La Cámara del Consejo, situada en el corazón de la Pirámide del Sol, ocupaba todo el piso 314, el punto medio exacto del edificio. Había varias gradas de filas de asientos organizadas en forma cuadrada que se inclinaban ligeramente hacia un círculo dibujado justo en el centro de la sala. La cámara era perfecta en términos acústicos: se podían oír con claridad y perfección conversaciones desde el otro extremo de la sala, incluso en el punto más lejano, como si se estuviera charlando al lado de uno mismo.
El aposento, como el resto de la pirámide, también absorbía toda la energía áurica presente.
Cuando los Grandes Inmemoriales crearon la Pirámide del Sol original, cuyas dimensiones eran todavía más grandes, tuvieron en cuenta la necesidad de crear un ambiente seguro en el cual llevar a cabo todos sus negocios. Un lugar donde ningún Inmemorial pudiera influenciar a otro utilizando la fuerza de su aura. Una combinación de matemáticas y cristal con hojas de oro y plata que cubrían las paredes se tragaba toda la energía de las auras. Toda la energía que se filtraba por aquel sistema de seguridad único se canalizaba para iluminar el resto de habitaciones. En el interior de la Pirámide del Sol, los poderosos Grandes Inmemoriales, y también los Inmemoriales que les siguieron, eran iguales, pues carecían de cualquier poder.
Y la mayoría de Inmemoriales actuales que gobernaba el imperio de la isla detestaba la pirámide por esa misma razón.
—Míralos —bufó Bastet.
—¿A quién? —preguntó Anubis tratando de adivinar hacia dónde estaba mirando su madre.
—¡A Isis y Osiris! ¡A quién si no!
Bastet y Anubis estaban en una de las gradas más altas de la cámara. Puesto que eran Inmemoriales destacados, siempre se sentaban en primera línea, en la fila de asientos dorados, justo delante del círculo. Pero esta vez Bastet había insistido en quedarse al fondo para poder observar con detenimiento a cada miembro del Consejo.
La mayoría de los Inmemoriales seguía teniendo rasgos humanos, pero otros, en cambio, se habían convertido en criaturas hediondas y horribles por la edad y porque el uso acumulativo de sus auras les había afectado. Cabezas peludas de animales diversos eran más que habituales; algunas criaturas hasta tenían alas. Otras habían empezado a transformarse en bestias de piedra o madera e incluso alguna se había convertido en una monstruosidad con tentáculos.
—Tan solo un puñado no ha asistido —comentó Anubis—. No veo a Cronos.
—Eso es bueno.
—Tampoco ha aparecido Annis la Negra.
—Qué lástima, es una buena aliada —dijo Bastet algo distraída.
La Inmemorial se inclinó hacia delante para seguir los pasos de Isis y Osiris entre la multitud de bestias y monstruos. Era sencillo seguirles la pista, puesto que destacaban entre los demás miembros. La pareja iba vestida con una armadura ceremonial de color blanco. Bastet les observaba con una sonrisa.
—Ahora no harán nada. Han creado mucha expectación y prometido que revelarán el secreto muy pronto.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Anubis a su madre.
—Porque es lo que yo haría —respondió mirando de reojo a su hijo—. Los mellizos: ¿están muertos?
Anubis, confiado, dijo que sí con un gesto de cabeza.
—He enviado a tres berserkers —contestó con una gran sonrisa.
—Tres bestias para un par de críos. Un poco exagerado, ¿no te parece?
Anubis se encogió de hombros.
—Quería asegurarme.
Bastet asintió con gesto de felicidad.
—Bien. Sigue pensando así y te convertirás en un gran gobernante. ¿Y Aten?
—Está de camino. Ard-Greimne me ha dicho que hay un grupo de humanos protestando fuera de la cárcel. Solo tiene que ocuparse de ellos antes.
—Me gusta. Es brutal y eficiente —opinó Bastet—. Estoy convencida de que encontraremos un papel para él en los próximos días.
Anubis no pudo evitar fijarse en el uso de la palabra «encontraremos», pero prefirió no decir nada. Tenía planes para gobernar Danu Talis… y esos planes no incluían a su madre.
El diminuto Jano se dirigió hacia el centro del círculo. El proceso de la Mutación había afectado al Inmemorial de una forma terrible, y ahora poseía cuatro rostros distintos. Cada uno era capaz de moverse y hablar independientemente de los demás, lo cual era atroz. En general, solía mantener las cuatro caras cubiertas bajo un casco de cristal negro y solo dejaba ver uno de sus rostros al resto del mundo, pero hoy había abandonado toda máscara.
A pesar de lo horrible, su cambio particular le facilitaba observar los cuatro lados de la cámara sin tener que moverse un ápice. De pronto, Jano alzó un minúsculo triángulo plateado y lo golpeó con un martillo de oro. El sonido, puro y claro, retumbó en la sala de tal manera que silenció toda conversación de inmediato.
—Inmemoriales de Danu Talis —anunció—. Por favor, coged asiento, pues está a punto de iniciarse la primera Gran Sesión desde hace muchos años.
Se produjo un zumbido de movimiento cuando todos los presentes comenzaron a acomodarse en sus asientos. Se habían arrancado algunos asientos para permitir que los Inmemoriales con mutaciones también pudieran sentarse.
Jano volvió a hacer sonar el triángulo.
—Hoy es un día espléndido a la vez que terrible. Un día en que tendremos que elegir al próximo gobernante de esta ciudad. Un día en que deberemos juzgar a uno de los nuestros.
Los Inmemoriales continuaban avanzando por las pasarelas para dirigirse hacia sus asientos. Anubis siguió a Bastet por entre las gradas, asintiendo y sonriendo a medida que avanzaba. Tenía muchos amigos allí; bueno, en realidad no eran amigos, sino más bien aliados. Y, en toda la sala, no habría más de un puñado que apoyara a Aten y defendiera a los humanos. Sin embargo, ese puñado eran Inmemoriales poderosos que no debía subestimar.
Jano golpeó el triángulo por tercera vez.
—Sin embargo, estoy convencido de que este será el día más memorable de la historia de Danu Talis.
Bastet se retorció en su asiento y miró a su hijo con el rabillo del ojo.
—Apuesto a que Isis y Osiris le han pagado para que diga eso.
La criatura felina esbozó una rencorosa sonrisa al Inmemorial de los cuatro rostros y se deslizó a su asiento de primera fila.
Anubis se acomodó a su lado. Y entonces asestó un suave codazo a su madre. Los dos asientos de delante pertenecían a Isis y Osiris, pero tan solo Isis había comparecido.
—¿Dónde está Osiris? —preguntó Anubis, olvidando por completo que su comentario se oiría en toda la sala.
—Ha ido a buscar a los mellizos de la leyenda —respondió Isis en voz alta.
Al oír esas palabras, todos los Inmemoriales congregados se inclinaron hacia delante y la Cámara del Consejo quedó sumida en un silencio absoluto.
—Sí, están aquí. Los verdaderos y legítimos gobernantes de Danu Talis han vuelto a casa.
Y justo cuando estaba volviéndose hacia las puertas de la Cámara del Consejo, Osiris las abrió de par en par, jadeando y con los ojos como platos.
—¡Han desaparecido! —gritó—. ¡Y hay sangre por todas partes!
—Oh, qué pena —ronroneó Bastet.
—Qué triste —añadió Anubis—. Es una pérdida terrible.
—Hay tres berserkers muertos en el antiguo museo.
Bastet agarró el brazo de su hijo y le clavó sus zarpas hasta arañarle el hueso. En ese instante, toda la sala estalló en una serie de gritos y preguntas.
De pronto, un anpu lleno de cicatrices entró corriendo por la puerta de la sala y empujó a Osiris para alcanzar el centro del círculo. Y entonces la cámara se quedó muda. No se permitía a ninguna bestia ni híbrido entrar a la Cámara del Consejo. Y, por si fuera poco, aquel anpu había cometido la osadía de tocar a un Inmemorial.
—Defendeos —ladró el anpu—. ¡Nos están atacando! ¡Humanos desde el cielo nos están atacando!
Mientras la sala entraba en caos, Bastet se volvió hacia su hijo.
—No sabía que podían hablar —susurró.
—Yo tampoco —murmuró Anubis—. Nunca les había oído decir una sola palabra.
Y en ese instante, la Pirámide del Sol empezó a temblar.
—Un terremoto —suspiró Bastet—. Oh, ¿acaso este día podría empeorar aún más?
Al otro lado de la sala, Isis y Osiris se volvieron hacia Bastet con una sonrisa idéntica.
—Oh, claro que sí —murmuraron—. Puede empeorar mucho más.