Josh giró las muñecas y, al cortar el aire, las puntas de Excalibur y Clarent vibraron.
—Hay un modo más sencillo —dijo Sophie mientras abría y cerraba la mano para crear una pelota de fuego plateado en la palma de la mano—. No tenéis la menor idea de quiénes somos —dijo dirigiéndose a los tipos con cabeza de oso.
La bola de plata chisporroteó, burbujeó y se encogió antes de explotar como si fuera un globo hinchable.
—Y vosotros no tenéis ni idea de dónde estáis —rebatió el gigantesco berserker con un gruñido. La bestia señaló el techo del aposento con el filo de su hacha de guerra. Las losas de la bóveda brillaban algo más que antes—. El aura no tiene poder alguno en la pirámide. Las paredes la absorben.
—¿Qué tal se te dan esas espadas? —preguntó Sophie a su hermano.
—No muy bien —confesó el muchacho—. Normalmente, Clarent hace todo el trabajo por mí.
Josh sacudió la espada en su mano izquierda, pero no ocurrió nada.
—Lo que está nutriéndose de nuestro poder áurico también está absorbiendo la energía de las espadas —intuyó.
Sophie desenfundó sus dos espadas. La joven empuñaba a Durendal, la Espada del Aire, y a Joyeuse, la Espada de la Tierra. Pero las dos armas parecían dos pedazos de piedra en sus manos.
—Bonitos juguetes —dijo el berserker—. Cuatro espadas. Nosotros somos tres. Yo me encargaré de dos y mis hermanos tendrán una espada para cada uno. —La criatura señaló a Josh con el puñal de cristal negro—. Yo me ocuparé de tus dos espaditas.
De forma inesperada, el descomunal berserker que estaba a la izquierda del guerrero le asestó un fuerte puñetazo en el hombro.
—Quiero esa —dijo señalando a Clarent.
A Josh se le ocurrieron una docena de distintas estrategias. Sabía que estaba accediendo a la sabiduría que Marte Ultor le había concedido. Se arriesgó a mirar de reojo a su hermana.
—Tenemos que entrar en el juego para ganar tiempo —susurró—. Isis y Osiris regresarán pronto. —Y entonces, en voz alta, anunció—: Clarent es una espada que solo obedece a un líder. Y, por ese motivo, sea quien sea el líder entre vosotros debería tenerla.
—Soy yo —respondieron las tres criaturas a la vez.
Josh dio un paso hacia atrás y los tres berserkers avanzaron de forma automática.
—Si consiguiera atraerlos hacia el fondo, ¿crees que podrías llegar a la puerta y abrirla?
—Ni de broma —contestó Sophie.
—Inténtalo de todas formas.
—Dame la espada —ordenó la más grande de las tres bestias.
Josh miró a los otros dos berserkers.
—¿Debería?
—No —gruñeron al unísono.
El muchacho desvió la mirada hacia el guerrero y se encogió de hombros.
—Lo siento. Me han dicho que no.
Los tres guardias con cabeza de oso empezaron a discutir entre ellos con gruñidos salvajes y agresivos.
—Si atacan, ¿qué hacemos? ¿Nos separamos o nos quedamos juntos? —preguntó Sophie.
—Nos separamos —respondió Josh de inmediato—. Correremos hacia el otro extremo del aposento y, a medio camino, me daré la vuelta para distraerlos. Tú darás media vuelta para llegar a la puerta lo más rápido que puedas. Si consigues salir al pasillo y dar la voz de alarma, estaremos bien.
—Hemos decidido —anunció el mayor de los berserkers— que os mataremos a los dos y después nos llevaremos las espadas. Ya nos pelearemos por las espadas más tarde.
—Apuesto a que tú estás deseando ganarte esta —dijo Josh refiriéndose a Clarent. Entonces miró a los otros dos osos—. Ahora sabéis que si gana esta espada es que os ha estado engañando.
La criatura gruñó y el sonido retumbó en cada esquina de la sala vacía.
—En mi vida he hecho trampas. Es un insulto a mi buen nombre.
—¿Acaso los berserkers tienen buen nombre? —preguntó Sophie.
La criatura abrió el hocico para mostrar sus dientes afilados y salvajes.
—Un mal nombre siempre es mejor.
—Antes de que nos matéis —dijo Josh—, ¿quién os envió aquí? Creo que tenemos el derecho de saber quién ordenó nuestro asesinato.
Los tres berserkers se miraron entre sí y después asintieron.
—Anubis —resopló uno—. Un Inmemorial con cabeza de chacal. Feo —añadió—, muy feo.
—Aunque no tan feo como su madre —opinó el tercero.
Sus compañeros dijeron que sí con la cabeza.
—Es horrorosa. Seguramente su madre le ha obligado a hacerlo —comentó el mayor de los guerreros—. ¡Ya basta de cháchara!
Y tras pronunciar la última frase, la criatura se abalanzó hacia delante, con el puñal y el hacha de guerra apuntando a los mellizos.
El muchacho gritó alarmado y colocó las dos espadas en forma de X delante de su rostro. Más por casualidad que por haberlo planeado, esquivó el golpe del hacha. Al chocarse con las espadas, el arma estalló en una lluvia de chispas. Pero el berserker se agachó y, con la mano izquierda, clavó el puñal en el pecho de Josh.
Sophie chilló.
Y justo cuando la daga entró en contacto con la armadura de cerámica de Josh, se desmenuzó hasta convertirse en polvo.
El joven atacó con Clarent y rasgó con un corte profundo el torso de la criatura. De inmediato, la espada empezó a latir. Josh sintió la pulsación en su cuerpo, un único latido, y entonces adivinó que, si podía alimentar a Clarent con sangre, la espada sabría qué hacer.
Los otros dos berserkers rodearon a Sophie.
Cogió aire para llenar los pulmones y gritó con todas sus fuerzas.
El sonido rebotó en las paredes y resonó en todo el aposento. Los dos monstruos se tambalearon, sorprendidos por la fuerza de aquel sonido. Y en ese instante, la joven se abalanzó hacia el par de criaturas, con una espada en cada mano. Uno de los berserkers consiguió esquivar el ataque, pero el otro recibió el golpe en la cadera y aulló. Aquel gemido era una mezcla de sorpresa y dolor.
Josh atacó a la criatura que se alzaba ante él, moviendo y girando ambas espadas con los ojos cerrados. Notaba gotas de sudor recorriéndole la espalda y los hombros le empezaban a doler. Atónito, el berserker retrocedió, dejando así que Josh se reuniera con su hermana.
—No sois tan duros ahora —jadeó Josh.
—Habéis tenido suerte —gruñó el oso.
—Oh, no lo sé. Tienes el pecho ensangrentado y tu amiguito no podrá sentarse en un par de semanas. Nosotros, en cambio, estamos ilesos. Ni un rasguño.
Los tres berserkers se dispersaron.
—Habíamos pensado que tuvierais un muerte rápida —dijo uno de ellos—, pero hemos cambiado de opinión. Ahora tendréis que… —Y entonces se quedó en silencio.
Sophie y Josh se miraron confundidos.
—¿Tendremos que…? —apuntó Sophie.
—¿Qué tendremos que hacer? —insistió Josh.
Un segundo más tarde, el joven se dio cuenta de que el trío de guerreros no les estaba mirando. Algo detrás de su hermana y él había llamado su atención.
Sophie y Josh se volvieron a la vez.
Ambos vieron a una mujer en el centro del aposento, de pie sobre el círculo que conformaban las losas doradas y plateadas. Esbelta y ataviada con una armadura de cerámica blanca, la desconocida sujetaba el Codex con cubierta metálica en su mano izquierda y un kopesh dorado en la derecha. Levantó la cabeza y miró a los mellizos con unos ojos grises. Los mellizos reconocieron enseguida aquella mirada. Les resultaba más que familiar.
La mujer se alejó del círculo y entregó a Josh el kopesh.
—Es un regalo de Abraham el Mago —dijo—. Tengo entendido que posees las páginas que faltan.
Después, con una elegancia infinita, desenvainó un segundo kopesh y se colocó ante los tres berserkers. Las tres criaturas parecían inseguras.
—¿Quién de vosotros quiere morir primero? —preguntó—. ¿Tú? —dijo señalando al mayor de los tres—. ¿O tú?… ¿O quizá tú?
—Nuestra disputa no tiene nada que ver contigo. Nos han enviado a matar a los humanos.
—Entonces vuestra pelea sí va conmigo —replicó la desconocida—. Están a mi cargo. Yo les vigilo, les protejo.
—¿Quién eres? —preguntaron Josh y el berserker simultáneamente.
—Soy Aquella que Todo lo Ve. Soy Tsagaglalal…
Y justo cuando pronunció su verdadero nombre, Sophie se dio cuenta de quién era.
—Tía Agnes —suspiró.