Quedaos aquí. No salgáis de la sala —ordenó Isis.
—Y no toquéis nada —añadió Osiris—. La edad de la mayoría de estos artefactos puede medirse en decenas de milenios.
—No salgáis de la sala —repitió Isis—. Cuando nos marchemos, cerrad con llave la puerta. Y, sobre todo, no abráis a nadie.
—¿Y vosotros? —preguntó Josh.
Isis frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Nos acabáis de decir que no abramos la puerta a nadie. ¿Eso os incluye a vosotros también?
La Inmemorial suspiró.
—Josh, te estás comportando como un crío estúpido. Claro que podéis abrirnos la puerta. Estaremos de vuelta en menos de una hora. Os recogeremos y os presentaremos ante el consejo.
Osiris se frotó las manos con vigorosidad y, en ese preciso instante, pareció el hombre que los mellizos habían conocido como su padre.
—Hemos tenido la oportunidad de hablar con algunos Inmemoriales, así que, a estas horas, todo el mundo sabe que estáis aquí. Habrá un gran revuelo cuando lleguéis.
—Sí. Todo Danu Talis está hablando de vosotros —comentó Isis—. Bien, recordad…
—Cerrar la puerta —finalizó Josh.
—No salir de la habitación —añadió Sophie.
Isis asintió con la cabeza, pero no sonrió. Era evidente que la actitud de los mellizos no le parecía divertida en absoluto. Arrastró la pesada puerta al salir del aposento y la cerró con un golpe seco. A Josh le costó girar la gigantesca llave circular que los propios Inmemoriales habían dejado puesta en el paño. Al fin, consiguió dar la vuelta y Sophie y Josh quedaron encerrados en una de las salas más inmensas que jamás habían visto.
—Es enorme —suspiró Josh—. Podrías construir un campo de fútbol aquí dentro.
Sophie avanzó hacia el centro de la habitación.
—O más de uno —dijo mirando a la izquierda y después a la derecha.
Los mellizos estaban en un aposento sin ventanas tan gigantesco que apenas podían apreciar la distancia de las paredes, que se escondían tras las sombras de la sala. La pared que se alzaba justo delante de los mellizos tenía un ángulo muy extraño. La joven señaló la pared.
—Esa pared debe pertenecer a la pirámide.
—Por lo visto, este aposento tiene la misma largura que el edificio —evaluó Josh.
—Eso querría decir que mide… unos dos kilómetros de largo.
—Lo que decíamos, una habitación espaciosa —bromeó—. Me sorprende que no esté dividida en salas más pequeñas. Eso tendría más sentido.
—Josh, esta gente se inventa reinos, crean Mundos de Sombras. No creo que decidan dividir una habitación por el mero hecho de ser prácticos. —Hizo una pausa, y después dijo—: Aunque me corroe una duda: ¿para qué la utilizarán? Parece una galería.
La joven señaló una pared donde se distinguían unos rectángulos algo más pálidos del color de la pared.
—¿Lo ves? Había algo colgado aquí —adivinó, volviéndose para observar el resto de la sala—. No hay ventanas, solo una puerta…
—¿Y de dónde sale esta luz? —preguntó Josh, al no encontrar un punto claro.
—Creo que proviene de las mismas paredes —respondió Sophie, atónita.
Josh se acercó a una de las paredes y apoyó la mano sobre las piedras doradas. El tacto era frío y rasposo.
—Hay algo aquí —interpuso Sophie indicando el suelo, donde los restos de un diseño ancestral eran vagamente visibles. Josh regresó corriendo, se dejó caer sobre el suelo y sopló con todas sus fuerzas. Una nube de polvo se arremolinó para revelar una serie de círculos perfectos, concéntricos, fabricados a partir de diminutas baldosas de oro y plata. La circunferencia interior contenía multitud de diminutos cuadrados dorados y amarillos, y las baldosas de plata se habían utilizado para crear una forma de media luna.
Sophie recorrió la silueta de la luna creciente con la punta de la bota. Y entonces, dio un suave golpe en el círculo del centro.
—Sol y luna.
La jovencita retrocedió varios pasos y observó el diseño con detenimiento.
—Todo indica que esta parte del suelo es más antigua que el resto. ¿Lo ves? Las piedras son completamente distintas.
Sophie se arrodilló y pasó las manos por encima del patrón, marcando la forma de la luna con el dedo índice. Un diminuto zarcillo de aura plateada se filtró por la yema de su dedo, se deslizó por el guante de su armadura y se arrastró hacia la luna creciente, como si fuera una gota de mercurio.
—Me pregunto de dónde proviene…
… un muro…
… asombrosamente largo, increíblemente alto…
… que se alzaba en un desierto donde el cielo y la tierra eran marrones, y el sol no era más que un punto lejano de luz…
La joven se estremeció al visualizar aquellas imágenes, que enseguida se disiparon. Y entonces miró a su hermano.
—Es más antiguo que la propia pirámide. Mucho más antiguo. Creo que ni siquiera pertenece a este mundo.
Josh dio varias vueltas alrededor del diseño, estudiándolo.
—Este reino es una mezcla demente de magia y tecnología. Por un lado tienen esta increíble pirámide con paredes de luz y, sin embargo, no son capaces de reparar una vímana como dios manda. Pueden crear Mundos de Sombras y diseñar híbridos de humano y animal, pero en cambio llevan armadura y espada para protegerse. ¡No hay coches, ni teléfonos, ni nada que se parezca a un televisor!
—Creo que estamos viendo un mundo moribundo, Josh —murmuró Sophie—. Quien creó la tecnología original y construyó las pirámides ha perecido o ha sufrido los efectos de la Mutación. Desde luego, hay criaturas como Isis y Osiris, con habilidades espectaculares. Pero ¿qué hacen? En vez de utilizar esos poderes para algo útil, han optado por invertir miles de años en asegurarse de que gobernarán Danu Talis.
—Para sí mismos —dijo Josh, de repente. El joven se agachó para mirar a su hermana a los ojos—. Han preferido enfrentarse a multitud de problemas para asegurarse de que gobernarán Danu Talis para sí mismos —repitió, haciendo especial hincapié en esas tres palabras.
—Supongo que esperan que acatemos sus órdenes sin rechistar.
—Y supongo que van a tener una gran decepción.
—¿Y qué sucede ahora? —preguntó Sophie.
Su hermano meneó la cabeza.
—No tengo ni idea. Bueno, en realidad sí, pero no quiero ni pensarlo.
Josh se desperezó para desentumecer los músculos.
—Hay algo espeluznante en este lugar, ¿no crees?
—¿Espeluznante? ¿Qué puede asustarte en este momento?
Sophie se puso en pie, dio varias palmadas para sacudirse el polvo de los guantes y se alejó ligeramente del patrón de círculos.
—Josh, ¿te has fijado en las personas con las que acabamos de cruzarnos? Intuyo que no son del todo personas, pero piensa en todo lo que hemos visto y hecho a lo largo de los últimos días.
Josh asintió.
—No deberías volver a tener miedo —concluyó Sophie.
Su mellizo encogió los hombros.
—Ahora estoy un poco asustado —admitió.
—Pues no lo estés —dijo su hermana con firmeza.
Josh puso los ojos en blanco.
—Cómo te gusta llevar la batuta. Deja que tenga miedo si quiero.
Los mellizos sonrieron con complicidad. Entonces Sophie se inclinó hacia delante y bajó la voz.
—Quizá sea por mis sentidos intensificados, pero creo que nos están vigilando.
Josh asintió una vez más y se rascó la nuca con indiferencia.
—Tengo un cosquilleo en la nuca. ¿Sabes esa sensación de que alguien te mira fijamente?
—¿Isis y Osiris? —propuso Sophie.
—No creo. ¿Qué motivo tendrían para espiarnos? Están acostumbrados a que hagamos todo lo que nos dicen, como buenos niños. Nos enseñaron a ser obedientes, tal y como han instruido a sus esclavos.
—Caminemos —sugirió Sophie en voz baja—. El sonido de las botas resonará en las paredes y será casi imposible oírnos.
La joven se entrelazó las manos tras la espalda y empezó a pasearse por el aposento, escudriñando las esquinas más oscuras, buscando algún extraño movimiento tras la penumbra.
Josh alcanzó a su hermana. Las botas de los mellizos producían un ruido metálico al tocar el suelo, un sonido chirriante que resonaba entre las piedras de la pirámide.
—A lo mejor era una biblioteca. Da la impresión de que hubo estanterías en aquellas paredes —dijo Sophie en voz alta, señalando con el dedo—. Se ven las marcas. —Y entonces frunció el ceño y susurró—: Osiris ha insistido en que no toquemos nada, pero aquí no hay nada que podamos tocar.
—Así que, fuera lo que fuese, alguien lo ha sacado de aquí —adivinó Josh, que hablaba tapándose la boca con la mano.
—Pero Isis y Osiris no lo saben —añadió Sophie.
—Me da la sensación de que no pasan mucho tiempo aquí —intuyó el joven.
Sophie asintió, mostrándose así de acuerdo con la opinión de su hermano.
—Me pregunto por qué.
Los mellizos regresaron a la zona central del suelo para alejarse lo más posible de las paredes. Charlaron en voz alta sobre el tamaño del aposento, la altura, la luz. Josh incluso silbó y dio palmas para escuchar el eco.
Tras dar varias vueltas más, los hermanos decidieron dirigirse hacia una de las paredes. Unas líneas horizontales grabadas en la piedra dorada marcaban con claridad el perfil de varias estanterías. Además, unos diminutos agujeros sobre los ladrillos mostraban dónde se habían colocado. Sin embargo, no había rastro de las estanterías, ni de lo que sostenían, evidentemente.
Josh limpió la pared con la mano.
—Esto ha ocurrido hace poco. Ni siquiera hay polvo.
Sophie miró a su hermano algo impresionada.
—Eso ha sido brillante. Nunca habría pensado en algo así.
—Lo vi en una vieja película de Sherlock Holmes —admitió con una amplia sonrisa.
Los mellizos se encaminaron hacia el lugar donde Isis y Osiris les habían dejado. Sophie vaciló durante unos instantes y después frenó a su hermano cogiéndole del brazo. El guante metálico de la joven rasgó la armadura dorada.
—No son nuestros padres, ¿verdad?
Josh siguió caminando. Ya había adelantado un par de metros cuando por fin decidió contestar.
—Llevo dándole vueltas a ese asunto desde el mismo momento en que nos dijeron quiénes eran.
—Yo también —reconoció Sophie.
—En la tierra, durante todos estos años, han actuado como nuestros padres. Fueron buenos padres y tomaron siempre las decisiones adecuadas. Pero…
—Siempre fueron un poco fríos con nosotros —interrumpió Sophie—. Incluso antes de que todo esto ocurriera, había momentos en que me preguntaba si habrían leído un manual de instrucciones para ser padres. Había algo extraño en ellos. Los padres de todos nuestros amigos eran más…
La joven se quedó callada unos segundos, buscando la palabra apropiada.
—¿Naturales? —mencionó Josh.
—Sí, eso es. Naturales. Nuestros padres, en cambio, parecían forzados. Incluso en una ocasión se lo comenté a mamá, bueno, a Isis; justo después de trasladarnos a Austin. Su reacción fue reírse y decirme que por supuesto éramos diferentes y que era normal que nos resultara algo incómodo. Éramos mellizos, íbamos a una nueva escuela y, por esos y otros motivos, no era de extrañar que nos sintiéramos fuera de lugar.
—¿Y te acuerdas de lo que dijeron? —añadió Josh—. Que nos estaban educando.
—Preparando.
—Entrenándonos.
—Pero nunca mencionaron que era para este papel —acabó Sophie.
—Pero si no son nuestros padres, ¿quiénes somos? —preguntó Josh aminorando el paso hasta quedarse inmóvil—. Hace un rato estaba pensando precisamente en eso. Ya sabes que los Flamel se pasaron toda su vida buscando mellizos Oro y Plata…
Sophie empezó a decir que sí con la cabeza; acto seguido, al darse cuenta de qué estaba sugiriendo su hermano, puso los ojos como platos.
—Puede que Isis y Osiris hicieran lo mismo. Solo que nos encontraron primero.
A Sophie se le desencajó la mandíbula.
—Pero Josh, ¿en qué nos convierte eso? ¿De dónde venimos? ¿Somos adoptados? —tartamudeó—. ¿Somos mellizos?
Josh apoyó una mano sobre el hombro de su hermana y la abrazó.
—Siempre seré tu hermano, Sophie. Siempre cuidaré de ti.
La joven no pudo ocultar las lágrimas.
—Ya lo sé, Josh. Pero me encantaría saber quiénes somos.
—¿Y la Bruja no lo sabría?
¿No estará en sus recuerdos?
—No estoy segura… —empezó Sophie, pero mientras hablaba, una avalancha de imágenes le hizo perder el equilibrio. Josh la cogió por el brazo para evitar que se cayera al suelo. La joven abrió los ojos y trató de orientarse.
—¿Qué has visto? —preguntó Josh, inquieto.
—Los recuerdos de la Bruja…
—¿Y?
—Tú y yo, en la cima de esta pirámide. Luchando.
El joven meneó la cabeza.
—Eso no va a ocurrir. De ningún modo.
—Sí. Y va a ocurrir hoy mismo. En cuestión de horas.
—No, no puede ser. Estás viendo uno de los múltiples futuros posibles. Uno que jamás sucederá —dijo con aire desafiante.
Una lágrima plateada asomó por el rabillo del ojo de Sophie.
—¿Has visto algo más sobre nosotros? —preguntó.
—No —mintió Sophie.
No quería contarle qué más había visto. No quería confesarle que le había visto solo y perdido sobre la pirámide, abandonado y abatido mientras ella huía…
—Pero he visto a Scathach. Y a Juana de Arco, Saint-Germain, Shakespeare y Palamedes. Todos estaban aquí.
—¿Dónde?
—Aquí, en los peldaños de esta pirámide —respondió.
—Eso es imposible.
De repente, los mellizos escucharon pasos apresurados por el pasillo y un golpe precipitado en la puerta.
—Justo a tiempo —murmuró Josh—. Empezaba a sentirme como un prisionero.
El picaporte de la puerta, un círculo dorado con una serpiente tragándose su propia cola esculpida, giró y las bisagras chirriaron.
—Espera, espera —dijo Josh dirigiéndose corriendo a la puerta para girar la llave en el paño. Miró de reojo a su hermana—. ¿Cómo consiguen llegar hasta aquí? —preguntó.
Y justo entonces la puerta se abrió de golpe, propulsando a Josh varios metros. El joven dio varias volteretas en el suelo mientras su armadura escupía chispas doradas. Sophie no dudó en correr hacia su hermano.
Una silueta encapuchada apareció en el umbral y entró en el aposento. Dos figuras más la siguieron. La última en entrar cerró la puerta con llave. A juzgar por la silueta, los mellizos enseguida intuyeron que eran seres altos y musculosos, pero incluso antes de deslizar la capucha se dieron cuenta de que no eran criaturas humanas. Aunque lucían el mismo cuerpo que el de un ser humano, tenían la cabeza, las zarpas y los pies de un oso negro. Llevaban la ropa hecha jirones y, alrededor de la cadera, lucían un cinturón cosido con piel de oso.
—Hombres lobo —susurró Sophie—. Bersekers.
Las tres criaturas desenfundaron unas hachas de guerra de empuñadura corta y unos puñales de cristal negro.
Josh se puso en pie y desenvainó las dos espadas que llevaba atadas a la espalda.
Sophie se colocó a la izquierda de su hermano y apretó los puños.
—¿Tenéis idea de quiénes somos? —preguntó Josh.
—No —respondió el berserker con un gruñido—. Pero tampoco nos importa. Nos han enviado a mataros —anunció—. No tardaremos mucho, a menos que decidáis oponeros. Tenemos la esperanza de que luchéis por vuestra vida —añadió.
—Oh, lucharemos —prometió Josh.
—Bien. Más deporte para nosotros.