Sin tocar a nadie, Scathach se movió con suma facilidad entre la inmensa multitud que se había congregado junto a la cárcel. Echó un rápido vistazo a la muchedumbre para calcular el número de personas: diez mil humanos, quizá, o a lo mejor incluso más. No todos los presentes eran jóvenes. Había hombres y mujeres de todas las edades que habían decidido acercarse hasta los muros de la cárcel para vitorear el nombre de Aten.
Les escuchaba hablar con nervios, con emoción.
Todos eran conscientes de los peligros, pero del mismo modo sabían que era la única oportunidad que jamás tendrían para exigir la libertad. Si Aten moría, toda esperanza de un futuro mejor se esfumaría con él. Y, además, tenían un defensor, una voz.
Los rumores habían corrido entre los barrios bajos y las callejuelas de la ciudad. Varias historias aseguraban que una humana con el pelo cobrizo y negro azabache había burlado a diez, o cien, o puede que mil guardias de seguridad. Contaban que esa misma humana había convertido a un hombre o a una bestia en piedra, o que le había aplastado la cabeza. El pueblo de Danu Talis se había reunido para ver a la mujer que poseía los poderes de un Inmemorial.
Scathach se deslizó hasta la parte frontal del gentío y, de repente, se quedó quieta, como si se hubiera topado con un muro de piedra. Hasta entonces, no sabía qué, o quién, estaba guiando y liderando a las humanos. Pero jamás, en sus diez mil años de vida, habría esperado encontrarse a Virginia Dare… y al doctor John Dee.
Los dos estaban un poco alejados de la multitud, con la cabeza agachada, concentrados en una conversación por lo visto muy importante. Scathach observó a la inmortal golpear con el dedo el pecho del Mago inglés, como si quisiera dejar algo claro entre ambos.
Más allá de los dos inmortales, al otro lado de la plaza, se alineaba una fila de guerreros anpu y asteriones, que permanecían inmóviles y en silencio. Todos los guardias iban con armadura y con todo tipo de armas, como si estuvieran a punto de enfrentarse a tropas mortíferas en vez de a humanos desarmados. Scathach mostró los dientes en una sonrisa vampírica. Sin duda, sería una batalla que merecería la pena combatir.
De repente, unas luces se encendieron en la parte superior de los inmensos muros de la cárcel, iluminando así las diversas líneas de arqueros que empezaban a tomar posiciones. Calculó que habría unos cien o doscientos arqueros. Scathach sabía por experiencia propia que un buen arquero podría arrojar quince lanzas por minuto. En cuanto la primera lanza saliera disparada del arco, la siguiente ya estaría volando.
Un suspiro recorrió la muchedumbre. Nadie se movió, pero las consignas fueron en aumento.
Se iluminaron varias antorchas y una figura apareció sobre el muro frontal de la prisión. Era una figura bajita y pálida, con el rostro un poco alargado y una pelusa pelirroja por encima de los labios. Iba ataviado con una túnica negra que resplandecía bajo la luz del fuego. Alzó los dos brazos y esperó a que la multitud se quedara callada. Y entonces su voz retumbó en toda la plaza.
—Mortales de Danu Talis.
Un murmullo serpenteó entre la muchedumbre; a nadie le gustaba el término «mortales»; lo consideraban un insulto.
—Mortales de Danu Talis —repitió—. Ya me conocéis. Soy Ard-Greimne, y mi palabra es la ley. Habéis querido correr un grave peligro. Pero todavía existe una posibilidad para salvar vuestras vidas. Idos, regresad a vuestras casas y, por lo menos, sobreviviréis esta noche. Pero si decidís quedaros aquí, vuestro futuro será incierto. No tengo el poder de la clarividencia y no soy capaz de prever el futuro, pero quedaos aquí, ante estos muros, y os prometo dolor, muerte y destrucción. ¿Acaso es eso lo que queréis?
Alguien de entre la multitud gritó, pero sus compañeros enseguida le silenciaron.
—Quizá penséis que sois muchos, pero recordad que os enfrentáis a los guerreros más salvajes del mundo conocido. Aquí hay anpu y asteriones, berserkers y todos los nuevos híbridos que, un día no muy lejano, os reemplazarán, pues podrán realizar tareas que vosotros sois incapaces de llevar a cabo.
Ard-Greimne se quedó en silencio, a esperas de que la multitud empezara a dispersarse.
—Si no estáis dispuestos a escucharme, quizá sí escuchéis a aquel que ostenta el nombre que tanto coreáis.
Y la multitud aulló su nombre.
—¡Aten! ¡Aten! ¡Aten!
Las voces latían como un corazón único. El pueblo seguía chillando el nombre de Aten y no parecía dispuesto a callarse.
El doctor John Dee se volvió para echar un vistazo a la multitud y se encontró observando la mirada esmeralda de Scathach la Sombra. Tras un día lleno de sorpresas, esta era otra para añadir a la lista.
Scathach se dio cuenta de que el Mago la había visto y se apartó de la muchedumbre; se quitó el sombrero, se arrancó el vestido blanco y dejó al descubierto una camiseta negra, los pantalones de combate y las botas con puntera metálica. Llevaba dos espadas cortas atadas a la espalda, varios puñales colgados de la cintura y un par de nunchaku amarrados al cinturón.
La gente de su alrededor fue testigo de tal transformación y aulló.
—¿Has venido a matarme, Sombra? —preguntó Dee.
—Quizás en otro momento —respondió Scathach con serenidad.
El Mago ofreció una mano a Dare.
—Virginia Dare, permíteme que te presente a la legendaria Scathach la Sombra.
Las dos mujeres se cruzaron la mirada y asintieron con la cabeza. Y entonces Virginia sonrió.
—Esperaba que fueras más alta.
—Suelen decírmelo.
—¿Has venido a rescatar a Aten? —preguntó Dee.
Scathach negó con la cabeza.
—He venido a ver a Ard-Greimne, el Inmemorial.
—¿Por qué? —quiso saber el Mago.
—Quiero comprobar si es tan malvado y cruel como la gente dice.
Virginia miró a Scathach de pies a cabeza y después escudriñó la figura que había sobre el muro de la cárcel.
—Hay cierto parecido en los pómulos y la barbilla —comentó—. ¿Es familiar tuyo?
Scathach afirmó con la cabeza.
—¿Tu hermano?
—Es mi padre —susurró.
Y entonces un terremoto sacudió toda la isla.