Ivy parecía reacia a dejar de acariciar a Mister, pero finalmente ella y Kincaid se marcharon sin decir más. Cerré la puerta cuando se fueron, me apoyé sobre ella y escuché con los ojos cerrados hasta que se hubieron alejado. No me sentía tan cansado como debería. Probablemente porque, según mi experiencia, aún me quedaba mucho por delante antes de tener una verdadera oportunidad para recuperarme.
Mister se frotó contra mis piernas hasta que me agaché y lo acaricié, tras lo cual se acercó a su cuenco de comida sin prestarme ya la menor atención. Absorto en mis pensamientos, cogí una Coca-Cola de la nevera mientras él comía, serví un poco en un bol y lo dejé en el suelo, junto a Mister. Cuando me terminé la lata, ya tenía claro cuál iba a ser mi próximo paso.
Hacer unas llamadas.
Primero llamé al número que Vincent me había dado. Esperaba escuchar el contestador, pero para mi sorpresa respondió Vincent, que con voz tensa y angustiada dijo:
—¿Sí?
—Soy Harry Dresden —contesté—. Me gustaría hablar con usted.
—Ah sí, un momento —dijo Vincent. Oí como decía algo, escuché una conversación de fondo y después unos pasos, luego el ruido de una puerta que se cerraba—. La policía —dijo—. Llevo toda la tarde trabajando con ellos.
—¿Han tenido suerte? —pregunté.
—Solo Dios lo sabe —respondió Vincent—. Pero tal y como yo lo veo, parece que lo único que han conseguido es ponerse de acuerdo sobre qué departamento llevará la investigación.
—¿Homicidios? —pregunté.
La voz cansada de Vincent sonó cortante.
—Sí. Aunque no imagino cómo han llegado a esa conclusión.
—Es año de elecciones. Y todo está bastante politizado —dije—. Pero una vez que trate con la policía de verdad, todo irá mejor. Hay buena gente en todos los departamentos.
—Eso espero. ¿Ha descubierto algo?
—Tengo una pista. No sé si es buena. Puede que los ladrones estén en un pequeño barco en el puerto. Ahora mismo salgo para allá.
—Muy bien —dijo Vincent.
—Si al final estoy en lo cierto, ¿quiere que avise a la policía?
—Preferiría que me llamara antes a mí —respondió Vincent—. Aún no estoy seguro de si me puedo fiar de la policía de Chicago. No puedo evitar pensar que quizá esa sea la razón de que los ladrones vinieran aquí, quizá tengan algún contacto o enchufe con las autoridades. Me gustaría disponer del mayor tiempo posible para decidir en quién puedo confiar.
Fruncí el ceño y pensé en los matones de Marcone que me atacaron. El Departamento de Policía de Chicago tenía injusta fama de corrupto, sobre todo debido a la extendida actividad de la mafia durante los años de la Prohibición. Eso ya no tenía sentido, pero la gente es como es, y en el departamento seguramente habría quien tuviera un precio. Marcone ya había conseguido información clasificada en otras ocasiones con preocupante facilidad.
—Puede que sea lo más inteligente. Comprobaré mi pista y lo llamaré. No creo que tarde más de una o dos horas.
—Muy bien. Gracias, señor Dresden. ¿Alguna cosa más?
—Sí —dije—. Debí haber pensado en esto anoche. ¿Tiene algún pedazo del Sudario?
—¿Algún pedazo? —preguntó Vincent.
—Retales o hilos. Sé que se analizaron varias muestras en los años setenta. ¿Tiene usted acceso a alguno de esos pedazos?
—Posiblemente, ¿por qué?
Entonces recordé que Vincent no creía en los fenómenos sobrenaturales, así que no podía decirle que mi intención era utilizar la taumaturgia para localizar el Sudario.
—Para comprobar su autenticidad cuando lo encuentre. No quiero que me engañen con una falsificación.
—Por supuesto. Haré unas llamadas —dijo Vincent—. Pediré que me envíen una muestra por mensajero. Gracias, señor Dresden.
Me despedí, colgué y me quedé mirando el teléfono durante un minuto. Luego respiré profundamente y tecleé el número de Michael.
Aunque el sol apenas había salido, el teléfono sonó solo una vez antes de que una voz femenina dijera:
—¿Sí?
Aquella mujer era mi pesadilla.
—Oh, hum, hola, Charity. Soy Harry Dresden.
—¡Hola! —dijo la voz con alegría—. Pero yo no soy Charity.
Vaya, pues resulta que no era mi pesadilla, sino la hija mayor de mi pesadilla.
—¿Molly? —pregunté—. Caray, pareces mayor por teléfono.
La cría rió.
—Sí, incluso me ha visitado el hada de los pechos[1] y todo. ¿Quieres hablar con mi madre?
Algunos quizá encuentren significativo que tardara un par de segundos en darme cuenta de que no hablaba de forma literal. A veces odio mi vida.
—Pues, hum, ¿está tu padre por ahí?
—Así que no quieres hablar con mi madre, vale —dijo—. Mi padre está trabajando en la obra. Ahora te lo paso.
Dejó el auricular y escuché sus pasos alejándose. De fondo se oía una grabación con voces de niños cantando, el ruido de platos y tenedores, y gente hablando. Luego se produjo un susurro y un golpe seco. Supuse que el auricular del otro lado debió de caerse al suelo. Después escuché el sonido de una respiración suave y pesada.
—Haaaarry —suspiró otra voz desde lo que debía de ser la misma habitación. Se parecía mucho a la de Molly, pero era menos alegre—. No, no cariño, no juegues con el teléfono. Dámelo, por favor. —Escuché más chasquidos y luego una mujer dijo—: ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Por un momento me sentí tentado de no decir nada, o incluso de imitar la grabación de un contestador, pero me armé de valor y rechacé la idea. No podía acobardarme. Estaba seguro de que Charity podía oler el miedo incluso a través del teléfono y eso quizá la induciría a atacar.
—Hola, Charity. Soy Harry Dresden, quería hablar con Michael.
Se produjo un momento de silencio durante el cual imaginé a la mujer de Michael entornando los ojos al oír mi voz.
—Supongo que era inevitable —dijo—. Era de esperar que en una situación tan peligrosa como esta, que requiere la intervención de los tres caballeros, tú salieras arrastrándote del agujero en el que vives.
—En realidad no llamo por eso.
—No me sorprende. Tienes tal sentido de la oportunidad que siempre apareces en el peor de los momentos.
—Oh, venga ya, Charity, estás siendo injusta.
El enfado hacía que su voz se volviera más clara y aguda, además de bastante más potente.
—¿Ah sí? Justo en el momento en el que Michael más necesita estar centrado en su labor, mantenerse alerta y andar con mil ojos, llegas tú para distraerlo.
El cabreo y la culpa luchaban por tomar las riendas en mi cabeza.
—Intento ayudar.
—Tiene cicatrices de la última vez que lo ayudaste, Dresden.
Me entraron ganas de aporrear el auricular contra la pared hasta romperlo, pero me contuve una vez más. Aún así, no pude evitar que la amargura aguijoneara mis palabras.
—¿No piensas darme una oportunidad, verdad?
—No te la mereces.
—¿Por eso le pusisteis mi nombre a vuestro hijo? —repuse.
—Fue idea de Michael —dijo Charity—. Yo aún estaba bajo los efectos de la anestesia y me encontré con el papeleo resuelto cuando desperté.
Mantuve la voz calmada. O casi.
—Oye, Charity. Siento mucho que pienses eso, pero tengo que hablar con Michael. ¿Está ahí o no?
La línea hizo clic cuando alguien cogió otro auricular y Molly dijo:
—Lo siento Harry, pero mi padre no está. Sanya dice que se fue a comprar unos bollos.
—Molly —dijo Charity en tono cortante—, no te entretengas que tienes que ir a clase.
—¡Oh, oh! —dijo Molly—. Te juro que a veces parece que tenga telepatía o algo así.
Casi pude escuchar como Charity rechinaba los dientes.
—No tiene gracia, Molly. Cuelga ahora mismo.
Molly suspiró y dijo antes de colgar:
—¡Señor, sí señor! —Casi me ahogo con un repentino ataque de risa que intenté reconvertir en varias toses por el bien de Charity.
Pero a juzgar por el tono de su voz, yo diría que no se lo tragó.
—Le daré el mensaje.
Vacilé un momento. Quizá debería preguntar si podía ir allí y esperar a que regresara. Charity y yo no nos profesábamos un gran cariño y si no le daba el mensaje a Michael o si tardaba en hacerlo, quizá yo acabara muerto. Michael y los otros caballeros estaban muy ocupados en su búsqueda del Sudario y solo Dios sabía si podría localizarlo en todo el día. Por otro lado, no tenía el tiempo ni la paciencia de esperar sentado dándome de cabezazos contra la antipatía de Charity hasta que Michael volviera.
Charity se había mostrado manifiestamente hostil desde que la conocí. Quería a su marido con locura y temía por su seguridad, sobre todo cuando trabajaba conmigo. En el fondo, yo sabía que su animadversión tenía cierta lógica. A Michael lo habían zurrado de lo lindo estando conmigo. Durante la última misión, uno de los malos que me tenía en su punto de mira, casi mata a Charity y al bebé que esperaba, el pequeño Harry. Ahora a ella le preocupaba lo que le pudiera pasar también al resto de sus hijos.
Yo lo sabía, pero aún así, me dolía.
Tenía que tomar una decisión, confiar en ella o no. Decidí hacerlo. Quizá no le cayera bien a Charity, pero no era cobarde, ni mentirosa. Sabía que Michael querría que se lo dijera.
—¿Y bien, Dresden? —preguntó Charity.
—Dile que necesito hablar con él.
—¿Con respecto a qué?
Por un segundo dudé en comentarle lo de mi pista sobre el Sudario. Pero Michael creía que me iban a matar si me involucraba. Se tomaba muy en serio eso de proteger a sus amigos y si sabía que estaba en el ajo, me dejaría inconsciente de un porrazo, me encerraría en un armario, y se disculparía después. Decidí que mejor no.
—Dile que necesito un padrino para antes de que anochezca o pasarán cosas malas.
—¿A quién? —preguntó Charity.
—A mí.
Guardó silencio y luego dijo:
—Le daré tu mensaje.
Y después me colgó.
Hice lo mismo con el ceño fruncido.
—Ese momento de silencio seguramente no quiere decir nada —le dije a Mister—. No significa que contemplara la posibilidad de dejar que me mataran para proteger a su marido y a sus hijos.
Mister me observó con la enigmática indiferencia de sus ojos felinos. O quizá así es como mira un gato cuando la actividad de su cerebro está bajo mínimos. En cualquier caso, no ayudaba ni resultaba reconfortante.
—No estoy preocupado —dije—. Ni un poco.
Mister alzó el rabo.
Negué con la cabeza, cogí mis cosas y me marché a investigar la pista del puerto.