Resulta que Linda Randall tenía una buenísima razón para saltarse nuestra cita del sábado por la noche.
Linda Randall estaba muerta.
Estornudé mientras pasaba por debajo de la cinta amarilla de la policía vestido con unos pantalones de chándal y una camiseta que me habían permitido sacar del desorden que había en mi casa, antes de que el coche de la policía cruzara la ciudad para llevarme al piso de Linda Randall. Y con botas camperas. Mister se había llevado una de mis zapatillas deportivas y no me había dado tiempo de encontrarla, así que me puse lo que tenía. ¡Puñetero gato!
Linda había muerto un poco antes de aquella noche. Después de llegar a la escena del crimen, Murphy intentó llamarme, pero no pudo comunicarse y envió un coche patrulla para que me recogiera y me llevara hasta allí para servirle como asesor. Los obedientes policías que habían enviado a recogerme se detuvieron para ver al tío loco que iba desnudo a una manzana de mi apartamento. Les había sorprendido, pero aún les pareció más sospechoso cuando se dieron cuenta de que yo era el mismo hombre que se suponía que debían recoger y llevar a la escena del crimen.
La pobre Susan había venido a mi rescate intentando explicar de modo convincente lo que «había sido solo una de esas cosas, je je» y aseguró a los policías que ella estaba bien y que podía conducir hasta su casa. Se quedó un poco pálida al ver una vez más mí apartamento en ruinas y la enorme abolladura que el demonio le había hecho en un lado del coche, pero puso su expresión de máximo descaro y al final se fue con la ilusión de «tengo una historia que escribir». Se paró y me dio un beso en la mejilla antes de marcharse.
—No ha estado mal, Harry —susurró en mi oído. Después me dio unas palmaditas en el trasero desnudo y se subió al coche.
Me sonrojé. No creo que los polis se dieran cuenta bajo la lluvia y en la oscuridad. Los agentes me miraron con recelo, pero estuvieron más que contentos de dejarme ir a vestirme con ropa limpia. Lo único que había lavado eran más chándales y camisetas, y la que me puse en este caso era una que destacaba en negrita encima de la tumba de un conejito: LA PASCUA SE HA CANCELADO. ENCONTRARON EL CADÁVER.
Me vestí y me puse mi guardapolvo, que de algún modo había sobrevivido al ataque del demonio, y las totalmente inapropiadas botas camperas; después, me subí al coche de policía y nos dirigimos a la ciudad. Me colgué mi tarjetita de identificación en la solapa del abrigo y seguí a los policías. Uno de ellos me llevó hasta Murphy.
De camino, me fijé en los pequeños detalles. Había mucha gente embobada por allí. Después de todo, era bastante temprano. La lluvia caía en una fina neblina y suavizaba los contornos de la escena. Había muchos coches de policía en el aparcamiento del edificio y uno sobre el césped al lado de la puerta que daba al pequeño patio de cemento del apartamento en cuestión. Alguien se había dejado las luces encendidas y unos destellos azules enfocaban la escena, que alternaba franjas de sombra y una iluminación fría. Había mucha cinta amarilla por todas partes.
Y justo en medio de todo estaba Murphy.
Tenía muy mal aspecto, como si no hubiese comido nada que no hubiera salido de una máquina expendedora o bebido nada más que café rancio desde la última vez que la había visto. Sus ojos azules estaban cansados e inyectados en sangre, pero todavía seguía teniéndolos bien abiertos.
—Dresden —dijo. Me miró detenidamente—, ¿estás pensando en que King Kong trepe por tu pelo?
Intenté dedicarle una sonrisa.
—Todavía tenemos que asignar el papel de la damisela gritona, ¿te interesa?
Murphy resopló. Gruñe bastante bien para alguien que tiene una nariz tan mona.
—Venga ya.
Se giró sobre sus talones y subió hacia el apartamento, como si no estuviera agotada ni al límite.
El equipo de forenses ya estaba allí, por lo que un agente que se encontraba de pie junto a la puerta nos dio unos botines de plástico muy chulos para cubrirnos los zapatos y unos amplios guantes, también de plástico, para las manos.
—Intenté llamarte antes —dijo Murphy—, pero tu teléfono no estaba disponible. Otra vez, Harry.
—Elegiste una mala noche —contesté tambaleándome mientras me ponía uno de los botines—. ¿Qué ha pasado?
—Otra víctima —me informó—. El mismo modus operandi que con Tommy Tomm y Stanton.
—Dios, están utilizando las tormentas.
—¿Qué? —Murphy se dio la vuelta y me clavó la mirada.
—La tormenta —repetí—. Uno puede aprovecharse de las tormentas y otros fenómenos naturales para conseguir cosas. Son un combustible natural para el hechizo mágico.
—No me comentaste nada de eso antes —me acusó.
—No había reparado en ello hasta esta noche.
Me froté la cara. Tenía sentido. ¡Madre mía! Así era como la sombra había sido capaz de hacer todo aquello en una sola noche. Había invocado al demonio y había podido enviarlo tras de mí, así como hacer aparecer la imagen que había proyectado. Y había sido capaz de asesinar de nuevo.