Virginia Dare se deslizó por el oscuro callejón para alejarse de Dee. Sin dejar de caminar, la inmortal fue desenvolviendo el envoltorio de hoja de palmera. Entre sus manos tenía un rectángulo plano de esmeralda. Notó una energía pura vibrando en el interior de aquella losa verde y de inmediato reconoció la sensación: su flauta rezumaba ese mismo temblor cuando la utilizaba.
La tableta de esmeralda medía unos diez centímetros de ancho y veinte de largo. Le dio varias vueltas: ambos lados estaban grabados con pictogramas que guardaban cierto parecido con las antiguas escrituras humanas del valle Indus. Unos zarcillos del aura verde pálido de Virginia emergieron de sus dedos y se arrastraron por la superficie del rectángulo. De repente, la esencia a salvia cubrió el oscuro callejón. Virginia contuvo la respiración mientras contemplaba cómo las escrituras fluían sobre la piedra preciosa, alterándose y cambiando mientras los dibujos tomaban vida por un instante: diminutas hormigas correteando, peces nadando, pájaros batiendo las alas y soles brillando.
Hacía muchísimo tiempo que no veía una escritura como esa.
Los pictogramas temblaron y, en un abrir y cerrar de ojos, se esfumaron. Ahora, en el centro de la tableta tan solo se distinguía una ristra de símbolos arcanos. De pronto, cambiaron hasta transformarse en una sola palabra en inglés: «CROATOAN».
Virginia Dare se dejó caer contra la pared, como si alguien la hubiera empujado con fuerza. Y entonces, muy lentamente, fue deslizando la espalda por el muro hasta quedarse sentada.
CROATOAN.
Cuando era niña, todavía no había cumplido los tres años de edad, había visto a su padre tallar esa palabra en la valla de madera que rodeaba su casa en Roanoke.
CROATOAN.
Sin pronunciarla, sus labios articularon esa palabra. Las letras que formaban esa palabra fueron las primeras que vio en su vida. Esa palabra fue la primera que aprendió. Era un secreto que había guardado en lo más profundo de su corazón. Un secreto que solo ella conocía. Unas lágrimas verdes le recorrieron las mejillas.
Las letras tiritaron y desaparecieron. Unas diminutas representaciones parecidas a arañazos aparecieron sobre la piedra: vio tortugas y nubes, una ballena, la luna en todas sus fases y un sol resplandeciente. Todas las imágenes fluían sobre la tableta de esmeralda en líneas horizontales muy estrechas.
Virginia rozó la esquina inferior izquierda con el dedo índice. Estaba recordando una lengua que antaño aprendió y que creía haber olvidado por completo.
Soy Abraham de Danu Talis, a veces llamado el Mago, y te envío saludos, Virginia Dare, hija de Elenora, descendiente de Ananias.
Con esta palabra, «Croatoan», una palabra cuyo significado solo tú conoces, sabrás que todo lo que voy a decirte es la pura verdad. De modo que, cuando te confieso que te he observado durante todos los días de tu vida, deberías saber que es cierto. Cuando afirmo que te he protegido y cuidado durante muchos años, deberías saber que también es verdad. Te guie hasta la cueva del Gran Cañón donde hallaste tu preciosa y valiosa flauta. Y permití que asesinaras a tu maestro Inmemorial además de protegerte de las consecuencias que tal acontecimiento acarrearía.
Sé quién eres, Virginia Dare, y más importante aún, sé qué eres. Sé qué estás buscando, aquello que ansías más que cualquier cosa en el mundo.
Y hoy puedes conseguir la ambición de tu vida.
Hoy tienes la oportunidad de marcar la diferencia.
No has caminado por el Mundo de Sombras terrestre durante más de nueve milenios. Y, sin embargo, recibes esta tableta de mi parte justo hoy. La tendrás entre tus manos pocas horas después de que yo la haya envuelto con una hoja de palmera. Al principio, cuando empecé a seguir tu línea del tiempo, jamás me imaginé que tu vida daría tantas vueltas y que ambos acabaríamos en el mismo continente y en el mismo hilo temporal.
Eres una mujer excepcional, Virginia Dare.
Has sobrevivido cuando todo lo que te rodeaba se marchitaba y moría. Y has hecho algo más que sobrevivir. Has prosperado. Has vivido sola y asilvestrada en el corazón del bosque. Pero en realidad jamás estuviste sola. ¿Alguna vez te preguntaste por qué los lobos nunca venían en tu busca y los osos te evitaban? ¿Por qué nunca caíste enferma después de ingerir comida podrida o agua estancada? Y en los meses más duros de invierno, cuando la nieve se acumulaba sobre el suelo, jamás te pusiste enferma. Ni un solo catarro. Siempre tuviste comida y nunca pasaste hambre. Nunca te rompiste un hueso, ni un diente. Cuando las plagas devastaban a las tribus nativas, tú parecías inmune. Cuando tus enemigos venían en tu busca, se perdían en el bosque. Cuando los cazadores te seguían el rastro para obtener tu recompensa, llegaban a lugares misteriosos y desconocidos.
De veras, has tenido una vida encantadora.
Y mientras yo te vigilaba, Marethyu, el hombre de la hoz en la mano, te protegía. Él era tu sombra, tu guardián. Juntos te mantuvimos a salvo porque sabíamos que un día te necesitaríamos.
Y te necesitamos hoy, Virginia Dare, tal y como siempre has deseado que alguien te necesite.
El hecho de que te abandonaran de niña y que durante años vivieras como una salvaje en el bosque te podría haber convertido en una persona egoísta, ambiciosa y, quizá, un poco loca.
Pero no eres nada de todo eso.
Esto es un testamento de tu valentía, tu fuerza de voluntad, tu integridad.
Cuando tenías comida de sobra, la compartías con las tribus nativas. Incluso cuando tenías pocos alimentos, dejabas trozos de comida colgados de las ramas de los árboles. Te asegurabas de que las trampas y las redes siempre estuvieran llenas. Te preocupabas por ellos más de lo que nunca nadie se ha preocupado por ti. Los nativos lo sabían y por ese motivo te veneraban.
Aceptaste la inmortalidad de un Inmemorial que despreciabas por el mero hecho de tener más tiempo para ayudar a los más necesitados. Y durante siglos has ocultado tu pasión por la justicia tras una fachada de desaprensión e indiferencia. Muy pocos te conocen y aquellos que creen conocerte asumen que tu único interés eres tú misma. Ni siquiera el Mago inglés, que está convencido de conocerte mejor que cualquier otra persona viva, tiene la menor idea de quién eres. Él no conoce a la verdadera Virginia Dare.
Yo te conozco.
Sé que siempre has sentido un desprecio absoluto hacia la arrogancia de la autoridad. Siempre has dado un paso hacia delante para hablar en nombre de aquellos que no tenían voz propia. Y ahora te encuentras en un mundo donde una clase social entera no tiene voz ni voto, donde un puñado de Inmemoriales, muchos de los cuales han sufrido tal Mutación que apenas son reconocibles, continúan anclados en el poder. Y, peor aún, no están dispuestos a ceder ese poder. Su intención es destruir o esclavizar a los humanos. Están convencidos de que el mundo que tú conoces, en el que tú creciste, debe dejar de existir. El pueblo de Danu Talis necesita una voz, Virginia Dare. Necesita a alguien que hable en su nombre.
Te necesita a ti.
Las lágrimas de Virginia mojaron la superficie de piedra.
Una figura ataviada con una túnica blanca se movió en el callejón y la inmortal enseguida se secó las lágrimas. Ningún hombre la había visto jamás llorar. Escondió la tableta bajo la camiseta. Notó el frío de la piedra contra su piel.
—Yo también tengo una —dijo Marethyu en tono amigable—. Abraham dejó estos mensajes a aquellos que quería o respetaba. Dee, por supuesto, no tiene mensaje —añadió con una sonrisa.
—No conozco a ese tal Abraham —respondió Virginia con los ojos todavía húmedos.
—Él te conoce a ti —contestó Marethyu.
—Me ha dicho que tú también me vigilabas cuando vivía en el bosque.
—Así es.
—¿Por qué?
—Para mantenerte a salvo. Abraham te mantenía alejada de todo peligro, se aseguraba de que tuvieras comida y ropa para vestir. Y yo… en fin, yo te protegía.
—¿Por qué?
—Una vez fuiste amable conmigo… o mejor dicho, serás amable conmigo en un futuro.
—Te conozco, ¿verdad? —susurró Virginia—. Te he conocido antes.
—Sí.
—La Muerte no ha sido siempre tu nombre —adivinó la inmortal.
—He recibido muchos nombres a lo largo de mi vida.
—Descubriré quién eres —prometió—. Descubriré tu verdadero nombre.
—Puedes intentarlo. Y quizá lo consigas.
—Te hipnotizaré con mi flauta —amenazó, medio en serio, medio en broma—. Y entonces me revelarás tu nombre.
Marethyu sacudió la cabeza.
—Ninguno de esos artefactos tiene efecto alguno sobre mí.
—¿Por qué?
—Por lo que soy —respondió—. Pero necesito saber una cosa: ¿Te pondrás de nuestro lado, Virginia? ¿Lucharás por los humanos de Danu Talis y por el futuro de tu mundo?
—¿Acaso tienes que preguntármelo?
—Necesito escucharte decir que sí.
—Sí —respondió.