Sois realmente nuestros padres? —preguntó Sophie.
—¡Vaya pregunta! —espetó Isis.
Sophie y Josh se miraron el uno al otro. Los mellizos estaban sentados en dos estrechos asientos, justo detrás de Isis y Osiris. Virginia Dare iba detrás, pero en vez de estar acomodada en un asiento se había puesto de cuclillas sobre el suelo. Josh le había ofrecido su asiento, pero la inmortal le había dicho que prefería no tener que ponerse el cinturón de seguridad. Le dio una suave palmadita en el hombro como agradecimiento, y el simple roce de Virginia enrojeció las mejillas del joven.
Richard Newman, Osiris, se giró en su asiento de cuero negro y sonrió.
—Sí, somos vuestros padres, de veras. Y somos arqueólogos y paleontólogos, al menos en vuestro Mundo de Sombras. Todo lo que sabéis sobre nosotros es cierto.
—Excepto la parte de que también sois Isis y Osiris, soberanos de Danu Talis —recalcó Josh—. O todo ese asunto de la vejez y la inmortalidad.
Osiris sonrió todavía más.
—He dicho que todo lo que sabéis de nosotros es cierto, lo cual no significa que sepáis todo sobre nosotros.
—¿Cómo tenemos que llamaros? —quiso saber Sophie.
—Como siempre nos habéis llamado —contestó Isis. Pilotaba la vímana de cristal y oro con las manos extendidas sobre un panel de cristal. Tan solo movía el pulgar y el dedo índice para dirigir la aeronave por el cielo.
Sophie se quedó mirando la nuca de aquella mujer. Isis era idéntica a su madre, hablaba y se movía igual que ella… pero sin embargo… había algo distinto, algo que no encajaba. Miró de reojo a su mellizo y, de forma instintiva, supo que él sentía lo mismo. El hombre que decía ser su padre les estaba sonriendo. Y aquella sonrisa era clavada a la que Sophie conocía en su Mundo de Sombras, la Tierra, con líneas de expresión en los ojos y unas casi imperceptibles arrugas en la boca. Tenía los labios apretados, igual que los de su padre, quien jamás abría la boca cuando sonreía. La joven siempre había creído que lo hacía a propósito, para no mostrar sus colmillos. Cuando no era más que una niña, su padre solía referirse a ellos como «dientes de vampiro». Entonces se desternillaba de la risa, pero ahora mismo aquellas palabras resultaban escalofriantes.
—Creo que os llamaré Isis y Osiris —dijo al fin. Le parecía lo más correcto y, con el rabillo del ojo, pudo ver a su hermano asentir, mostrando así su acuerdo.
—Desde luego —contestó Osiris sin alterar el tono de voz—. Supongo que tenéis mucho que asimilar. Volvamos a palacio y comamos algo. Eso siempre facilita las cosas.
—¿Palacio? —preguntó Josh.
—Uno pequeño. El más grande se encuentra en un Mundo de Sombras cercano.
—¿Así que vosotros sois los que mandáis por aquí? —inquirió Virginia Dare desde el fondo de la aeronave.
Al oír la pregunta, una casi imperceptible nota de fastidio alteró a Osiris.
—Somos los soberanos, sí, pero no los máximos mandatarios. Es otro quien gobierna Danu Talis.
—Aunque no por mucho más tiempo —corrigió Isis mientras dedicaba una sonrisa a su marido.
Esta vez los puntiagudos incisivos de Osiris aparecieron presionando el labio inferior cuando sonrió.
—No por mucho más tiempo —acordó—. Y entonces podremos ser los gobernantes de este mundo y de todos los reinos que lo rodean.
—Así pues estamos en Danu Talis —dijo Josh, casi para sí mismo. Levantó la cabeza para mirar por una de las portillas de la vímana. Lo único que podía ver desde allí era la boca de un gigantesco volcán y una pequeña columna de humo grisáceo que ascendía en espiral hacia el cielo—. El famoso origen de todas las leyendas de Atlantis.
—Sí, estamos en Danu Talis.
—¿Cuándo? —insistió el muchacho.
Osiris se encogió de hombros.
—Es difícil de decir. Los humanos han ajustado y modificado sus calendarios tantas veces que ahora resulta casi imposible calcular una fecha precisa. Pero a unos diez mil años antes de vuestra época en la Tierra.
—¿De nuestra época? —dijo Josh—. ¿Acaso no es también la vuestra?
—Este es nuestro tiempo, Josh. Vuestro mundo tan solo es una sombra de este.
—Pero vosotros también vivisteis en nuestro mundo.
—Hemos vivido en muchos reinos —respondió Isis—, y en muchas épocas distintas.
—Tu madre tiene razón —añadió Osiris—. Hemos vagado entre diferentes mundos durante milenios. Entre los dos quizás hayamos explorado más Mundos de Sombras que cualquier otro Inmemorial.
—Entonces, ¿sois Inmemoriales? —preguntó Sophie.
—Sí, así es.
—¿Y eso en qué nos convierte a nosotros? —cuestionó Josh—. ¿Somos Inmemoriales o criaturas de la Última Generación?
—Eso aún está por ver —contestó Osiris—. En este punto del tiempo en particular, no existe ningún ser de la Última Generación. Y, si todo va según lo planeado, la raza de la Última Generación no existirá, pues nació después del hundimiento de la isla.
—Lo importante ahora es que estáis aquí, que alguien os ha Despertado y os ha formado en varias de las Magias Elementales —finalizó Isis.
La aeronave descendió ligeramente y, de repente, una ciudad circular muy extensa, como si fuera un laberinto, apareció ante sus ojos. Los rayos de sol iluminaban los canales y riachuelos que rodeaban una gigantesca pirámide situada en el corazón de la ciudad. Las calles estaban a rebosar de gente y las cimas de las pirámides más pequeñas estaban iluminadas con antorchas de fuego y banderas de brillantes colores. Por lo visto, la ciudad estaba repleta de casas, palacios, templos y mansiones diseñados en una docena de estilos arquitectónicos. En las afueras de la metrópolis se había instalado una madriguera laberíntica de edificios en ruinas.
—Es enorme —suspiró Josh.
—La mayor ciudad del mundo —anunció Osiris con orgullo—. De hecho, es el centro del mundo.
Josh señaló la gigantesca pirámide alrededor de la cual estaba construida la ciudad y el palacio que se extendía justo detrás.
—¿Vamos hacia allí?
—Todavía no —dijo Osiris con una sonrisa—. Ese es el Palacio Real del Sol, actual hogar de Aten, el gobernador de Danu Talis.
—Parece muy entretenido… —empezó Josh.
De forma abrupta, Isis se inclinó hacia delante y la vímana se desniveló sobremanera.
—¡Osiris! —gritó con voz de alarma.
Osiris se dio media vuelta y se echó hacia delante para tener una mejor panorámica de la pirámide. Sobre el edificio planeaban vímanas de todos los tamaños y formas y un ejército de guardias con armadura negra estaba tomando posición sobre la cima. Una multitud de personas se había aglomerado delante del edificio, y cantidad de gente recorría las calles más cercanas a la pirámide.
Isis miró de reojo a su marido.
—Parece ser que algo ha ocurrido mientras estábamos fuera —dijo en voz baja.
—¡Bastet! —bufó Osiris—. Tendría que haberme imaginado que no se quedaría de brazos cruzados. Cambio de planes: llévanos a la pirámide. Debemos ocuparnos de este asunto de inmediato.
—¿A la pirámide? —repitió Isis.
Y entonces el motor de la vímana dejó de emitir un ruidoso zumbido y la aeronave empezó a oscilar suavemente sobre una extensa plaza donde yacía un mercado repleto de brillantes tenderetes con marquesinas de colores vivos. La plaza estaba abarrotada de personas bajitas y con tez muy bronceada y la gran mayoría lucía vestidos de lana blancos o camisetas y pantalones del mismo color. Algunos echaron un rápido vistazo a la vímana, pero nadie pareció prestarle especial atención a la aeronave. Dos guardias anpu ataviados con armadura de cuero y armados con escudos y lanzas se acercaron a toda prisa hacia la vímana, pero cuando se percataron de quién iba a bordo, dieron media vuelta y desaparecieron por un callejón. Cuando la nave aterrizó en el centro de la plaza formó una nube de polvo.
—Virginia, dejo a los mellizos a tu cargo —dijo Osiris mientras se descorría la parte superior de la aeronave.
—¿A mi cargo? —dijo Virginia Dare atónita.
Osiris asintió.
—Así es.
Isis se volvió en su asiento para dirigirse a Sophie y Josh.
—Quedaos con Virginia. Vuestro padre y yo estaremos de vuelta pronto, cenaremos en familia y nos pondremos al día. Responderemos todas vuestras preguntas, os lo prometo. Os aguardan un montón de sorpresas. Os reconocerán como Oro y Plata. Os venerarán. Gobernaréis. Pero ahora tenéis que iros.
Los mellizos se desabrocharon el cinturón de seguridad y se apearon de la aeronave. Respiraron hondamente para limpiar los pulmones del olor metálico que desprendía la vímana. La plaza del mercado estaba cargada de miles de olores distintos, algunos extraños y otros no muy agradables: fruta, más de una podrida, especias exóticas e incontables cuerpos sudorosos.
—¿Dónde vais? —preguntó Virginia a Osiris.
El Inmemorial se detuvo frente a la puerta de la vímana.
—Tenemos que llegar a palacio, y no quiero poner en peligro a los niños —contestó. Después señaló hacia una aguja dorada que se alzaba sobre los tejados de las casas. Sobre la aguja ondeaba una bandera y sobre la tela se distinguía un ojo bordado—. Esa es nuestra casa. Id para allí y esperadnos.
Osiris miró a su alrededor. La mayoría de los comerciantes miraban fijamente al Inmemorial desde sus tenderetes. No todos eran capaces de ocultar la expresión de desprecio en su rostro. Osiris se tomó su tiempo para escudriñar la multitud. Nadie osó mirarle a los ojos.
—Nadie os hará daño —anunció en voz alta para que las palabras retumbaran en cada esquina de la plaza—. Nadie se atreverá a intentarlo, pues saben de sobra que mi venganza sería terrible.
Osiris se inclinó ligeramente y apoyó una mano sobre el hombro izquierdo de Virginia. La inmortal apartó el hombro de inmediato.
—Protege a mis hijos, inmortal —susurró—. Si algo les ocurriera, me enfadaría. Y tú pagarías las consecuencias.
Virginia Dare observó con detenimiento la mirada azul del Inmemorial. Él fue quien desvió la vista primero.
—No me gustan las amenazas —murmuró.
—Oh, no es una amenaza —dijo Osiris en voz baja. El Inmemorial se apeó de la vímana y un suave murmullo recorrió la multitud que ocupaba el mercado—. Dejo constancia —exclamó— que estas tres personas están bajo mi protección. Ayudadlas, guiadlas, protegedlas, y seré generoso con vosotros. Entorpeced su camino, aconsejadles mal, hacedles daño y todos y cada uno de vosotros seréis partícipes de mi venganza. Os doy mi palabra, y sabéis que mi palabra es la ley.
—Vuestra palabra es la ley —murmuró el gentío. Las mujeres y hombres de avanzada edad se arrodillaron sobre el suelo y posaron la frente sobre el empedrado de la plaza; los más jóvenes, en cambio, tan solo inclinaron la cabeza.
Osiris clavó la mirada en el grupo de jóvenes.
—Si tuviera más tiempo, les enseñaría una lección para corregir su insolencia… —masculló antes de volver a entrar a la vímana—. Idos. No os entretengáis por el camino. Dirigíos directamente al edificio con el banderín. Estaremos de vuelta lo antes posible.
La puerta de la vímana Rukma se cerró tras él y la aeronave alzó el vuelo dejando a Sophie, Josh y Virginia Dare solos en mitad de la plaza. La vímana todavía no había desaparecido tras los tejados de las casas cuando un tomate apareció volando sobre las cabezas de la muchedumbre hasta aterrizar en los pies de Josh. Un segundo y un tercer tomate lo siguieron.
—Me tranquiliza ver que Isis y Osiris se han ganado el respeto del pueblo —ironizó Josh.
—Vámonos —ordenó Virginia agarrando a los mellizos de los brazos—. Suele empezar con fruta… —dijo en el mismo instante en que una roca cayó sobre el suelo haciéndose pedazos—… pero siempre acaba con piedras.