Pueblo de Danu Talis —anunció Aten.
Todos los presentes gritaban su nombre, pero el Inmemorial alzó las manos en un gesto de silencio y la muchedumbre calló.
—Humanos de Danu Talis: Ard-Greimne quiere que os diga qué debéis hacer.
La gente protestó.
—Quiere que os diga que os vayáis a casa…
La multitud se quejó todavía más.
—… y que abandonéis este lugar.
—¡No! —gritó alguien.
—Pero no pienso pediros que hagáis eso —dijo Aten alzando la voz. Las llamas de las antorchas iluminaban su rostro con luces y sombras, otorgándole una altura y corpulencia exageradas—. Si hubiera permanecido en el poder, habría luchado por la igualdad entre humanos e Inmemoriales. Pero ahora los Inmemoriales están decididos a no permitir que evolucionéis. Desean que sigáis siendo un pueblo esclavizado. Y, si fuera por unos pocos, dejaríais de existir como raza.
—Preparaos —dijo Scathach de repente.
Había estado observando a Ard-Greimne con detenimiento, fijándose en cómo se le tensaban los músculos, notando cómo forzaba la mandíbula y apretaba los dientes.
Jamás había conocido a la persona que su padre había sido antes del Hundimiento de la isla. La familia nunca quiso hablar sobre eso. Siempre había tenido temperamento y, por ciertos gestos y detalles, suponía que debía haber sido un monstruo; o peor, que había matado a cientos, puede que incluso miles, de humanos, pero Scathach se había negado a creerlo.
Y sin embargo, ahí estaba él, preparado para ordenar a sus arqueros que dispararan fuego hacia una multitud desarmada antes de soltar tropas de anpu para atacar.
—Ard-Greimne quiere que os diga qué debéis hacer —continuó Aten—. Quiero que miréis la Pirámide del Sol y me digáis qué veis.
Como si fueran uno, todos los humanos se dieron media vuelta. A lo lejos, bañada por el sol del atardecer se alzaba la Pirámide del Sol. En el cielo, varios destellos de luz de vímanas desplomándose sobre el suelo e infinidad de planeadores.
El escalofrío de emoción que recorrió a la multitud fue algo físico. Todos estallaron en gritos y alaridos.
—El Clan del Árbol se ha alzado —anunció Aten—. Son seres humanos. Están encabezados por Hécate y siguen las órdenes de Huitzilopochtli. Prometeo les protege y les guía. Abraham el Mago les vigila muy de cerca. Inmemoriales y humanos juntos. Iguales, unidos.
La multitud rugió.
Scathach vio a Ard-Greimne acercarse a Aten. De inmediato, la inmortal echó a correr, zigzagueando por la plaza hasta llegar a las filas de anpu.
Dee alargó la mano para coger a Virginia por el brazo. El doctor inglés también había notado el movimiento de Ard-Greimne y sabía perfectamente qué se disponía a hacer.
—Toma mi aura, Virginia, y haz lo que debas hacer.
Con sumo cuidado, Virginia Dare apartó la mano del Mago de su brazo y la envolvió entre las suyas.
—Gracias, John.
—John —suspiró el doctor.
La inmortal le observó con cierta curiosidad.
—Desde que nos conocemos, de lo cual ya hace bastantes años, jamás me habías llamado por mi nombre —dijo.
—Desde luego que sí. Muchas veces.
—Pero jamás con afecto…
—Eso es porque desde que nos conocemos, de lo cual ya hace bastantes años, siempre has sido un inmortal arrogante llamado Dee.
Ard-Greimne avanzó hacia Aten y suspiró. Los dos inmemoriales echaron un vistazo hacia abajo y contemplaron al gentío que se agolpaba en la plaza. Y entonces Ard-Greimne desvió la mirada hacia la Pirámide del Sol.
—Supongo que esta noche no te necesitarán, ¿verdad?
—Supones bien —respondió Aten.
El carcelero posó la mano sobre el hombro de Aten.
—Pero serás testigo de esto antes —advirtió—. ¡Fuego a discreción! —ordenó a la línea de arqueros.
Doscientos arcos sisearon y decenas de lanzas salieron disparadas, una y otra vez, una y otra vez. Cada lanza contenía un diminuto agujero en la punta para emitir un silbido al volar por el aire. Las flechas sobrevolaban formando un arco en el cielo nocturno y descendían en una lluvia mortal sobre la multitud.
Y en ese instante, el aire salado de Danu Talis se tiñó de salvia y azufre.
Un resplandor de color verde pálido envolvió la silueta de Virginia Dare, mientras una neblina amarillenta emergía del cuerpo enclenque del mago inglés.
—Da lo mejor de ti —había aconsejado Dee a Virginia minutos antes, cuando habían urdido el plan—. Solo tendrás una oportunidad, aprovéchala.
—Nunca he hecho algo parecido a esto —había contestado la inmortal.
—Es el momento idóneo para empezar.
Virginia Dare era una experta en la Magia del Aire. Había adquirido sus habilidades en los bosques de la Costa Este norteamericana y las había perfeccionado en las selvas de la zona noreste del país. Sabía cómo crear y modelar nubes, cómo utilizar el aire como herramienta… y como arma letal.
La inmortal evocó cada gota de su aura, reuniendo así toda su energía, para un golpe masivo. Podía sentir el calor del Mago fluyendo entre su mano, colándose por su piel, fortaleciéndola. El poder del doctor era oscuro y amargo, pero se complementaba a la perfección con el suyo.
Las lanzas se alzaron.
Virginia Dare cerró los ojos.
Las lanzas silbaron al volar por el cielo.
El aura de la inmortal empezó a brillar cada vez con más fuerza, hasta convertir a Virginia en una almenara verde. El aura de Dee, en cambio, emitía un suave resplandor amarillo que reflejaba unas sombras grotescas sobre el suelo. Virginia abrió los ojos y notó cómo John le apretaba la mano.
—Ahora —murmuró el Mago.
Virginia exhaló con todas sus fuerzas.
Y en ese preciso instante, todas las flechas se detuvieron, quedando así suspendidas sobre la multitud, atrapadas en una pared de aire invisible.
Todos los presentes, tanto humanos como bestias, se quedaron en silencio absoluto.
Después, el viento cambió de rumbo y los cientos de flechas dieron media vuelta en el aire y volaron en dirección opuesta. Tras una segunda ráfaga de viento, la masa de flechas silbó hacia las filas de guerreros armados ubicados frente a los muros de la cárcel, acribillándoles en un estrépito de metal y armadura.
En lo alto de los muros, observando a los guardias caer bajo sus pies, Aten asintió.
—Me alegro de que me hicieras esperar para ver esto. ¿Qué piensas hacer ahora, Ard-Greimne? —preguntó—. Parece ser que tres cuartas partes de tus tropas están muertas, y no sé si el resto de tu ejército estará muy dispuesto a luchar. Y, ¿sabes una cosa?, creo que todo esto ha sido obra de un humano.
Aten señaló con la barbilla a la Pirámide del Sol, que estaba repleta de diminutos fuegos.
—¿Adónde irás?
—Sobreviviré —espetó el Inmemorial—, que ya es más de lo que puedes decir tú.
Ard-Greimne colocó la mano sobre la espalda de Aten y empujó con todas sus fuerzas, arrojándole por el borde del muro.
Corriendo como jamás lo había hecho antes, Scathach atravesó la plaza como un rayo. Los anpu que protegían el muro no dudaron en desenvainar sus armas al verla, pero no pudieron evitar un gesto de sorpresa ante lo que estaban presenciando: una jovencita a punto de atacarles.
La Sombra escuchó cómo tensaban los arcos desde lo más alto del muro, cómo vibraban al disparar las decenas de flechas que más tarde percibió deslizarse por el cielo. Y en ese instante sintió una oleada de energía con olor a salvia y azufre. Los silbidos de las flechas se detuvieron, como si alguien hubiera silenciado el ruido. Scathach se dejó caer sobre el suelo y dio varias volteretas mientras las decenas de flechas volvían a sisear sobre su cabeza. Alzó la mirada y observó una lluvia de flechas horizontal y, cuando volvió a ponerse en pie, todas las filas de anpu y demás híbridos caían como moscas bajo aquella arremetida mortal.
Observó a Aten caerse del muro. Sabía que su padre le había empujado y en ese momento se convenció de que todo lo que había oído sobre él era cierto.
Y entonces, como había ocurrido en cada batalla que había librado, sus sentidos agudizados entraron en juego. Era como si el mundo que la rodeaba se ralentizase, pero la Sombra seguía moviéndose a un ritmo normal.
Aten se desplomaba…
… y seguía cayéndose…
… y cayéndose…
La Sombra se fijó en el Inmemorial: tenía los ojos cerrados y un ademán sereno y tranquilo. Scathach pisó los cuerpos de los anpu caídos, trepó por encima de ellos y saltó hacia el aire, formando un círculo.
Y le cogió.