Billy el Niño siguió a Maquiavelo y Black Hawk por el estrecho túnel. El resplandor mugriento y blanquecino que emitía una pelota de energía iluminaba las paredes húmedas y el techo. El aire del pasillo apestaba a pescado podrido y algas putrefactas.
—Eso es asqueroso —protestó Billy entre dientes.
—No puedo llevarte la contraria —dijo el italiano—, pero he estado en lugares mucho peores. Me recuerda un poco a…
—No me lo digas, por favor. No quiero saberlo —gruñó Billy.
Dio un paso hacia delante y hundió el pie, justo hasta el tobillo, en un fango fétido. Una burbuja maloliente explotó en el charco de mugre y salpicó los vaqueros del inmortal de suciedad.
—Cuando todo esto acabe no tendré más remedio que quemar estas botas. Y son mis favoritas.
—Me caes bien, Billy —comentó Maquiavelo—. Me gusta que seas siempre tan optimista. Asumes que seguiremos con vida al final de esta aventura y que podrás comprarte botas nuevas.
—Bueno, no sé tú, pero no tengo intención alguna de morir, eso puedo asegurártelo —dijo Billy con una amplia sonrisa—. Black Hawk y yo nos hemos metido en algún que otro lío varias veces —explicó y, mirando por encima del hombro del italiano, alzó la voz—: Solo estaba diciendo…
—Ya te he oído, Billy —murmuró Black Hawk—. De hecho, estoy convencido de que toda la isla te ha oído.
Billy meneó la cabeza y señaló con el pulgar el techo del túnel.
—¿Con ese ruido? Lo dudo mucho.
Los rugidos, gritos y chillidos de los monstruos que se habían reunido en el patio de la cárcel se filtraban por las losas y rocas subterráneas.
—Pero fijémonos en el lado bueno. Al menos siguen en la isla.
—Deberíamos empezar a preocuparnos cuando dejemos de oír sus graznidos. Cuando todo esté en silencio —opinó Black Hawk—. Eso solo puede significar dos cosas: que se acercan sigilosamente hacia nosotros o que han abandonado Alcatraz.
—Una lógica impresionante. ¿Se trata de una tradición de rastreo de los nativos americanos? —preguntó Maquiavelo con curiosidad.
Black Hawk negó con la cabeza.
—Sentido común —respondió. Después se detuvo en mitad del túnel y señaló hacia delante—. Allí.
El italiano movió la mano y la esfera de luz se deslizó por el túnel hasta alumbrar una puerta rectangular. A diferencia del resto de las paredes, que tenían algas incrustadas y estaban repletas de percebes y barro, esta parte estaba limpia como una patena y tenía al descubierto los ladrillos irregulares originales que se utilizaron para construir el túnel.
—Esta es la cueva que os comentaba —informó Black Hawk—. Cuando terminé con Nereo, algunas sirenas se enfadaron mucho conmigo.
Billy esbozó una satisfecha sonrisa y abrió la boca para soltar un comentario, pero Maquiavelo le cerró el pico estrujándole el brazo.
—Ya que no tenía más alternativas —continuó Black Hawk—, me escondí en lo más profundo del túnel. Las sirenas me persiguieron y debo reconocer que, a pesar de no tener piernas, se arrastraban con bastante rapidez utilizando las manos y batiendo las colas contra el suelo. Era parecido a ver un salmón nadando a contracorriente en un río. No dejaron de aullar y soplar hasta que llegaron a esta curva. Una vez aquí se detuvieron como si hubiera un muro que les impidiera avanzar —explicó Black Hawk.
El inmortal alzó la mano y el nauseabundo olor que inundaba el túnel desapareció para dejar paso al aroma medicinal de la zarzaparrilla. Unas llamas de color verde pálido empezaron a danzar en las yemas de sus dedos hasta formar una nube amorfa de color esmeralda. De inmediato, las paredes del túnel se tiñeron con un resplandor tembloroso de tonalidades plateadas y verdosas.
—Y entonces vi esto —anunció.
—¿Qué es? —susurró Billy observando las paredes.
Black Hawk alargó el brazo y rozó la pared con la mano derecha. Las piedras estaban cubiertas por una capa muy fina y brillante que se despegaba de la pared en un sinfín de delicadas hebras.
—Telaraña —dijo—. Las paredes están recubiertas de telaraña.
—Hay un montón de arañas —añadió Billy con cierto nerviosismo.
Black Hawk ondeó la mano y la nube verde se arrastró por el túnel, iluminándolo.
—Como podéis ver, hay partes que están arrancadas, como si algo muy grande hubiera andado por aquí.
El inmortal dio un paso hacia delante y recogió un palo de madera que estaba medio enterrado en el barro.
—Pero esto es lo que me interesa de verdad —dijo—. Encontré esto justo cuando escuché vuestras voces.
Black Hawk mostró un leño de madera oscura en cuya punta se distinguía una lanza con forma de hoja. Maquiavelo y Billy el Niño se inclinaron para echar un vistazo al arma.
—Es una lanza —adivinó Billy—. Y muy antigua. No reconozco esos dibujos de la punta. No pertenece a los nativos americanos, sin duda.
—A mi parecer es un arma africana, puede que zulú —interpuso Maquiavelo.
—Hay unas cuantas más enterradas en el fango —informó Black Hawk. Acercó la mano a la punta metálica de la lanza. El aura verde que irradiaba de sus dedos iluminó un jeroglífico cuadrado tallado sobre la hoja.
—Ah —suspiró el italiano—. ¿Qué tenemos aquí?
En cuanto Maquiavelo alargó el brazo y sus yemas se encendieron, la peste a serpiente cubrió el túnel.
—Tío, necesitas un olor más fresco —aconsejó Billy.
—A mí me gusta —murmuró Maquiavelo de forma distraída mientras una luz grisácea irradiaba de sus dedos—. Me ha servido de mucho.
Miró a Black Hawk directamente a los ojos y se fijó en que el jeroglífico cuadrado se reflejaba en sus pupilas.
—¿Lo reconoces?
—He visto lanzas parecidas antes —contestó—. Y nuestras leyendas mencionan este tipo de armas continuamente. Son artefactos ancestrales y mortíferos. Solo los curanderos más poderosos pueden empuñarlas —dijo señalando el jeroglífico esculpido en el filo—. Aunque nunca he visto ese símbolo en la lanza de un curandero. Ese dibujo parece sudamericano.
Billy miró a Black Hawk.
—Vislumbré algo parecido en el Mundo de Sombras de Quetzalcoatl. Estos dibujos están en la cocina, encima de la nevera…
—Sí, existe una pared cincelada con estas formas cuadradas. Ese muro parece más antiguo que el resto de la casa —confirmó Black Hawk.
—Tiene sentido que Quetzalcoatl conozca esas palabras —dijo Maquiavelo mirando a su alrededor—. ¿Y has dicho que había más?
Black Hawk extrajo dos lanzas más del pegajoso barro que inundaba el suelo. Las lanzas mostraban más jeroglíficos cuadrados, aunque algunos estaban borrosos por el agua del mar. Billy encontró otro par de lanzas cerca de la pared del túnel. Una de las cabezas mostraba únicamente una escritura y la segunda un jeroglífico bastante difuminado.
—Fijaos en que la parte inferior del leño está oscurecida y manchada.
Black Hawk dio la vuelta a una de las lanzas y la clavó en el suelo. El agua alcanzó la marca de la madera.
—Debía haber al menos doce lanzas —adivinó Maquiavelo—, colocadas siguiendo un patrón sobre el fango —explicó moviendo la mano para trazar una silueta en el aire—. Ese patrón debía formar una matriz de poder.
—¿Una qué?
—Piénsalo como una alarma antirrobo muy sofisticada. La cabeza de cada lanza debía estar pintada de color añil, de color ocre o quizá con sangre —comentó mientras acercaba la lanza a la luz—. Estos jeroglíficos pueden parecer sudamericanos, pero son más antiguos, mucho más antiguos. Son las Palabras de Poder, símbolos ancestrales que provienen de una lengua que ni siquiera se recordaba cuando Danu Talis emergió de entre las olas del océano. La leyenda cuenta que los Arcontes utilizaban estas palabras para proteger algo increíblemente valioso o para defenderlo de algo muy peligroso.
Billy sonrió.
—Y sabemos qué es en este caso, ¿verdad?
Maquiavelo giró la lanza en su mano izquierda. Zumbó y vibró y, de repente, el símbolo cuadrado se iluminó. Las auras de los tres inmortales parpadearon de inmediato.
—¿Sentís eso? —preguntó Maquiavelo un tanto sobrecogido.
Billy el Niño y Black Hawk dijeron que sí con la cabeza: notaban la boca entumecida y el aire demasiado pesado para respirar. Billy se frotó la sien con la mano, pues empezaba a sufrir un dolor de cabeza insoportable. El italiano alargó el brazo y, con la cabeza de la lanza, frotó las telarañas de la pared, que se marchitaron con el mero roce.
—Reunid todas las lanzas que encontréis —espetó Maquiavelo. Después pasó junto a los dos americanos y desapareció en la oscuridad.
—Eh, ¿desde cuándo somos tus porteros? —gritó Billy al italiano. Después, se dirigió hacia Black Hawk—: ¿Puedes creer cómo son estos inmortales europeos?
La voz de Maquiavelo retumbó en el fondo del túnel.
—No me importaría en absoluto llevar las lanzas, Billy. Pero entonces serías tú el encargado de investigar esta cueva tan interesante.
—Estaba a punto de hablaros de la cueva —dijo Black Hawk antes de que Billy pudiera contestar—. La vi en cuanto pasé por al lado.
—¿Y no entraste? —preguntó Maquiavelo.
—¿Tengo pinta de estúpido?
El italiano creó un globo de luz que reveló una abertura negra en la pared. La entrada a la cueva era artificial. Alguien había tallado en roca sólida una gigantesca puerta rectangular. Maquiavelo movió la mano y la esfera se elevó hasta el dintel. De repente, bajo el resplandor grisáceo de la bola, se distinguieron una serie de símbolos y el inmortal se puso de puntillas para echar un vistazo a los más altos.
—Supongo que los dinteles y las jambas tenían Palabras de Poder pintadas. Ahora están cubiertas de barro o lavadas. Y es un hecho reciente —añadió señalando un rastro seco de barro en la pared—. Quetzalcoatl se esforzó mucho para atrapar a quienquiera que sea en esta cueva. Es una cárcel.
Maquiavelo desapareció en la oscuridad y, de repente, el interior se iluminó con una luz pálida.
—Y recuerda, Billy… —Su voz retumbó en el pasadizo—. Que el enemigo de mi enemigo…
—Sí, sí, sí. Necesitas un nuevo eslogan —masculló Billy.
Un segundo después, el italiano apareció de nuevo en la entrada. Bajo la luz de su esfera y con el resplandor de la energía de Black Hawk, la tez de Maquiavelo cobraba un aspecto pálido y enfermizo, pero su mirada grisácea brillaba de emoción.
—Y está vacía.
—Eso es bueno —opinó Billy mirando a su compatriota Black Hawk—, ¿no?
El inmortal sonrió.
—Creo que nuestro amigo europeo tiene un plan.
—Recoged las lanzas —ordenó Maquiavelo—. Sé qué contenía esta cueva… e intuyo por qué estaba encerrado aquí. Y creo saber cómo vencer a los monstruos. Debemos ir arriba.
Y entonces toda la isla tembló.
El suelo empezó a desplazarse, y el agua del mar empezó a colarse por las paredes del túnel. Infinidad de polvo y arenilla se desprendió del techo como una lluvia arenosa. Los ladrillos se resquebrajaron; uno explotó por la presión, creando una nube de polvo en el túnel y una oleada de agua gélida entró en el pasadizo, alcanzando en cuestión de segundos la altura de la rodilla.
—¿Qué bestia puede ser? —preguntó Maquiavelo.
—¡Ninguna! —gritó Billy mientras agarraba a Maquiavelo por el brazo. Black Hawk cogió el brazo libre del italiano y ambos le arrastraron por el túnel.
—¡Mucho peor! —exclamó Black Hawk.
—¿De qué se trata, entonces?
—Es un terremoto —dijeron Billy y Black Hawk al unísono.
Tras ellos, el techo del túnel empezó a agrietarse. Instantes más tarde se derrumbó.