Oh, tío. Nunca, y cuando digo nunca quiero decir nunca, voy a volver a comer carne.
Billy el Niño apartó la mirada de la malherida Hel, que en ese instante se estaba comiendo el gigantesco jabalí.
—La naturaleza del ser humano no es ser vegetariano —balbuceó la Inmemorial con el rostro y los colmillos negros por la carne de la bestia.
—Tú no eres humana —dijo Billy sin mirar a Hel.
—Es bueno para mí. De este modo, mi aura se recuperará y me ayudará a curarme —farfulló sin dejar de zampar el animal. Se produjo un chasquido, como si alguien partiera un tronco de madera, seguido por un sonido absorbente.
Billy miró a Maquiavelo.
—Por favor, no me digas lo que está haciendo ahora mismo.
El italiano meneó la cabeza.
—Tiene un gran apetito, no puedo negarlo —dijo y, con una sonrisa maliciosa, añadió—: ¡Y la médula en particular es muy nutritiva!
Billy se alejó de la peste que desprendía el puerco masacrado e inspiró varias bocanadas de aire fresco. Una espesa niebla había empezado a invadir el edificio, cubriendo los muros de la cárcel con una bruma blanquecina. Además, la temperatura había empezado a caer en picado.
—Nunca pensé que serías tan aprensivo —opinó Maquiavelo, que se había unido a él—. Creí que eras el típico héroe americano, intrépido y valiente.
Billy puso los ojos en blanco.
—Has visto demasiadas películas basadas en mí. Siempre me pareció injusto que no ganara ni un centavo de derechos de autor. Están usando mi nombre y sin pagarme.
—Billy, se supone que estás muerto.
—Ya lo sé —acordó. De repente, el muchacho escuchó algo líquido entre los colmillos de la Inmemorial y no pudo evitar sobresaltarse y taparse la boca con ambas manos—. No soy aprensivo —continuó Billy, cuyas palabras se perdían en el aire como humo—. He cazado búfalos, he matado mis propios bueyes y he degollado pollos y cerdos para poder comer. He cogido y destripado pescado. Pero ¡me gusta cocinar la carne antes de comérmela!
Billy el Niño miró de reojo a Hel, que seguía sobre los escalones del patio de ejercicio disfrutando de los restos del Hus Krommyon. Odín permanecía junto a ella, acompañándola en tal banquete.
Marte Ultor se había posicionado frente a la puerta, espantando a toda criatura que se atreviera a acercarse demasiado. Desde el interior de la cárcel, una criatura que jamás había sido humana se reía con la voz de una niña pequeña.
Hel pilló a Billy mirándola y esbozó una sonrisa atroz. Después, le ofreció algo que brillaba y parecía estar húmedo.
—He guardado esto para ti. Un regalo muy especial —ceceó.
—Creo que lo dejaré correr, pero gracias de todas formas. He comido algo antes de venir. Y, además, estoy a dieta. Y soy vegetariano.
Maquiavelo agarró a Billy por el brazo y le guio hasta el centro del patio de entrenamiento. Señaló la marca rectangular que había sobre las baldosas.
—¿Qué hueles? —preguntó.
—Te refieres a parte del cerdo…
—Concéntrate, Billy.
El inmortal americano inspiró.
—Aire salado…
—Más.
—Naranjas, vainilla, azufre y… —Tomó aire antes de continuar—. Y salvia. Esa es mi chica, Virginia —añadió.
—El azufre es Dee —explicó Maquiavelo mientras dibujaba el perfil de un rectángulo con la punta de sus botas—. Y los mellizos de la leyenda también han estado aquí.
—¿Dónde están ahora?
—Han desaparecido.
—¿Desaparecido?
—Estoy convencido de que Dee activó las cuatro antiguas Espadas de Poder para crear una puerta telúrica y así poder viajar y retroceder en el tiempo.
—¿Retroceder hasta cuándo? —se preguntó Billy en voz alta.
—Hasta el final —dijo el italiano con tono grave—. Si fuera un hombre de apuestas, lo cual no soy, diría que ha viajado hasta Danu Talis.
Billy se rodeó el cuerpo con los brazos y se estremeció.
—Supongo que eso no es buena señal.
Maquiavelo sacudió la cabeza.
—No. Sin duda ha trazado un plan para apoderarse de Danu Talis y gobernar el mundo. El doctor siempre ha ingeniado conspiraciones dementes como esa. Y siempre ha jugado siguiendo sus propias reglas.
—Me imagino.
—Y, en general, siempre se ha equivocado. Dee tiene una idea exagerada de lo importante que es. El doctor es inteligente, sin duda, pero ha conseguido sobrevivir porque es astuto. Y, además, siempre ha tenido mucha suerte.
—No puedes tener siempre suerte —objetó Billy—. Tarde o temprano la suerte desaparece —dijo señalando con el pulgar la cárcel que albergaba infinidad de monstruos—. Quizá nuestra suerte ha cambiado. Estamos atrapados en una isla repleta de bestias y —bajando el tono de voz, señaló a Hel y Odín—, hasta hace unas pocas horas, ese par eran nuestros enemigos.
—El enemigo de mi enemigo es mi amigo —le recordó Maquiavelo.
—Sí, y el enemigo de mi enemigo puede seguir siendo mi enemigo. Y déjame que te recuerde que la mayoría de la gente que muere asesinada conocía a su asaltante. Eso lo he aprendido por experiencia propia. Conocí a Pat Garrett.
El italiano posó las manos sobre los hombros de Billy y le miró directamente a los ojos. La bruma blanquecina teñía la mirada del italiano de color alabastro, haciéndole parecer un ciego.
—¿Tomamos la decisión correcta al intentar impedir que Dee liberara los monstruos en la ciudad? —preguntó.
—Sin la menor duda —respondió Billy con convencimiento.
—¿Tomamos la decisión correcta al luchar junto a estos Inmemoriales para combatir a los monstruos?
—Por supuesto —aseguró Billy.
—Piensa esto —dijo Maquiavelo con una sonrisa—. ¿Qué habría ocurrido si tú y yo hubiéramos optado por quedarnos con Dee y los monstruos?
Billy se quedó en blanco, sin saber qué decir.
—No tengo ni idea.
—Dee y Dare habrían desaparecido y nos habrían abandonado en la isla para enfrentarnos a Marte, Odín y Hel. Y, si bien tú eres un buen luchador, Billy, yo soy un nefasto combatiente. ¿Cuánto tiempo crees que habríamos sobrevivido?
—Bueno, yo me habría encargado del tipo tuerto…
Maquiavelo soltó un suspiro desesperado.
—El tipo tuerto es Odín.
Billy le miró sin expresión alguna en el rostro.
—Cuando eras pequeño, ¿tenías perro? —preguntó de repente el italiano.
—Claro.
—¿Cómo le llamabas?
—Kid.
—¿Llamaste a tu perro Kid?
El inmortal esbozó una amplia sonrisa.
—Eso fue antes de ganarme mi apodo.
Maquiavelo asintió con la cabeza.
—Odín, el tipo tuerto, tiene dos lobos. Geri y Freki.
—Me gustan esos nombres.
—Las palabras significan «hambriento» y «glotón», y son dos adjetivos que encajan a la perfección con su carácter. Son del mismo tamaño que un par de burros. Los saca a pasear con una única correa.
Billy se dio media vuelta para mirar al hombre cuyo ojo derecho tenía tapado con un parche.
—¿Perdió el ojo en una batalla?
El italiano negó con la cabeza.
—No. Se lo arrancó él mismo y lo utilizó para pagar una deuda a un gigante. ¿Todavía crees que podrías encargarte de él?
—Quizá no.
El italiano señaló la puerta del patio con la barbilla.
—¿Y cuánto tiempo crees que habrías aguantado frente al último guerrero, Marte Ultor?
Billy extendió la mano con la palma hacia abajo y la meneó de un lado a otro.
—O frente a Hel, que reina en el mundo de los muertos.
—No mucho —admitió Billy.
—No mucho —acordó Maquiavelo. Se inclinó ligeramente hacia delante y acercó la boca al oído del americano.
—Y recuerda, Hel no es muy quisquillosa con la carne que come.
Billy tragó saliva mientras contemplaba los restos del jabalí.
—Ese cerdo podrías ser tú —dijo Maquiavelo.
—En realidad disfrutas explicándome todas estas cosas, ¿verdad?
—Es educativo.
—Perfecto entonces, señor educador, maestro estratega. Dime cómo vamos a salir de esta maldita isla.
El italiano empezó a menear la cabeza una vez más y, de forma inesperada, la niebla cambió y empezó a retorcerse entre los dos inmortales, como si soplara un fuerte viento. Pero no se intuía rastro de brisa marina en el patio de la prisión. Unas gotas de agua estaban suspendidas en el aire. Se fusionaron entre sí para formar gotas más grandes de humedad.
Y, de repente, la silueta de una cabeza se formó en el aire.
Apareció un rostro: era alargado y estrecho, pero antaño había sido hermoso. Contenía tres agujeros que correspondían al lugar que ambos ojos y la boca deberían ocupar. Entonces, la niebla se hizo aún más espesa y las gotas de agua empalidecieron hasta convertirse en aire. Por fin aquel rostro tomó forma y sustancia. Por debajo se empezó a distinguir la ropa: una camisa de lino blanca que hacía juego con unos pantalones pesqueros. Las piernas desaparecían por debajo de la rodilla y no se veían los pies.
—Fantasma… —chilló Billy.
El fantasma movió la boca. La abrió varias veces antes de que su voz fuera audible. El sonido era un hilo de voz que se asemejaba a una serie de burbujas de agua.
—Soy Juan Manuel de Ayala. Yo descubrí Alcatraz.
—Es un honor conocerte —saludó Maquiavelo mientras realizaba una reverencia y golpeaba a Billy con el pie.
Billy enseguida reaccionó.
—Un honor. Claro.
—¿Lucháis junto a la Hechicera, Perenelle Flamel? —preguntó el fantasma.
—Combatimos el mismo enemigo —dijo Maquiavelo con cautela.
—Entonces tenemos una causa común —anunció el fantasma—. Seguidme.