Golpeaba con fuerza, Sheldon Tálec, la puerta de la casa de Krahova, con la sola intención de que le oyesen los que estaban en la casa. Miraba, nervioso, a un lado y a otro de la calle y sin apenas esperar respuesta, volvía a golpear con más fuerza. Era temprano, pero tampoco mucho. La ciudad ya había empezado su actividad cotidiana, aunque parecía que había más de la acostumbrada. El fuerte viento del día anterior había cesado, aunque soplaba aire aunque con menor intensidad. Sheldon estaba a punto de ir al establo, ya que nadie le abría la puerta, cuando de repente Éltor abrió y salió todavía a medio vestir.
—Hola Sheldon, buenos días. ¿Qué ocurre?
—Debéis marcharos, deprisa —le apremió el hombre.
—Supongo que hoy lo haremos —respondió el cazador—, veo que no sopla mucho viento.
—Han llegado noticias de Cumia —reveló Sheldon—. La ciudad ha caído esta noche.
—Vaya —comentó abatido Éltor.
—Han visto grupos de soldados abandonar Cumia —prosiguió Sheldon— y marchar hacia aquí. Algunos abandonaron el asedio hace día y medio, por tanto mañana llegarán a Yíldiz, si es que no lo hacen esta misma noche. Los alrededores de Yíldiz serán un hervidero de soldados, cuanto antes os marchéis y más lejos estéis cuando lleguen, mejor para todos.
—Me ocupo yo de ponerles en marcha a todos —dijo Éltor con aire pensativo y rostro preocupado—. Tú sólo encárgate de llevar a la mujer y al muchacho al establo. Antes del mediodía nos habremos ido. ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. No sé si irme a Barintia o quedarme —respondió Sheldon abatido.
—Si ves a mi hermano dile que hemos seguido… —empezó diciendo Éltor.
—No. Espera —cortó Sheldon—, no quiero saberlo.
—¿Pero y si tiene que seguirnos?
—Le diré que vaya a Aras por el camino que considere más seguro. Intentaré avisarte de alguna manera para que sepas que he hablado con él.
—De acuerdo. Espero volver a verte —dijo Éltor—, con vida.
—Yo también a ti —respondió Sheldon—. Cuídate, cuídales, sobre todo a Krahova.
—No sufras. Hasta pronto, Sheldon.
El hombre levantó la mano en señal de despedida y se alejó de la casa a toda prisa. El cazador volvió a entrar y al pasar por delante de la habitación de Jin, golpeó la puerta para que se despertase. Luego hizo lo mismo con la puerta de la habitación donde había dormido él con Krahova e inmediatamente después se puso a preparar el desayuno.
Casi al instante apareció Jin en el comedor de la casa.
—Hola —saludó la muchacha.
—Hola —devolvió el saludo Éltor—. Prepara tus cosas, nos vamos antes del mediodía. Podrías avisar a Tórnax y a Stan y decirles que vengan a desayunar.
—Ahora mismo —dijo Jin diligente mientras se volvía a la habitación a preparar su equipo.
—Buenos días —saludó Krahova saliendo de su cuarto con la cara de medio dormida—. ¿Qué ocurre?
—Cumia cayó anoche —le informó Éltor—. Los soldados ya vienen hacia Yíldiz, debemos marchar cuanto antes. Pero primero desayunaremos.
—Tengo que ir a ver a mi padre antes de irme —resolvió de pronto.
—Déjalo, mejor que no sepa que has estado aquí. Además imagina que te retienen por cualquier cosa en los calabozos. Esperemos que los soldados de Mármora no sean muy duros con los prisioneros.
—Tienes razón —dijo Krahova poco convencida—, voy a preparar el equipo. ¿Y los demás?
—Ahora voy a avisarles —dijo Jin saliendo de la habitación—. Hasta ahora.
Éltor dispuso platos sobre la mesa y siguió preparando el desayuno para cuando llegasen todos. Krahova arregló su equipaje y también el del cazador, luego salió al comedor y le echó una mano a Éltor mientras colocaba sillas alrededor de la mesa. Aún no había finalizado la preparación del desayuno cuando llegaron Jin, Tórnax y Stan.
—Hola —les saludó Krahova—. ¿Qué tal habéis dormido?
—Bien —respondió Tórnax—. ¿Así que nos vamos?
—Sheldon me ha informado de que Cumia ha caído —les comunicó Éltor.
—¡No! —exclamó Jin con los ojos llenos de lágrimas.
—Soldados de Mármora ya están viniendo hacia aquí —prosiguió Éltor mientras Krahova intentaba consolar a Jin y los demás estaban abatidos—. Cuanto antes nos vayamos…
—¿Traes caballo, Éltor? —preguntó Tórnax.
—No, y por donde iremos tampoco nos va a resultar muy útil. Pero nos los llevamos.
—Eso nos hará ir lentos —dijo Stan.
—Si alguien nos persigue —comentó Éltor sirviendo la comida en los platos—, cosa que dudo, tendrá las mismas dificultades que nosotros y tampoco le servirá de mucho el caballo.
—¿Por dónde iremos? —preguntó Tórnax.
—Había pensado —explicó el cazador— descender hacia el sur, lo más cerca posible a las montañas, pues tendremos que cruzar dos ríos, el Anei y el Arimán Menor. Prefiero hacerlo lo más cerca de sus fuentes, para que no sea muy difícil atravesarlos. Cuando lleguemos al río Olfe, seguiremos su curso hasta el mar de Arimán. Luego cruzaremos el mar en una barca que tengo a mi disposición, bien oculta y desde la otra orilla seguiremos en dirección sudoeste hasta encontrarnos con el río Íler. Una vez allí seguiremos el antiguo camino que bordeaba ese río hasta Aras. Eso si todo va bien, claro.
—¿Cuántas jornadas nos llevará esto? —preguntó Tórnax.
—He calculado que unas diez o doce.
—¿Y comida? —preguntó Stan.
—Iba a pedirle a Krahova —dijo Éltor—, ya que ella conoce la ciudad, que nos consiguiese comida de viaje para siete personas, para dos semanas.
—No te preocupes —dijo Krahova—, la tendremos aquí antes de irnos.
Comieron con celeridad la comida que Éltor les había preparado. Casi no comentaron nada más. Krahova en cuanto hubo terminado les dijo que se iba a por comida y se marchó dejándolos en su casa. Éltor, que fue el segundo en terminar, les indicó que debían dejar toda la casa ordenada. La herida del día anterior estaba prácticamente sanada por efecto de las hierbas que la muchacha le había aplicado la noche anterior. Jin estaba en un rincón de la sala, comiendo casi con desgana, con la mente lejana, con otras gentes.
Mientras la mañana iba avanzando, todos se preparaban y ultimaban los detalles de su equipo. Cerca del mediodía, Krahova aún no había llegado y todos estaban listos, sentados alrededor de la mesa, esperándola. En cuanto llegase distribuirían la comida, irían a buscar los caballos al establo y abandonarían la ciudad.
—Hay una cosa que no entiendo —intervino Tórnax—. Si este es el hijo del duque de Xamin, eso quiere decir que el duque puede reinar, ¿no?
—Eso dijo Sheldon —corroboró Éltor.
—Pero a mí, Smeg me dijo que a quien hay que apoyar es a Tárneas.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Stan a Tórnax que miraba perplejo.
—¿Quién es Smeg? —preguntó Éltor.
—A mí me enviaron a Barintia para recoger información —recapituló Tórnax—. Allí teníamos que ponernos en contacto con amigos y éstos, resulta que, apoyan a Tárneas.
Smeg era uno de esos, digamos, amigos.
—¿Y? —volvió a preguntar Stan.
—Ahora hay que ayudar a Góureith, el duque. Y son los mismos los que nos piden —continuó Tórnax— que estemos con Tárneas. Si los dos pueden reinar, ¿no son competidores?
—Sheldon dijo una cosa importante —intervino Jin—. En Aras hay gente que quiere que vuelva el antiguo orden. Góureith, rey de Aras y Tárneas, de Barintia.
—Pero eso vuelve a dividir el reino en dos —comentó Éltor.
—Claro, y es lo que no entiendo —dijo Tórnax con fastidio—. Cómo una misma organización trabaja para dos reinos distintos que además se enfrentarán.
—¿Y quién te ha dicho que van a enfrentarse? —preguntó Jin—. Pueden hacer un reparto.
—Se enfrentaron hace más de doscientos años, Jin —le aleccionó Tórnax—, ¿por qué no iban a hacerlo ahora?
—Tal vez… —intentó recordar Éltor—. Mi padre me dijo una vez algo que entonces no tenía sentido para mí, pero que ahora…
—¿Qué? —preguntaron todos.
—Aras no quería la guerra —respondió Éltor.
—Entonces por qué asesinó al rey de Barintia —preguntó, con interés, Tórnax—. Todas las ciudades se volvieron contra Aras.
—Decía mi padre que todo fue una estratagema de los Ármitac. ¿Por qué al entonces rey de Barintia no le sucedió su hijo, es decir, un Krebb? Íler Ármitac era el capitán general de los ejércitos, pero no era el heredero, el rey tenía descendencia. ¿No lo veis muy raro?
—Si hubiesen querido acabar con los Krebb, ¿no lo habrían hecho? —preguntó Tórnax—
Pero los Ármitac no lo hicieron y los Krebb todavía existen, precisamente porque los Ármitac les protegieron de los de Aras.
—¿Y entonces? —preguntó Jin—. ¿Quién ha asesinado al Ármitac, si eran tan buenos?
—Los Krebb, no —respondió Tórnax.
—Pero sí alguien de Barintia —apuntó Stan—, alguien que debía tener sus motivos.
—Los motivos eran una profecía, todo estaba escrito —dijo Tórnax—. Los tres símbolos de poder y todo eso.
—¿Y tú te lo crees? —preguntó Éltor—. ¿Qué tres símbolos? Eso fue una invención. Nada más fácil. Mira, te digo que mañana vas a morir envenenado y yo mismo me encargo de emponzoñar la comida, seguro que acierto.
—¿Qué quieres decirnos con eso Éltor? —preguntó Stan—. Si no hubo mala intención por parte de Aras y todo fue una maniobra de los Ármitac, ahora podrían vivir en paz dos reinos y…
—… y cada uno —completó la frase el cazador— con el rey que le corresponde. Por eso la organización por la que trabajáis ayuda a los dos.
—Trabaja —puntualizó Stan refiriéndose a Tórnax.
—Entonces igual la organización ha acabado con el rey —aventuró Jin.
—No lo sabemos —indicó Éltor—. Ahora estamos metidos todos en el mismo asunto. Cuanto antes lo tengamos claro, mejor.
—No, la organización, no —murmuró Tórnax.
En ese instante se abrió la puerta de la casa y entró Krahova acalorada, como si hubiese venido corriendo. Llevaba la comida de viaje en las manos. Todos se giraron para mirarla como preguntándole por qué había tardado tanto. Dejó los paquetes encima de la mesa y se los quedó mirando mientras recuperaba el aire.
—Fui a ver a mi padre —se justificó—. Hay que largarse de inmediato.
—¿Por qué? —preguntó Éltor.
—Barintia ha enviado soldados a proteger su colonia, temiéndose que ocurriría lo que ha sucedido con Cumia y que Mármora marcharía sobre Yíldiz. Acaban de llegar y están requisando todos los caballos de la ciudad. Si no nos damos prisa, vamos a quedarnos sin ellos. También han llegado las primeras tropas de Mármora y parece que Yíldiz ya no es lugar seguro.
—Vámonos —ordenó Éltor—. Cada uno que coja comida para él. Jin, coge la de la mujer y el niño y vente conmigo. Os esperamos en las últimas casas en dirección sudeste. Venid rápido y sed discretos.
Éltor y Jin fueron los primeros en abandonar la casa, salieron rápidos con movimientos ágiles y aunque era mediodía y el sol brillaba en lo alto de un cielo azul intenso, supieron aprovecharse de la confusión y los movimientos que había en Yíldiz con la llegada de los dos ejércitos. De esquina en esquina, pronto salieron de la ciudad por el sudeste sin que nadie se hubiese fijado en ellos. Una vez fuera se apostaron en un bosquecillo cercano que les permitía observar sin ser vistos. Al poco rato aparecieron Tórnax, llevando dos caballos por las bridas, la mujer y el niño.
Tórnax les iba indicando mientras miraba constantemente hacia atrás. Se oían gritos por las calles de la ciudad, de órdenes confusas. En cuanto rebasaron la última casa, Éltor les hizo señales para que se acercaran. Con rapidez y menor cautela, Tórnax y sus dos acompañantes se dirigieron hacia allí.
Con el tiempo justo de introducirse en el interior del bosquecillo, apareció un grupo de soldados de Mármora, que tomaron posiciones y empezaron a montar sobre el terreno, una especie de parapeto hecho de troncos de madera. Éltor emitió un chasquido de fastidio. La salida de la ciudad por ese punto había quedado inutilizada. Esos soldados eran capaces de disparar a todo el que abandonase Yíldiz y, con más razón, a dos que pretendiesen hacerlo a caballo. Los animales eran muy valiosos en tiempo de guerra.
Casi al instante aparecieron Stan y Krahova, llevando los caballos de la mano. Parecía que iban con prisa, como si alguien los persiguiese. Éltor, desde su posición privilegiada, les hizo señas, intentando no ser visto por los soldados que estaban a unos doscientos metros a su izquierda. Krahova si vio las señales y avisó inmediatamente a Stan que se disponía a abandonar la protección de las casas y salir a campo abierto. Se volvieron a ocultar entre los edificios para no ser vistos por los soldados enemigos.
Krahova miraba con nerviosismo hacia atrás, hacia la ciudad. Éltor les hizo señales para que soltasen los caballos hacia los soldados, así mientras éstos intentaban atraparlos, sus amigos podrían cruzar el campo con rapidez y salvaguardarse dentro del bosque. Krahova entendió el plan y se lo contó a Stan. Cogieron del caballo todo lo que necesitaban y golpearon a los caballos para que saliesen a toda prisa hacia los soldados.
—¡Mirad, caballos! —gritó uno de los soldados—. ¡Hay que atraparlos!
—Preparad las armas —susurró Éltor a Jin y a Tórnax—. Por lo que pueda ser.
—¡Ahora, corre Stan! —le ordenó Krahova cuando vio que los soldados estaban de espaldas, intentando atrapara a los caballos.
—¡Eh! ¿Adónde vais? —sonó una voz detrás de Krahova—. ¡Capitán, dos que huyen, aquí!
Krahova y Stan empezaron a correr hacia el bosquecillo, mientras los soldados de Barintia, que los habían descubierto, empezaban la persecución de los dos fugitivos sin percatarse de la presencia de los de Mármora. Éltor miraba asombrado la escena sin atreverse ni a respirar, esperando cualquier desenlace.
—¡Alto, en nombre de Barintia! —gritó el capitán.
—¡Corre Stan, por lo que más quieras! —le apremiaba Krahova ya muy cerca del bosque donde les esperaban sus compañeros.
—¡Disparad! —dijo el capitán de Barintia—. ¡Qué no escapen!
—¡Soldados enemigos! —gritó uno de los de Mármora dándose cuenta de la presencia de los otros que ya llevaban los arcos prestos a disparar.
—¡Atrás! ¡A cubierto! —ordenó el capitán de Barintia apercibiéndose de que habían sido descubiertos por el enemigo—. ¡A las casas!
—Señor —dijo un soldado de Mármora a su capitán—. ¿Seguimos a los fugitivos?
—No —respondió el oficial—, si los perseguían los de Barintia, serán amigos. Procurad que no salga nadie más por este lado de la ciudad. Esta noche llegarán refuerzos.
Éltor sopló aliviado cuando Stan y, tras él, Krahova entraron en el bosque a salvo de todo peligro. La muchacha se abrazó al cazador mientras Tórnax palmeaba la espalda de Stan, que estaba apoyado en el tronco de un árbol, recobrando el aliento por la carrera que acababa de realizar.
—Por poco —dijo Jin—, pero hemos tenido suerte.
—Esperemos a que anochezca —propuso Éltor—. Los caballos los usaremos para cuando estemos muy cansados.
Se quedaron bajo los árboles frondosos, en silencio, observando como al poco rato empezaban las refriegas en la ciudad y aparecían algunas humaredas, signo evidente de que empezaban los combates y los incendios. Krahova lloraba en silencio por su padre y por su casa y por la ciudad entera, pero Éltor la tenía cogida de la mano e intentaba darle todo su apoyo sólo con su presencia; aunque sabía que aquello que ahora le ocurría a Krahova no había nadie que pudiese calmarlo. Ser el espectador del ataque de aquello que es uno mismo, sin poder hacer nada para evitarlo, era muy duro. La muchacha ansiaba que llegase la oscuridad para abandonar el lugar y olvidarse de lo que estaba viendo, aunque sabía que su mente no lo olvidaría.
Comieron algo y en cuanto empezó a declinar el sol y a hacerse oscuro, sin mediar palabra ninguna, sin que nadie diese ninguna orden, por sí solos se fueron preparando y se pusieron en marcha encabezados por Éltor. Nadie les vio abandonar el escondite, nadie les vio huir de la guerra, pero antes de que Yíldiz desapareciese de su vista, Krahova se quedó un instante vuelta hacia su ciudad, viendo como ardían distintos fuegos en distintos puntos. Pensaba en su padre, en Sheldon, en su casa y una lágrima asomó de nuevo en los tristes ojos de la muchacha.
—Vamos —le dijo dulcemente Jin, cogiéndola de la mano—. El destino de Yíldiz ya no está en nuestras manos. No podemos hacer nada.
Caminaron toda la noche, despacio, pues sin luz el paso se hacía muy complicado. Tropezaban con asiduidad, estaban en una zona muy boscosa y las raíces de los árboles y las ramas iban castigándoles los pies y la cara. Siguieron sin descanso hasta que asomó el primer albor de la madrugada, solamente entonces Éltor les concedió un descanso, que todos aprovecharon para dormir un rato. El cazador se quedó vigilando, observando y planificando la mejor estrategia.
Durmieron hasta que el sol estuvo alto en el cielo, aunque no hacía mucho calor, pues el viento del norte era frío y además, según avanzaba el día, iba cubriéndose de nubes cada vez más oscuras. Éltor había estado explorando los alrededores, asegurándose de que no había nadie. Todo parecía estar en calma. Cuando empezaron a despertar, el cazador ya les había preparado una infusión caliente con la finalidad de que se sintiesen reconfortados. A pesar de haber dormido un poco, todos tenían cara de agotados, sin embargo la de Éltor era un rostro fresco y fuerte, marcado por los arañazos de las ramas que le habían lastimado la noche anterior.
En cuanto hubieron desayunado todos, iniciaron de nuevo la marcha, siguiendo la vera de las montañas hacia el sudeste. De nuevo el cazador abría la marcha, seguido de Krahova que llevaba las riendas de un caballo con el niño montado en él. Después iba la mujer, a pie, y a su lado Stan, detrás de ellos iba Tórnax, llevando las riendas de otro caballo donde iba todo el equipo y cerrando el grupo, Jin. Todos iban alerta y aunque el segundo caballo iba cargado con todas las mochilas, mantas y comida, las armas las llevaban encima, preparados para cualquier imprevisto.
La marcha no era muy rápida. Éltor los conducía por senderos que parecía conocer sin problemas. Ante un cruce de caminitos que ojos profanos no hubiesen distinguido jamás, Éltor no dudaba ni se paraba a consultar. El terreno era bastante ondulado, pedregoso y lleno de riachuelos que se juntaban unos con otros o morían en pequeños estanques. De vez en cuando se daba la vuelta y avisaba a Krahova de un paso complicado o se paraba para ayudarla a cruzar por un lugar determinado, dándole la mano, y luego seguía, confiando en que los que iban detrás de él hiciesen lo mismo con los otros, hasta que pasase el último. E incluso, en ocasiones en que se adelantaba un poco, después de otear el horizonte, se giraba y los esperaba para cerciorarse de que todos seguían bien.
Krahova, que era la que iba detrás de él, le observaba en todos sus pasos, en todos sus movimientos y cada vez se admiraba más de su seguridad, de sus habilidades, sintiéndose fascinada por ese hombre y por aquellos ojos que seguían perturbándola; sobre todo cuando se giraba y le sonreía, cosa que a ella le parecía que hacía cada vez más a menudo. El niño había empezado quejándose por todo, pero sus protestas eran cada vez más espaciadas en el tiempo, era como si fuese dándose cuenta de que no había otras alternativas.
Stan y la mujer que acompañaba al niño, iban hablando entre ellos cada vez más. Al principio eran conversaciones triviales, sin trascendencia, pero poco a poco, a medida que iban avanzando, profundizaban más y animaban al grupo que les acompañaba. Sin embargo, Tórnax, cada vez más taciturno, se iba separando más del grupo, intercambiando la última posición con Jin, que intentaba darle conversación sin conseguirlo.
Atravesar el Arimán Menor fue una tarea más complicada de lo que había pensado Éltor. Tuvieron que ascender hacia las montañas para poder encontrar un paso adecuado para los caballos, pero aunque uno de los dos animales, se quebró una pierna, teniéndolo que sacrificar para que no sufriese, ninguno de ellos sufrió percance alguno. Todo el equipo que llevaba el caballo fue trasladado al otro animal y a partir de ese momento, el niño, fue consciente de que debía andar todo el día. Dormían por la noche, haciendo turnos de guardia y avanzaban durante el día, descansando para comer cuando el sol estaba muy alto. Hubo dos días en que llovió torrencialmente y tuvieron que andar sin descanso bajo el agua que caía del cielo.
Desde que habían cruzado el Arimán Menor, Éltor ya no les guiaba con tanta seguridad ni facilidad. A veces, ante un cruce de senderos, consultaba con Krahova, aunque poco a poco fue agrandando el círculo de consultas, hasta que llegó un momento en que todos eran consultados antes de tomar un camino equivocado. A pesar de las consultas, él tomaba siempre las últimas decisiones, pues seguía siendo el mejor preparado para ese terreno.
Cuando llegaron a orillas del río Olfe ya eran un grupo compacto, unido. Llevaban siete días de viaje sin percances, a excepción de haber perdido un caballo, pero el hecho de estar todo el día juntos, les había unido bastante. Llegaron al río por la tarde y decidieron acampar en la ribera poblada de álamos y abedules muy altos. La temperatura era muy agradable aunque todavía era algo fría. A su izquierda seguía levantándose La Muralla, que les acompañaba desde hacía una semana, con sus faldas y cimas nevadas.
—Éste es el Olfe —le comunicó Éltor señalando las aguas del río—. Mañana seguiremos su curso en dirección sudoeste y dentro de un par de días, no creo que más, llegaremos al mar de Arimán.
—Nunca imaginé que todo esto fuera tan bello —comentó Krahova—, tan virgen.
—Casi nadie conoce estos parajes —dijo Éltor—, aunque una vez me llevé una sorpresa.
—¿Una sorpresa? —preguntó Stan—. ¿De qué tipo?
—¿Sabéis quién es Xilos? —preguntó Éltor—. El hombre más anciano de Cumia.
—Sí, le conocemos —respondió Krahova.
—Pues me lo encontré por estos lugares. Y me dijo que estaba de viaje.
—¿De viaje? —preguntó Krahova, sorprendida e interesada—. Si por aquí no hay nada.
—Acostumbraba a hacer eso de vez en cuando —dijo Jin—, luego volvía con hierbas y cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó de nuevo Krahova.
—No sé, nunca acostumbraba a mostrarlas —respondió Jin—, además yo era muy pequeña y estaba por otras cosas.
—Por jugar —respondió Éltor, sonriendo.
—¿Os conocíais? —preguntó Krahova.
—Bueno —repuso Éltor—, no creo que te acuerdes de mí. Eras muy pequeña cuando yo iba por Cumia, aunque yo era muy joven también.
—Claro que me acuerdo —afirmó Jin—. Tu hermano siempre se burlaba de mí y tú le regañabas porque yo era más pequeña y tú le decías que no debía abusar de su edad. Tu padre siempre me traía un regalo y hablaba durante horas con Xilos. Eran muy amigos.
—Qué tiempos aquellos —suspiró Éltor.
—¿Y a Yíldiz no ibais? —preguntó Krahova.
—No —respondió Éltor—, empecé a ir hace unos dos años, fue cuando conocí a Sheldon.
—Nunca me habló de ti —dijo Krahova apenada—. Me hubiese gustado conocerte antes.
—Nos conocemos cuando debemos —dijo el cazador mirando a Tórnax que parecía ausente—, ¿no crees, Tórnax?
—Mmm… sí —dijo Tórnax volviendo a la realidad—. También lo creo así. Estoy convencido de ello.
—Aunque a veces no sepamos los motivos hasta más tarde —completó Éltor.
—Al menos sabemos uno —dijo Feiter—. Salvarme la vida a mí y ayudar a mi padre para que Damon Wacla no me encuentre.
—Espero que no sólo sea este —respondió Éltor con seriedad—, sería muy trivial. Vamos a montar el campamento, hoy encenderemos fuego.
La guerra, en el campamento que ahora ocupaban, parecía tan lejana que ni se acordaban de ella, a pesar del comentario que había hecho el niño. Sabían que Cumia había caído y que Yíldiz no correría mejor suerte, aunque Barintia se hubiese adelantado a los proyectos de Damon y hubiese enviado tropas para salvar a su colonia minera; sin embargo Cumia había resistido menos de lo esperado y ambos ejércitos se habían encontrado a la vez en Yíldiz, cosa que había precipitado los enfrentamientos en las mismas calles de la ciudad. Era casi seguro que siete días después, la ciudad minera también hubiese caído, pero ahora Mármora debía de reorganizar sus ejércitos ya que debía trasladar toda su fuerza de ataque hacia el oeste, sin descuidar su retaguardia. Las ciudades vencidas podían reorganizarse de nuevo y eso sería fatal. La zona oeste de Hárkad iba a ser más complicada, pues contaba con Léstora, una ciudad siempre fiel a Barintia desde antiguo con un número considerable de habitantes; Denwas, la isla alejada del continente y por tanto de difícil acceso y la capital, Barintia, que seguro que ofrecería una resistencia feroz.
El grupo ya no pensaba en qué podía haberles sucedido a todos aquellos que conocían y que habían dejado atrás. Nadie hablaba de nada desagradable. Sólo miraban hacia delante y su único objetivo era llegar a Aras. Se suponía que la zona en la que estaban ahora era lo bastante segura, pues la cercanía de la ciudad maldita, en la que Damon Wacla no habría ni pensado, hacía que no hubiese ejércitos en las proximidades. Aunque también cabía la posibilidad de que si Mármora sospechase de Aras, hubiese enviado tropas y que el antiguo camino que pasaba por Aras, ahora fuese transitado por los ejércitos del sur, para hacer llegar a los soldados con mayor rapidez al frente norte, ahorrándose pasar por Dapur. De todo esto era consciente Éltor, pero no quería preocuparles.
El descanso merecido que se concedieron aquella tarde junto al río y el fuego que encendieron para cocinar y calentarse, les reconfortó y les dio ánimos para seguir el camino.
Éltor aprovechó para cazar un par de liebres y cambiar el sabor de la dieta que venían siguiendo desde que abandonaron Yíldiz. Jin y Tórnax aprovecharon para buscar hierbas de la zona y para renovar aquellas que tenían, pero que perdían sus efectos al secarse en sus mochilas. Stan aprendió a manejar algo mejor el arco, ayudado por Krahova y el niño correteaba por el prado en el que se encontraban, descubriendo cosas que jamás había visto, bajo la atenta vigilancia de la mujer. Por primera vez en muchos días, Cora lo había visto reír y jugar, ahora que no estaba bajo la férrea disciplina de su padre, el duque de Xamin.
En cuanto llegó la noche, la temperatura descendió vertiginosamente, pero ya tenían encendida la hoguera y después de cenar las liebres, el niño y Cora se quedaron profundamente dormidos.
—Yo haré la primera guardia —se ofreció Krahova.
—Yo la segunda —se adelantó Jin a Stan, que pidió la tercera.
—Nada de eso —propuso Éltor. Hoy descansaremos todos. Os quiero bien descansados.
Pronto llegaremos al mar de Arimán. A partir de ahí los caminos pueden estar transitados. No sabemos lo que podemos encontrarnos. No sabemos si habrá soldados en las cercanías de Aras. Una vez crucemos el mar, todos tenemos que estar más alertas que nunca.
Todos estuvieron de acuerdo y hablaron junto a la hoguera, contando cosas de sus infancias y sus recuerdos. Stan, Krahova y Tórnax se rieron al comprobar que casi habían hecho lo mismo y Jin casi no recordaba nada a pesar de ser la que más cercana tenía su infancia.
Cuando le tocó el turno a Éltor dio la sensación de que tenía poco que explicar, tal vez por reserva o por ignorancia. Había muchas lagunas en su pasado que no quedaban nada claras, aunque en algún momento creyó recordar que habían sido tres hermanos, pero no estaba seguro y del tercero no recordaba absolutamente nada.
—Muéstranos tu espada —dijo Jin—. ¿Por qué la llevas siempre oculta?
—Ved —dijo Éltor, desenvolviendo la empuñadura y mostrándosela a sus nuevos compañeros—. Es preciosa, jamás vi cosa igual.
—Es verdad —observó Krahova mirándola y pasándosela a Stan, a su izquierda—. Es maravillosa.
—Por eso la cubro —se justificó Éltor—. Son objetos que levantan codicia. En realidad es de mi hermano, él nunca la quiso y a la mínima oportunidad me la cedió, así me lo hizo saber. Aunque yo pienso devolvérsela algún día.
—Yo he visto esa espada en algún sitio —dijo Tórnax de improviso—, estos relieves…, este trabajo de orfebrería, estas figuras y aquí, justo al final de la empuñadura, había una joya engarzada. Seguro.
—Es verdad —dijo asombrado el cazador—, la joya la quité yo para no dañarla. ¿Pero cómo puedes saber tú esto, dónde la has visto?
—¡Ya recuerdo! —exclamó Tórnax—. La vi dibujada en un libro que tiene el padre de Céndar Némolin, el patriarca de la casa Némolin de Xamin.
—Vaya —comentó Krahova—. ¿Y de qué hablaba ese libro?
—Eso quisiera saber yo —dijo Tórnax—, porque para que salga esa espada dibujada… En cuanto dejemos a estos dos en Aras podemos acercarnos a Xamin y mirarlo.
—Xamin estará muy controlada —dijo Éltor—, o eso me temo. Entrar no va a ser fácil. Muchas preguntas, demasiadas.
—Yo tengo la entrada franca —dijo Tórnax—, podéis esperarme fuera.
—Es una opción —comentó Krahova.
—¿Y no levantará sospechas en tu jefe que quieras mirar ese libro? —preguntó Éltor.
—No, tengo acceso a la biblioteca de la casa, además si lo vi una vez…
—Pero si empiezan a hacerte preguntas… —dijo Éltor—. No sé, tampoco tiene tanta importancia.
—Pero que esté tu espada en ese libro —dijo Stan—, seguro que la mía no está.
Todos se rieron del comentario hecho por Stan, pero la carcajada de Éltor fue más bien una sonrisa pensativa. Dieron la conversación por terminada y se decidieron ir a dormir, todos menos el cazador que no tenía ninguna intención de echarse.
La noche transcurría apacible, la hoguera que Éltor mantenía encendida no sobraba en absoluto y en el firmamento las estrellas titilaban con fuerza. En las montañas se oían los aullidos de los lobos y en las proximidades del campamento se oían el corretear de animales nocturnos. Era una noche magnífica. Con el rumor del río tan cercano y al ver allí a todos sus compañeros durmiendo tan plácidamente, el cazador entró poco a poco en un dulce sopor y hubo un momento en que se quedó dormido aunque un ruido le sobresaltó e inmediatamente se puso en pie. Junto a él estaba Krahova.
—No podía dormir —le dijo la muchacha abrazándole.
—Yo tampoco —le respondió en un susurro.
—Hagamos guardia juntos —propuso Krahova, arrimándose más hacia el cuerpo del hombre.
—Mañana estarás cansada —le dijo mientras le besaba la frente y le olía el pelo—, vete a dormir.
—Se oyen lobos en las montañas.
—Lo tendré en cuenta —le comentó mientras le besaba de nuevo la frente—, por si deciden venir a comernos.
—¿Llegan hasta aquí? —le preguntó Krahova devolviéndole el beso en los labios.
—Nunca los he visto tan abajo, aunque nunca se sabe. Si el alimento escasea arriba, tendrán que buscarlo en algún sitio.
—Me asustas.
—Vete a dormir —le dijo con una sonrisa.
Krahova se acostó junto a los demás y al poco rato se quedó dormida. Éltor, sin embargo, continuó despierto. Aquello que había dicho Tórnax sobre el libro y la espada le tenía intrigado. Ni su padre ni su hermano le habían contado nada del arma y ahora empezaban a despertar las curiosidades de años atrás. De dónde sacó la espada su padre. En cuanto se encontrase con su hermano tenía que preguntárselo y salir de toda duda. Había retrasado todo lo que había podido la marcha, dando incluso pequeños rodeos para que el itinerario seguido no fuese tan directo ni tan difícil, para darle tiempo a su hermano a alcanzarlos, pero no había aparecido, dónde estaría. Tal vez ni había podido hablar con Sheldon, aunque estaba convencido de que su hermano tenía recursos suficientes como para evitar complicaciones y poder contactar con Sheldon. Algo debía haberle pasado o andaba por otros lugares y no había visto las señales como las había visto él.
—Deberías estar más atento —dijo de improviso una voz detrás de él—, ahora los que duermen dependen de ti.
—¿Quién anda ahí? —dijo Éltor girándose de repente y sacando la espada.
—¿Acaso vas a atacar a un pobre anciano?
—¡Xilos! —exclamó en un susurro mientras le abrazaba—. ¿Qué haces aquí?, y andando de noche. ¿Cómo has venido? ¿Adónde vas? Espera, que les despierto.
—No —ordenó el anciano—. Deja que duerman.
—¿No te quedas?
—No, prosigo viaje. Vi la luz de la hoguerilla y me acerqué.
—Vaya sorpresa, Xilos. ¿Adónde vas?
—De viaje, ya sabes —dijo con un rostro sonriente—. Cumia cayó.
—Nos lo dijeron.
—Casi no les dio tiempo a saquear la ciudad. Enseguida recibieron órdenes de lanzarse sobre Yíldiz. Aunque han dejado destacamentos retrasados.
—¿Estáis todos bien? —se interesó Éltor.
—A mí me dejaron marchar porque soy muy viejo y no les sirvo para nada. Pero los que no murieron en la defensa de Cumia, los han hecho esclavos.
—¿Esclavos?
—Mejor que no lo hayas visto. A mí se me revolvía la sangre.
—Maldito Damon… —masculló con rabia—. Pero Yíldiz tenía el apoyo de Barintia. Acabarán por hacerles volver atrás.
—No sé. Ahora ya no hay ciudad libre en Hárkad.
—Por cierto —dijo Éltor—, ¿sabes algo de mi hermano?
—¿Tendría que saberlo? Cuando me marché de Cumia no sabía nada de nadie, excepto de los que vivían en Cumia. ¿Y vosotros dónde vais?
—A Aras —respondió Éltor—, a llevar a ese niño. Es el hijo del duque de Xamin.
—Me alegra mucho oírte decir esto —dijo Xilos con una amplia sonrisa y un brillo en sus pequeños ojos—. Además, acompañado de Jin. Creí que no vería este momento jamás.
—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigado Éltor.
—Todo a su tiempo, todo a su tiempo. En Aras obtendréis respuestas. Debo irme. El viaje es largo todavía.
—Pero…
Sin decir nada más, dejando la palabra en la boca del cazador, se alejó del campamento en dirección a las montañas, siguiendo el curso del río. Desapareció en la oscuridad, tal como había aparecido, sin hacer ningún ruido. Éltor se quedó pensativo intentando escudriñar el significado verdadero de lo que Xilos había dicho y preguntándose qué viaje realizaba el viejo, andando de noche y en dirección a La Muralla; seguramente tendría un refugio en algún lugar, viviendo como un cazador, libre de toda obligación, hasta que acabasen sus días.
Cuando amaneció, todos fueron despertando por la luz. El último en despertar fue Éltor que finalmente se había quedado dormido. Todos estaban recogiendo sus cosas. Tórnax estaba ensillando el caballo y le cargaba todo el peso que no llevarían encima. Jin apagaba los últimos rescoldos de la hoguera que había estado encendida toda la noche y Krahova y Stan limpiaban la zona para ofrecer los menores rastros posibles y asegurarse de que no quedaba nada encendido. El niño y la mujer se aseaban con la fría agua del río.
El día parecía bastante apagado, las nubes finas del oeste iban cubriendo el cielo y a lo lejos podían verse otras de más oscuras y compactas. Para los entendidos como Éltor y Tórnax, sabían que aquello presagiaba lluvia y bajas temperaturas, a lo sumo en dos días. En cuanto estuvieron todos listos siguieron el mismo orden de marcha de días anteriores y Éltor encabezó la comitiva siguiendo el curso del río, dejándolo a su izquierda. A veces tenían que alejarse de la orilla, pues el terreno no era muy practicable, pero siempre que podían, el cazador les volvía a conducir lo más cerca posible del curso de agua, para no perder el camino. Todos iban en silencio, sabían que el descanso se había acabado y que ahora debían afrontar el tramo final hasta Aras con la mayor celeridad posible, pero era ahora cuando podían surgir las mayores dificultades, pues podían encontrarse con soldados de Mármora.
Éltor no les había dicho absolutamente nada del encuentro con el anciano, la noche anterior, tampoco creyó que fuese decisivo para ellos. Además la guerra, ahora lejana no debía preocuparles y lo que había dicho Xilos sobre Cumia ya lo sabían; pero seguía rondándole la cabeza la afirmación que había hecho sobre lo de ir a Aras acompañado de Jin. No se atrevía a preguntárselo a la muchacha, al menos delante de todos y además intuía que ella tampoco tenía respuestas.
A mediodía hicieron un alto en el camino para ingerir alimentos. El cielo estaba bastante cargado y la temperatura, por efecto del viento, estaba bajando considerablemente. El nuevo descanso les vino bien a todos.
—Tenemos que darnos prisa —les recordó Éltor—. Pronto lloverá y no es conveniente para nosotros. Os recuerdo que tenemos que cruzar el mar de Arimán en una barca.
—¿Falta mucho? —preguntó el niño.
—Mañana llegaremos al mar interior —explicó el cazador—, luego tendremos que seguir su orilla un día más hasta llegar a la barca, si todavía esta ahí.
—¿Cómo que si todavía esta ahí? —preguntó Tórnax—. ¿No lo sabes seguro?
—Sólo conocemos su paradero mi hermano y yo —dijo Éltor.
—¿Entonces cuál es el problema? —insistió Tórnax—. ¿Por qué no iba a estar?
—No sé dónde está mi hermano, ¿y si la ha usado él? Entonces estará al otro lado del mar.
—¿Y qué solución hay?, siempre que se dé el caso —preguntó Stan.
—¿Sabéis nadar? —les preguntó el cazador—. Y del caballo hay que olvidarse. Es imposible que pueda cruzar, incluso si estuviera la barca.
—Yo no sé —reconoció Cora.
—Yo tampoco —dijo Stan algo avergonzado.
—No hay problema —les tranquilizó Éltor—, sólo tenéis que dejaros llevar. Entre los que sabemos lo haremos, ¿verdad?
—Sin problema —asintió Tórnax.
—Y la travesía a nado, ¿es muy larga? —preguntó Jin.
—Un poco —respondió Éltor—, pero ahora no debe preocuparos esto. Es casi seguro que estará la barca. Vamos, démonos prisa, empiezan a caer gotas.
Efectivamente, empezaba a llover y el viento empezaba a ser frío. Se pusieron inmediatamente en marcha y con la cabeza gacha y bien recogidos en sus capas, pues la lluvia era intensa, fueron siguiendo camino hasta la noche.
Éltor no tuvo que esforzarse mucho para hallar el sitio donde acampar, pues el terreno era muy homogéneo. Además el suelo estaba completamente mojado por la lluvia que no había cesado. Era una lluvia fina que iba calando a medida que caía sobre ellos. Todos tenían cara de cansados y les daba lo mismo dormir en un sitio que en otro, lo único que querían era dormir y marcharse de allí cuanto antes para llegar a Aras y dormir bajo cubierto. La proximidad del mar interior hacía que el clima fuese húmedo y juntamente con la lluvia, aunque no hiciese excesivamente frío, éste se les hubiese metido en los huesos y tiritaban.
No pudieron encender una hoguera como en la noche anterior, pues todo estaba muy mojado, con lo que la sensación de frío era todavía mayor. Éltor decidió que sin hoguera y cayendo lo que estaba cayendo, sería muy difícil que alguien andase por allí y pudiese descubrirles, por tanto no iban a hacer guardia.
Toda la noche estuvo lloviendo con la misma intensidad. Cuando amaneció, una mirada al cielo fue suficiente para darse cuenta de que seguiría lloviendo todo el día, como mínimo. Se levantaron con prisa, con ganas de llegar a lugar seco y resguardado. Feiter tosía mucho y Cora, poniéndole la mano en la frente, le dijo a los demás que el niño tenía fiebre. Jin comentó que debían encontrar un huresán, del que les hizo una descripción para que les resultase más fácil hallarlo. Luego debían de administrarlo para que el muchacho mejorase.
Seguían camino mucho más atentos, buscando la hierba que Jin les había descrito y a media mañana apareció ante ellos el mar interior de Arimán. Éltor se detuvo y esperó a que todos llegasen a su altura.
—Este es el mar de Arimán —dijo a los demás señalando la gran extensión de agua que tenían delante—. Un mar enorme de agua dulce, con sus oscuras aguas. Alimentado por tres ríos: el Olfe, el Arimán y el río Perdido. De él surge uno de los tres ríos, más caudaloso si cabe: el Arimán que desemboca en la capital, Barintia. Ahora sólo necesitamos cruzarlo y el camino hacia Aras no tendrá ninguna dificultad geográfica. Del mar, Kilias Nor, el cartógrafo real, dijo en una ocasión que era el pozo del reino de Hárkad. Es un mar traicionero y con lluvia, más peligroso todavía.
Todos se quedaron mirando unos instantes las oscuras aguas del mar de agua dulce que hasta entonces había estado oculto a sus ojos. Pronto se dieron cuenta de que Éltor ya se alejaba. Les había cautivado su color, su movimiento, las ondas producidas por las gotas de lluvia y su soledad, allí en medio de la Gran Llanura de Hárkad.
Enseguida alcanzaron al cazador que les siguió conduciendo por terreno semipantanoso. El avance se hizo más lento, pues muchas veces había que dar la vuelta porque el itinerario no se veía nada claro. Casi al final de la mañana, el terreno se hizo más sólido y aprovecharon para hacer una parada. Estaban calados completamente. Éltor les aconsejó que se quitasen las botas porque podían tener sanguijuelas.
Solamente con pensarlo se estremecieron todos, pero haciendo caso de lo que Éltor les había aconsejado, cada uno de ellos se fue sacando el calzado y subiéndose los pantalones. Allí aparecieron las sanguijuelas. Éltor les echaba sal que llevaba en una bolsita de cuero para tales ocasiones y al cabo de unos instantes, con los dedos, tiraba de ellas con facilidad; luego aplicaba una hierba desinfectante llamada norde. Al rato estaban todos liberados de las molestas sanguijuelas, pero el niño no parecía haber mejorado de su fiebre, sino que después de haber andado por los pantanos, estaba mucho peor. Buscar la hierba que había dicho Jin era bastante difícil en ese terreno, pero ahora que parecía que se volvía menos embarrado, tal vez podrían encontrarla.
Siguieron camino, siempre bordeando el mar interior en dirección sudoeste, ahora ya mucho más rápidos, pero sin dejar de llover; hasta que llegaron a un paraje donde afloraban grandes rocas de granito, allí el cazador se detuvo. Miró en varias direcciones como orientándose y finalmente se dirigió hacia un lugar concreto.
—Quedaos aquí. Descansad. Tú, Tórnax, ven conmigo.
Se apoyaron en las rocas de granito que estaban completamente empapadas y Tórnax le siguió con paso acelerado. Unos doscientos metros más allá se pararon.
—¡Mierda! No está la barca.
—¿Cómo que no está? —preguntó Tórnax buscando por todos lados.
—Fíjate, la dejamos aquí —dijo señalando hierba aplastada bajo unos matojos bajos.
—¿Entonces?
—Mi hermano se habrá adelantado.
—Pero si no sabía dónde íbamos —respondió Tórnax—. La hierba no está muy aplastada, como mínimo aquí no ha habido embarcación en dos semanas. Si se la ha llevado tu hermano, desde luego no fue para seguirnos a nosotros.
—¿Qué ocurre? —dijo Jin que llegaba en esos momentos donde estaban los dos muchachos—. ¿Problemas?
—No tenemos barca —respondió Éltor—, pero no tendremos problemas. Esta noche nos quedaremos a este lado y mañana cruzaremos a nado.
—Vaya —dijo Jin—, ya es mala suerte.
Volvieron los tres al improvisado campamento y les comunicaron a los demás cuáles eran lo planes. No pusieron muy buena cara, pero no les quedaban más opciones. Esa noche tampoco hicieron guardia, estaban demasiado cansados y necesitaban reponerse para el día siguiente.
Despertaron muy temprano, pero apenas podían ver dónde se hallaban. Había dejado de llover, pero había una niebla especialmente densa que no daba visibilidad a más de un metro de distancia. Éltor les animó para la empresa que iban a realizar. Lo primero que hizo Éltor fue liberar al caballo y cogió todo aquello que necesitaban y luego empezó a quitarse la ropa para quedarse con lo mínimo, mientras que la que se quitaba, la iba poniendo en un fardo atado con una cuerda. Los demás seguían sus consejos y hacían lo mismo. Feiter temblaba de fiebre.
—Stan —le llamó Éltor—, tú vendrás conmigo. No te muevas y no pasará nada.
—Yo llevaré a Cora —dijo Tórnax.
Se metieron en el agua que estaba helada, todos resoplaron al notar el frío contacto, pero fueron entrando.
—Seguidme —les indicó Éltor que empezó a nadar boca arriba mientras con una mano sujetaba a Stan que iba dando impulso con los pies tal como le había enseñado el cazador—. Yo os llevaré hasta la otra orilla.
Tardaron bastante. La niebla fue disipándose por el camino. Salió un tímido sol que no lograba calentar el ambiente, pero al menos les permitía ver hacia qué punto exacto de la otra orilla se dirigían sin que hubiese peligro de perderse. Durante el trayecto a nado, Jin tuvo que ocuparse del niño que casi no avanzaba y tenía los ojos enrojecidos por la intensa fiebre.
Cuando salieron del agua era casi mediodía. Lo primero que hizo Éltor fue buscar leña para encender un fuego y secarse, pidió ayuda a Stan y a Tórnax y al cabo de poco rato ya tenían un buen fuego para calentarse y secar las ropas. A Feiter lo cubrieron con las primera ropas que se secaron mientras los otros se calentaban junto a la hoguera. Estaban exhaustos por el esfuerzo hecho, pero estaban al otro lado del mar y sin apenas percances.
A medida que fueron secándose las ropas de cada uno, y se fueron vistiendo, se dispusieron a comer algo, aunque Jin buscaba la hierba para Feiter. El niño estaba muy bien tapado y junto al fuego, pero tiritaba y deliraba. Éltor se alejó un instante después de comprobar que todos estaban bien, más o menos, y se fue a buscar la embarcación. Al rato volvió.
—La barca está en su sitio —informó el cazador—, intacta.
—Así pues, la debió usar tu hermano —dijo Krahova.
—Eso parece. No sé dónde habrá ido.
—¿Y qué hacemos con el muchacho? —preguntó Stan—. No se tiene en pie.
—Tendremos que improvisar algo —dijo Éltor.
—Esperaremos a ver si Jin encuentra lo que busca —dijo Cora esperanzada.
—Aunque lo encuentre, no podemos esperar a que haga efecto —dijo Éltor—, deberíamos estar ya en Aras; seguramente nos estarán esperando impacientes.
—Tampoco podíamos ir más rápido —observó Tórnax.
—Podíamos —dijo Éltor—, retrasé el paso para dar tiempo a mi hermano a que nos alcanzase. Si hubiese sabido que no iba a llegar, habríamos acelerado el ritmo.
—Entonces… —empezó Krahova—, avisad a Jin. Que deje de buscar.
—Llevaremos al niño por turnos entre Stan, Tórnax y yo —propuso Éltor previsor—. Lo ataremos a nuestra espalda.
—De acuerdo —asintieron los dos.
Avisaron a Jin para que dejara de buscar la planta, se repartieron los bultos, mochilas y equipajes y Tórnax se colgó al muchacho en la espalda. Éltor lo amarró bien con una cuerda y se dispusieron a avanzar después de apagar la hoguera que habían encendido y dejar el menor número de rastros posibles.
De nuevo Éltor encabezaba la expedición, conduciéndoles por campo abierto en dirección sudoeste hacia el antiguo camino que unía Aras con Yíldiz y con Cumia, que corría paralelo al río Íler y que antiguamente había servido para unir la, ahora, ciudad maldita, entonces en su máximo esplendor, con Barintia, la otra ciudad de Hárkad con la que se disputaba la supremacía antes de la Gran Guerra.
El trayecto era muy apacible, el sol fue brillando con más intensidad a medida que avanzaban hacia su destino. La temperatura se fue suavizando a cada paso avanzado hacia el sur. No parecía haber peligro, era como si Mármora se hubiese olvidado de ese pedazo de tierra. Pararon para comer y dormir, pero ahora de nuevo hacían guardias; y se relevaron en el transporte del muchacho que no parecía mejorar y al que le costaba respirar cada vez más. A pesar de todo, Éltor imprimió una rapidez a sus piernas, para ganar tiempo y llegar lo antes posible, que iba acabando con la poca resistencia que les quedaba.
La noche antes de lo que tenían previsto llegar, estaban todos sentados junto a una pequeña hoguera que habían encendido, menos el niño que dormía plácidamente, bien abrigado.
—¿Qué nos vamos a encontrar en Aras? —preguntó Krahova.
—Me temo que nada —respondió Stan desanimado—. Todos sabemos que Aras es una ciudad olvidada.
—Te equivocas —repuso Éltor—. ¿Alguien ha estado allí alguna vez?
—No —respondieron todos tímidamente.
—Es una ciudad en ruinas, ciertamente Stan —explicó Éltor—, pero vive gente. Algunos años después de la Gran Guerra, algunos volvieron a habitarla. El rey estaba demasiado ocupado para esas menudencias, además se supieron mantener bien ocultos, sin levantar sospechas. Consiguieron su objetivo: que se olvidasen de ellos. Han sobrevivido gracias a la caza y a un comercio secreto con Cumia, que siempre les fue fiel. Yo estuve hace ya algunos años con mi padre y mi hermano. No sé qué asuntos tenía mi padre con esa gente, pero quiso que fuésemos los dos con él y nos mostró la ciudad con orgullo, satisfecho de que volviese a estar habitada.
—Pero los que viven allí, ¿cómo se esconden? —preguntó Tórnax.
—Viven en los subterráneos de los palacios que fueron saqueados por las tropas de Íler Ármitac —continuó Éltor—. No tienen casi nada, excepto la esperanza de ver a la ciudad resurgir de sus ruinas, supongo. Me dijo Xilos…
—¿Xilos? —preguntó Krahova.
—Sí, Xilos. Estuvo conmigo ya hace algunos días, mientras dormíais. Me dijo que no os lo dijese. Respete su deseo.
—Pero Éltor… —protestaron los otros, menos Krahova.
—¿Qué te dijo? —preguntó la muchacha de Yíldiz cada vez más interesada.
—Que en Aras hallaríamos respuestas. Ya veremos —dijo Éltor—, ya veremos…
Todos se quedaron en silencio, con la mirada perdida, pensando e imaginando la ciudad maldita. Poco a poco el sueño les fue venciendo y fueron quedándose dormidos. Todos menos Éltor que seguía dándole vueltas a lo que el anciano le había comentado. Aquella noche todos soñaron con Aras, cada uno la imaginó a su manera, tal como la entendía, tal como había oído hablar de ella en leyendas, historias y cuentos de niños.
Despertaron ya muy avanzado el día. Feiter parecía estar mejor, no tenía fiebre ni dificultad en respirar. Se levantaron, comieron algo y se pusieron en camino. Ahora el niño, aunque ayudado, podía avanzar por su propio pie. Pasado el mediodía, cuando ya avanzaba la tarde, Éltor que encabezaba la marcha junto con Krahova, se detuvo y tal como iban llegando los demás a su altura, les hizo pararse mientras con la mirada les señalaba a la lejanía. Y allí, a unos pocos kilómetros, se podía ver la silueta de lo que seguramente era Aras.
A pesar del tiempo, del estado ruinoso y de lo que les habían contado de malo sobre la ciudad, ésta tenía todavía el poder de fascinar sobre aquellos que ahora la contemplaban.
Estaban absortos. Era tan soberbia, tan blanca, tan magnífica. Los fuegos enemigos, incluso la rabia con la que había sido destruida por Íler Ármitac, el gran rey, no habían podido hacer mella en su imagen. Apenas se atrevían a avanzar hacia la urbe, una mezcla de miedo y leyenda les oprimía el corazón con la sola visión de sus murallas medio derruidas y de hierbas creciendo por doquier, dándole un aspecto salvaje. Ni tan siquiera podían llegar a imaginarla cómo hubiese sido en pleno apogeo. Pero de lo que sí estaban seguros era de que debió ser la ciudad más hermosa que jamás hubo sobre Hárkad y que su destrucción fue un acto irracional y vengativo, cosa que no decía nada bueno de los Ármitac.
Superado este primer instante, una nueva fuerza les animó a entrar en Aras, la ciudad maldita, y quebrantar todas las leyes en un claro desafío moral a sus creencias, que habían sido impuestas durante el largo reinado, ahora extinto, de los Ármitac.