LA UNIVERSIDAD

UNIVERSIDAD DE STREELING. — … Una institución de estudios superiores en el Sector Streeling del antiguo Trantor… Pese a todas las pretensiones de fama en los campos, tanto de Ciencias como de Letras, no es por ello por lo que la Universidad sobresale hoy día en la conciencia de la gente. Probablemente, causaría impacto a las generaciones de eruditos de la Universidad el enterarse de que, en el futuro, la Universidad de Streeling sería recordada, sobre todo, porque un tal Hari Seldon, en el período de La Huida, había residido allí durante un corto espacio de tiempo.

Enciclopedia Galáctica

11

Hari Seldon permaneció en silencio, incómodo, después de que Hummin hiciera su declaración. Interiormente se encogió, al darse cuenta de sus propias deficiencias.

Había inventado una nueva ciencia: la psicohistoria. Había ampliado las leyes de la probabilidad de un modo tan sutil que le permitían abarcar nuevas complejidades e incertidumbres y había terminado con elegantes ecuaciones de innumerables incógnitas… Posiblemente, un número ilimitado de ellas; no sabía decirlo.

Pero se trataba de un juego matemático y nada más.

Tenía a la psicohistoria, o por lo menos las bases de la psicohistoria, pero sólo como curiosidad matemática. ¿Dónde estaba el conocimiento histórico que daría cierto sentido a las vacías ecuaciones?

No disponía de ninguno. Nunca se había interesado por la historia. Conocía un esquema de la historia de Helicon. Los cursos sobre aquel pequeño fragmento de la historia humana habían sido obligatorios en las escuelas de Helicon. Pero, ¿qué conocía más allá de eso? Seguro que todo lo demás que había aprendido no eran sino esqueletos descarnados como los que todo el mundo manejaba… mitad leyenda y mitad distorsión.

Así y todo, ¿cómo podía alguien decir que el Imperio Galáctico se moría? Llevaba existiendo diez mil años como Imperio aceptado. Incluso antes, Trantor, como capital del reino dominante, había mantenido durante dos mil años lo que conformaba, virtualmente, un Imperio. El Imperio había sobrevivido a los primeros siglos cuando secciones enteras de la Galaxia aceptaban, a veces, y otras rechazaban, el final de su independencia local. Había sobrevivido a las vicisitudes que las rebeliones ocasionales, las guerras dinásticas y algunos serios períodos de miseria conllevaron consigo. La mayor parte de los mundos apenas había sido turbada por problemas semejantes y Trantor había ido creciendo, imparable, hasta llegar a transformarse en la morada universal que ahora se autodenominaba Mundo Eterno.

Claro que en los últimos cuatro siglos, el desasosiego había aumentado y sucedido violentos asesinatos y cambios de poder imperiales. Pero incluso todo eso se había ido calmando y ya la Galaxia estaba tranquila como nunca. Bajo Cleon I y antes de él, con su padre, Stanel VI, los mundos eran prósperos…, y el propio Cleon no era considerado un tirano. Incluso aquellos a los que el Imperio no les gustaba como institución, raramente tenían algo malo que decir sobre Cleon, por más que arremetieran contra Eto Demerzel.

Entonces, ¿por qué Hummin aseguraba que el Imperio Galáctico se moría…, y lo decía con tal acento de convicción?

Hummin era un periodista. Era probable que conociese la historia galáctica con todo detalle, así como la situación del momento, a la perfección. ¿Era eso lo que le proporcionaba el conocimiento que se adivinaba tras su declaración? Y, en tal caso, exactamente, ¿cuál era su conocimiento?

Varias veces, Seldon estuvo a punto de preguntarle, de exigirle una respuesta, pero lo que vio en el grave rostro de Hummin se lo impidió. Y también algo en su propia creencia de que el Imperio Galáctico era un don, un axioma, una piedra angular sobre la que descansaba todo argumento, se lo impedía igualmente. Después de todo, si aquello no iba bien, prefería no saberlo.

No, no podía creer que estuviera equivocado. Ni el Imperio Galáctico, ni el propio Universo, podían tocar a su fin. O bien, si el Universo llegaba a su fin, entonces…, y sólo entonces, terminaría el Imperio Galáctico.

Seldon cerró los ojos e intentó conciliar el sueño, mas, como era natural, no lo consiguió. ¿Tendría que ponerse a estudiar la historia del Universo a fin de presentar su teoría de la psicohistoria?

¿Cómo podía hacerlo? Existían veinticinco millones de mundos, y cada uno de ellos con su propia, compleja e interminable historia. ¿Cómo estudiar todo eso? Sabía que había muchos volúmenes de libro-películas que trataban de la historia galáctica. Incluso una vez había hojeado uno de ellos, por alguna razón ya olvidada, y lo había encontrado demasiado aburrido para conseguir llegar siquiera a la mitad.

Los libro-películas trataban de mundos importantes. Algunos de ellos relataban toda o casi toda la historia de esos mundos: otros, sólo cuando éstos ganaban importancia durante cierto tiempo, hasta que se apagaban. Recordó haber buscado Helicon en el índice, y no encontró más que una mención. Había pulsado las teclas que se la proyectarían y halló Helicon incluido en una lista de mundos que, en determinada ocasión, se habían agrupado de forma temporal alrededor de cierto aspirante fracasado en sus pretensiones al trono Imperial. En aquella ocasión, Helicon se había salvado de las represalias probablemente porque no tenía la suficiente importancia para ser castigado.

¿De qué servía semejante historia? Por supuesto que la psicohistoria debería tener en cuenta los actos y reacciones e interacciones de cada mundo…, de todos y cada uno de ellos. ¿Cómo se podía estudiar la historia de veinticinco millones de mundos y considerar todas sus posibles interacciones? Iba a suponer, de seguro, una tarea imposible, y esa idea reforzaba la conclusión general de que la psicohistoria resultaba interesante como teoría, pero que jamás llegaría a ser práctica.

Seldon sintió un suave empujón hacia delante y se dijo que el aerotaxi debía estar disminuyendo la velocidad.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Creo que ya nos hemos alejado bastante —contestó Hummin—, así que podemos arriesgarnos a parar un poco para comer y beber algo y hacer una visita al lavabo.

Y, en los quince minutos siguientes, durante los que el aerotaxi fue perdiendo velocidad, llegaron a un área iluminada. El taxi entró y encontraron un espacio para aparcar entre otros cinco o seis vehículos.

12

El avezado ojo de Hummin pareció abarcar el área iluminada, los otros taxis, la cena, los caminos y los hombres y mujeres de una sola mirada. Seldon, que intentaba pasar inadvertido y sin saber cómo hacerlo, le observaba mientras procuraba no molestarle. Cuando se sentaron en una mesita y marcaron lo que querían, Seldon, esforzándose por parecer indiferente, preguntó:

—¿Todo bien?

—Así parece.

—¿Cómo puedes saberlo?

Hummin posó por un instante sus ojos oscuros sobre Seldon.

—Por instinto —contestó—. Por la costumbre de años de recoger información. Miras y te dices: «Aquí no hay noticia».

Seldon asintió, aliviado. Por más que Hummin pudo haberlo dicho con ironía, daba la impresión de que era verdad.

Su satisfacción no pasó más allá del primer mordisco a su bocadillo. Miró a Hummin con la boca llena y con una expresión de dolida sorpresa en el rostro.

—Esto es un restaurante de carretera, amigo —observó Hummin—. Barato, rápido y no demasiado bueno. Los alimentos son locales y llevan una infusión bastante fuerte de fermento. Los paladares trantorianos están acostumbrados.

Seldon tragó con dificultad.

—Pero en el hotel…

—Te encontrabas en el Sector Imperial, amigo. Allí, los alimentos son importados y si se utiliza microalimento, éste es de alta calidad. Y caro también.

Seldon se preguntó si tomaba otro bocado.

—Quieres decir que mientras viva en Trantor… —suspiró.

Hummin le indicó, con un gesto de sus labios, que bajara la voz.

—Procura no dar la impresión a nadie de que estás acostumbrado a algo mejor. Hay lugares en Trantor donde el ser identificado como aristócrata resulta mucho peor que si se es extranjero. Te aseguro que la comida no te parecerá tan mala en todas partes. Estos restaurantes de carretera tienen fama de baja calidad. Si eres capaz de tragar este bocadillo, podrás comer en cualquier parte de Trantor. Y no te hará daño. No está pasado, ni es malo, ni nada por el estilo. Lo único que tiene es un sabor áspero y fuerte y, de verdad, te lo aseguro, acabarás por acostumbrarte a él. He conocido a trantorianos que escupen nuestra buena comida y aducen que notan la falta del gusto casero.

—¿Hay mucho cultivo en Trantor? —preguntó Seldon. Una rápida mirada en derredor le hizo ver que no había nadie sentado en su inmediata vecindad y prosiguió, hablando a media voz—: Siempre he oído decir que se necesitan veinte mundos contiguos para proporcionar los centenares de naves de carga precisas para alimentar, cada día, a Trantor.

—Lo sé. Y otros tantos centenares para llevarse la basura. Mas si deseas que la historia sea realmente buena, puedes decir que las mismas naves que traen la comida se llevan la basura. Es cierto que importamos considerable cantidad de comida, pero, sobre todo, artículos de lujo. Y exportamos enorme cantidad de basura, cuidadosamente procesada para que resulte inofensiva, y sirva como importante fertilizante orgánico…, que es tan importante para otros mundos como la comida para nosotros. Pero esto no es sino una pequeña fracción del todo.

—¿Lo es?

—Sí. Además de los peces en el mar, hay huertas y granjas por todas partes. Y los frutales, las aves y los conejos, y amplias granjas de microorganismos…, llamadas, en general, granjas de levadura, aunque la levadura es parte minoritaria de los cultivos. Y nuestras basuras suelen emplearse aquí mismo, en casa, para mantener todos esos cultivos. De hecho, Trantor se parece mucho a una enorme y rebosante colonia espacial. ¿Has visitado alguna de ellas?

—En efecto.

—Las colonias espaciales son, en esencia, ciudades cerradas con todo artificialmente ciclado, con ventilación artificial, día y noche artificiales, y demás. Trantor se diferencia de ellas en que, incluso la mayor colonia espacial tiene diez millones de habitantes y Trantor reúne cuatro mil veces esta cantidad. Por supuesto, nuestra gravedad es real. Y ninguna colonia espacial puede comparársenos en microalimentación. Además, tenemos tanques de levadura, esteras de hongos y vastos estanques de algas, grandes, más allá de lo que puedas imaginar. Y somos fuertes en sabores artificiales, añadidos con generosidad. Éstos son los que le dan ese gusto a lo que estás comiendo.

Seldon había consumido la mayor parte de su bocadillo y ya no le pareció tan malo como al primer bocado.

—¿Y no puede hacerme daño?

—A veces ataca la flora intestinal y, de vez en cuando, un pobre extranjero se ve afligido por la diarrea, pero suelen ser casos muy aislados, y uno también se habitúa. Pero bueno, bebe tu batido, lo más probable será que no te guste. Contiene un antidiarreico que debería mantenerte a salvo, incluso, si estás predispuesto a sufrir ese mal.

—No me hables de eso, Hummin —se quejó Seldon—. Uno puede sentirse mal por sugestión.

—Acaba tu batido y déjate de sugestiones.

Terminaron el resto de la comida en silencio y pronto volvieron a estar en camino.

13

De nuevo, circulaban a gran velocidad por el túnel. Seldon decidió plantear la pregunta que le obsesionaba desde hacía una hora o más.

—¿Por qué dices que el Imperio Galáctico se está muriendo?

Hummin se volvió a mirarle.

—Como periodista —contestó—, tengo estadísticas que me han llovido de todas partes y que ya me salen hasta por las orejas. Pero me está permitido publicar muy poco. La población de Trantor disminuye. Veinticinco años atrás era de casi cuarenta y cinco mil millones.

»Esta disminución se debe, en parte, a que ya no hay tantos nacimientos. Si bien es cierto que la natalidad en Trantor nunca fue muy alta. Si miras a tu alrededor mientras viajas por Trantor, no verás muchos niños, a pesar de su enorme población. Y cada vez hay menos. Después está la emigración. La gente se va de Trantor en mayor número que los que llegan.

—Considerando su gran población —dijo Seldon— no me sorprende.

—Pero, de todos modos, no es corriente y no había ocurrido antes. También, los negocios están estancados en toda la Galaxia. La gente cree que todo está bien y que las dificultades de los siglos pasados han terminado porque no hay insurrecciones y las cosas parecen tranquilas. No obstante, también las luchas políticas, los alzamientos y el desasosiego son indicios de cierta vitalidad. Pero ahora se está produciendo un cansancio general. Todo aparece tranquilo, y no ocurre así porque la gente esté satisfecha y viva con prosperidad, sino porque se siente cansada y se ha rendido.

—Bueno, eso no lo sé —dudó Seldon.

—Yo sí. Y el fenómeno antigrav del que hemos hablado antes es otro caso que viene a cuento. Tenemos pocos ascensores gravíticos en funcionamiento, pero no se construyen más. Es un riesgo poco rentable y parece que no hay interés en hacerlo provechoso. La velocidad de avances tecnológicos va disminuyendo a lo largo de los siglos y ahora ya se arrastra. En algunos casos, ha parado del todo. ¿No te has fijado en ello? Después de todo, tú eres un matemático.

—No puedo decir que me haya interesado por ese asunto.

—Nadie lo hace. Es algo aceptado. Los científicos, en estos días, suelen afirmar que las cosas son imposibles, poco prácticas, inútiles. Cualquier especulación resulta condenada al instante. Tú, por ejemplo…, ¿qué piensas de la psicohistoria? Que es interesante en teoría pero inútil en la práctica. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí y no. —Seldon parecía molesto—. Es inútil desde cualquier punto de vista práctico, pero no lo creo así porque mi sentido aventurero haya decaído, te lo aseguro. En realidad, es inútil.

—Ésa es, por lo menos, tu impresión —observó Hummin con cierto sarcasmo—, dada la atmósfera de decadencia en que el Imperio entero vive.

—Esta atmósfera de decadencia es impresión —protestó Seldon, furioso—. ¿No puede ocurrir que estés equivocado?

Hummin pareció sorprendido y pensativo por un instante; luego dijo:

—Sí, podría estar equivocado —concedió—. Hablo guiándome sólo por mi intuición, por deducciones. Lo que necesito es una técnica operante de psicohistoria.

Seldon se encogió de hombros y no picó el anzuelo.

—No poseo esa técnica para poder dártela —dijo—. Pero vamos a suponer que tienes razón. Supongamos que el Imperio está cayendo y que, en un momento dado, se detendrá y se deshará. La especie humana seguirá existiendo.

—¿En qué condiciones, hombre? Durante casi doce mil años, Trantor, bajo gobernantes fuertes, ha mantenido el paso. Ha habido interrupciones: alzamientos, guerras civiles localizadas, abundantes tragedias…, pero, en general, y en grandes áreas, se ha mantenido la paz. ¿Por qué Helicon es tan pro-Imperio? Me estoy refiriendo a tu mundo. Pues debido a que es pequeño y sería devorado por sus vecinos si el Imperio no lo mantuviese seguro.

—¿Estás prediciendo guerra y anarquía universales si el Imperio cae?

—Por supuesto. El Emperador no me gusta, ni las instituciones imperiales, pero no tengo sustituto para ellos. No sé qué otra cosa puede mantener la paz y no estoy dispuesto a ceder hasta que no lo descubra y lo tenga a mano.

—Hablas como si controlaras la galaxia. Tú no estás dispuesto a ceder. debes tener algo más en la mano. ¿Quién eres tú para hablar así?

—Hablo en términos generales, en sentido figurado. No me preocupa Chetter Hummin personalmente. Podría decirse que el Imperio durará lo que yo; incluso quizás aparezcan indicios de mejora durante mi tiempo. Las decadencias no siguen un camino recto. Tal vez pasen mil años antes del estallido final y puedes imaginar que para entonces estaré muerto y, desde luego, no dejaré descendencia. Respecto de las mujeres, no hay más que contactos casuales y no tengo hijos ni pienso tenerlos. No he dado rehenes a la fortuna… Me he ocupado de ti después de tu conferencia, Seldon. Tú tampoco tienes hijos.

—Tengo padres y dos hermanos, pero ningún hijo… —Sonrió débilmente—. En un momento dado, me sentí muy ligado a una mujer, pero a ella le pareció que me interesaban más mis matemáticas.

—¿Y era así?

—A mí no me daba esa sensación, a ella sí. O sea, que me dejó.

—¿Y has estado solo desde entonces?

—Sí, todavía me acuerdo demasiado del dolor que sentí.

—Bien pues, parece que ambos pudiéramos esperar a que todo pase y dejar que sean otros, después de nosotros, los que sufran. Antes, estaba dispuesto a aceptar, pero ya no. Porque ahora tengo un instrumento; ahora mando yo.

—¿Qué instrumento? —preguntó Seldon, aunque intuía la respuesta.

—¡Tú!

Y como Seldon había intuido lo que Hummin diría, no perdió tiempo en sorprenderse o enfadarse. Se limitó a sacudir la cabeza.

—Estás equivocado —declaró—, soy un instrumento inútil.

—¿Por qué?

Seldon suspiró.

—¿Cuántas veces debo repetírtelo? La psicohistoria no funciona como un estudio práctico. La dificultad es fundamental. Todo el espacio y tiempo del Universo no bastarían para resolver los problemas planteados.

—¿Estás seguro?

—Por desgracia, sí.

—No es cuestión de que resuelvas por entero el futuro del Imperio Galáctico, ¿sabes? No necesitas trazar en detalle el funcionamiento de todos los seres humanos o incluso de todos los mundos. Hay, sencillamente, ciertas preguntas que debes responder. ¿Se estrellará el Imperio Galáctico? De ser así, ¿cuándo? ¿Cuál será, después, la condición de la Humanidad? ¿Puede hacerse algo para evitar la caída o para mejorar las condiciones después de ella? Éstas son preguntas relativamente simples, en mi opinión.

Seldon sacudió la cabeza y sonrió con expresión triste.

—La historia de la matemática está llena de preguntas simples que han provocado las respuestas más complicadas…, o ninguna.

—¿Y no hay nada que hacer? Puedo ver cómo se derrumba el Imperio pero carezco de pruebas. Todas mis conclusiones son subjetivas y me resulta imposible demostrar que no estoy equivocado. Porque el aspecto es descorazonador al máximo, la gente prefiere no creer en mi conclusión subjetiva y no hará nada para evitar la caída o siquiera para conseguir que resulte menos dura. Tú podrías demostrar la próxima caída o, si quieres, refutarla.

—Eso es, exactamente, lo que no puedo hacer. Me es imposible encontrarte una prueba donde no las hay. No puedo hacer práctico un sistema matemático, cuando no lo es, como encontrar dos números pares que sumados den un resultado impar, por más vital y desesperadamente que tú, o toda la Galaxia, necesitéis ese número impar.

—Bien, entonces, también tú formas parte de la decadencia. Estás dispuesto a aceptar el fracaso —observó Hummin.

—¿Qué otra opción tengo?

—¿Ni siquiera puedes intentarlo? Por inútil que te parezca el esfuerzo, ¿tienes algo mejor que hacer con tu vida? ¿Persigues, quizás, una meta más digna? ¿Tienes un motivo hacia un extremo máximo que te justifique a tus propios ojos?

Seldon parpadeó rápidamente.

—Millones de mundos. Miles de millones de culturas. Cuatrillones de personas. Decillones de interrelaciones… ¿Y quieres que yo lo reduzca todo con sólo ordenarlo?

—No. Lo único que deseo es que lo intentes. Por amor a esos millones de mundos, miles de millones de culturas y cuatrillones de personas. No por el Emperador. No por Demerzel. Por la Humanidad.

—Fracasaré —murmuró Seldon.

—Pero no estaremos peor que ahora. ¿Querrás intentarlo?

Y contra su voluntad, sin saber por qué, Seldon se oyó decir:

—Lo intentaré.

De esa forma, el camino de su vida quedó trazado.

14

El trayecto tocó a su fin y el aerotaxi se metió en un área mayor que aquella donde habían comido. (Seldon recordaba aún el sabor del bocadillo y torció el gesto).

Hummin fue a devolver el taxi y regresó guardando su tarjeta de crédito en un pequeño bolsillo interior de su camisa.

—Aquí estás a salvo por completo de cualquier intento directo y descarado —le aseguró—. Éste es el Sector de Streeling.

—¿Streeling?

—Debe ser el nombre del primero que urbanizó esta área para habitarla, supongo. La mayoría de los Sectores son nombrados en memoria de uno u otro personaje, lo que explica que muchos de los nombres sean feos y algunos resulten difíciles de pronunciar. De todos modos, si intentaras que los habitantes de este Sector cambiaran el nombre de Streeling por otro como Sweetsmell o algo parecido, provocarían una revuelta.

—Por supuesto —asintió Seldon que, de pronto, olfateó el aire con insistencia—. ¡Qué mal huele aquí!

—Casi todo Trantor huele mal, pero acabarás acostumbrándote.

—Me alegro de que nos encontremos ya aquí —dijo Seldon—. No porque me guste esto, sino porque empezaba a cansarme de estar sentado en el taxi. Viajar por Trantor debe ser horroroso. En Helicon, podemos ir de un lugar a otro por aire, en menos tiempo del que nos ha llevado recorrer menos de dos mil kilómetros para venir aquí.

—También tenemos reactores.

—Pero, entonces, por qué…

—Yo podía arreglar un trayecto en aerotaxi dentro de un cierto anonimato. Hubiera sido más difícil en un jet. Y dejando de lado lo seguro que es esto, estaría más tranquilo si Demerzel no supiera con exactitud dónde te encuentras… En realidad, no hemos acabado aún. Vamos a tomar un expreso para la etapa final.

Seldon conocía el vehículo.

—Es uno de esos monorraíles abiertos que circulan sobre un campo electromagnético, ¿verdad?

—Sí.

—En Helicon no los tenemos. En realidad, tampoco los necesitamos. Viajé en un expreso el primer día que estuve en Trantor. Me llevó del aeropuerto al hotel. Fue una novedad para mí, aunque si tuviera que utilizarlo todo el tiempo, me imagino que el ruido y la gente me resultarían abrumadores.

Hummin pareció divertido.

—¿Te perdiste? —preguntó.

—No, las indicaciones estaban muy claras. El problema estribaba en la entrada y la salida, pero me ayudaron. Todo el mundo sabía que era extranjero por mis ropas, ahora me doy cuenta. No obstante, parecían ansiosos por ayudarme; me imagino que debía resultarles divertido ver cómo vacilaba y me tambaleaba.

—Pero ahora, como experto en expresos, ni vacilarás ni te tambalearás —dijo Hummin con tono amable aunque se le notaba un ligero temblor en las comisuras de sus labios—. Venga, vamos.

Anduvieron tranquilamente por la calle, que aparecía iluminada como uno podía esperar que estuviera en un día nublado, y la luz subía y bajaba como si el sol se asomara de vez en cuando por entre las nubes. Con aire maquinal, Seldon levantó la vista para asegurarse de si éste era el caso, pero el «cielo», arriba, estaba vacío y luminoso. Hummin se dio cuenta de su gesto.

—Estas variaciones de luz parecen agradar a la psique humana —comentó—. Hay días en que la calle parece inundada de sol y otros en que está más oscura que ahora.

—Pero, ¿no llueve, ni nieva?

—Ni hay escarcha, ni pedrisco. Ni un alto grado de humedad, ni frío glacial. Trantor, incluso ahora, Seldon, tiene sus ventajas.

Había bastante gente andando en ambas direcciones y una considerable cantidad de jóvenes y también algunos niños en compañía de adultos, pese a lo que Hummin había hablado sobre la natalidad. Todos parecían razonablemente prósperos y honrados. Ambos sexos estaban representados por igual y sus ropas eran claramente más discretas de lo que había visto en el Sector Imperial. Su propio traje, elegido por Hummin, encajaba allí a la perfección. Muy pocos llevaban puesto el sombrero y Seldon, agradecido, se quitó el suyo y lo dejó colgando a un lado.

No había abismos profundos separando los dos lados del camino y, como Hummin le había advertido en el Sector Imperial, caminaban a ras de suelo. Tampoco se veían vehículos y Seldon se lo hizo notar a Hummin.

—Hay abundancia de ellos en el Sector Imperial porque se trata de vehículos oficiales —respondió Hummin—. En otras partes, los vehículos particulares son escasos y los que hay utilizan túneles reservados para ellos. En realidad, su uso no es necesario porque disponemos de expresos y, para distancias cortas, de corredores mecánicos. Para distancias más cercanas tenemos calles y podemos utilizar las piernas.

Seldon oía ocasionales suspiros contenidos y crujidos y, a cierta distancia, distinguió el incesante paso de los expresos.

—Allí está —dijo, señalando.

—Sí, lo sé, pero vayamos a una estación de acceso. Allí hay más coches y es más fácil subirse.

Una vez se encontraron bien instalados en un coche del expreso, Seldon se volvió hacia Hummin.

—Lo que me asombra es lo silenciosos que son los expresos —comentó—. Me doy cuenta de que están propulsados por un campo electromagnético, e incluso así, me parecen silenciosos. —Y prestó atención a algún que otro gemido metálico cuando el coche en que viajaban topaba contra sus vecinos.

—Sí, es una red maravillosa —asintió Hummin—, y eso que no la estás viendo en su máximo esplendor. En mi juventud era más silencioso que ahora y hay quien dice que años atrás no se oía ni un suspiro…, aunque me figuro que debemos tener en cuenta la idealización de la nostalgia.

—¿Y por qué no sigue así, ahora?

—Porque su mantenimiento no va bien. Ya te he hablado de la decadencia.

—Pero la gente no se sienta y dice: «Estamos decayendo. Dejemos que el expreso se vaya al traste».

—No, no lo hacen. No se trata de algo dispuesto. Lo que se descompone se repara, los coches decrépitos se remozan, los imanes se reponen. Pero se hace de cualquier modo, sin cuidado, a intervalos cada vez mayores. La verdad es que no se dispone de los créditos necesarios.

—¿Adónde han ido a parar?

—A otras cosas. Llevamos siglos de inquietud. La Marina es mucho más grande y más onerosa de lo que solía ser. Las Fuerzas Armadas están mejor pagadas con el fin de mantenerlas tranquilas. El desasosiego, las revueltas y los pequeños ramalazos de guerra civil se cobran, todos, su tributo.

—Sin embargo, esto ha estado más tranquilo bajo Cleon. Y hemos tenido cincuenta años de paz.

—Sí, pero los soldados, que están bien pagados, se molestarían si se les redujera la paga sólo porque estamos en paz. Los almirantes se resisten a mandar barcos desarmados y a que les reduzcan el grado por el simple hecho de que tienen menos quehacer. Así que el dinero sigue fluyendo, de manera improductiva, a las Fuerzas Armadas y las áreas vitales del bienestar social se van deteriorando. Esto es lo que yo llamo decadencia. ¿Tú no? ¿No crees que, eventualmente, incluirás este punto de vista en tus nociones psicohistóricas?

Seldon se revolvió inquieto.

—A propósito, ¿hacia dónde vamos? —preguntó después.

—A la Universidad de Streeling.

—Ah, ya comprendo por qué el nombre de este Sector me parecía familiar. He oído hablar de su Universidad.

—No me sorprende. Trantor cuenta con casi cien mil instituciones de altos estudios y Streeling es una de las mil o así que están en la cima.

—¿Viviré allí?

—Durante un tiempo. Los campus universitarios son santuarios inviolables, indiscutiblemente. Allí estarás a salvo.

—¿Y seré bien recibido?

—¿Por qué no? Hoy en día, es difícil conseguir un buen matemático. Podrán utilizarte. Y tú podrás servirte de ellos también…, y por mucho más que un simple escondite.

—¿Quieres decir que será un lugar donde yo podré desarrollar mis conocimientos?

—Me lo has prometido —le recordó Hummin.

—He prometido intentarlo —le recordó Seldon, y se dijo que era como si prometiera hacer una cuerda con arena.

15

La conversación decayó después de esto y Seldon se entretuvo mirando los edificios del Sector de Streeling mientras pasaban ante ellos. Algunos eran muy bajos, mientras otros parecían rozar el «cielo». Amplios cruces rompían la progresión y también se veían callejas a menudo.

En un momento dado, le sorprendió el hecho de que aunque los edificios parecían subir, también parecían bajar y que quizás algunos eran más profundos que altos. Tan pronto como se le ocurrió esa idea, se dio cuenta de que así era en realidad.

En ocasiones, vio manchones verdes al fondo, muy alejados del expreso, e incluso arbolitos.

Siguió con su observación hasta que cayó en la cuenta de que la luz iba disminuyendo. Fijó la vista y se volvió a Hummin, quien adivinó la pregunta.

—Cae la tarde, y va entrando la noche.

Seldon alzó las cejas y plegó la boca.

—¡Es impresionante! Tengo una imagen del planeta entero oscureciendo y, dentro de unas horas, iluminándose de nuevo.

Hummin se permitió su vaga sonrisa, cautelosa.

—No del todo, Seldon. El planeta no oscurece nunca del todo…, ni se ilumina del todo. La sombra del atardecer lo recorre de manera gradual, seguida, medio día después, por la lenta luz del alba. En realidad, el efecto luminoso sigue a la verdadera noche y al día por encima de las cúpulas, así que a mayor altitud, el día y la noche cambian de duración según las estaciones.

—¿Por qué cerrar el planeta y luego imitar como sería descubierto? —preguntó Seldon.

—Me figuro que porque la gente lo prefiere así. Los trantorianos aprecian las ventajas de estar encerrados, pero no les gusta que se les recuerde. Seldon, sabes muy poco de la psicología trantoriana.

Éste se ruborizó. Era un simple heliconiano y conocía muy poco sobre los millones de mundos fuera del suyo. Su ignorancia no se limitaba a Trantor. ¿Cómo, entonces, podía esperar encontrar aplicaciones prácticas a su teoría de la psicohistoria?

¿Cómo podía cualquier número de personas, todas juntas, conocer lo bastante?

A Seldon, todo esto le recordaba una pregunta que le habían planteado de niño: «¿Puede haber una pieza relativamente pequeña de platino, con asas incorporadas, que la fuerza desnuda de un grupo de personas no pueda levantar, por muchas que éstas sean?»

La respuesta era sí. Un metro cúbico de platino pesa 22.420 kilos bajo la fuerza normal de gravedad. Si se sabe que cada persona puede levantar 120 kilos del suelo, entonces, 188 personas bastarían para levantar el cubo de platino… Pero, 188 personas no se podrían instalar alrededor de él para que cada uno pudiera conseguir asirlo. Quizá no podrían colocarse más de 9 personas. Y las palancas u otros artilugios no estaban autorizados. Tenía que ser la «fuerza desnuda, sin ayudas».

Del mismo modo, podría ocurrir que no hubiera bastante gente para manejar el total de conocimiento necesario para la psicohistoria, incluso si los datos estaban acumulados en las computadoras, más que en cerebros humanos. Sólo determinadas personas podrían reunirse junto al conocimiento, por decirlo así, y comunicarlo.

—Pareces preocupado, Seldon —comentó Hummin.

—Estoy considerando mi propia ignorancia.

—Un trabajo muy útil. Cuatrillones de personas podrían, provechosamente, reunirse contigo… Pero es hora de bajar.

—¿Cómo puedes darte cuenta?

—Lo mismo que tú el primer día que subiste a un expreso en Trantor. Me guío por los letreros.

Seldon se fijó en uno al pasar: UNIVERSIDAD DE STREELING - 3 MINUTOS.

—Bajaremos en la próxima estación. Ten cuidado.

Seldon siguió a Hummin fuera del vagón, observando que el cielo tenía, entonces, un color violeta profundo y que los caminos, corredores y edificios iban iluminándose, bañándose en una luz amarillenta.

Podía haberse tratado del comienzo de una noche en Helicon. Si le hubieran dejado allí, con los ojos vendados, retirándole luego la venda, hubiera tenido la seguridad de encontrarse en algún lugar especialmente bien edificado del interior de una de las mayores ciudades de Helicon.

—¿Cuánto tiempo supones que deberé permanecer en la Universidad de Streeling, Hummin? —quiso saber.

—Es difícil decirlo, Seldon. Quizá toda tu vida —respondió Hummin con su habitual placidez.

—¿Qué?

—Tal vez no. Pero tu vida dejó de pertenecerte en el momento en que leíste tu disertación sobre psicohistoria. Al instante, el Emperador y Demerzel reconocieron tu importancia. Yo también. Y quién sabe cuántos más. Verás, eso significa que ya no te perteneces.