su espada.
El Inmemorial se agachó junto a Odín y Hel y, con sumo cuidado, colocó el parche metálico de Odín en su lugar. Marte tomó las manos de Odín entre las suyas; parecían niños pequeños que acaban de encontrarse después de mucho tiempo. Odín, que había sido tan alto y musculoso como Marte, ahora medía la mitad.
—Ha sido un honor luchar junto a ti hoy —dijo Marte.
—Es un honor morir en tu compañía —contestó Odín antes de su último aliento. La tez del Inmemorial había palidecido hasta cobrar el mismo color que un pergamino antiguo. El cuerpo de Odín se fue desconchando hasta desmenuzarse en polvo. Más tarde, la arenilla del Inmemorial se empezó a colar por entre las grietas de las baldosas, hasta desintegrarse por completo.
Un líquido transparente cubrió el cuerpo de Hel, que seguía siendo hermosa, y entonces, de forma repentina e inesperada, como una burbuja al estallar, la Inmemorial se disolvió, rociando las mismas piedras que habían absorbido el polvo de su tío.