Sophie Newman abrió los ojos. Estaba tumbada boca abajo sobre un campo de hierba que era demasiado verde para ser natural y tenía el mismo tacto de la seda. Aplastadas bajo su rostro brotaban flores que nunca habían crecido sobre la faz de la tierra, minúsculas creaciones de cristal y resina endurecida.
Se dio media vuelta y miró el cielo… y de inmediato tuvo que cerrar los ojos. Un instante antes estaba en Alcatraz, en la bahía de San Francisco, donde una brisa fresca con aroma a sal se mezclaba con el hedor a zoológico que desprendía un ejército de bestias y criaturas. Ahora, en cambio, el aire parecía limpio y fresco. Abrió de nuevo los ojos e intuyó una figura que se movía frente al sol. Entornó los ojos y distinguió una silueta ovalada de cristal y metal.
—¡Oh! —exclamó sorprendida al mismo tiempo que le asestaba un suave codazo a su hermano—. Tienes que levantarte…
Josh estaba recostado sobre su espalda. Abrió un ojo y protestó con un gruñido cuando la luz le cegó, pero un segundo más tarde, tras entender la sombra que había visto, se levantó de sopetón y se incorporó.
—Es un…
—… un platillo volador —finalizó Sophie.
Los dos notaron un movimiento detrás de ellos y ambos se volvieron al unísono para comprobar que no estaban solos en aquella colina. El doctor John Dee estaba apoyado sobre rodillas y manos, observando con los ojos como platos aquel cielo despejado. Sin embargo, Virginia Dare estaba sentada con las piernas cruzadas y el suave viento le erizaba su cabellera azabache.
—Una vímana —susurró Dee—. Jamás creí que vería una con mis propios ojos.
El Mago se puso de cuclillas sobre la hierba, contemplando maravillado aquel objeto que se acercaba a una velocidad supersónica.
—¿Estamos en un Mundo de Sombras? —preguntó Josh mirando a Dee y Dare.
La mujer sacudió la cabeza.
—No, no es ningún Mundo de Sombras.
Josh se puso en pie y se protegió los ojos del sol para fijarse con más detenimiento en aquella nave. A medida que la vímana se acercaba, el joven se percató de que estaba fabricada de lo que parecía un cristal lechoso ribeteado por una banda de oro. El platillo bajó en picado hasta tocar el suelo, produciendo un suave zumbido subsónico que se convirtió en un profundo ruido cuando aterrizó sobre el césped.
Sophie no tardó en levantarse para colocarse junto a su hermano mellizo.
—Es preciosa —murmuró—. Es como una joya.
El cristal opalescente estaba impecable, sin un solo rasguño ni grieta, y el ribete dorado del vehículo tenía inscritos unos diminutos caracteres.
—¿Dónde estamos, Josh? —farfulló Sophie.
El muchacho negó con la cabeza.
—La pregunta no es dónde… sino cuándo —bisbiseó—. Las vímanas son producto de los mitos más antiguos.
Sin producir sonido alguno, la parte superior del óvalo se deslizó y uno de los costados de la nave se replegó, revelando así un interior blanco níveo. Un hombre y una mujer aparecieron por la abertura. Altos y con la tez muy bronceada, ambos iban ataviados con una armadura de cerámica blanca con inscripciones, pictogramas y jeroglíficos en varios idiomas. La mujer llevaba el pelo corto, con un estilo moderno, mientras que el hombre iba rapado. Tenían los ojos de un azul brillante y, cuando sonrieron, mostraron una dentadura perfecta y blanca, a excepción de los incisivos, que parecían más largos y afilados de lo habitual. Cogidos de la mano, se apearon de la vímana y avanzaron por el campo de hierba. El césped y las flores de resina se fundían bajo sus pies.
De forma inconsciente, Sophie y Josh retrocedieron varios pasos, con los ojos entornados por la luz cegadora del sol y el reflejo de la brillante armadura. Había algo en aquella pareja que les resultaba terriblemente familiar…
De repente, Dee dejó escapar un grito ahogado y acto seguido se abrazó las piernas, como si quisiera hacerse lo más pequeño posible.
—Maestros —anunció—. Perdonadme.
La pareja le ignoró por completo. Siguieron su camino sin apartar la mirada de los mellizos hasta que sus cabezas taparon la luz del sol. Fue entonces cuando todos los presentes pudieron apreciar sus rasgos en un halo de luz.
—Sophie —saludó el hombre, cuyos ojos azules titilaban de felicidad.
—Josh —añadió la mujer sacudiendo ligeramente la cabeza y con una sonrisa dibujada en los labios—. Estábamos esperándoos.
—¿Mamá? ¿Papá? —musitaron de forma simultánea. Los mellizos dieron otro paso atrás, confundidos a la par que asustados.
La desconocida pareja hizo una reverencia más que formal.
—En este lugar nos llaman Isis y Osiris. Bienvenidos a Danu Talis, niños —comentaron mientras les ofrecían las manos—. Bienvenidos a casa.
Los hermanos se miraron entre sí, con la boca abierta por el temor y la confusión. Sophie agarró con fuerza el brazo de su hermano. A pesar de haber vivido una semana repleta de extraordinarias revelaciones, esto era demasiado. Trató de articular palabras para formular una pregunta, pero tenía la boca seca y sentía la lengua hinchada.
Josh no dejaba de mirar a sus padres, tratando de dar sentido a lo que estaba viendo. Aquella pareja se parecía a sus padres, Richard y Sara Newman. Sin duda, sus voces eran idénticas, pero sus padres estaban en Utah… de hecho, él mismo había charlado con su padre hacía tan solo unos días. Habían estado hablando de un dinosaurio astado del período Cretáceo.
—Sé que esto es muy difícil de asimilar —dijo Richard Newman-Osiris con una amplia sonrisa.
—Pero confiad en nosotros —agregó Sara-Isis—, lo acabaréis comprendiendo.
La voz de aquella mujer era tranquilizadora.
—Vuestras vidas han estado encaminadas a este momento. Este, niños, es vuestro destino. Y este es vuestro día. ¿Y qué es lo que siempre os hemos dicho? —preguntó sonriendo.
—Carpe diem —respondieron los mellizos de forma automática—. Aprovechad cada día.
—¿Qué…? —empezó Josh.
Isis alzó la mano.
—Cuando sea el momento. Todo llegará en el momento apropiado. Y, creednos, este es un buen momento. De hecho, es el mejor momento de todos. Habéis retrocedido diez mil años.
Sophie y Josh compartieron varias miradas. Después de todo lo que habían pasado en los últimos días sabían que deberían sentirse felices por reunirse al fin con sus padres, pero había algo que no encajaba. Tenían infinidad de preguntas… y precisamente las dos personas que tenían enfrente no habían querido responder ninguna de ellas.
El doctor John Dee gateó por la hierba hasta ponerse en pie y, con aire fastidioso, se sacudió el traje, antes de empujar a los mellizos y realizar una majestuosa reverencia a la pareja de armadura blanca.
—Maestros. Es un honor, un gran honor, volver a estar en vuestra presencia. —El Mago alzó la cabeza para mirar a Isis y Osiris—. Y confío en que valoréis el hecho de que he sido una pieza fundamental para conseguir que los mellizos de la leyenda estén aquí, con vosotros.
Osiris echó un vistazo a Dee y borró la tierna sonrisa que había mostrado a los mellizos.
—Ah, el fiable y cumplidor doctor Dee, siempre tan oportunista… —dijo Osiris mientras extendía su mano derecha, con la palma hacia arriba. El Mago casi se tropieza para agarrarla con ambas manos y besarle los dedos—… y siempre tan tonto.
Dee enseguida alzó la mirada y trató de soltarse, pero Osiris le estrechaba la mano con fuerza.
—Siempre he… —empezó el Mago alarmado.
—… sido un idiota —espetó Isis.
Una sombra cruzó el rostro de Osiris y su dulce sonrisa blanca se transformó en una máscara de crueldad. El hombre agarró la cabeza de Dee por ambos lados, colocó los pulgares sobre los pómulos del inmortal y alzó su cuerpecillo hasta que los pies le período Cretáceo.
—Sé que esto es muy difícil de asimilar —dijo Richard Newman-Osiris con una amplia sonrisa.
—Pero confiad en nosotros —agregó Sara-Isis—, lo acabaréis comprendiendo.
La voz de aquella mujer era tranquilizadora.
—Vuestras vidas han estado encaminadas a este momento. Este, niños, es vuestro destino. Y este es vuestro día. ¿Y qué es lo que siempre os hemos dicho? —preguntó sonriendo.
—Carpe diem —respondieron los mellizos de forma automática—. Aprovechad cada día.
—¿Qué…? —empezó Josh.
Isis alzó la mano.
—Cuando sea el momento. Todo llegará en el momento apropiado. Y, creednos, este es un buen momento. De hecho, es el mejor momento de todos. Habéis retrocedido diez mil años.
Sophie y Josh compartieron varias miradas. Después de todo lo que habían pasado en los últimos días sabían que deberían sentirse felices por reunirse al fin con sus padres, pero había algo que no encajaba. Tenían infinidad de preguntas… y precisamente las dos personas que tenían enfrente no habían querido responder ninguna de ellas.
El doctor John Dee gateó por la hierba hasta ponerse en pie y, con aire fastidioso, se sacudió el traje, antes de empujar a los mellizos y realizar una majestuosa reverencia a la pareja de armadura blanca.
—Maestros. Es un honor, un gran honor, volver a estar en vuestra presencia. —El Mago alzó la cabeza para mirar a Isis y Osiris—. Y confío en que valoréis el hecho de que he sido una pieza fundamental para conseguir que los mellizos de la leyenda estén aquí, con vosotros.
Osiris echó un vistazo a Dee y borró la tierna sonrisa que había mostrado a los mellizos.
—Ah, el fiable y cumplidor doctor Dee, siempre tan oportunista… —dijo Osiris mientras extendía su mano derecha, con la palma hacia arriba. El Mago casi se tropieza para agarrarla con ambas manos y besarle los dedos—… y siempre tan tonto.
Dee enseguida alzó la mirada y trató de soltarse, pero Osiris le estrechaba la mano con fuerza.
—Siempre he… —empezó el Mago alarmado.
—… sido un idiota —espetó Isis.
Una sombra cruzó el rostro de Osiris y su dulce sonrisa blanca se transformó en una máscara de crueldad. El hombre agarró la cabeza de Dee por ambos lados, colocó los pulgares sobre los pómulos del inmortal y alzó su cuerpecillo hasta que los pies le quedaron colgando sobre el césped.
—Y de qué nos sirve un idiota… o, peor aún, ¡una herramienta defectuosa! —gritó cuando sus ojos azules se nivelaron con la mirada gris del Mago—. ¿Recuerdas el día en que te hice inmortal, Dee? —susurró.
El doctor empezó a forcejear y, de pronto, abrió los ojos de par en par, aterrorizado.
—No —jadeó.
—¿Cuando te dije que podría volverte humano otra vez? —insistió Osiris—. Athanasia-aisanahta —suspiró. Y después lanzó al Mago por los aires.
Tras dar varias volteretas, Dee aterrizó junto a los pies de Virginia Dare y, cuando volvió a alzar el rostro, se había convertido en un anciano enjuto: un arrugado y marchito saco de trapo, con el rostro escondido tras infinidad de líneas de expresión y calvo, pues los mechones de cabello gris estaban esparcidos sobre la hierba sedosa de su alrededor. Tenía los ojos bañados en cataratas, los labios azulosos, y los dientes le bailaban.
Sophie y Josh contemplaban horrorizados la criatura que, tan solo segundos antes, había sido un humano brillante. Ahora era un anciano, aunque seguía vivo y consciente. Sophie se dio media vuelta para mirar al tipo que tanto se parecía a su padre, cuya voz era idéntica a la de su padre… y entonces se dio cuenta de que no le conocía en absoluto. Su padre, Richard Newman, era un hombre cariñoso y amable. Habría sido incapaz de llevar a cabo un acto tan cruel. Osiris se percató de la expresión de Sophie y, en un tono más afectuoso, dijo:
—Júzgame cuando conozcas todos los hechos.
—Sophie, hay algo que aún no has aprendido, y es que hay momentos en que la lástima es una debilidad —añadió Isis.
Sophie empezó a negar con la cabeza. No estaba en absoluto de acuerdo y, aunque aquella era la misma voz de Sara Newman, no acababa de creerse que fuera su madre. La joven siempre había considerado a su madre como una de las personas más generosas y agradables del mundo.
—El doctor no se merece la misericordia de nadie. Es el hombre que ha asesinado a miles de personas en su búsqueda por el Codex, el hombre cuya ambición ha sacrificado incontables naciones. Es el hombre que os habría matado sin pensárselo dos veces. Debes recordar, Sophie, que no todos los monstruos tienen apariencia de bestia. No malgastes tu lástima con personas como el doctor John Dee.
Mientras la mujer hablaba, Sophie captó unas imágenes muy débiles de los recuerdos de la Bruja de Endor sobre la pareja conocida como Isis y Osiris. Y la Bruja les despreciaba a ambos. Con un tremendo esfuerzo, Dee alzó la mano izquierda hacia sus maestros.
—He estado a vuestro servicio durante siglos… —graznó.
El esfuerzo le dejó exhausto y el Mago se desplomó de nuevo sobre la hierba. Su tez arrugada se tensaba en la cabeza, marcando aún más el cráneo.
Isis ignoró el comentario y miró a Virginia Dare, que había permanecido inmóvil durante el breve encuentro.
—Inmortal: el mundo está a punto de cambiar de tal manera que será irreconocible. Todos los que no están con nosotros están contra nosotros. Y aquellos que decidan estar contra nosotros morirán. ¿De qué lado estás tú, Virginia Dare?
La mujer se puso en pie con un movimiento grácil, dando vueltas a su flauta de madera en la mano izquierda y dejando tan solo una única nota titilando en el aire.
—El doctor me prometió un mundo —anunció—. ¿Qué me ofreces tú?
Isis se movió y los rayos de sol deslumbraron sobre su armadura.
—¿Intentas regatear con nosotros? —dijo el Inmemorial alzando la voz—. ¡No estás en posición de negociar!
Dare hizo girar la flauta de madera una vez más y el aire se estremeció con una nota sobrenatural. Todas las florecillas de cristal se hicieron añicos.
—No soy Dee —replicó Virginia con frialdad—. Ni os respeto, ni os aprecio. Y, desde luego, tampoco os temo —continuó ladeando la cabeza para mirar a Isis y a Osiris—. Y espero que no hayáis olvidado lo que le ocurrió al último Inmemorial que me amenazó.
—Puedes quedarte con tu mundo —rectificó Osiris enseguida mientras posaba su mano sobre el hombro de su esposa.
—¿Qué mundo?
—El que desees —contestó con una falsa sonrisa—. Necesitaremos a alguien que sustituya a Dee.
Virginia Dare se alejó con sumo cuidado del anciano tembloroso que yacía a sus pies.
—Yo me encargaré de eso. Temporalmente, por lo menos —añadió.
—¿Temporalmente? —repitió Osiris.
—Hasta que consiga mi mundo.
—Lo tendrás.
—Cuando eso ocurra, no volveré a veros, y no me molestaréis.
—Tienes nuestra palabra.
Isis y Osiris se volvieron hacia los mellizos, ofreciéndoles de nuevo la mano, pero ni Josh ni Sophie mostraron intención de estrecharlas.
—Venid —dijo Isis con un ápice de impaciencia en la voz, lo cual era muy habitual en la Sara Newman que ellos conocían—. Tenemos que irnos. Hay mucho que hacer.
Ninguno de los mellizos se movió.
—Queremos algunas respuestas —dijo Josh desafiante—. No podéis esperar que nosotros…
—Responderemos a todas vuestras preguntas, os lo prometo —interrumpió Isis. Se dio media vuelta y la amabilidad y la ternura de su voz desaparecieron de inmediato—: Tenemos que irnos ahora.
Virginia Dare estaba a punto de pasar junto a los mellizos cuando se detuvo y miró fijamente a Josh.
—Si Isis y Osiris son vuestros padres, ¿quiénes sois vosotros? —preguntó. Echó un fugaz vistazo a Dee por encima del hombro, pero enseguida se dio media vuelta para dirigirse hacia la nave de cristal.
Sophie miró a su hermano.
—Josh… —empezó.
—No tengo la menor idea de lo que está sucediendo —murmuró, respondiendo así la pregunta muda de Sophie.
Una tos seca y áspera captó su atención. Era Dee. Aunque el sol brillaba con toda su fuerza en el cielo y el aire era cálido, el anciano se había enroscado y temblaba con violencia, con los brazos abrazados alrededor de su cuerpo en busca de calor. Ambos podían oír cómo castañeteaban los dientes. Sin decir ni una palabra, Sophie se quitó su chaqueta de lana y se la entregó a su hermano. El joven se quedó mirándola durante unos instantes, después asintió y finalmente decidió arrodillarse junto a Dee. Con sumo cuidado, tapó al Mago con la chaqueta. Dee hizo un gesto de agradecimiento, con los ojos húmedos de la emoción, y estrechó la chaqueta a su alrededor.
—Lo siento —dijo Josh.
Sabía cómo era Dee y de qué era capaz, pero nadie merecía morir de aquella manera. Echó un vistazo por encima del hombro. Isis y Osiris estaban subiéndose a la vímana.
—No podéis dejarle así —reprochó.
—¿Por qué? ¿Preferirías que le matara, Josh? —preguntó Osiris con una carcajada—. ¿Eso es lo que realmente quieres? Dee, ¿eso es lo que tú quieres? Puedo matarte ahora, si eso es lo que deseas.
—No —respondieron Josh y Dee simultáneamente.
—Está recuperando sus cuatrocientos ochenta años de vida, eso es todo. Pronto morirá por causas naturales.
—Eso es muy cruel —opinó Sophie.
—Para ser honestos, teniendo en cuenta todos los problemas que nos ha causado en los últimos años, creo que estoy siendo bastante misericordioso.
Josh se volvió hacia Dee. Los labios cuarteados del anciano dejaban escapar sus últimos suspiros.
—Vete —susurró mientras una mano esquelética agarraba a Josh por la muñeca—. Y cuando dudes, Josh —jadeó—, sigue tu corazón. Las palabras pueden ser falsas y las imágenes y sonidos pueden manipularse. Pero esto… —dijo señalando el pecho de Josh—, siempre te dirá la verdad.
Tocó el pecho del joven y ambos oyeron hojas de papel crujir bajo el algodón de la camiseta.
—Oh no, no, no —se lamentó el Mago—. Dime que no son las páginas que faltan del Codex —farfulló con voz entrecortada.
Josh asintió.
—Lo son.
Dee estalló en lo que empezó como una carcajada, pero el esfuerzo le provocó un ataque de tos que le sacudió todo el cuerpo. Cuando por fin recuperó el aliento, continuó:
—Las has tenido siempre contigo —adivinó.
Josh volvió a asentir.
—Desde el principio.
Temblando con una risa silenciosa, Dee cerró los ojos y se recostó sobre la hierba sedosa de la colina.
—Menudo aprendiz habrías sido —susurró.
Josh estaba contemplando al inmortal moribundo cuando la voz de Osiris le interrumpió.
—Josh —dijo con firmeza—. Déjale. Tenemos que irnos ya. Debemos salvar un mundo.
—¿Qué mundo? —preguntaron los mellizos a la vez.
—Todos —respondieron Isis y Osiris también al unísono.