10

DAEMON

Me dejaron asearme en una zona común vacía. Al principio no quería perder el tiempo. Necesitaba estar con Kat, pero no me dieron más elección, lo cual resultó ser bueno porque tenía aspecto de acabar de salir de la selva. Mi barba estaba fuera de control. Después de un afeitado y una ducha rápida, me puse los pantalones de chándal negros y la camiseta blanca que habían dejado ahí. El mismo uniforme estándar que había usado hacía años. No había nada como vestir a todos igual para hacerlos sentir como un rostro sin nombre entre una multitud de rostros sin nombre.

La última vez que había estado ahí, todo había girado en torno al control y a mantener a todo el mundo a raya. Para mí, parecía que Dédalo era exactamente igual.

Casi me reí al darme cuenta de algo. Probablemente, Dédalo habría estado dirigiendo el cotarro desde siempre, incluso cuando me había integrado allí hacía tantos años.

Cuando el guardia regresó, el mismo pelele de antes, lo primero que hizo fue comprobar la maquinilla de afeitar de plástico por si le había arrancado la cuchilla.

Lo miré alzando una ceja.

—No soy tan estúpido.

—Está bien saberlo —fue su respuesta—. ¿Listo?

—Sí.

Se apartó a un lado, permitiéndome salir al pasillo. Mientras nos dirigíamos hacia otro ascensor, él estaba pegado a mi cadera.

—Tío, me estás siguiendo tan de cerca que creo que debería invitarte a cenar o algo. Al menos dime cómo te llamas.

Pulsó el botón de uno de los pisos.

—La gente me llama Archer.

Mis ojos se estrecharon. Había algo en él que me recordaba a Luc, y eso no era un buen presagio.

—¿Ese es tu nombre?

—Así es como nací.

El tipo era tan encantador como… bueno, como yo en un mal día. Dirigí la mirada al número rojo del ascensor y lo observé bajar firmemente. Se me retorcieron las tripas. Si Nancy estaba jugando conmigo y Kat no se encontraba ahí, estaba a punto de averiguarlo.

No sabía qué iba a hacer si no estaba. Probablemente me volvería loco.

No pude evitar las palabras que salieron de mi boca después.

—¿La has visto… a Kat?

Un músculo se tensó en la mandíbula de Archer, y mi mente se puso frenética hasta que respondió.

—Sí. Me han asignado a ella. Estoy seguro de que eso te complace infinitamente.

—¿Está bien? —pregunté, ignorando el comentario.

Él se volvió hacia mí, y la sorpresa cruzó su rostro. Intercambiar insultos y pullas no estaba en mi lista de cosas que hacer por el momento.

—Está… Está como cabría esperar.

No me gustaba cómo sonaba eso. Respiré profundamente y me pasé una mano por el pelo húmedo. La imagen de Beth volviéndose loca me vino a la mente. Un temblor me recorrió los músculos del brazo. No tenía duda alguna de que, sin importar en qué condición se encontrara Kat, sería capaz de manejarlo. La ayudaría a ponerse mejor. Nada en este mundo me impediría eso, pero no quería que hubiera experimentado nada que la hubiera dañado.

Como probablemente había sucedido al matar a Blake.

—Estaba dormida la última vez que lo comprobé —dijo mientras el ascensor se detenía—. No ha estado durmiendo bien desde que la trajeron, pero parece que hoy lo está compensando.

Asentí lentamente y lo seguí hasta el pasillo. Me sorprendió que fueran tan valientes de asignarme un único guardia, pero, claro, sabían lo que quería, y yo sabía los riesgos que ocasionaría actuar como un idiota.

El corazón me latía a saltos, y mis manos se abrían y cerraban a mis costados. Una energía ansiosa me recorrió y, mientras nos acercamos a la mitad del ancho pasillo, sentí algo que no había sentido en demasiado tiempo.

Un cálido hormigueo me recorrió la nuca.

—Está aquí.

Mi voz sonaba ronca, y él me devolvió la mirada.

—Sí. Está aquí.

No necesitaba decirle que había tenido mis dudas, que una parte de mí se había aferrado a la fría posibilidad de que hubieran jugado con mi debilidad. Debía de estar escrito en mi cara, y ni siquiera me molesté en ocultarlo.

Kat estaba allí.

Archer se detuvo frente a una puerta e introdujo un código después de que le escanearan el ojo. Hubo un sonido suave de cerraduras moviéndose. Me miró con la mano en el pomo de la puerta.

—No sé con seguridad cuánto tiempo te darán.

Entonces abrió la puerta.

Como si estuviera caminando por unas arenas movedizas o en un sueño, avancé sin sentir el suelo debajo de mí. El aire pareció espesarse, ralentizando mi progreso, pero en realidad había cruzado esa maldita puerta a toda velocidad y aún no era lo bastante rápido.

Con los sentidos muy alerta, entré en la celda, vagamente consciente de que la puerta se cerraba detrás de mí. Mi mirada fue directamente hasta la cama que había junto a la pared. Se me paró el corazón. El mundo entero se detuvo.

Caminé hacia delante y los pasos me fallaron. En el último segundo, conseguí no caer al suelo de rodillas. La parte posterior de mi garganta y de mis ojos me ardía.

Kat estaba aovillada de lado, de cara a la puerta, con aspecto de ser terriblemente pequeña en aquella cama. Su pelo color chocolate caía sobre su mejilla, cubriendo la manga de su brazo expuesto. Estaba dormida, pero sus facciones se contraían, como si ni siquiera descansando se sintiera cómoda del todo. Sus pequeñas manos estaban bajo su barbilla redondeada, y tenía los labios ligeramente separados.

Su belleza me golpeó con fuerza, como un rayo directamente en el pecho. Me quedé ahí congelado, sin saber durante cuánto tiempo, incapaz de quitar los ojos de ella, y después di dos largas zancadas que me llevaron hasta el borde de la cama.

La miré desde arriba y abrí la boca para decir algo, pero no tenía palabras. Me había quedado sin ellas, y juro que Kat era la única capaz de hacerme eso a mí.

Me senté a su lado con el corazón latiendo con fuerza mientras ella se movía, aunque no se despertó. Una parte de mí odiaba la idea de despertarla. De cerca, podía ver las ojeras oscuras que habían brotado bajo sus espesas pestañas, como tenues borrones de tinta. Y, honestamente, estaba feliz (no, emocionado) tan solo de hallarme en su presencia, incluso si eso significaba que pasaría todo el tiempo simplemente observándola.

Pero no podía evitar tocarla.

Lentamente, extendí una mano y le aparté cuidadosamente de la mejilla los sedosos mechones de su pelo, colocándolos sobre la austera almohada blanca. Ahora podía ver los débiles cardenales que recorrían su pómulo, de un tono desvaído de amarillo. También tenía un delgado corte en el labio. La ira me invadió. Tomé aire profundamente y después lo solté.

Coloqué la mano al otro lado de ella y bajé la cabeza para depositar un suave beso en el corte de su labio, prometiendo en silencio que haría pagar con creces a quienquiera que fuera responsable por los cardenales y por el dolor que había sufrido. Dejé que la calidez sanadora fluyera desde mí hasta ella, borrando de la vista los cardenales.

Solté un suspiro suave y cálido y alcé la mirada, reticente a alejarme demasiado. Kat pestañeó y sus hombros subieron cuando tomó aire más profundamente. Esperé con el corazón en la garganta.

Ella abrió los ojos despacio, y su mirada gris estaba desenfocada mientras recorría mi cara.

—¿Daemon?

El sonido de su voz, ronco por el sueño, era como volver a casa. El ardor se convirtió en un nudo en mi garganta. Me incliné hacia atrás y coloqué la punta de los dedos sobre su barbilla.

—Hola, gatita —dije, y mi voz sonó ronca de narices.

Ella se quedó observándome mientras su mirada enturbiada se aclaraba.

—¿Estoy soñando?

Solté una risa estrangulada.

—No, gatita, no estás soñando. Estoy aquí de verdad.

Pasó un latido, y entonces se levantó sobre sus codos. Un solitario mechón de pelo cayó sobre su rostro, y me puse recto para darle más espacio. Mi ritmo cardíaco se incrementó a velocidad supersónica, a juego con el suyo. Después se sentó del todo y puso las manos en mi cara. Mis ojos se cerraron mientras sentía el suave tacto que me llegaba hasta el alma.

Kat deslizó las manos por mis mejillas, como si estuviera tratando de convencerse de que era real. Puse mis manos sobre las suyas y abrí los ojos. Los de ella estaban muy abiertos y húmedos, brillando por las lágrimas.

—No pasa nada —le dije—. Todo va a salir bien, gatita.

—¿Cómo… cómo es que estás aquí? —Tragó saliva—. No lo entiendo.

—Vas a enfadarte. —Deposité un beso en su palma abierta, y disfruté del estremecimiento que la recorrió—. Me he entregado.

Ella se apartó bruscamente, pero yo continué sujetándole las manos, impidiéndole que se alejara. Y sí, estaba siendo egoísta. No estaba preparado para seguir sin su tacto.

—Daemon, ¿qué…? ¿Qué estabas pensando? No deberías…

—No iba a dejarte pasar por esto sola. —Deslicé las manos por sus brazos y me detuve en sus codos—. Ni de coña iba a hacer eso. Sé que eso no es lo que querías, pero esto no es lo que quería yo.

Sacudió ligeramente la cabeza, y, cuando habló, su voz era poco más que un susurro.

—Pero ¿y tu familia, Daemon? ¿Tu…?

—Tú eres más importante.

En cuanto esas palabras salieron de mi boca, supe que eran ciertas. La familia siempre había sido lo primero para mí, y Kat era parte de mi familia; una parte muy grande. Era mi futuro.

—Pero las cosas que van a obligarte a hacer… —La humedad en sus ojos aumentó, y una única lágrima escapó y bajó por su mejilla—. No quiero que tengas que pasar por…

Atrapé la lágrima con un beso.

—Y yo no voy a permitir que pases por esto sola. Eres mi… Eres mi todo, Kat. —Ella inhaló suavemente y yo volví a sonreír—. Venga ya, gatita, ¿en serio esperabas menos de mí? Te quiero.

Sus manos cayeron en mis hombros, flexionándose hasta que los dedos se me clavaron a través del algodón de la camiseta, y se quedó mirándome durante tanto tiempo que comencé a preocuparme. Después se lanzó hacia delante y me rodeó el cuello con los brazos, prácticamente derribándome.

Reí contra la parte superior de su cabeza y logré estabilizarme antes de caer. Un segundo estaba junto a mí, y después estaba en mi regazo, envolviéndome con brazos y piernas. Esa, esa era la Kat que conocía.

—Estás loco —susurró contra mi cuello—. Estás loco de atar, pero te quiero. Te quiero muchísimo. No me gusta que estés aquí, pero te quiero.

Recorrí su columna con la mano, enroscando los dedos contra la parte baja de su espalda.

—Nunca me cansaré de oírte decir eso.

Ella se apretó contra mí, y sus dedos se enterraron en el pelo de mi nuca.

—Te he echado mucho de menos, Daemon.

—No tienes ni idea…

Entonces me quedé sin palabras. Tenerla tan cerca de mí después de tanto tiempo era la más dulce de las torturas. Sentía cada aliento que tomaba en todas las partes de mi cuerpo, en algunas zonas más que en otras. Era bastante inapropiado, pero ella siempre había tenido un gran poder sobre mí, y el sentido común saltó por la ventana.

Kat se apartó, sus ojos buscaron los míos, y entonces cruzó la distancia entre nosotros y, maldita sea, ese beso fue mitad inocencia, mitad desesperación, y todo perfección. Le agarré la espalda con más fuerza mientras ella inclinaba la cabeza, y aunque el beso comenzó como algo dulce, ahí fue cuando perdí el control. Profundicé el beso, vertiendo en él cada miedo, cada minuto que habíamos pasado separados, y todo lo que sentía por ella. Soltó un gemido entrecortado, y cuando se contoneó casi perdí la razón.

Entonces la cogí por las caderas y la aparté, aunque eso era lo último que quería hacer.

—Cámaras, ¿recuerdas?

Un rubor trepó por su cuello y se derramó por sus mejillas.

—Ah, sí, en todas partes salvo…

—El baño —dije, y un destello de sorpresa cruzó su rostro—. Me lo han contado.

—¿Todo? —Yo asentí con la cabeza y el color rosado de sus mejillas desapareció. Se escabulló de mi regazo enseguida. Se sentó junto a mí, mirando directamente hacia delante. Pasaron unos momentos y tomó aliento profundamente—. Me… me alegra que estés aquí, pero desearía que no estuvieras.

—Lo sé.

No me sentí ofendido por su afirmación. Ella volvió a apartarse el pelo hacia atrás.

—Daemon, yo…

Puse dos dedos bajo su barbilla y giré su cara de nuevo hacia mí.

—Lo sé —repetí, buscando sus ojos—. Vi algunas cosas, y me contaron lo de…

—No quiero hablar de eso —se apresuró a decir, ocultando las manos bajo las rodillas.

Estaba preocupado, pero forcé una sonrisa.

—Vale. Está bien. —Pasé un brazo por su espalda, acercándola más a mí, y ella no opuso resistencia. Se fundió conmigo, aferrando mi camiseta con los dedos. Yo la besé en la frente y mantuve la voz baja—. Voy a sacarnos de aquí.

Su mano se aferró aún más a mi camiseta mientras ella levantaba la cabeza.

—¿Cómo? —susurró.

Me incliné hacia ella, acercándome a su oreja.

—Confía en mí. Estoy seguro de que están observándonos, y no quiero darles ninguna razón para que nos separen ahora.

Asintió con la cabeza, comprensiva, pero su boca se puso tensa.

—¿Has visto lo que han estado haciendo aquí?

Negué con la cabeza, y ella respiró profundamente. Entre susurros, me habló de los humanos enfermos que estaban tratando, los Luxen y los híbridos. Mientras hablábamos nos estiramos en la cama, mirándonos a la cara. Sabía que estaba saltándose muchas cosas. Para empezar, no me contó nada de lo que había estado haciendo, ni cómo se había hecho esos cardenales. Supuse que tendría que ver con Blake y por eso no mencionaba el tema, pero sí que mencionó a una niña pequeña llamada Lori que se estaba muriendo de cáncer. Tenía expresión compungida cuando hablaba de ella. No había sonreído ni una vez. Saber eso me preocupaba, y amenazaba con arruinar el reencuentro.

—Dijeron que hay Luxen malos ahí fuera —explicó—. Por eso me tienen aquí, para aprender a luchar contra ellos.

—¿Qué?

Se puso tensa.

—Dijeron que hay miles de Luxen que quieren hacer daño a los humanos, y que vendrían más. Supongo que a ti no te dijeron nada parecido.

—No. —Casi me reí, pero entonces recordé lo que había dicho Ethan. No había forma de que eso tuviera nada que ver con lo que estaba diciendo Kat. ¿O sí?—. Me dijeron que querían más híbridos. —La preocupación cruzó su rostro, y deseé no haber dicho eso—. ¿Qué clase de cáncer tiene Lori? —pregunté, recorriendo su brazo con la mano. No había dejado de tocarla. Ni una vez, desde que había entrado en la habitación.

Ella tenía las puntas de los dedos sobre mi barbilla, y estábamos tan cerca como podría parecer apropiado, teniendo en cuenta que estaban observándonos.

—El mismo que mi padre.

Le apreté la mano.

—Lo siento.

Sus dedos recorrieron la curva de mi mandíbula.

—Solo la he visto una vez, pero no está muy bien. Le están dando una especie de tratamiento que consiguen de los Luxen y los híbridos. Lo llaman LH-11.

—¿LH-11?

Ella asintió y después frunció el ceño.

—¿Qué?

Joder, eso era lo que quería Luc. Y eso planteaba una pregunta: ¿por qué demonios quería Luc un suero que Dédalo estaba utilizando en humanos enfermos? Ella frunció el ceño aún más y yo cubrí el insignificante espacio entre nosotros, manteniendo la voz baja.

—Te lo diré más tarde.

La comprensión brilló en su rostro, y levantó un poco la pierna para que quedara descansando sobre la mía. La respiración se me aceleró, y una clase distinta de comprensión apareció en sus ojos. Se mordió el labio inferior, y yo reprimí un gruñido.

Ese color tan bonito volvió a recorrer sus mejillas, lo cual no ayudaba en absoluto a la situación. Subí la mano por su brazo, con todos los sentidos alerta mientras ella se estremecía.

—¿Sabes lo que daría ahora mismo por un poco de privacidad?

Ella bajó las pestañas.

—Eres terrible.

—Lo soy.

Su expresión se nubló.

—Tengo la sensación de que en este instantes hay un reloj gigante colgando sobre nosotros, como si se nos estuviera acabando el tiempo.

Probablemente fuera así.

—No pienses en ello.

—Es un poco difícil no hacerlo.

Hubo una pausa, y yo le puse una mano en la mejilla, acariciándole el delicado pómulo con el pulgar. Pasaron unos momentos.

—¿Llegaste a ver a mi madre?

—No. —Quería contarle por qué, y contarle más cosas, pero dar cualquier clase de información en ese punto era un riesgo. Sin embargo, tenía una idea. Podía tomar mi auténtica forma y hablarle así, pero dudaba que a los jefazos les hiciera mucha gracia. No estaba dispuesto a arriesgarme en ese momento—. Pero Dee ha estado vigilándola de cerca.

Kat mantuvo los ojos cerrados.

—La echo de menos —susurró, y el corazón se me rompió—. A mi madre. La echo mucho de menos.

No sabía qué decir. ¿Qué podía decir? «Lo siento» no serviría. Así que, mientras buscaba una distracción, me permití familiarizarme con los ángulos de su rostro, la grácil forma de su cuello y la curva de sus hombros.

—Dime algo de ti que no sepa.

Pasaron unos momentos antes de que hablara.

—Siempre he querido un mogwai.

—¿Qué?

Sus pestañas seguían rozándole las mejillas, pero finalmente estaba sonriendo, y parte de la presión desapareció de mi pecho.

—Has visto Gremlins, ¿verdad? ¿Recuerdas a Gizmo? —Rió cuando yo asentí con la cabeza. El sonido era ronco, como si llevara mucho tiempo sin reír. Me di cuenta de que así era—. Mi madre me dejó verla de pequeña, y me obsesioné con Gizmo. Quería tener uno más que nada en el mundo. Incluso le prometí a mi madre que no le daría de comer después de la medianoche ni lo mojaría.

Apoyé la barbilla sobre su cabeza y sonreí ante la imagen de la pequeña bola de pelo marrón y blanco.

—No sé yo…

—¿Qué?

Ella se acercó aún más a mí y aferró el cuello de mi camiseta con los dedos.

Yo le rodeé la cintura con un brazo y respiré por lo que parecía ser la primera vez en semanas.

—Si yo tuviera un mogwai, le daría de comer después de medianoche sin dudarlo. Ese gremlin de la cresta era muy chungo.

Ella volvió a reírse, y el sonido tintineó en mi interior. Me sentía mucho más ligero.

—¿Por qué no me sorprende eso? —preguntó—. Te llevarías genial con el gremlin.

—¿Qué puedo decir? Tengo una personalidad chispeante.