La pirámide era gigantesca. Una escalera infinita conducía hasta una cima llana.
La edificación estaba construida en el mismísimo corazón de la isla de Danu Talis, rodeada por una inmensa planicie dorada que, a su vez, estaba rodeada por un anillo de agua. Multitud de canales rebosaban de aquel círculo, como los rayos de una rueda.
—La Pirámide del Sol —anunció Osiris—, el corazón de Danu Talis.
Ladeó la vímana para que los mellizos pudieran echar un vistazo a aquel monumento tan extraordinario. Josh trató de calcular su tamaño.
—¿Cuántas manzanas ocupa? ¿Diez, doce?
—¿Os acordáis cuando os llevamos a ver la Gran Pirámide de Guiza? —preguntó Isis.
Josh y Sophie asintieron con la cabeza.
Isis se dio la vuelta para mirar a través de la portilla de la vímana y poder así admirar la estructura maciza.
—Pues aquella copia enclenque apenas mide dos mil trescientos metros de largo. La Pirámide del Sol es diez veces más larga.
Josh frunció el ceño, intentando hacer los cálculos de forma mental, convirtiendo los metros en kilómetros.
—Casi dos kilómetros y medio —dijo Sophie con una sonrisa, sacando así a su hermano de su ensimismamiento matemático.
—Y alcanza casi el kilómetro y medio de altura —continuó Isis.
—¿Quién la construyó? —quiso saber Josh—. ¿Vosotros?
—No —contestó Osiris—. Nuestros predecesores, los Grandes Inmemoriales, alzaron la isla del fondo marino y construyeron la primera pirámide. La original era aún más grande. Sin embargo, gran parte del resto de la isla es obra y creación nuestra.
Sophie, que estaba sentada detrás de Osiris, se inclinó hacia delante.
—Así pues, ¿cuántos años tenéis en realidad?
—Es difícil de decir con exactitud —dijo Osiris—. Hemos estado deambulando por los Mundos de Sombras miles de años; el tiempo pasa de una forma distinta aquí. Hemos vivido varios milenios aquí y, por supuesto, hemos pasado quince años sobre la tierra, criándoos.
—Entonces, cuando nos decíais que tenías excavaciones en otras partes del planeta, en realidad ibais a algún Mundo de Sombras, ¿no? —cuestionó Josh.
—A veces —respondió Isis—, pero no siempre. A veces sí que acudíamos a excavaciones. La historia es nuestra pasión.
—Y la tía Agnes, Tsagaglalal, ¿sabíais quién era? —preguntó Sophie.
Josh miró a su hermana algo perplejo.
—¿La tía Agnes? —articuló.
Las carcajadas de ambos Inmemoriales fueron idénticas.
—Desde luego que lo sabíamos —aclaró Isis—. ¿Acaso creéis que os abandonaríamos en manos de un desconocido? Siempre supimos que os dejábamos con Aquella Que Todo lo Ve. Está presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero solo como observadora neutral. Nunca toma partido. Cuando se ofreció a cuidaros, debo confesar que nos sorprendió un poco. Además, era la candidata ideal: ni Inmemorial ni de la Última Generación. Y tampoco humana.
—¿La tía Agnes? —articuló Josh otra vez sin apartar la mirada de su hermana.
La muchacha negó con la cabeza.
—Más tarde —respondió.
La vímana se alejó de la pirámide, hizo una voltereta muy arriesgada y se dirigió hacia un descomunal edificio que se ocultaba bajo la sombra de la pirámide. Sobre el tejado se apreciaba un jardín espectacular con siete círculos distintos, cada uno decorado con flores brillantes y de colores. En una esquina del techo, unas enredaderas hermosas con rosas escalaban por la pared.
—El zigurat es el Palacio del Sol, hogar de los gobernantes de Danu Talis —explicó Isis—. Y, a partir de hoy, vuestra casa.
—Espero que tengamos jardineros —murmuró Josh.
—Josh, tendrás todo lo que desees —dijo Isis con completa sinceridad—. En esta isla seréis los gobernantes indiscutibles. Los humanos os venerarán como dioses —continuó mientras se daba la vuelta en su asiento para mirar a los mellizos—. Os han Despertado; podéis haceros una vaga idea del alcance de vuestros poderes. Esos poderes aumentarán durante los próximos meses. Encontraremos a los mejores profesores para que os instruyan. —Isis sonrió y su lengua negra se retorció en el interior de la boca como un gusano—. Pronto seréis capaces de crear vuestros propios Mundos de Sombras, reinos diseñados a vuestro antojo. Pensadlo bien: podríais idear un mundo y poblarlo con las criaturas que deseéis.
Josh esbozó una gran sonrisa.
—Eso sería genial. No habría serpientes en ninguno de mis mundos.
—Una vez os convirtáis en los gobernantes de Danu Talis, podréis tener todo lo que más ansiéis —añadió Osiris.
—Todavía no nos habéis detallado qué tendremos que hacer para que nos elijan como gobernantes —dijo Sophie.
Isis se dio media vuelta en su asiento.
—En fin, no tenéis que hacer nada. Sencillamente os presentaremos como Oro y Plata.
—¿Y no tenemos que hacer nada? —insistió Sophie. Había algo que no cuadraba.
—Nada en absoluto —respondió Isis, dándole la espalda.
Los mellizos se cruzaron las miradas. Ninguno creyó a la Inmemorial.
—Los Inmemoriales convocados os reconocerán como los únicos y verdaderos gobernantes de la isla —dijo Osiris—. Durante los últimos milenios, una única familia se ha encargado de dirigir Danu Talis, pero no siempre ha sido así. Al principio, incluso antes de que se alzara del océano, los Inmemoriales, y también los Grandes Inmemoriales, fueron gobernados por Oro y Plata, individuos con auras extraordinarias.
—¿Individuos? —preguntó Sophie echando un rápido vistazo a su hermano. Quería comprobar si su hermano también se había dado cuenta de las implicaciones que suponían las palabras de su padre, Osiris—. ¿No mellizos?
—Normalmente sí, individuos —confirmó Osiris—. Y rara vez, muy rara vez, mellizos. En toda la historia de la isla solo ha habido un puñado de mellizos Oro y Plata. Sus poderes sobrepasaban los límites de la imaginación. Se dice que los mellizos originales crearon los primeros Mundos de Sombras y que incluso podían viajar a través del tiempo. Existe una historia —añadió con una sonrisa— que asegura que este reino es un Mundo de Sombras diseñado por ellos. Pero los mellizos Oro y Plata siempre han sido los verdaderos gobernantes de la isla.
—Así que, tal y como podéis ver —dijo Isis—, los Inmemoriales de Danu Talis no tendrán más remedio que aceptaros como sus gobernantes.
Sophie se recostó en el respaldo de su asiento.
—Tiene que haber alguien que objete.
—Por supuesto —contestó Isis en tono bajo—, y nos encargaremos de esas objeciones cuando sea el momento apropiado.
Aunque su voz seguía siento tan suave y carente de emoción como cuando llegaron a la isla, todos percibieron cierta amenaza en sus palabras.
—¿Es normal que haya tanta gente por la calle? —preguntó Josh.
El joven se asomó por una ventanilla lateral para observar la metrópolis y los canales que se extendían a sus pies.
Sophie vio cómo Isis miraba a Osiris por el rabillo del ojo, pero sin decir nada. La muchacha también echó un vistazo a la ciudad de Danu Talis. Unas columnas de humo inundaban la atmósfera y, de repente, su pulso empezó a acelerarse.
—¡Mirad! ¡Hay varios incendios! Parecen edificios en llamas.
—Hay cierto malestar social —espetó Osiris, que de pronto alzó la voz. Tras tomar aire, continuó con tono más tranquilo—. Hay un poco de descontento civil. En cada ciudad, en cada época de la historia, siempre habrá alguien que no esté conforme.
—También nos ocuparemos de esos —rebatió Isis a regañadientes—, pero no esta noche. ¡Es un momento de celebración!
La vímana rodeó la pirámide y empezó a descender mientras su sombra circular bañaba los canales y las calles doradas.
Sophie se fijó en que todos los canales que nacían de la pirámide estaban custodiados por un ejército de anpu. Había diversas multitudes de humanos ataviados con ropajes blancos al otro lado del agua. Parecían gritar y alzar el puño. A Sophie le pareció ver fruta y otros mísiles sobrevolando los canales para aterrizar sobre la armadura de los guardias.
—Pensé que aterrizaríamos en la cima de la pirámide —comentó Josh.
—No en la cima, sino delante de la pirámide. Está hueca —dijo Isis—. Entraremos.
Osiris descendió la nariz de la aeronave y una monstruosa plaza dorada apareció en frente de la pirámide. A medida que se acercaban, los mellizos pudieron ver que la plaza estaba a rebosar de gente y carruajes. Media docena de vímanas, en distintas fases de deterioro, estaban esparcidas por la plaza. El gentío se había sentado junto a los carruajes y los carromatos, ninguno de los cuales era arrastrado por un caballo. La zona estaba repleta de guerreros con cabezas de animales bien variopintos, algunos tenían el rostro de un perro o de un chacal y otros de un toro o un cerdo, pero todos iban protegidos con una armadura completa. Se distinguían algunos guerreros felinos que guardaban una distancia más que considerable de sus compañeros, en especial de los soldados perrunos.
—Esperan disturbios —dijo Sophie.
—Oh, es puramente ceremonial —se apresuró en justificar Isis—. Se trata de una ocasión muy poco habitual; de hecho, no recuerdo la última vez que todos los Inmemoriales se reunieron en un consejo.
Isis se volvió otra vez en su asiento y, de pronto, a Josh le invadieron una serie de recuerdos de todos los viajes de carretera que habían hecho en verano, cruzando toda Norteamérica, con su padre en el volante y su madre volviéndose continuamente para darles órdenes o explicarles algún paisaje local. O, lo cual sucedía más a menudo, para separarles y evitar una pelea.
—Es probable que esta sea la última vez que veamos a todos los Inmemoriales de Danu Talis reunidos en un mismo lugar. La Mutación se ha apoderado de casi todos ellos y les ha convertido en criaturas… —Hizo una pausa, buscando la palabra más apropiada.
—Espantosas —propuso Sophie.
—Espantosas —convino Isis.
—Pero vosotros no habéis sufrido los efectos del cambio —observó Josh—, ¿verdad?
—No —dijo Isis con una sonrisa.
—Aunque no todas las alteraciones son externas —murmuró Sophie entre dientes.
La aeronave descendió poco a poco hasta tocar el suelo de la plaza que se extendía ante la pirámide. Varios anpu vestidos con una armadura de cerámica roja y negra formaron filas.
—Ahora no digáis nada y haced todo lo que os digamos —dijo Isis con firmeza.
Josh agachó la cabeza para esconder una sonrisa. Era igual que en los viajes de carretera.