Osiris y Virginia Dare se pusieron en pie cuando Sophie y Josh salieron al jardín. Los mellizos iban vestidos con unos vaqueros nuevos y camisetas sin estrenar. Josh se había atado la sudadera de los Giants de color crema alrededor de la cintura y Sophie se había puesto una chaqueta de punto negra sobre la camiseta blanca.
Virginia saludó a Sophie con un gesto de cabeza y sonrió a Josh.
—No tenéis mal aspecto teniendo en cuenta las aventuras que habéis vivido —dijo. Y, mirando de reojo a Osiris, añadió—: Debes estar muy orgulloso de tus hijos. En los últimos días, han sobrevivido a situaciones muy peligrosas que habrían destrozado a cualquier persona.
—Isis y yo siempre hemos estado muy orgullosos de los mellizos —contestó Osiris sin alterar la voz.
—Ha sido un día muy largo —comentó Sophie mientras saludaba a los adultos. Estuvo a punto de bostezar, pero prefirió tragarse el bostezo por educación—. Estoy agotada.
—Y yo muerto de hambre —comentó Josh.
Sophie puso los ojos en blanco.
—Siempre tienes hambre.
El joven sonrió de oreja a oreja.
—Estoy en edad de crecer y tengo un apetito saludable.
En el mismo instante en que Josh justificaba su ansia de comer, la puerta se deslizó y se escuchó el tintineo de varias campanillas. Todo el mundo se volvió cuando Isis salió al jardín. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba un vestido de lino blanco, muy parecido a la túnica que llevaban las reinas en el Antiguo Egipto. Lucía una diadema dorada en la cabeza y varias pulseras que decoraban los brazos y las muñecas de la mujer. Tenía un anillo de oro en cada dedo. Dos de las chicas con cara felina la siguieron y, con cada paso, sonaban los cascabeles que llevaba en las tobilleras.
Osiris saludó a su esposa con una reverencia y después se volvió hacia los mellizos.
—Deberíais inclinaros, niños.
—¿Ante nuestra propia madre? —cuestionó Josh—. ¿Por qué? Nunca antes habíamos hecho una reverencia a nuestra madre.
—Eso fue antes. Esto es ahora —contestó Osiris—. Las cosas han cambiado.
—No estoy dispuesto a bajar la cabeza. Es muy raro —concluyó Josh con firmeza. Sophie mostró su acuerdo con un gesto de cabeza.
El Inmemorial miró a Virginia Dare y abrió la boca para hablar, pero la inmortal fue más rápida y alzó la mano, como si quisiera frenarle.
—Ni se te ocurra pedirme que haga una reverencia.
Isis cruzó el patio trasero. Agradeció el saludo de su marido y después miró de arriba abajo a los mellizos. Una mueca de decepción le opacó la sonrisa.
—¿Vaqueros y camiseta? Podríais haber escogido algo un poco más apropiado a este lugar y momento de la historia —murmuró—. Recordad que cuando nos acompañabais a nuestros viajes en la Tierra siempre intentábamos vestirnos igual que los nativos como señal de respeto. Hay camisas de lino y vestidos en el armario. Estoy segura de que estaríais mucho más cómodos.
—Estoy cómodo así —dijo Josh. Después miró a su hermana y preguntó—: ¿Y tú?
Sophie asintió con la cabeza.
—Estoy bien, gracias.
Se produjo un extraño momento de silencio mientras Isis miraba a Osiris con detenimiento, como si esperara a que su marido dijera algo.
—Ha sido una semana muy difícil para Sophie y Josh —dijo por fin—. Es comprensible que se encuentren más cómodos con su ropa; de hecho, precisamente por eso llenamos los armarios con vaqueros y camisetas.
Los mellizos se miraron de inmediato. Los dos notaron que, en ese mismo instante, algo muy importante había alterado la relación con sus padres. Hacía tan solo una semana se habrían dado media vuelta, habrían subido a su habitación y se habrían cambiado de ropa sin rechistar.
—Sentémonos a comer —dijo Isis con aire mandatario.
—Disculpadme —interrumpió Virginia Dare—, no quisiera entrometerme en un momento familiar tan feliz. Estoy segura de que tenéis que poneros al día de muchas cosas.
Sin tan siquiera volverse para mirar a la inmortal, pues seguía con la mirada clavada en los mellizos, Isis ondeó la mano de forma despectiva.
—Los criados han preparado una habitación para ti en el otro extremo de la casa —comentó—. Hay agua caliente por si te apetece darte un baño. Ya verás que hay ropa limpia sobre la cama.
—Mandaremos una bandeja con comida a tu habitación —añadió Osiris con voz más agradable. Sonrió en un intento de dulcificar las palabras y los modales de su esposa.
La sonrisa de Virginia fue gélida.
—No es necesario. Creo que prefiero descansar. La verdad es que yo también he tenido un día duro. Por favor, decidles a vuestros sirvientes que no me molesten. No quiero criados que entren y salgan, ni comida, ni ropa, gracias. Estoy bien así. Lo único que necesito son horas de sueño.
—Ningún criado te alterará el sueño —dijo Isis—. Si quieres, puedo mandar a un guardia que vigile tu puerta y así asegure tu privacidad.
Las carcajadas de Virginia fueron perdiendo intensidad a medida que se alejaba del jardín.
—Oh, no hace falta. Eso me haría pensar que soy una prisionera aquí. Y esa idea no me gusta en absoluto.