McAnally’s es un bar que está a unas manzanas de mi oficina. Voy cuando estoy estresado o cuando tengo un poco de pasta para gastarme en una buena cena. Muchos tipos de las afueras lo hacen. Mac, el propietario del bar, está acostumbrado a los magos y a todos los problemas que acarreamos. No hay videojuegos en McAnally’s. No hay televisores ni juegos caros de preguntas para ordenador. Ni siquiera hay una gramola. En su lugar, Mac tiene a un pianista. Hay menos probabilidades de que así se estropee todo a nuestro alrededor.
Digo «bar» en el mejor sentido de la palabra. Cuando entras, bajas unos cuantos escalones hasta llegar a una habitación con una combinación mortal entre poco espacio y ventiladores de techo. Si eres tan alto como yo, en McAnally’s tienes que andar con cuidado. Hay trece taburetes en la barra y trece mesas en el local. Trece ventanas colocadas en la parte superior de la pared, para que queden por encima del nivel del suelo y así conseguir que entre en el local algo de luz de la calle. Trece espejos colgados de las paredes que proyectan un reflejo de los clientes casi borroso y dan una impresión de mayor amplitud. Las trece columnas de madera, con grabados de imágenes de cuentos populares y leyendas del Viejo Mundo, estorban el paso por el local si no se zigzaguea por un camino tortuoso; además, también están colocadas así adrede para romper el flujo de energías aleatorias, que disipan a un grado u otro las auras que se acumulan alrededor de los magos meditabundos y gruñones, y evitan que se manifiesten con formas involuntarias y llenas de color. Los colores son apagados, marrón tierra y verde mar. La primera vez que entré en McAnally’s, me sentí como un lobo que volvía a su vieja cueva preferida. Mac hace su propia cerveza, de elaboración tradicional, y es la mejor que hay en la ciudad. Prepara la comida en un horno de leña y según Mac, puedes coger el plato tú mismo de la barra cuando ya está listo. Este es el tipo de sitio al que me gusta ir.
Como con las llamadas a los depósitos de cadáveres no había conseguido nada, cogí unos cuantos billetes del dinero que Mónica me había pagado por adelantado y me fui a McAnally’s. Después del día que había tenido, me merecía un poco de la cerveza de Mac y algo para comer. La noche también iba a ser larga, una vez llegara a casa e intentara averiguar cómo habían conseguido realizar el hechizo de muerte que se usó contra el matón de Johnny Marcone, Tommy Tomm, y su novia, Jennifer Stanton.
—Dresden —me saludó Mac al sentarme en la barra.
El local, oscuro y acogedor, estaba vacío, salvo por un par de hombres que conocía de vista, que jugaban al ajedrez en una mesa del fondo.
Mac es alto, algo desgarbado y de edad indeterminada, pero hay algo en él que indica que posee la sabiduría y la fuerza de un hombre de cincuenta años, como mínimo. Tiene los ojos entornados y una sonrisa, que cuando la muestra, es pícara y algo rara. Mac nunca habla mucho, pero cuando lo hace siempre vale la pena escucharlo.
—Hola, Mac —le saludé—. He tenido un día de perros. Ponme un pepito de ternera, patatas fritas y cerveza.
—Uf —dijo Mac.
Abrió una botella de su cerveza y la sirvió caliente, con la mirada clavada detrás de mí, sobre un segundo plano. Hace lo mismo con todo el mundo. No se le puede culpar teniendo en cuenta su clientela. Yo tampoco me arriesgaría a mirarlos a la cara.
—¿Te has enterado de lo que ha pasado en el Madison?
—Uf —convino.
—Un asunto desagradable.
Un comentario tan estúpido no merecía ni siquiera un gruñido como contestación. Mac acabó de servirme la bebida y se volvió hacia la cocina que había detrás de la barra, comprobó la leña y la atizó para conseguir más lumbre.
Cogí un periódico ya manoseado que estaba ahí al lado y eché un vistazo a los titulares.
—Eh, mira esto. Otra vez arrasa el Tercer Ojo. Dios, esa cosa es peor que el crack.
El artículo detallaba como dos yonquis adictos al Tercer Ojo hacían pedazos una tienda de ultramarinos del barrio; estaban convencidos de que el local iba a explotar y querían adelantarse al destino.
—Uf.
—¿Habías visto alguna vez algo parecido?
Mac sacudió la cabeza.
—Dicen que esa cosa te da el don del tercer ojo —comenté mientras leía el artículo. Después de derrumbarse el edificio, habían ingresado a los dos drogadictos en el hospital en condiciones muy graves—. ¿Pero sabes una cosa?
Mac se volvió para mirarme desde detrás de la barra, mientras seguía cocinando.
—Es imposible. ¡Qué sarta de mentiras! Están vendiendo a esos pobres críos la idea de que pueden hacer magia.
Mac me dio la razón con un gesto.
—Si fuera tan grave, la policía ya hubiera llamado.
Mac se encogió de hombros y se dio la vuelta de nuevo hacia la cocina. Luego entrecerró los ojos y miró detenidamente el débil reflejo del espejo detrás de la barra.
—Harry —dijo—, te estaban siguiendo.
Había estado tan tenso la mayor parte del día que no pude evitar un pinzamiento repentino en las cervicales. Puse las dos manos sobre la jarra de cerveza y recordé un par de frases en pseudolatín. Nunca viene mal estar preparado para defenderse, en caso de que quieran hacerte daño. Observé que alguien se acercaba, pero solo distinguí una imagen borrosa en el reflejo que proyectaba aquel espejo antiguo y desgastado. Mac seguía cocinando, impasible. Era difícil perturbarle.
Olí su perfume antes de darme la vuelta.
—¡Vaya, señorita Rodríguez! —la saludé—. Me alegro de verla.
Se paró en seco a unos pasos de mí, aparentemente desconcertada. Una de las ventajas de ser mago es que la gente siempre relaciona lo que haces con la magia, si no les viene a la cabeza una explicación inmediata. Lo más seguro es que en vez de pensar que el perfume revelaba su identidad, creía que aquella manera misteriosa de identificarla se debía a mis poderes místicos.
—Venga, siéntate —la invité—. Te pediré una bebida mientras me niego a contarte nada.
—Harry —me amonestó—, no sabes si estoy aquí por negocios.
Se sentó en el taburete de al lado. Era una mujer de estatura mediana, una sorprendente belleza morena; llevaba una americana entallada, falda, medias y zapatos de salón. El pelo, liso y oscuro, estaba recortado cortado por la nuca de forma muy cuidada y retirado de la frente, también morena, lo que enfatizaba el vago atractivo de sus ojos oscuros.
—Susan —la reprendí—, no estarías aquí si no estuvieras trabajando. ¿Te lo pasaste bien en Branson?
Susan Rodríguez era una periodista de Arcano en Chicago, una revista sensacionalista que trataba todo tipo de acontecimientos sobrenaturales y paranormales en el medio oeste. Normalmente los temas que cubrían no eran mucho mejores que «hombre mono con el hijo natural de Elvis» o «el fantasma mutante de JFK abduce a una scout que cambia de forma». Pero muy de vez en cuando, en Arcano hablaban de algo que era real, como la incursión de la corte feérica oscura en 1994, cuando la ciudad entera de Milwaukee desapareció durante dos horas. Se evaporó. Las fotos por satélite del gobierno mostraban el valle cubierto de árboles y sin señal de vida o presencia humana. Se interrumpieron todas las comunicaciones. Después, unas horas más tarde, allí estaba de nuevo y en la ciudad nadie se había enterado de nada.
La semana anterior, Susan también había estado rondando mi investigación en Branson. Me había estado siguiendo la pista desde que me entrevistó para un artículo, justo después de abrir mi negocio. Había que reconocerlo, tenía intuición; y la suficiente curiosidad como para meterse en todo tipo de problemas. Me había engañado para que la mirara a los ojos al final de nuestro primer encuentro. Era una joven periodista entusiasta que investigaba el punto de vista de su entrevistado. Ella fue la que se desmayó después de que nos miráramos.
Me sonrió con complicidad. Me gustó su sonrisita. Le daba un toque interesante a sus labios, ya de por sí atractivos.
—Deberías haberte quedado a ver el espectáculo —me dijo—, fue bastante impresionante.
Puso el bolso sobre la barra y se sentó sobre el taburete que había a mi lado.
—No, gracias —le contesté—, estoy seguro de que no era para mí.
—A mi editor le encantó la cobertura. Está convencido de que va a ganar un premio de algún tipo.
—Parece que lo estoy viendo: visiones misteriosas acechan a una estrella del country drogadicta. Eso es auténtico periodismo agresivo paranormal.
Le eché una mirada y ella me miró a los ojos sin miedo. No me dejó ver si mi pulla la había contrariado.
—Oí que hoy te llamó la directora de IE —me dijo. Se inclinó hacia mí lo suficiente para que, de haber bajado la vista, hubiera tenido una buena panorámica del escote de su camisa blanca—. Me encantaría que me hablaras de eso, Harry.
Me dedicó una sonrisa prometedora.
Estuve a punto de devolverle la sonrisa.
—Lo siento —le dije—, tengo el típico acuerdo de no revelación con el distrito.
—Entonces, ¿algo extraoficial? Se rumorea que los asesinos causaron sensación.
—No te puedo ayudar, Susan. Por mucho que insistas, no me lo sacarás, etcétera.
—Solo una pista —continuó—. Un comentario, algo que compartan dos personas que se atraen mucho.
—¿Y esos quiénes son?
Puso un codo sobre la barra y apoyó la barbilla en su mano, mientras me estudiaba a través de unos ojos entrecerrados y unas pestañas largas y espesas. Una de las cosas que me atraían de ella era que a pesar de que usara su encanto y feminidad de manera despiadada para conseguir historias, no tenía ni idea de lo atractiva que era en realidad; me había dado cuenta de esto cuando miré dentro de ella el año pasado.
—Harry Dresden —dijo—, eres un hombre totalmente exasperante. —Entrecerró aún más los ojos—. Ni siquiera me has mirado el escote una vez, ¿no? —me acusó.
Tomé un sorbo de cerveza y le hice una seña a Mac para que le pusiera una a ella. Lo hizo.
—Me has pillado.
—La mayoría de los hombres hoy en día están descompensados —se quejó—. ¿Pero qué te pasa a ti, Dresden?
—Soy puro de mente y corazón —le contesté—. Es imposible corromperme.
Se me quedó mirando frustrada por un momento. Después volvió a inclinar la cabeza para reírse; tenía también una buena risa, gutural y sonora. Entonces sí le miré el escote, solo un segundo. Una mente y un corazón puro solo duran un momento, tarde o temprano las hormonas salen a la luz. Lo que quiero decir es que ya no soy un adolescente, pero tampoco es que sea un experto en estas cosas. Se puede decir que tengo un interés abrumador en mi carrera profesional, pero nunca he tenido mucho tiempo para salir con chicas o para el sexo débil en general. Y cuando lo he tenido, no ha salido muy bien.
A Susan se la veía venir. Era atractiva, brillante, tentadora, sus motivaciones eran simples y claras, y era sincera en su forma de luchar por ellas. Estaba ligando conmigo porque quería información y también porque yo le gustaba. Unas veces la conseguía, otras no. Este asunto era demasiado peligroso para que Susan o Arcano se metieran, y si Murphy se enteraba de que les había dado el chivatazo de lo que había ocurrido, se me merendaría.
—¿Sabes qué, Harry? ¿Qué tal si te hago unas preguntas y tú solo me dices sí o no?
—No —le contesté de inmediato. Maldita sea, soy un pobre mentiroso y no hacía falta una periodista como Susan para averiguarlo.
Le brillaban los ojos llenos de alegría y maliciosa ambición.
—¿Tommy Tomm fue asesinado por un ser o por medios paranormales?
—No —repetí con terquedad.
—¿No lo asesinaron o no fue un ser paranormal?
Eché una mirada a Mac pidiéndole ayuda. Me ignoró. Él nunca toma partido, es listo.
—No, no voy a contestar a esas preguntas.
—¿Tiene pistas la policía? ¿Algún sospechoso?
—No.
—¿Eres un sospechoso, Harry?
Un pensamiento inquietante.
—No —contesté exasperado—. Susan…
—¿Te gustaría cenar conmigo el sábado por la noche?
—¡No! Yo… —Pestañeé—. ¿Qué?
Me sonrió, inclinada hacia mí, y me besó en la mejilla. Los labios, que admiraba tanto, eran muy, muy agradables.
—Genial —dijo—. Te recogeré en tu casa. Digamos… ¿Sobre las nueve?
—¿Me he perdido algo? —le pregunté.
Movió la cabeza, sus ojos brillaban de alegría.
—Te voy a llevar a un sitio fantástico, ¿has comido alguna vez en el Pump Room, en el Ambassador East?
Negué con la cabeza.
—Tienen unos filetes increíbles —me aseguró—, y el ambiente más romántico del mundo. Hay que ir de etiqueta. ¿Es posible?
—Mmm…, sí —contesté con cuidado—. Esta es la pregunta a la respuesta de si saldré o no contigo, ¿vale?
—No —dijo Susan con una sonrisa—, esa era la respuesta que esperaba robarte, así que no te escapas. Solo me quiero asegurar de que tienes más ropa aparte de téjanos y camisas Acartonadas de vaquero.
—Ah, sí.
—Genial —repitió y me besó en la mejilla una vez más mientras se levantaba y recogía el bolso.
—El sábado, entonces.
Retrocedió y volvió a lanzarme aquella sonrisita. Mataba con la mirada, era atractiva y seductora.
—Allí estaré. Ansiosa.
Se dio la vuelta y se marchó. Me giré para mirarla. Me quedé con la boca abierta, tanto que casi me llega la mandíbula al suelo. ¿Acababa de aceptar una cita o un interrogatorio?
—Seguramente ambas cosas —murmuré.
Mac tiró el pepito de ternera y las patatas fritas delante de mí. Le dejé algo de dinero, con aire taciturno, y me dio el cambio.
—Lo único que va a hacer es intentar sonsacarme información que no debería darle, Mac —dije.
—Uf. —Mac asintió.
—¿Por qué le he dicho que sí?
Mac se encogió de hombros.
—Es guapa —dije—, lista y sexy.
—Uf.
—Cualquier hombre con sangre en las venas hubiera hecho lo mismo.
—Uf —resopló.
—Bueno, a lo mejor tú no.
Mac sonrió un poco, relajado.
—Aun así, me va a traer problemas. Debo de estar loco por ir detrás de alguien así.
Cogí mi bocadillo y suspiré.
—Imbécil —dijo Mac.
—Solo he dicho que es lista, Mac.
Mac esbozó una sonrisa que le hizo parecer años más joven, casi un niño.
—No lo digo por ella, sino por ti.
Me comí la cena. Tuve que admitir que tenía razón.
Esto me trastocaba los planes. Mi idea de husmear en la casa del lago de los Sells y conseguir algo de información tenía que llevarla a cabo de noche. Y ya tenía planeado hablar con Bianca mañana por la noche, porque tenía el presentimiento de que Murphy y Carmichael no conseguirían que la vampira cooperara. Eso significaba que tendría que conducir hasta Lake Providence aquella misma noche, porque el sábado ya estaba ocupado por la cita con Susan, al menos unas horas.
Me quedé con la boca seca al pensar que quizá tuviera el resto de la noche ocupado. Quién sabe. Me había mareado, había hecho que pareciera un idiota y lo más seguro era que intentara usar cualquier truco para sacarme más información para la publicación de Arcano del lunes. Por otro lado, era sexy, inteligente y por lo menos me atraía un poco, lo que indicaba que habría algo más que una simple charla y la cena, ¿no?
La pregunta era, ¿quería en realidad que pasara algo?
Había sido un lamentable fracaso en las relaciones, desde el final de mi primer amor. Bueno, las primeras relaciones de muchos adolescentes fracasan, pero no hay muchos que maten a la chica en cuestión. Rehuí ese tipo de pensamiento, no fuera a ser que me trajera demasiados recuerdos del pasado.
Me fui de McAnally’s después de que Mac me diera una bolsa con las sobras y gruñera «Mister» como aclaración. En el rincón seguían jugando al ajedrez los dos tíos, cada uno con una pipa, y la nube que formaban a su alrededor desprendía un agradable aroma. Mientras salía a por el coche, pensé en cómo tratar a Susan. ¿Tenía que limpiar mi apartamento? ¿Tenía todos los elementos necesarios para el hechizo que lanzaría más tarde en la casa del lago aquella noche? ¿Se subiría Murphy por las paredes cuando yo hablase con Bianca?
Todavía sentía el beso de Susan mientras me subía al coche.
Sacudí la cabeza, desconcertado. Dicen que los magos somos sutiles, pero creedme, ni punto de comparación con las mujeres.