La bruma se arremolinó cuando los espartoi se acercaron a un Niten indefenso. Rápido como un rayo, uno de los guerreros embistió contra el inmortal para atizarle un garrotazo en el muslo. El japonés se derrumbó sobre el puente con un gruñido de dolor. Niten cayó sobre la espalda y se quedó mirando a las criaturas con rasgos reptiles. En ese instante supo que iba a morir. El inmortal sintió una punzada de remordimiento: siempre había deseado morir en su querida patria, Japón. Y, además, le había hecho prometer a Aoife que si fallecía en un país extranjero o en un Mundo de Sombras, ella se encargaría de llevar su cuerpo sin vida hasta Reigando, al suroeste de Japón. Pero Aoife había desaparecido. Jamás podría cumplir su promesa de rescatarla. Y su cuerpo nunca podría yacer donde él siempre había querido.
—Te mataremos lentamente —dijo una de las criaturas con voz juvenil.
El espartoi dio un paso hacia el inmortal y bajó la mirada. De su mandíbula colgaban hilos de saliva que olía a mil demonios.
En ese momento, un Toyota Prius apareció de la noche brumosa y se llevó por delante a dos de las criaturas. La gigantesca estructura metálica se sacudió y sonó como una campana. Todos y cada uno de los espartoi que amenazaban a Niten se dieron media vuelta, sorprendidos y asombrados. El inmortal apoyó la espalda sobre el puente y soltó una patada con todas sus fuerzas. El golpe aterrizó bajo la barbilla de la criatura. La mandíbula inferior se estrelló con los dientes afilados de la superior y el espartoi soltó el garrote, aullando de dolor. Niten cogió el garrote en el aire, impidiendo así que se cayera al suelo, y asestó un mazazo a los pies de la bestia. El espartoi gritaba como una tetera hirviente mientras saltaba a la pata coja. El inmortal japonés arreó otro garrotazo sobre el otro pie de la criatura y escuchó un crujido. La bestia se arrodilló. Ahora, sus gritos eran tan agudos que incluso parecían inaudibles.
Un segundo automóvil, un Escarabajo de la casa Volkswagen que avanzaba a trompicones por el puente, salpicando chispas a ambos lados del puente, atropelló a dos espartoi más. Prometeo emergió de entre la oscuridad nocturna con una gigantesca espada que empuñaba con ambas manos. Dos de las criaturas con aspecto de cocodrilo se abalanzaron sobre el Inmemorial y la gigantesca espada cortó el aire. Un espartoi alzó su escudo protector. La espada golpeó la superficie en una explosión de chispas y la criatura no tuvo más remedio que arrodillarse sobre el suelo. El segundo espartoi trató de esquivar el golpe con el garrote. El filo de la espada le arrebató el mazo de las manos y lo arrojó por los aires. El arma del guerrero se sumergió en el agua. Desarmadas, las dos bestias se retiraron hacia la densidad de la niebla.
El Inmemorial se posicionó ante el inmortal caído.
—¿Estás herido?
—Dame un momento. Deja que me cure —respondió Niten mientras se ponía en pie. El aire que le rodeaba se iluminó de color azul y la niebla se inundó del aroma del té verde. El aura de Niten se espesó alrededor de su muñeca y en el centro del pecho, cubriendo así las heridas más graves—. Solo necesito un par de días descansando en cama y estaré perfectamente —dijo mientras recogía los pedazos de su espada corta.
—No tendrás esa oportunidad —dijo Prometeo con una amplia sonrisa—. Regresemos al otro extremo del puente. Tengo todos los coches colocados. No podemos permitir que ningún otro espartoi cruce el puente.
Niten siguió al Inmemorial cojeando.
—Gracias —comentó—. Me has salvado la vida.
—Y antes de que esta noche acabe, no me cabe la menor duda de que tú salvarás la mía —replicó Prometeo con otra sonrisa.
—Pensé que no eras un guerrero —recordó Niten.
—Y no lo soy —contestó Prometeo—. Pero he librado unas cuantas batallas.
—Pensé que había matado a uno —farfulló Niten—. Y el primer coche que has lanzado se llevó a dos por delante.
—¿Están muertos?
—No estoy seguro. Pero un coche cayó sobre ellos. El Volkswagen se estrelló contra otros dos y yo le he roto los pies a otro espartoi. Eso teniendo en cuenta que tienen pies, claro está —añadió.
—¿Has visto levantarse a los dos que he aplastado con el Volkswagen? —preguntó Prometeo.
—He visto cómo el coche les aplastaba. ¡No puedes ni imaginarte cómo es la mueca de sorpresa de un cocodrilo! Estaban debajo de los neumáticos, pero la niebla se los tragó. Lo más probable es que estén muertos —supuso.
En ese instante, el inconfundible capó del Volkswagen salió volando de entre la bruma como un frisbee letal. La espada corta de Niten rasgó el metal fino como si fuera papel de aluminio y el capó se partió en dos pedazos.
—Quizá no estén muertos —murmuró el inmortal.
Prometeo había construido una especie de V de coches sobre el puente. Los vehículos estaban de costado y apilados de dos en dos, con las ruedas hacia el interior. A los pies de la V se apreciaba una pequeña apertura por donde solo podía pasar un hombre.
—Es perfecto —opinó Niten, admirando el trabajo.
—Fue idea tuya.
El inmortal japonés hizo caso omiso del cumplido.
—Podemos retenerles aquí —dijo—. No pasarán. Oh, y recuerda lo que te he advertido. No utilices tu armadura roja.
Prometeo asintió con la cabeza.
Niten echó un vistazo a su amigo y cambió de opinión.
—Olvídalo. Usa tu armadura si quieres. Ya saben que estamos aquí. Son rápidos, muy, muy rápidos. Necesitaremos todas las ventajas que podamos encontrar.
De pronto, se distinguió el dulce aroma del anís en el aire y el Inmemorial hizo parpadear una armadura carmesí a su alrededor. Miró de reojo a Niten.
—¿No piensas cambiarte?
Niten negó con la cabeza.
—El esfuerzo para curar las heridas ha consumido gran parte de mi energía. Necesito un poco de tiempo para recuperarme —contestó mientras hacía girar su espada y el garrote del espartoi entre las manos.
—Entonces deja que me ponga en primera línea —dijo Prometeo. El Inmemorial se colocó en el centro de la abertura y empezó a desentumecerse los músculos del cuello moviendo la cabeza—. Descansa un rato. Cura todas tus heridas si puedes.
—No van a dejarnos descansar —replicó el inmortal. Justo cuando pronunció la última palabra, se apreció cierto movimiento en el aire y la niebla empezó a arremolinarse—. Ahí vienen.
Seis criaturas se dirigieron a toda prisa hacia el túnel. Eran casi idénticas en apariencia y, aunque la mayoría llevaba garrotes, dos de los espartoi empuñaban espadas. Todo el grupo cargaba con un escudo para protegerse.
—No parecen muy contentos —murmuró Prometeo.
—No están acostumbrados a perder —explicó Niten asomándose por encima del hombro del Inmemorial—. Eso les enfurece, pero no olvidemos que un enemigo furioso comete errores.
El camino de coches alineados permitió la entrada a cuatro de los guerreros pero, a medida que se iba estrechando, los espartoi no tuvieron más remedio que avanzar en fila india. Al final, solo una criatura se encontró cara a cara con el Inmemorial. El espartoi se abalanzó sobre Prometeo con el garrote en la mano mientras los otros cinco empujaban desde atrás en un intento de acercarse un poco más al Inmemorial.
La descomunal espada de Prometeo atizó al guerrero, convirtiendo el escudo en un acordeón metálico. El garrote de púas chirrió al rozar el filo de la espada del Inmemorial. De inmediato, Prometeo soltó una patada metálica y pisó los pies descalzos de la criatura.
El espartoi chilló a pleno pulmón mientras abría los ojos dorados como platos. Prometeo avanzó un paso y golpeó la cabeza de la bestia con el pomo de la espada. El espartoi se desplomó sobre sus compañeros, bloqueándolos. Las demás criaturas le clavaron las zarpas para arrastrarlo y sacarlo de en medio. Así, otro espartoi consiguió enfrentarse a Prometeo.
—Pagarás por eso… —empezó el espartoi. Pero entonces el puño metálico de Prometeo salió disparado para agarrar a la criatura por el hocico. Un segundo más tarde, el Inmemorial le dio un fuerte golpe con el pomo de la espada. Lanzó al lagarto hacia sus compañeros y los seis se derrumbaron.
—Esto no está tan mal —se carcajeó el Inmemorial—. Estoy empezando a pasármelo bien.
De pronto, la niebla empezó a erizarse y el filo de cuatro espadas brilló en la noche. La gigantesca espada de Prometeo resplandeció al dar varias vueltas. El Inmemorial consiguió rasgar dos de las lanzas con lengüeta, que al instante salieron volando, completamente rotas. Pero las otras dos espadas golpearon su coraza de pecho, que quedó hecha añicos.
El Inmemorial se derrumbó sin producir sonido alguno.