MYCOGEN. — … Un sector del antiguo Trantor… Sepultado en el pasado de sus propias leyendas. Mycogen causó poco impacto en el planeta. Autosatisfecho y autoseparado hasta cierto punto…
Enciclopedia Galáctica
Cuando Seldon despertó, se encontró con un nuevo rostro que le observaba solemnemente. Por un momento, entornó los ojos.
—¿Hummin? —preguntó.
Éste le sonrió vagamente.
—Así que me recuerdas.
—Sólo fue durante un día, hace cosa de dos meses, pero te recuerdo. No te detuvieron, pues, ni te molestaron.
—Como puedes ver, aquí estoy, sano y salvo, pero no ha sido demasiado fácil llegar hasta aquí. —Y miró a Dors que estaba algo apartada.
—Me alegra verte —dijo Seldon—. Por cierto, ¿te importa…? —Y señaló con el dedo hacia el cuarto de baño.
—Tómate el tiempo que necesites —accedió Hummin—. Desayuna.
Hummin no lo acompañó en el desayuno. Ni Dors tampoco. Ni hablaron. Hummin revisaba un libro-película en actitud absorta. Dors se contemplaba las uñas con aire crítico para, después, sacar una microcomputadora y empezar a tomar notas con una estilográfica.
Seldon los contemplaba, pensativo, sin intentar el inicio de una conversación. El silencio podía estar causado por alguna reserva trantoriana habitual en la habitación de un enfermo. Estaba seguro de encontrarse perfectamente bien, pero ellos, quizá, no se daban cuenta.
Cuando hubo tragado el último bocado y la última gota de leche (a la que era obvio que se había acostumbrado porque ya no encontraba ningún sabor raro) Hummin se dirigió a él.
—¿Cómo te encuentras, Seldon?
—Perfectamente bien, Hummin. Lo bastante como para levantarme y empezar a hacer cosas.
—Me alegra oírlo. Dors Venabili tuvo mucha culpa al permitir que ocurriera todo esto.
—No, yo insistí en ir a Arriba —declaró Seldon.
—Te creo, pero debió acompañarte a toda costa.
—Le dije que no quería que lo hiciera.
—No es cierto, Hari —protestó Dors—. No me defiendas con mentiras.
Seldon insistió, enfadado.
—Pero no te olvides de que fue Dors quien subió en mi busca venciendo toda clase de resistencia y que, esto es indudable, me salvó la vida. Y no estoy disfrazando la verdad. ¿Has añadido esto a tu evaluación, Hummin?
Dors volvió a interrumpirle, claramente disgustada.
—Por favor, Hari. Chetter Hummin tiene toda la razón al pensar que debí haber impedido que subieras a Arriba o haber ido contigo. Respecto a mis actos subsiguientes, ya me ha felicitado.
—Sin embargo —observó Hummin—, todo ha pasado y podemos olvidarlo. Hablemos ahora de lo que ocurrió Arriba, Seldon.
Éste miró a su alrededor.
—¿No es arriesgado hacerlo? —preguntó con cautela.
Hummin se permitió una leve sonrisa.
—Dors ha encerrado esta habitación en un Campo de Distorsión. Tengo la casi seguridad de que ningún agente imperial en la Universidad, si lo hubiera, es lo bastante experto para penetrarlo. Eres un tipo suspicaz, Seldon.
—No por naturaleza. Escuchándote en el parque, y después… Además, eres muy persuasivo, Hummin. Antes de que terminaras, yo estaba dispuesto a pensar que había un Eto Demerzel acechando en las sombras.
—A veces creo que puede estar —dijo Hummin gravemente.
—Si así fuera, yo no lo reconocería. ¿Qué aspecto tiene?
—Eso importa poco. No le verías a menos que él quisiera que le vieras y, para entonces, todo habría terminado, supongo…, que es lo que debemos evitar. Hablemos ahora del mini-jet que viste.
—Como te he dicho, Hummin, me has metido el miedo de Demerzel en el cuerpo. Tan pronto como vi el mini-jet, supuse que venía a por mí, que había cometido una imprudencia y salido fuera del área protectora de la Universidad de Streeling al ir a Arriba; que había sido atraído allí con la intención específica de que me detuvieran sin ninguna dificultad.
—Leggen, por el contrario… —interrumpió Dors.
—¿Estuvo aquí anoche? —preguntó Seldon vivamente.
—Sí, ¿no te acuerdas?
—De un modo muy vago. Me encontraba muerto de cansancio. No es más que una mancha en mi memoria.
—Bueno, cuando Leggen estuvo aquí anoche dijo que el mini-jet era una nave meteorológica procedente de otra estación. Perfectamente normal. Perfectamente inocua.
—¿Cómo? No puedo creerlo.
—La cuestión, ahora, es: ¿por qué no lo crees? ¿Había algo en el mini-jet que te hizo pensar que fuera peligroso? Algo específico, quiero decir, y no sólo una sospecha insistente que yo te hubiera metido en la cabeza.
Seldon reflexionó, mordiéndose el labio inferior.
—Sus movimientos. Daba la sensación de que metía el morro por debajo de las capas de nubes buscando algo; luego, aparecía por otro punto del mismo modo, después en otro y así sucesivamente. Parecía buscar algo, metódicamente, por Arriba, sección por Sección, volviendo siempre a donde yo estaba.
—Quizá personalizabas demasiado, Seldon. Pudiste tratar al mini-jet como si fuera un extraño animal que fuera en tu busca —observó Hummin—. Desde luego, no lo era. Sólo se trataba de un mini-jet y si se trataba de una nave meteorológica, sus movimientos eran perfectamente normales…, e inofensivos.
—A mí no me lo pareció así —porfió Seldon.
—Te creo, pero la verdad es que no sabemos nada. Tu convicción de que estabas en peligro es una mera suposición. La decisión de Leggen de que era una nave meteorológica es una suposición también.
—No puedo creer que actuara inocentemente —insistió Seldon, obstinado.
—Bueno —concedió Hummin—, supongamos que aceptamos lo peor…: la nave estaba buscándote. ¿Cómo podía saber, quienquiera que fuera en ella a buscarte, que te hallabas allí para ser encontrado?
Dors intervino.
—Pregunté al doctor Leggen si en su informe previo al trabajo meteorológico, había incluido la información de que Hari iría con el grupo. No tenía por qué hacerlo, en circunstancias ordinarias y negó haberlo hecho; además, pareció muy sorprendido ante mi pregunta. Yo lo creí.
—Pues no lo hagas con tanta facilidad —dijo Hummin, pensativo—. ¿Acaso no lo negaría, de ser cierto? Ahora, pregúntate por qué permitió, en primer lugar, que Seldon los acompañara. Sabemos que protestó al principio, pero que acabó cediendo, y sin demasiada dificultad. Y eso, para mí, desentona con el estilo de Leggen.
—Parece más plausible que preparara la cosa —comentó Dors—. Quizá permitió la compañía de Hari a fin de ponerle en situación de ser aprehendido. Pudo haber recibido órdenes al efecto. Podemos añadir, además, que animó a la joven interna, Clowzia, a entretener a Hari y apartarle del grupo, dejándole aislado. Esto justificaría la falta de preocupación de Leggen por la ausencia de Hari cuando llegara la hora de marcharse. Insistiría en que Hari bajó antes, algo que él había preparado ya, puesto que le explicó cómo bajar solo. También justificaría su desgana de subir en su busca, dado que no querría perder tiempo en tratar de encontrar a alguien que él sabía muy bien que no iba a estar allí.
Hummin, que había escuchado atentamente, observó:
—Planteas muy bien el caso en contra suya, pero tampoco lo aceptaremos. Después de todo, al final te acompañó.
—Porque habíamos detectado pasos. El jefe de Sismología puede dar fe de ello.
—Bien, ¿demostró Leggen sorpresa y asombro cuando encontrasteis a Seldon? Quiero decir, por encima del hecho de hallar a alguien expuesto a un peligro extremo por la propia negligencia de Leggen, ¿obró como si Seldon no hubiera debido estar allí? ¿Se comportó como si se preguntara: cómo es que no se lo han llevado?
Dors pensó cuidadosamente, y contestó:
—Se mostró impresionadísimo al ver a Hari tendido allí, sin embargo, no sabría decirle si en sus sentimientos había algo más que horror por la situación.
—No, me figuro que no.
Seldon, que había estado mirando a uno y a otro al hablarse y que escuchaba atentamente, intervino.
—No creo que fuera Leggen —dijo.
Hummin dirigió su atención hacia él.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque, como bien has dicho, era obvio que no quería mi compañía. Me costó un día de insistencia el conseguirlo y creo que accedió sólo porque tenía la impresión de que yo era un matemático inteligente que podría ayudarle en su teoría meteorológica. Yo estaba deseoso de subir, y si le hubiera ordenado que procurara llevarme a Arriba, no habría habido necesidad de hacerlo tan de mala gana.
—Es razonable suponer que te querría sólo por tus matemáticas. ¿Discutió de matemáticas contigo? ¿Trató de explicarte su teoría?
—No, no lo hizo. Dijo algo sobre una discusión posterior. El problema estribó en que estaba dedicado por entero a sus instrumentos. Me enteré de que esperaba que hubiera sol, mas éste no apareció y eso le hizo pensar que sus instrumentos podían haberle fallado, pero, al parecer, funcionaban perfectamente lo que le produjo una fuerte frustración. Creo que esto fue algo tan inesperado que amargó su humor y le hizo olvidarse de mí. En cuanto a Clowzia, la joven que se ocupó de mí durante unos minutos, por más que lo pienso, no creo que me alejara de la escena deliberadamente. La iniciativa fue mía. Sentía curiosidad por la vegetación de Arriba y fui yo quien la apartó a ella, y no al contrario. Leggen, en lugar de animarla a que me alejara, la llamó mientras yo estaba aún con ella, y cuando me alejé, lo hice solo.
—Sin embargo —insistió Hummin, que parecía dispuesto a rebatir cualquier sugerencia que se le hiciera—, si aquella nave te buscaba, los que iban a bordo debían estar enterados de que te encontrabas allí. ¿Cómo podían saberlo…, excepto por Leggen?
—El hombre de quien yo sospecho es un joven psicólogo llamado Lisung Randa —repuso Seldon.
—¿Randa? —terció Dors—. No puedo creerlo. Lo conozco. Simplemente, no creo que trabajara para el Emperador. Se trata de un antiimperialista convencido.
—Puede fingir que lo es. En realidad, tendría que ser abierta, violenta y extremadamente antiimperialista si trata de ocultar el hecho de ser un agente imperial.
—Pues es precisamente todo lo contrario —insistió Dors—, ni violento ni extremado en nada. Es plácido, goza de buen carácter y siempre expresa sus opiniones con tranquilidad, casi con timidez. Estoy convencida de que es sincero.
—No obstante, Dors, él fue el primero que me habló del proyecto meteorológico, quien insistió para que subiera a Arriba y quien persuadió a Leggen de que me permitiera acompañarle, exagerando mis proezas matemáticas. Y uno se pregunta por qué tenía tanto empeño en hacerme subir, por qué se esforzaba tanto.
—Por tu propio bien, quizás, Hari. Se interesaba por ti, y debió pensar que la meteorología podía servirte para tu psicohistoria. ¿No lo crees posible?
—Estudiemos otro punto —cortó Hummin sin excitarse—. Transcurrió un tiempo considerable entre el momento en que Randa te habló del proyecto meteorológico y el momento en que subiste. Si Randa es inocente de estar llevando a cabo un doble juego, no tendría motivos para guardar silencio. Si se trata de una persona amistosa y gregaria…
—Lo es —afirmó Dors.
—… podría haberlo comentado con varios amigos. En ese caso, sería imposible que supiéramos con seguridad quién pueda ser el informador. Supongamos ahora que Randa es un antiimperialista real. Eso no significa, necesariamente, que no se trate de un agente. Entonces, cabría preguntarnos: ¿de quién es agente? ¿En beneficio de quién trabaja?
Seldon se quedó estupefacto.
—¿Para quién puede trabajar si no es para el Imperio? ¿Para quién excepto para Demerzel?
Hummin alzó una mano.
—Estás muy lejos de entender toda la complejidad de la política de Trantor, Seldon —le interrumpió, y, volviéndose a Dors, pidió—: Dime otra vez, ¿cuáles eran los cuatro Sectores que el doctor Leggen mencionó como posibles orígenes de la nave meteorológica?
—Hestelonia, Wye, Ziggoreth y Damiano del Norte.
—¿Y no le hiciste la pregunta de forma directa? Quiero decir: ¿no le preguntaste de qué Sector determinado podía ser originario?
—En absoluto. Me limité a preguntarle si podía suponer de dónde procedía la nave.
—Y tú —dijo Hummin, volviéndose hacia Seldon—, ¿no distinguiste alguna marca, distintivo o insignia en el mini-jet?
Seldon hubiera querido responder acaloradamente que casi no podía distinguir la nave a través de las nubes, que aparecía fugazmente, que él no pensaba en buscarle distintivos en esos momentos, sólo en huir…, mas se contuvo. Hummin lo sabía de sobra, estaba seguro.
—Me temo que no —se limitó a responder.
—Si la nave iba en misión de secuestro —observó Dors—, ¿no habría llevado las insignias camufladas?
—Es una suposición razonable, y tal vez fuera así —continuó Hummin—, pero en esta Galaxia, no siempre triunfa la razón. No obstante, como Seldon no parece haberse fijado en ningún detalle de la nave, sólo podemos especular. Estoy pensando en Wye.
—¿Por qué[1]? —exclamó Seldon—. Supongo que querían llevarme porque quienquiera que estuviera en la nave me buscaba por mi conocimiento de la psicohistoria.
—No, no —protestó Hummin alzando la mano como si reprendiera a un joven estudiante—. Wye es el nombre de un Sector de Trantor. Un Sector muy especial. Ha sido gobernado por una dinastía de alcaldes desde hace unos tres mil años. Ha sido una dinastía continua, una sola dinastía. Hubo un tiempo, quinientos años atrás, en que dos emperadores y una emperatriz de la Casa de Wye se sentaron en el trono imperial. Fue un período relativamente corto y ninguno de los gobernantes de Wye fue especialmente distinguido o afortunado, pero los alcaldes de Wye jamás han olvidado este pasado imperial.
»No se han mostrado desleales hacia las casas reinantes que les sucedieron, pero tampoco han hecho nada por ellas. Durante los ocasionales períodos de guerra civil, mantuvieron una especie de neutralidad, haciendo ciertas tentativas que más parecían estar calculadas para prolongar la guerra civil y hacer que se pensara en la necesidad de volverse hacia Wye para encontrar una solución de compromiso. Nunca consiguieron nada, sin embargo, tampoco dejaron de intentarlo.
»El actual alcalde de Wye está muy capacitado para gobernar. Ya es viejo, pero su ambición no se ha enfriado. Si le ocurriera algo a Cleon, de muerte natural, incluso, el alcalde tendría una oportunidad de sucesión por encima del propio, y demasiado joven, hijo de Cleon. El público galáctico se mostraría siempre un poco más parcial hacia un pretendiente con pasado imperial.
»Por consiguiente, si el alcalde de Wye ha oído hablar de ti, podrías servirle de útil profeta científico en beneficio de su casa. Habría motivos para que Wye tratara de organizar un final conveniente para Cleon, suponiendo que tú predijeras la inevitable sucesión de Wye y la paz y prosperidad durante los mil años siguientes. Como es natural, una vez el alcalde de Wye se sentase en el trono y no te necesitara más, podría ser que siguieras a Cleon a la tumba.
Seldon quebró el siniestro silencio que siguió a esas palabras:
—Pero no sabemos que sea el alcalde de Wye quien ande tras de mí.
—No, no lo sabemos. O quién te persiga en este momento. El mini-jet podía ser, después de todo, una nave de pruebas meteorológica, como Leggen ha sugerido. De todos modos, como la noticia relativa a la psicohistoria y su potencial se extienda, y lo hará, más y más poderosos o medio-poderosos de Trantor, o para el caso, de otras partes, querrán utilizar tus servicios.
—¿Qué vamos a hacer entonces? —preguntó Dors.
—He aquí la cuestión. —Hummin reflexionó un instante, luego dijo—: Tal vez fue un error venir aquí. Para un profesor, lo lógico es que el escondrijo elegido sea una Universidad. Streeling es una entre varias, pero de las mayores y más libres, así que no pasaría mucho tiempo antes de que largos tentáculos de aquí y de allí, empezaran a tantear a ciegas su camino hacia aquí. Creo que tan pronto como nos sea posible, quizás hoy mismo, Seldon debe ser trasladado a otro escondrijo mejor. Pero…
—¿Pero? —repitió Seldon.
—Pero no sé adonde.
—Busca en la pantalla de la computadora y elige un punto al azar —sugirió Seldon.
—De ningún modo —exclamó Hummin—. Si lo hiciéramos así, tanto podemos encontrar algo más seguro que mucho menos seguro. No, este asunto debe ser estudiado y razonado…, aunque, no sé cómo.
Los tres permanecieron reunidos en la habitación de Seldon hasta después del almuerzo. Durante ese tiempo, Hari y Dors hablaron de vez en cuando, tranquilamente, sobre diferentes temas, pero Hummin se mantuvo casi en completo silencio. Permaneció sentado, erguido; comió poco, y su expresión grave (que, en opinión de Seldon, le hacía parecer más viejo de lo que era) le mantuvo encerrado en sí mismo.
Seldon le imaginaba repasando la inmensa geografía de Trantor, buscando, mentalmente, un rincón que fuera ideal. Resultaba obvio que no era una tarea fácil.
El propio Helicon de Seldon era algo mayor, en escaso porcentaje, que Trantor y tenía un océano más pequeño. La superficie del planeta heliconiano era, tal vez, un 10% mayor que la de Trantor. Pero Helicon estaba poco poblado, de ahí su superficie salpicada de ciudades; Trantor era todo ciudad. Donde Helicon estaba dividido en veinte Sectores administrativos, Trantor contaba más de ochocientos y cada uno de éstos era, en sí, un complejo de subdivisiones.
Por fin Seldon, desesperado, sugirió:
—Quizá fuera mejor, Hummin, elegir qué candidato a mis supuestas habilidades es el más bondadoso, entregarme a él, y asegurarnos de que me defendiera de los demás.
Hummin levantó la mirada.
—No va a ser necesario —dijo con extrema seriedad—. Conozco al candidato que va a ser más bondadoso y que ya te tiene.
Seldon sonrió.
—¿Te colocas al mismo nivel que el alcalde de Wye y que el Emperador de toda la Galaxia?
—Desde el punto de vista de la posición, no. Pero en cuanto al deseo de controlarte, rivalizo con ambos. Sin embargo, ellos y cualquier otro que se me ocurra que pueda desear tenerte lo hará a fin de reforzar su propio poder y su riqueza, mientras que yo no tengo más ambición que el bien de la Galaxia.
—Sospecho —observó Seldon secamente— que cada uno de tus rivales, si se les interrogara, insistiría en que él también pensaba sólo en el bien de la Galaxia.
—Estoy seguro de que así sería; sin embargo, hasta ahora, el único de mis rivales, como tú les llamas, que tú conozcas, es el Emperador y se interesaba porque le adelantaras supuestas predicciones que pudieran estabilizar su dinastía. Yo no te pido nada parecido. Lo único que deseo es que perfecciones tu técnica psicohistórica de forma que tus predicciones, aunque sólo sean de naturaleza estadística, resulten matemáticamente válidas.
—Cierto. Por lo menos hasta ahora —asintió Seldon, con una media sonrisa.
—Por lo tanto, puedo preguntarte: ¿Qué tal se presenta tu tarea? ¿Has progresado?
Seldon dudó si echarse a reír o enfurecerse. Después de una pausa, no hizo ni una cosa ni otra, sino que logró responder con calma:
—¿Progresado? ¿En menos de dos meses? Hummin, esto es algo que puede llegar a ocupar toda mi vida y las vidas de las docenas de los que me sigan e incluso…, acabar fracasando.
—No te estoy hablando de nada tan definitivo como una solución, ni siquiera como la esperanza de un principio de solución. Has declarado infinidad de veces que una psicohistoria útil es posible pero no práctica. Lo único que te estoy pidiendo es si te parece que existe alguna esperanza de que pueda hacerse práctica.
—Con toda franqueza, no.
—Perdonadme —intervino Dors—. No soy matemática, así que deseo que mi pregunta no os parezca una idiotez. ¿Cómo podéis saber que algo es, a la vez, posible pero no práctico? Te he oído decir, Hari, que, en teoría, podrías intentar visitar y saludar a toda la gente del Imperio, pero que no sería práctico porque no vivirías lo bastante para llevarlo a cabo. Pero, ¿cómo puedes decir que la psicohistoria es algo de este tipo?
Seldon miró a Dors con incredulidad.
—¿Quieres que te lo explique?
—Sí —contestó ella sacudiendo vigorosamente la cabeza de modo que sus rizos se agitaron.
—A decir verdad —interpuso Hummin—, también yo.
—¿Prescindiendo de las matemáticas? —preguntó Seldon sonriendo.
—Por favor —rogó Hummin.
—Bien… —Seldon se concentró para elegir un método de presentación. Luego dijo—: Si deseáis comprender algún aspecto del Universo, os ayudará a hacerlo simplificando todo aquello que podáis e incluyendo sólo aquellas propiedades y características esenciales para la comprensión. Si queréis determinar cómo cae un objeto, debéis dejar de pensar en si es viejo o nuevo, rojo o verde, si huele o no. Elimináis aspectos como ésos y así no os complicaréis de manera innecesaria. La simplificación la podéis llamar modelo, o simulación, y podréis presentarla como una auténtica representación en una pantalla de computadora o como una relación matemática. Si pensáis en la primitiva teoría de la gravitación no relativista…
Dors le interrumpió al momento:
—Prometiste que no habría matemáticas. No trates de introducirlas llamándolas «primitivas»…
—No, no. Me refiero a «primitiva» porque ha sido conocida hasta donde nuestros archivos alcanzan, y su descubrimiento está envuelto en las brumas de la antigüedad, como la rueda y el fuego. En todo caso, las ecuaciones para dicha teoría gravitacional contienen, en sí, una descripción de movimientos de un sistema planetario, de una doble estrella, de mareas, y de muchos otros detalles. Sirviéndonos de tales ecuaciones, podemos incluso presentar una simulación pictórica y poner a un planeta girando alrededor de una estrella, o dos estrellas rodeándose una a otra en una pantalla bidimensional o montar un sistema más complicado en una holografía tridimensional. Estas simulaciones simplificadas facilitan la comprensión de cualquier fenómeno, mucho más que si tuviéramos que estudiar el fenómeno en sí. En realidad, sin las ecuaciones gravitacionales, nuestros conocimientos de los movimientos planetarios y de la mecánica celeste serían escasísimos en verdad.
»Ahora bien, a medida que se desea saber más y más sobre cualquier fenómeno, o cuando el fenómeno se hace más complejo, se necesitan ecuaciones más y más elaboradas, una programación más y más detallada y se acaba en una simulación computarizada que es más difícil de entender cada vez.
—¿No puedes conseguir una simulación de la simulación? —preguntó Hummin—. Así pasarías a otro grado.
—En ese caso, habría que eliminar ciertas características del fenómeno, características que es preciso incluir, y tu simulación resultaría inútil. La MSP, es decir, la «Menor Simulación Posible», gana en complejidad más que el objeto que está siendo simulado y, con el tiempo, la simulación alcanza el fenómeno. Así, hace millares de años se estableció que el Universo como un todo, en toda su complejidad, no puede ser representado mediante una simulación menor que él.
»En otras palabras, es imposible conseguir una imagen del Universo como un todo si no se estudia el Universo entero. También se ha demostrado que si uno intenta sustituir simulaciones de una pequeña parte del Universo, luego de otra pequeña parte, y otra pequeña parte después, y así sucesivamente, con la intención de juntarlas todas para formar la imagen total del Universo, nos encontraríamos con que hay un número infinito de partes semejantes simuladas. Por lo tanto, llevaría un tiempo infinito comprender del todo el Universo y eso es otro modo de decir que resulta imposible obtener todos los conocimientos que existen.
—Hasta ahora, lo voy comprendiendo —confesó Dors un poco asombrada.
—Bien, pues, sabemos que las cosas relativamente sencillas son fáciles de simular y que a medida que se van haciendo más complejas se vuelven más difíciles de simular también hasta que, finalmente, es imposible simularlas. Pero, ¿a qué nivel de complejidad la simulación deja de ser posible? Bien, lo que he demostrado, sirviéndome de una técnica matemática descubierta por primera vez en el siglo pasado y escasamente utilizada incluso si uno se sirve de una rapidísima y gran computadora, es que nuestra sociedad galáctica no está a la altura. Puede ser representada por una simulación más simple que ella misma. Y yo pretendía demostrar que eso daría como resultado la posibilidad de predecir acontecimientos futuros de forma estadística…; es decir, estableciendo la probabilidad de una serie de acontecimientos alternos, más que prediciendo con claridad que alguno de ellos tendrá lugar.
—En tal caso —observó Hummin—, dado que puedes simular provechosamente la sociedad galáctica, sólo es cuestión de que lo hagas. ¿Por qué no es práctico?
—Lo único que he demostrado es que no llevará un tiempo infinito comprender la sociedad galáctica pero, si se precisan mil millones de años, conseguirlo seguiría sin ser práctico. Por tanto, en esencia, para nosotros sería como un tiempo infinito.
—¿Es ése el tiempo que llevaría? ¿Mil millones de años?
—No he podido descubrir con exactitud cuánto tiempo tardaría, pero tengo la firme sospecha de que llevaría como mínimo, mil millones de años, por eso mencioné este número.
—Pero, en realidad, no lo sabes.
—He tratado de resolverlo.
—¿Sin éxito?
—Sin éxito.
—¿No te sirve la biblioteca de la Universidad? —Hummin miró hacia Dors al formular la pregunta.
Seldon movió la cabeza en un gesto negativo.
—En absoluto.
—¿No puede ayudarte Dors?
Dors suspiró.
—Yo no sé nada sobre ese tema, Chetter. Sólo puedo sugerir sistemas de búsqueda. Si Hari busca y no encuentra, mi ayuda es inútil.
Hummin se puso en pie.
—En tal caso, no nos sirve de nada quedarnos en la Universidad y yo debo encontrar un lugar donde esconderte.
Seldon alargó la mano y rozó su manga.
—Tengo una idea.
Hummin se le quedó mirando con los ojos entrecerrados, lo que parecía indicar sorpresa… o sospecha.
—¿Cuándo se te ha ocurrido? ¿Ahora mismo?
—No, hace algún tiempo que me ronda la cabeza, desde unos días antes de ir a Arriba. Esa pequeña experiencia la eclipsó de momento, pero el preguntarme por la biblioteca me lo ha recordado.
Hummin volvió a sentarse.
—Cuéntamela…, si no se trata de algo que esté rebozado en matemáticas.
—Nada de matemáticas. Ocurrió que mientras leía Historia en la biblioteca pensé que la sociedad galáctica era menos complicada en el pasado. Hace doce mil años, cuando el Imperio estaba siendo establecido, la Galaxia contenía sólo unos diez millones de mundos habitados. Veinte mil años atrás, los reinos pre-imperiales incluían unos diez mil mundos en total. Adentrándome aun más en el pasado, ¿quién puede decir hasta dónde se reducía la sociedad? ¿Quizás a un solo mundo, como en las leyendas que tú mismo mencionaste, Hummin?
—¿Y crees que podrías resolver la psicohistoria si trataras con una sociedad galáctica más simplificada?
—Sí, me parece que sería factible hacerlo.
—Entonces —exclamó Dors entusiasmada—, supón que resuelves la psicohistoria para una sociedad del pasado más pequeña, y que puedes predecir, a partir de un estudio de la situación pre-imperial, lo que debería haber ocurrido mil años después de la formación del Imperio, entonces, podrías comprobar la situación de aquella época y ver cuánto te habías aproximado a la realidad.
—Si tenemos en cuenta que sabrías de antemano la situación del año 1000 de la Era Galáctica, no sería una prueba justa —observó Hummin con frialdad—. De una forma inconsciente, te dejarías influir por tus conocimientos previos y te sentirías empujado a elegir valores para tu ecuación que, con independencia de lo que hicieras, te darían la solución.
—No lo creo —dijo Dors—. Desconocemos la situación del año 1000 de la E.G., dato que deberíamos buscar. Después de todo, eso ocurrió hace once milenios.
El rostro de Seldon era la imagen de la desesperanza.
—¿Qué quieres decir con que no conocemos bien la situación del año 1000 de la E.G.? Ya había computadoras entonces, ¿verdad, Dors?
—Por supuesto que sí.
—Y unidades de almacenamiento de memoria y grabaciones auditivas y visuales. Deberíamos disponer de todos los documentos del año 1000 E.G., como tenemos los del 12020 E.G.
—En teoría sí, pero en la práctica… Bueno, ya sabes, Hari, es lo que tú dices. Podemos tener todos los archivos del año 1000, mas no sería práctico contar con ellos.
—Sí, pero lo que yo digo, Dors, se refiere a demostraciones matemáticas. No veo cómo puedes aplicarlo a documentos históricos.
Dors se defendió:
—Los archivos no son eternos, Hari. Los bancos de memoria pueden destruirse, o desfasarse, como resultado de ciertos conflictos o, simplemente, estar deteriorados por el tiempo. Cualquier fragmento de memoria, cualquier documento que no se coteje durante cierto tiempo, se transforma en una acumulación de ruidos. Se dice que un tercio del archivo de la Biblioteca Imperial no guarda más que un archivo de incoherencia, aunque, como es natural, la costumbre no permite que se retiren esos documentos. Otras bibliotecas están menos obligadas por la tradición. En la biblioteca universitaria de Streeling, retiramos lo que no vale cada diez años.
»Normalmente, los documentos consultados con más frecuencia y duplicados a menudo en varios mundos y en diversas bibliotecas, gubernamentales y particulares, están a salvo durante miles de años. Así que muchos de los hechos esenciales de la Historia galáctica siguen siendo conocidos, a pesar de que tuvieron lugar en los tiempos pre-imperiales. No obstante, cuanto más se retrocede, menos se conserva.
—¡No lo puedo creer! —exclamó Seldon—. Deberían sacarse copias nuevas de cualquier documento en peligro de desaparecer. ¿Cómo pueden dejarse perder los conocimientos?
—Conocimientos no deseados, conocimientos inútiles —explicó Dors—. ¿Puedes imaginarte el tiempo, esfuerzos y energía malgastados en un continuo renovar de datos no utilizados? Y esas pérdidas irían aumentando progresivamente con el tiempo.
—A pesar de eso, debería tenerse en cuenta el hecho de que alguien, en algún momento, podría necesitar unos datos, descartados con tanta imprudencia.
—Un dato determinado podría ser precisado una vez en mil años. Salvarlo todo por si se planteara semejante necesidad genera un costo. Incluso en la ciencia. Has hablado de las primitivas ecuaciones de gravitación y dicho que eran primitivas porque su descubrimiento se pierde en las brumas de la antigüedad. ¿Y eso por qué? ¿Acaso vosotros, los matemáticos, no guardasteis todos los datos, toda la información, retrocediendo a los tiempos nebulosos en que se descubrieron dichas ecuaciones?
Seldon gimió y no trató de responder a la pregunta.
—Bien, Hummin —dijo—, ésa era la idea. A medida que miramos al pasado, y a medida que la sociedad va disminuyendo, se hace más probable una psicohistoria útil. Pero el conocimiento se reduce a mayor velocidad que el tamaño, de modo que la psicohistoria se vuelve menos probable…, y lo menor supera a lo mayor.
—Claro que tenemos el Sector Mycogen —murmuró Dors.
Hummin levantó la mirada rápidamente.
—¡Claro, y sería el lugar perfecto para instalar a Seldon! Debí haberme dado cuenta.
—¿El Sector Mycogen? —repitió Hari, pasando la mirada de uno a otra—. ¿Qué es y dónde está el Sector Mycogen?
—Hari, por favor. Te lo diré después. En este momento, tengo mucho que preparar. Saldrás esta misma noche.
Dors había insistido para que Seldon durmiera un poco. Se marcharían entre dos luces, entre las que se encienden y las que se apagan, amparados por la «noche», mientras el resto de la Universidad dormía. Insistió en que debía descansar aún.
—¿Y permitir que tú duermas en el suelo? —preguntó Seldon.
Dors se encogió de hombros.
—La cama sólo sirve para uno y si ambos nos echamos en ella, ninguno de los dos dormirá.
Seldon se la quedó mirando como si fuera a comérsela.
—Está bien —dijo, al fin—, entonces dormiré en el suelo esta vez.
—De ningún modo. Yo no he estado en coma bajo la nieve.
Lo que sucedió fue que ninguno durmió, ni uno ni otro. Aunque oscurecieron la estancia, y a pesar de que el perpetuo zumbido de Trantor era sólo un rumor soñoliento en los confines relativamente silenciosos de la Universidad, Seldon sintió que necesitaba hablar.
—Te he causado muchos problemas, Dors, aquí, en la Universidad. Incluso te he mantenido alejada de tu trabajo. No obstante, siento mucho tener que dejarte.
—No vas a dejarme. Te acompañaré, Hummin está gestionando un permiso de ausencia para mí.
—Yo no puedo permitir algo así —protestó Seldon, abrumado.
—Claro, pero Hummin me lo ha pedido. Debo guardarte. Después de todo, fallé en lo relacionado con Arriba y debo compensarlo.
—Ya te lo dije. Por favor, no te sientas culpable… Aun así, debo confesarte que me sentiré mejor teniéndote junto a mí. Si solamente pudiera estar seguro de que no acabaré desbaratando tu vida…
—No lo haces, Hari —respondió Dors con dulzura—. Por favor, duérmete.
Seldon guardó silencio un momento, luego murmuró:
—¿Estás segura de que Hummin puede arreglarlo todo, Dors?
—Es un hombre extraordinario. Tiene influencias aquí, en la Universidad, y en todas partes, creo. Si dice que puede conseguirme un permiso indefinido, estoy segura de que es así. Se trata de un hombre de lo más persuasivo.
—Lo sé. A veces me pregunto qué es lo que en realidad quiere de mí.
—Exactamente lo que dice. Es un hombre de fuertes e idealistas convicciones y sueños.
—Parece como si le conocieras muy bien, Dors.
—Oh, sí, muy bien.
—¿Íntimamente?
Dors exhaló un extraño ruido.
—No estoy segura de lo que estás tratando de insinuar, Hari, pero suponiendo la más insolente de las interpretaciones… No, no le conozco íntimamente. Además, ¿qué puede importarte a ti?
—Lo siento —se excusó Seldon—, es que no desearía, sin proponérmelo, invadir la…
—¿Propiedad de alguien? Eso resulta más insultante todavía. Creo que es mejor que te duermas de una vez.
—Perdóname de nuevo, Dors, no puedo dormir. Por lo menos, déjame que cambie de tema. No me has explicado aún qué es el Sector Mycogen. ¿Por qué será preferible que yo vaya allí? ¿Cómo es?
—Se trata de un Sector pequeño, con una población de alrededor de dos millones…, si no recuerdo mal. La cosa es que los mycogenios se aferran a una serie de tradiciones de la historia primitiva y se supone que poseen archivos antiquísimos que no se hallan al alcance de nadie. Es posible que te sirvieran más en tu intento de estudio de la época pre-imperial de lo que pudieran los historiadores ortodoxos. Toda nuestra conversación sobre Historia Antigua me ha traído ese Sector a la memoria.
—¿Has visto sus archivos alguna vez?
—No. Y no sé de nadie que los haya visto.
—¿Cómo puedes estar segura, entonces, de que existen en realidad?
—La verdad es que no sabría decírtelo. La suposición entre los no-mycogenios es que son una manada de locos, pero quizá se trate de una injusticia. Lo que es cierto es que ellos dicen que los tienen, así que tal vez sea cierto. En todo caso, allí no estaríamos a la vista. Los mycogenios se mantienen en el más estricto aislamiento… Y ahora, por favor, duérmete.
Y, curiosamente, Seldon se durmió.
Hari Seldon y Dors Venabili abandonaron los terrenos de la Universidad a eso de las 03:00. Seldon se dio cuenta de que Dors era quien debía decidir. Conocía Trantor mejor que él…, dos años mejor que él. Su amistad con Hummin resultaba obvia (¿cuánta?, la pregunta no dejaba de atormentarle), y comprendía bien las instrucciones de éste.
Ambos, ella y Seldon, iban cubiertos por capas ligeras, con capuchones ceñidos. El estilo había sido una moda pasajera de vestir en la Universidad, entre los jóvenes intelectuales de unos años atrás y, aunque podía provocar risas, tenía la gracia salvadora de cubrirles bien y hacerles irreconocibles…, por lo menos a primera vista.
—Existe la posibilidad de que lo ocurrido en Arriba fuera completamente inocente —había dicho Hummin—, y de que ningún agente te siguiera la pista, Seldon, pero debemos prepararnos para lo peor.
—¿No vendrás con nosotros? —fue la ansiosa pregunta de Seldon.
—Me gustaría —respondió Hummin—. Pero debo limitar mis ausencias del trabajo si no quiero transformarme también en un blanco. Lo comprendes, ¿verdad?
Seldon suspiró. Claro que lo comprendía.
Entraron en un coche del expreso y encontraron un asiento lo más alejado posible de los pasajeros que ya estaban a bordo. (Seldon se mostró sorprendido de que hubiera alguien en el expreso a las tres de la mañana…; después, pensó que era una suerte que fuera así, o él y Dors resultarían excesivamente conspicuos).
Seldon se entretuvo contemplando el amplio panorama que desfilaba ante su vista y la interminable hilera de coches avanzando a lo largo del infinito monorraíl en un también interminable campo, magnético.
El expreso dejaba atrás fila tras fila de unidades de alojamiento, algunas muy altas, pero otras, por lo que había oído decir, a mucha profundidad. Pero, si decenas de millones de kilómetros cuadrados formaban un total urbanizado, incluso cuarenta mil millones de personas no necesitarían estructuras altísimas, o abarrotadas. Pasaban ante áreas abiertas en algunas de las cuales parecían crecer los sembrados…; otras, sin embargo, daban la sensación de parques. Y había numerosas estructuras cuya naturaleza era incapaz de adivinar. ¿Fábricas? ¿Despachos? ¿Quién sabe? Un enorme cilindro liso le sugirió la idea de un depósito de agua. Después de todo, Trantor necesitaba tener abastecimiento de agua potable. ¿Recogían la lluvia de Arriba, la filtraban, trataban y almacenaban? Parecía inevitable que así lo hicieran.
A Seldon no le quedó mucho para contemplar el panorama. Dors anunció:
—Por aquí es por donde vamos a bajar —anunció Dors, poniéndose en pie; luego, sus fuertes dedos agarraron el brazo de Hari. Ya estaban fuera del expreso, con los pies en tierra firme, mientras Dors estudiaba los postes indicadores. Las señales eran discretas y no había muchas. A Seldon se le cayó el alma a los pies. La mayoría eran pictografías e iniciales, indudablemente claras para los trantorianos, pero indescifrables para él.
—Por aquí —indicó Dors.
—¿Por qué? ¿Cómo lo sabes?
—¿Lo ves? Dos alas y una flecha.
—¿Dos alas? Ah. —Había creído ver una «W» vuelta al revés, grande y chata, pero ahora comprendía que se trataba de las alas estilizadas de un pájaro.
—¿Por qué no emplean palabras? —comentó, malhumorado.
—Porque las palabras varían de un mundo a otro. Lo que aquí es un jet podría significar «volar» en Cinna o una «arremetida», en otros mundos. Las dos alas y la flecha son un símbolo galáctico para una nave y los símbolos se comprenden en todas partes. ¿No los tenéis en Helicon?
—Pocos. Helicon es un mundo bastante homogéneo, culturalmente hablando, y tendemos a mantener nuestros modos particulares con firmeza, ya que estamos dominados por nuestros vecinos.
—¿Ves? Aquí es donde tu psicohistoria vendría bien. Podrías demostrar que, incluso con dialectos distintos, el uso de los símbolos, extendido por toda la Galaxia, es una fuerza unificadora.
—No serviría de nada. —Iba siguiéndola a través de una avenida vacía y poco iluminada, y parte de su mente se preguntaba cuántos crímenes se cometerían en Trantor, y si ésa sería un área de alta delincuencia—. Puede haber un millón de leyes, cada una cubriendo un solo fenómeno, y no sacar ninguna generalización de ellas. Esto es lo que se quiere significar cuando se dice que un sistema sólo puede ser interpretado por un modelo tan complejo como él. Dors, ¿nos dirigimos hacia un jet?
Ella se detuvo y se volvió a mirarle con expresión divertida.
—Si seguimos los símbolos de los jets, ¿crees que vamos a un campo de golf? ¿Te dan miedo los jets, como a tantos trantorianos?
—No, no. En Helicon volamos libremente y yo suelo utilizarlos con frecuencia. Lo que ocurre es que cuando Hummin me llevó a la Universidad, evitó los vuelos comerciales, pues pensó que dejaríamos un rastro demasiado claro.
—En primer lugar, porque sabían dónde te encontrabas, Hari, y ya andaban tras de ti. En este momento, puede que no sepan dónde estás, así que vamos a utilizar un puerto desconocido y un jet particular.
—¿Quién hará de piloto?
—Un amigo de Hummin, me figuro.
—¿Crees que es de confianza?
—Tratándose de un amigo de Hummin, seguro que sí.
—Tienes una gran opinión de él —murmuró Seldon algo fastidiado.
—Y con razón —confesó Dors sin timidez—. Es el mejor.
El descontento de Seldon no se mitigó.
—Allí está el jet —anunció Dors.
Era una nave muy pequeña con unas alas de curiosa forma. Junto a él había un hombre, vestido con los habituales colores vibrantes de Trantor.
—Somos «psico» —anunció Dors.
—Y yo, «historia» —contestó el piloto.
Entonces lo siguieron hasta el interior.
—¿De quién fue la idea de las contraseñas? —preguntó Seldon.
—De Hummin.
El respingo de Seldon fue significativo.
—No sé por qué pensé que Hummin carecía de sentido del humor. Es tan solemne.
Dors se limitó a sonreír.