Sophie y Josh siguieron a Tsagaglalal por un pasadizo.
Todavía estaban algo aturdidos por lo que acababa de suceder en el gigantesco aposento de la pirámide. La mujer de aspecto juvenil protegida con una armadura blanca se había colocado frente a los tres monstruosos berserkers y, en un abrir y cerrar de ojos, había aparecido tras ellos con las espadas curvadas goteando sangre negra. Los tres hombres oso se arrodillaron ante Tsagaglalal con una expresión de asombro en su rostro.
—Las preguntas para después —dijo Tsagaglalal cuando salieron corriendo de aquella sala—, pero dejad que os dé algunas respuestas antes.
De pronto, un guardia anpu muy desafortunado les avistó y cometió el error de intentar atrapar a Sophie. Josh le golpeó con tanta fuerza que la bestia salió propulsada hacia la pared.
—Tenemos que salir lo antes posible de este edificio para que podáis utilizar vuestros poderes —comentó Tsagaglalal.
Y así, sin más, el edificio entero tembló, una profunda sacudida que recorrió todo el suelo.
—Un terremoto —suspiró Sophie.
—Mi marido lo ha creado —explicó Tsagaglalal—. La onda expansiva se apresura hacia aquí. Ha provocado el terremoto para que uno de vosotros lo utilice. Pero tenéis que estar en un lugar donde realmente podáis utilizarlo.
Josh se detuvo de forma tan repentina que Sophie no pudo impedir chocarse contra él. Sus armaduras tintinearon al tocarse.
—Empiezo a estar bastante harto y cansado de que todo el mundo nos diga qué debemos hacer y esperen que lo hagamos sin más, sin cuestionarlo. Si no eres tú, son Isis y Osiris.
Tsagaglalal abrió sus ojos grisáceos de par en par.
—Oh, créeme, Josh, no estoy diciéndote lo que tienes que hacer. Tú tomarás, deberás tomar, la decisión por ti mismo.
La mujer señaló un pasadizo algo más alejado y los mellizos vieron a Isis y Osiris doblar una esquina.
La pareja de Inmemoriales notó la presencia de los mellizos, alzó la cabeza y empezó a correr hacia ellos.
—Quizá penséis que os han instruido con un único objetivo —murmuró Tsagaglalal—, para que puedan reinar sobre esta tierra con vosotros en el trono. Pero mi marido está convencido de que hay algo más detrás de eso. Tienen un poder inmenso, de modo que podrían poner a cualquiera en el trono, así que, ¿para qué pasar milenios tramando un plan para asegurarse de que fueran un Oro y Plata? Os necesitan para algo más que simplemente gobernar sobre el imperio de la isla. Vuestro poder es incalculable. Abraham cree que Isis y Osiris trataban de acceder a ese poder, pero todas las enseñanzas e instrucciones que habéis recibido os permitirán tener el control y tomar vuestras propias decisiones. —Tsagaglalal extendió los brazos y añadió—: Es vuestra elección.
Sophie cogió la mano de su hermano.
—Salgamos de aquí ahora mismo. Ya hemos elegido.
—Lo sé —susurró Tsagaglalal.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sophie.
—Porque confiaba en que tomaríais la decisión apropiada.
Los mellizos dieron la espalda a Isis y Osiris y salieron escopeteados por el pasadizo, dirigiéndose hacia la puerta por donde se filtraba la luz del exterior.
Tras ellos, los dos Inmemoriales chillaban sus nombres. Y no era un sonido particularmente agradable.
—Matadlos. ¡Matadlos a todos! —gritó Bastet—. No quiero supervivientes.
La Inmemorial se había desplazado hasta el exterior de la pirámide y observaba furiosa decenas de vímanas y planeadores reuniéndose sobre el cielo de la edificación.
El aire empezaba a zumbar con flechas y varios guardias anpu con rifles tonbogiri estaban disparando a los asaltantes. El suelo seguía temblando con terremotos de menor intensidad y entre las piedras comenzaban a aparecer grietas.
Una riada de Inmemoriales empezó a salir en tropel de la pirámide. Todos miraban a su alrededor con expresión de asombro, sin dar crédito a lo que sus ojos estaban presenciando: decenas de vímanas y planeadores en el aire. Infinidad de lanzas y flechas empezaron a llover desde los muros de la pirámide.
Un Inmemorial, con cara de hombre y de simio, se tambaleó y se desplomó sobre la plaza. Y ese mero gesto bastó para provocar al resto de Inmemoriales. Una criatura envuelta con ropajes húmedos y apestosos alzó el brazo para mostrar una mano con tres dedos y, de inmediato, una vímana que sobrevolaba sobre aquella figura se incendió y descendió en picado hasta explotar contra la plaza.
Los Inmemoriales aullaron, chillaron y cacarearon con satisfacción.
—¡Matadlos a todos! —gritó Bastet una vez más—. ¡Muerte a todos los humanos!
La mayoría de los Inmemoriales adoptaron y copiaron el grito de guerra.
—¡Muerte a todos los humanos!
—¡Que no haya supervivientes! —aulló Bastet.
—¡Que no haya supervivientes! —corearon los Inmemoriales.
La mezcla de sus auras creó un arcoíris de colores y todos empezaron a derribar las vímanas con sus poderes. Varias de las aeronaves más grandes estallaron en llamas y cayeron sobre la ciudad como si de cometas ardientes se tratara.
—¡No! —chilló Inanna la Inmemorial mientras avanzaba a zancadas por la plaza de la pirámide, rasgando el suelo con sus afiladas zarpas—. ¡No!
—¡Sí! —rebatió un Inmemorial con cara de ratón—. Después de esta noche, la raza humana dejará de existir. Ha llegado la hora de poner punto y final a ese error.
Inanna saltó y, con ayuda de las alas, alcanzó al menos seis metros de altura en el aire. Al aterrizar sobre el Inmemorial con rostro de roedor, le partió sus frágiles huesos y la criatura murió antes de golpear el suelo.
—He dicho que no —repitió Inanna—. No podemos exterminar a una raza entera.
—Oh sí, sí podemos —chilló Bastet—. Deberíamos haberlo hecho hace muchísimo tiempo.
Varias manos y garras ayudaron a Inanna a levantarse del suelo, pero la Inmemorial no agradeció tal gesto. Al contrario, se dio media vuelta y de forma repentina uno de los Inmemoriales que estaba a su derecha se convirtió en una bola de fuego y otro de su izquierda se transformó en una pila de sal.
El patio que se extendía frente a la pirámide se disolvió en caos. Cada Inmemorial se enfrentaba a otro de su especie mientras los guardias híbridos luchaban contra los humanos. Sin embargo, aquellos Inmemoriales que apoyaban la causa humana eran muchos menos que los que defendían su aniquilación. Y miles de híbridos seguían saliendo de la pirámide.
En mitad de tal confusión y barullo, Tsagaglalal guio a Sophie y a Josh por la entrada de la pirámide y los tres iniciaron el largo ascenso de la escalera. Las armaduras de los mellizos, una dorada y otra plateada, reflejaban el sol vespertino y titilaban vivamente, reflejando los rayos de sol sobre las piedras doradas.
Bastet agarró el brazo de Anubis y lo apretó con tal fuerza que le dejó un moretón inmediato.
—¡Mátalos! —exclamó. Con una fuerza sorprendente, la Inmemorial hizo girar a su hijo—. Mátalos, y Danu Talis será nuestra. Tuya —rectificó. Después, bajó el tono de voz y acercó el hocico al oído de su hijo—. Deja que los humanos maten a todos los Inmemoriales que puedan y podrás gobernar como un emperador absoluto, sin oposición alguna. Piénsalo.
Anubis apartó el brazo de su madre y se abrió camino entre la marea humana para alcanzar al comandante anpu más cercano. Señaló las tres armaduras que ascendían por la escalera de la pirámide, blanca, dorada y plateada.
—Dejad los humanos a los Inmemoriales. Convoca a todo el mundo, a toda bestia, monstruo e híbrido que tengas bajo tu mando y perseguid a esos tres. Matadlos y traedme sus cabezas y armaduras como prueba de su muerte.
El comandante miró a su alrededor y señaló a ambos lados, con una pregunta clara en su rostro de chacal. Un pequeño grupo de humanos arqueros estaba atacando a los anpu que vigilaban uno de los puentes. Otro grupo había estrellado una vímana sobre una tropa de asteriones, diezmándolos. Con el puente libre, incontables humanos empezaron a entrar en la plaza. Anubis sacudió la cabeza.
—Son males menores. Matad a los niños primero.
El anpu gruñó, se llevó el cuerno de caza a los labios y sopló con fuerza, tres toques cortos. De pronto, todos los anpu, seguidos por el resto de híbridos, se replegaron hacia la pirámide, permitiendo así que los humanos se apoderaran de los puentes y la plaza.
El comandante volvió a soplar y, tras ese último toque, cada criatura salió disparada hacia la pirámide, tras Tsagaglalal, Sophie y Josh.
Y, al otro extremo de la plaza, serpenteando entre Inmemoriales y humanos, pasando desapercibidos y evitando cualquier conflicto, Isis y Osiris corrieron hacia su vímana.