Féllow les contó, mientras sus hombres se ocupaban de los cadáveres, muy por encima, la historia de los jinetes rojos. Habían sido unos mercenarios, cuyas cotas estaban pintadas de rojo, que sirvieron con honor y eficacia a los antiguos reyes de Aras, la ciudad maldita. Hasta que traicionaron a la propia ciudad en la Gran Batalla que dio paso al reinado de los Ármitac. Pero su traición fue pagada con la muerte y desapareció todo vestigio de su nombre desde que Aras fue destruida por Íler Ármitac, el gran rey.
—¿Y qué significa que renazcan estas marcas? —preguntó Krahova.
—Tal vez alguien quiere resucitar el prestigio que tuvieron —respondió Féllow.
—¿Quién? —preguntó Tórnax—. ¿Quién sería tan insensato?
—Alguien que quiere emular el poder que una vez tuvieron los reyes a quienes sirvieron estos mercenarios. Y es que, casualmente, esta tarde me llegaron dos correos. Uno es una notificación de mi superior, indicándonos que Damon Wacla[39], capitán general de las fuerzas de Hárkad en Mármora, ha reclamado el trono y avisa que las ciudades, que no se sometan a su poder, serán atacadas sin miramientos.
—Vaya, esto no es buena noticia —comentó Smeg—. ¿Y se atreverá a atacar Barintia?
—Seguramente será la última de las ciudades que asediará, porque Barintia sólo reconoce a un heredero: Émel Ármitac. Si está vivo, claro. Primero intentará que se le alíen otras ciudades, de la forma que sea posible, para no tener demasiados frentes abiertos.
—Xamin no se unirá a ellos —replicó Tórnax.
—Ni Yíldiz —repuso Krahova.
—Ni Cumia —dijo Smeg.
—Pero Dapur… —se lamentó Stan.
—Dapur se inclinará hacia cualquiera que quiera amenazarle —dijo Jin.
—El segundo correo es éste —cortó Féllow—. Leo: «Féllow Kur. Capitán de Barintia».
Casa de la guardia A. Estimado Féllow: No sé si este mensaje te llegará a tiempo, espero que sirva de algo, aunque me temo que de poca utilidad será.
Ha llegado a mis oídos que mi hombre de confianza, uno de mis mejores amigos, al que conoces como Landin Kedir, está lejos de su recta conducta. Temo por la vida de Nora, pero sobre todo por la integridad de mi hijo Fende. Haz lo posible para mantenerlos fuera de su alcance, escondiéndolos en tu propia casa, si esto fuese necesario.
Yo me dispongo a partir hacia Barintia al mismo tiempo que este mensaje lo hace hacia tu casa; aún puedes ayudarme. No confíes en nadie salvo en el apreciado Smeg. Landin no va solo, lleva consigo mercenarios de Mármora. He sabido que Landin es hermano de Wylan Kedir, al que dábamos por muerto hace algunos años.
Suerte y hasta pronto. Firma: «Tárneas Krebb.».
—Veis, tenía yo razón —dijo Stan.
—Pues mañana cogemos el camino hacia Cumia —sentenció Jin.
—Un momento —dijo Féllow—, alguien tendrá que contarme de dónde has salido tú, pequeña.
—Verás… —empezó Tórnax.
—No hace falta que me defiendas de nada —protestó Jin, molesta.
—No se trata de eso —dijo Tórnax en tono conciliador—. Yo le quité la joya y la lancé por la ventana a quien le esperaba abajo.
—Así que tu amigo es a quien cogimos, ¿no? —dedujo el capitán—. Esto te convierte en su cómplice y a ti, Tórnax, en su ayudante.
—Pero… —protestaron los demás al unísono.
—Haremos una cosa —anunció Féllow—. Yo sé que actuaste sin malicia, Tórnax, pero… Yo no sé ni he visto nada. Tenemos la joya y se la podemos devolver a su propietario, el consejero de Dapur, Scio Lob. Tenemos un joven que asume toda responsabilidad. No quiero más complicaciones. ¿De acuerdo?
—Sí —dijo Tórnax apenado mientras los demás asentían con la cabeza.
—En cuanto a ti, jovenzuela —prosiguió el capitán—, deberías estar en la cárcel con tu compañero.
—Es peor dejarla libre —cortó Krahova—, créeme. Además la necesitamos en la empresa que nos acomete. Landin es un tipo peligroso y va acompañado. Ella lo ha visto —mintió—. Y tú, Stan, no hace falta decirte que contamos contigo.
—Para mí —concluyó Féllow— eres cómplice de robo y por tanto, ladrona. Tienes un día para abandonar Barintia y mientras yo sea capitán, no quiero volver a verte en esta ciudad.
—Sí. No te preocupes por mí —respondió Jin.
—Bien, os dejo que tenéis cosas que preparar. Lo que necesitéis, decídselo a Smeg, él me hará llegar vuestras peticiones y yo os las enviaré lo antes posible si están en mi mano.
Féllow se levantó de la silla y se fue de la posada. Fuera le esperaban varios soldados que habían recogido los cadáveres de los mercenarios y se habían llevado el caballo malherido.
La calma volvió a la posada de Smeg durante un instante. Todos se quedaron mirando la puerta por donde había desaparecido el capitán, cada uno pensando e imaginando qué cosas le esperaban a partir de ese momento. Como siempre, Krahova fue la primera en romper el silencio.
—¿Y bien Stan?
—No tengo donde ir, ni mucho dinero. ¿Me queda elección?
—Te lo agradezco Stan —le dijo Krahova con una dulce sonrisa.
—Sólo tenemos dos caballos —apuntó Tórnax—, y somos cuatro.
—Yo llegué a caballo —dijo Jin presurosa—, y mi amigo también. Están bien guardados en el establo donde los dejamos.
—¿Y el círculo ese? —preguntó Tórnax.
—Tiene sus métodos. Encontrarán a Prícet[40], mi compañero. Esperemos que les diga que ya no estoy entre los vivos.
—¿Y por qué crees que dirá eso? —preguntó escéptico Stan.
—Porque me quiere demasiado para verme muerta —respondió con naturalidad Jin.
—En fin, confiemos en ello —resumió Tórnax—. Veamos, ¿qué necesitamos?
Hasta bien entrada la noche, los cuatro nuevos compañeros estuvieron discutiendo la estrategia a seguir y qué cosas les resultarían útiles para enfrentarse a los secuestradores.
Smeg iba y venía de la mesa trayéndoles comida, contestándoles sus preguntas y escribiendo sus peticiones para cargar con todo lo necesario. Al final el cansancio hizo mella en ellos y, aún a pesar de estar muy eufóricos, el sueño fue abatiéndolos uno a uno. Jin fue la primera en irse a dormir a la habitación que había ocupado ese día, un instante después le siguió Krahova. Casi al mismo tiempo, Stan ocupó la habitación contigua. Sólo Tórnax se quedó un rato más repasando la lista de lo que habían pedido y estudiando la posibilidad de recuperar al niño sin sufrir muchos daños. Parecía ser el más consciente en cuanto a lo peligroso de enfrentarse a Landin y a sus mercenarios y le iba a resultar difícil que la euforia no se apoderase de sus compañeros. Sabía que Krahova era bastante capaz con el arco, pero en la lucha cuerpo a cuerpo no sabía cómo saldría del enfrentamiento. De Jin, según le habían contado, era excepcional con el arco largo, pero se temía que no fuese lo suficientemente eficaz con la espada. Y de Stan no sabía nada, tan sólo que no llevaba un arco en su equipo, aunque había pedido uno. Smeg se sentó al lado de Tórnax, y aunque le dio un par de palmadas en la espalda, esto no le tranquilizó en absoluto.
—Tened mucho cuidado. Ese Landin no es buena pieza.
—Lo sé, Smeg. Pero por qué no envías a soldados —preguntó Tórnax.
—Los soldados son necesarios en Barintia. Y ahora más, después de las inquietantes noticias que nos llegan del sur. De todas formas no te preocupes, si vuelven por el río, la guardia está avisada.
—Y si no vuelven es que se enfrentarán a nosotros.
—Lo que tenga que ser… será —sentenció el posadero—. Mañana os despertaré temprano, os tendré preparada comida para una semana para los cuatro. Vete a dormir.
—Gracias Smeg. No sé cómo podré pagarte. Enviarás estas cartas a Yíldiz —dijo mientras le entregaba unos papeles manuscritos.
—Devolviéndonos al hijo de Nora, nos pagarás de sobra. No te preocupes, los papeles llegarán a su destino.
Tórnax se levantó y se fue a dormir a la misma habitación que Stan. No descansó nada, tuvo pesadillas y malestar y cuando la llamada de Smeg sonó en la puerta le dio la sensación de haber dormido demasiado poco.
Después de un desayuno rápido, Jin fue a buscar los caballos que tenía en el establo de la otra posada, sus tres compañeros prepararon el equipaje y distribuyeron todo lo que tenían más lo que Féllow había dejado de madrugada en la posada, ya que Smeg le había facilitado la lista después de que todos se hubiesen ido a dormir. Stan ya tenía su arco. Todos estaban preparados, esperaban a Jin que volviese con los caballos. Al rato apareció la muchacha con los dos animales. Hacía un día espléndido, muy frío pero claro. La nevada del día anterior había dejado un paisaje blanco, pero el sol lucía con fuerza aunque eran necesarias las ropas de abrigo.
Nora, Smeg y su mujer Crima se despidieron de los cuatro deseándoles suerte y volverlos a ver lo antes posible con el niño. Nora parecía no estar en sí. El propietario de la posada le entregó a Tórnax una nota, en el último momento.
—Toma, esta es la lista de los nombres en quienes puedes confiar en cada ciudad.
Puede seros útil.
—Gracias de nuevo, Smeg. Esperamos regresar pronto.
—Suerte —les deseó el hombre.
Poco a poco fueron alejándose en dirección este, por el mismo camino por el que Tórnax y Krahova habían llegado. Tórnax abría el paso de la pequeña comitiva y Jin era quien la cerraba. Todos iban en silencio, ni tan siquiera se giraron, aunque Smeg no entró de nuevo en la posada hasta que hubo pasado un buen rato desde que habían desaparecido de su vista. El grupo iba más bien triste. A pesar de lo ocurrido en Barintia, el haber conocido al posadero y a Féllow, les había dado seguridad. Habían pasado buenos momentos con ellos.
Stan, que no podía quejarse del trato recibido en la cárcel, veía que su vida daba un giro de nuevo y que lo que había hecho en Dapur quedaba lejísimos. No podía volver a su ciudad y si lo hacía sabía que Wylan iba a castigarle por haberle engañado, por no haberle contado toda la verdad y sobre todo porque la joya tampoco estaba ya en su poder. Lo que más le preocupaba era saber que si no recuperaban al niño, Landin se reuniría con su hermano, justo allí donde no podía volver y donde más le necesitarían.
Pero Stan no era el único que no podía regresar. Jin no olvidaba que ella tampoco podía volver a Dapur sin arriesgarse a ser ajusticiada por el Círculo Negro, en cualquier esquina, por la espalda y con veneno. Sin embargo sabía que ese peligro no se limitaba a la ciudad de origen. Al muchacho que la había acompañado, le encontrarían y le torturarían. Sería cuestión de tiempo que hablase y entonces sabrían que ella estaba viva y la buscarían por toda la Gran Llanura, sin importarles nada y poniendo en peligro la vida de sus compañeros.
Tal vez la que mantenía mayor ilusión por el viaje que habían emprendido, aún a pesar de los riesgos que esto significaba, era Krahova. Si conseguían recuperar al hijo de Tárneas, éste iría a Barintia para agradecérselo y esto significaba poder plantear su proyecto a alguien con mucho dinero y que podía creer en él, es decir, la libertad para su padre. Tenían que conseguir liberarlo a toda costa.
Según las indicaciones de Smeg, el lugar ideal para desembarcar estaba a casi una jornada de la capital, lo que significaba que no llegarían allí hasta la tarde y por tanto sería oscuro, lo que les obligaba a tomar mayores precauciones. Se suponía que los mercenarios estarían esperando a su compañero con los caballos, aunque seguramente sabrían que su compañero habría podido sufrir cualquier percance y que allí podía presentarse gente enemiga, incluso soldados de Barintia. Por tanto era seguro que estarían preparados para el combate. Tener en su poder a ese niño significaba tener bajo voluntad a uno de los personajes con más influencia de la capital e incluso de todo el Reino de Hárkad.
Tórnax había decidido que a mediodía buscarían un lugar para comer algo caliente y para descansar, tanto ellos como los caballos, y para planear los últimos detalles a tener en cuenta, pues tampoco sabían a ciencia cierta qué podían encontrar. Estaba claro que ellos partían con desventaja, o al menos así lo creía Tórnax. No sabían qué esperaban los otros para desembarcar, podían esperar una señal convenida que ellos no conocían, evidentemente; tampoco sabían como era el escenario, si habría árboles, grandes piedras o sería un prado abierto, completamente nevado que no dejase ocultarse convenientemente. El camino que ahora seguían estaba acompañado de árboles solitarios y pequeños bosques y por lo que Tórnax recordaba de su viaje con Krahova, la floresta iba en aumento a medida que se acercaban al río y al este. La nevada caída la noche anterior en Barintia no era nada comparada con la caída en el campo abierto, a veces se perdían las pistas del camino y esto les iba retrasando poco a poco. Para ellos era vital perder el menor tiempo posible, pues los secuestradores sólo tenían que seguir el río a contracorriente y podían llegar al lugar antes que ellos. Llegar más tarde sería fatal para sus aspiraciones, pues podían ser emboscados y acabar con el grupo en un instante.
Al cabo de un buen rato, en que ninguno no había pronunciado palabra, Tórnax determinó que habían llegado a un lugar idóneo para parar a comer. El lugar era un pequeño bosquecillo formado por una docena de árboles bien agrupados y un par de afloraciones graníticas que podían resguardarles del viento ligero que soplaba y les permitiese encender una pequeña hoguerilla.
—Aquí nos paramos —dijo Tórnax parando su montura y apeándose mientras estiraba brazos y piernas—. Comeremos un poco y luego proseguiremos camino.
—Me parece un buen lugar —asintió Jin imitando a Tórnax al descender del caballo—. Ya empezaba a tener hambre.
—Iré a por leña —dijo Krahova haciendo lo mismo que sus compañeros.
—¿No piensas bajar del caballo? —preguntó Tórnax a Stan, al verle que se había quedado como paralizado mientras las dos chicas se movían de un lado hacia otro recogiendo leña—. Ata los caballos a este árbol.
Encendieron una pequeña fogata y prepararon un poco de comida, calentándola para que les reconfortase del frío que habían sufrido durante el trayecto de la mañana, aún a pesar de llevar gruesas ropas de abrigo que les protegían. Comieron en silencio, cada uno pensando en lo que se avecinaba. Cuando acabaron de comer, Stan, visiblemente nervioso se levantó para desatar los caballos e irse lo más rápidamente de allí.
—Espera Stan —le dijo Tórnax que se había recostado sobre una de las piedras para descansar la espalda—. Tenemos tiempo, ellos no llegarán hasta bien entrada la noche y nosotros al atardecer. Descansemos un poco.
—Tórnax tiene razón —aprobó Krahova—. Lo mejor es que nos tranquilicemos todos.
Esperarles nos da ventaja.
—Está bien —respondió Stan dejando de nuevo los caballos atados en los matorrales—. Voy a echar un vistazo por los alrededores.
—Te acompaño —dijo Jin levantándose con agilidad increíble—. Ahora volvemos.
—Dormiré un poco —dijo Tórnax una vez se hubieron alejado los otros dos—. Esta noche no he dormido nada y estoy cansadísimo. ¿Me despertarás?
—Claro, descansa —contestó Krahova mientras empezaba a recoger los restos del improvisado campamento.
El muchacho no tardó ni un instante en quedarse dormido, sin embargo una sombra funesta le perseguía incluso en sueños, lo que no le dejó descansar todo lo que hubiese deseado; mas aunque el sueño no fue reparador, sí fue profundo. La muchacha, cuando hubo recogido, se sentó junto al fuego para esperar un poco y darle tiempo a Tórnax a descansar, pero en la espera también fue vencida por el sueño y se quedó dormida.
Jin y Stan se alejaron del campamento a una distancia prudencial, la mínima para seguir siendo vistos y que ellos pudiesen ver a sus compañeros. Andaban de un lado a otro para soportar mejor el frío, aunque el día era soleado. Hablaron de Dapur, del Círculo Negro y de Dívilo. A Stan le preocupaba saber quién había acabado con la vida de su amigo, pero Jin no le podía dar esa información porque ciertamente la sabía. A ella también le habían encomendado seguir a Stan a la mañana siguiente y recuperar la joya aunque ello significase acabar con la vida del infeliz muchacho. Sin embargo Jin sabía que Stan no tenía mucha relación con ese mundo y que sus trabajos se relacionaban más bien con el robo de bolsas de dinero en plena calle, en el tumulto de las concentraciones en días de mercado o en choques fortuitos con las víctimas, simulando descuidos, etcétera. Por eso, le confesó Jin, estaba esperando que llegase la noche para entrar a hurtadillas en la habitación y robarle la joya. Se hubiese ahorrado muchos problemas, pues siempre es más engorroso cargar con un cadáver; y aquella misma noche hubiesen vuelto a Dapur a devolver el rubí a quienes lo querían para sí. Stan hubiese permanecido con vida y en Barintia no se hubiese registrado ningún incidente que hubiese levantado sospecha alguna.
Sin embargo había una cosa que Stan no entendía. Por qué Scio Lob, el dueño legítimo del rubí, estaba en Barintia y le había identificado a él. Jin no podía ayudarle mucho a responder esa pregunta, pero le comentó algo que ella misma sí había podido comprobar desde el momento en que empezó a seguirle y es que había dejado muchas pistas, sobre todo con la visita al viejo joyero. Ella misma le había interrogado cuando Stan salió del comercio y el viejo se dirigía a casa de Wylan a contárselo todo.
—Vaya, así que Wylan debe saberlo absolutamente todo —comentó Stan.
—Acaso lo dudabas —le respondió Jin con una pregunta—. Y desde luego el Círculo irá tras de ti si se entera de que sigues con vida. Has hecho que les quitasen la joya en sus propias narices.
—Yo no hice nada —se excusó Stan.
—Y eso sin hablar del Círculo Rojo… Estás metido en un buen lío. No me gustaría estar en tu pellejo.
Stan cambió el color de su cara. Era evidente que a Dapur no podía volver, pero las dos organizaciones conocidas como Círculo Rojo y Negro, podían tener infiltrados en cualquier ciudad de Hárkad. Tendría que mantenerse alejado de todas las ciudades, al menos durante un tiempo.
Habían hablado durante mucho rato, ni se habían dado cuenta de cómo había pasado el tiempo. Fue Jin la primera en extrañarse, pues desde donde estaban podía verse a Tórnax y a Krahova y todo parecía aparentemente normal. Stan decidió ir hacia el campamento, pues ya empezaba a menguar la luz y todavía les quedaba un buen trecho hasta el punto donde muy probablemente desembarcarían Landin y sus hombres. En cuanto llegaron, enseguida comprendieron que estaba pasando, que se habían quedado dormidos. Los despertaron con celeridad y Tórnax al observar la luz se lamentó profundamente de lo ocurrido.
—Vamos a los caballos, rápido —ordenó Tórnax—. Si teníamos alguna ventaja, la estamos perdiendo. Debemos darnos mucha prisa.
—Lo siento —se disculpó Krahova, fue culpa mía. También me quedé dormida.
—O nuestra —replicó Stan—. No debimos alejarnos tanto.
—No hay tiempo para esto, ahora. Vámonos —volvió a decir Tórnax.
Montaron en sus caballos y a la mayor rapidez que les permitía la nieve en el camino, se dirigieron hacia el punto donde calculaban que debían de encontrarse con los secuestradores. A medida que iban avanzando hacia el este, el cielo se iba oscureciendo, pues el sol casi se había escondido ya y sólo se proyectaban largas sombras de sus propias figuras, pero además una espesa neblina fue apoderándose del paraje.
—Lo que nos faltaba —comentó Krahova—, niebla. Encima no podremos usar los arcos.
—Esperemos que no espese más —dijo Tórnax—. Aunque la misma dificultad tendrán ellos que nosotros.
Era realmente de noche cuando Tórnax volvió a detener su caballo. Bajó del animal y, tirando de las riendas, se introdujo en un pequeño bosquecillo a la izquierda del camino. Los demás le imitaron y le siguieron. Ataron los caballos a un árbol, haciendo el menor ruido posible y todos sacaron sus armas. La niebla no había espesado mucho, pero la visibilidad no era excelente. Tórnax hizo un gesto indicando silencio a sus compañeros y se dispusieron a acercarse a río lo más sigilosamente posible y ocultándose aprovechando árboles, matorrales y todo lo que encontraron siguiendo esa dirección.
Pronto dejaron de verse los unos y los otros, pero podían oírse perfectamente; aunque los enemigos también podrían hacerlo, pero como no se oía nada más, lo más lógico era pensar que aún no habían llegado. Como un rumor de fondo se oía correr el río a unos trescientos metros de distancia por delante de ellos. Iban vigilando, atentos a los movimientos extraños y sospechosos. Jin fue la primera en llegar junto al río. No había nadie, estaban de suerte.
—Ya podéis salir de vuestros escondites —susurró Jin haciéndose visible—. No han llegado todavía. Aquí solamente estamos nosotros.
—Bien —respondió Tórnax—. Ahora debemos buscar sitios donde apostarnos para abatirlos en cuanto lleguen.
—Un momento —advirtió Krahova que se había acercado a la orilla para asegurarse de cuál era el lugar exacto donde iban a atracar—. Mirad esto.
En el suelo nevado, bien visibles había huellas de una gran embarcación y pisadas de varios individuos, incluso podían apreciarse las huellas de un niño. Ahora podían estar seguros de que ya habían estado allí. Krahova se agachó y examinó las huellas con mucho detenimiento, rozándolas con las manos y observando las que acababan de dejar.
—No hace mucho tiempo —comentó pensativa y concentrada—. Yo diría que llegaron cuando ya era de noche.
—¡Mierda! —exclamó Tórnax—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Que poca paciencia han tenido —comentó Stan.
—Sabían que les esperábamos fuera del establo —dedujo Tórnax, pensativo—. Habrán supuesto que su compañero ha tenido problemas y habrán decidido esperar lo más mínimo.
Igual llevaban aquí más de medio día.
—Creo recordar… —empezó Jin.
—¿Qué? —preguntó Tórnax.
—Smeg comentó que había otro sitio donde podrían intentar desembarcar, aunque era un lugar del río bastante peligroso y se debía conocer muy bien. Tal vez fueron hacia allí, creyendo que por ser un lugar más peligroso, aquellos que les persiguen lo desestimarían.
Aunque pararon aquí un momento por si su compañero les esperaba.
—Podría ser —dijo esperanzada Krahova—. ¿Y recuerdas dónde era?
—Al no ver a su compañero habrán intuido que tuvo problemas y han optado por el segundo lugar. Este otro sitio está a menos de dos días de Cumia. Sabrán —reflexionó Jin— que no pueden desembarcar en Cumia, porque los de Barintia deben haber alertado a los soldados. Incluso desembarcando en el otro lugar, si no estuviese el de los caballos…
—… podría uno solo acercarse a Cumia —continuó el razonamiento Tórnax—, sin levantar sospechas y comprar lo necesario, o robarlo incluso, para poder dirigirse a Dapur.
En el segundo lugar esperarán más y además dejarán la barca.
—¿Y no pueden volver a Barintia río abajo? —preguntó Stan.
—Jamás —respondió Tórnax—. Saben que los están esperando.
Aquella noche decidieron quedarse allí mismo. Recogieron los caballos y los llevaron más cerca del río para que bebiesen. Montaron un campamento en poco tiempo, encendieron un pequeño fuego y se dispusieron a recobrar un poco de fuerzas, estableciendo un sistema rotatorio de guardias, para prevenir cualquier eventualidad. Todos fueron quedándose dormidos excepto Tórnax, a quien tocaba la primera guardia.
Ni durante la guardia siguiente, ni en el resto de la noche, Tórnax no tuvo un sueño tranquilo. Le daba demasiadas vueltas al asunto y cada vez lo veía menos claro. Si no hubiese sido por Smeg, no se habría lanzado a la aventura, además su puesto estaba en Barintia, junto a la casa de los Lekin, para intentar averiguar lo máximo posible de aquella familia. Cada vez estaba menos convencido de haber optado por la mejor solución. Sólo deseaba que este asunto terminara cuanto antes y volver a lo que realmente importaba. Una vez en Cumia, donde pensaba descansar unos días antes de volver a Barintia, le escribiría unas notas a Céndar contándole toda aquella información que el posadero le había regalado.
A Krahova le tocó la segunda guardia, cuando le parecía que sólo dormía desde hacía unos instantes. Después vino el turno de Jin.
A la mañana siguiente, todos estaban levantados y listos. El sueño había sido reparador para casi todos los nuevos compañeros, parecían más relajados, incluso Stan. Pero a esta buena noticia se sumaba una mala. Si la niebla del día anterior les había resultado un fastidio, la de hoy era sumamente más espesa, densa, opaca y fría.
—¿Y esa niebla? —pregunto Tórnax.
—Estamos al lado del río —intentó tranquilizarle Jin—, igual un trecho más allá ya no hay tanta o ha desaparecido.
Iniciaron de nuevo la marcha, lo más rápidamente que les permitía la poca visibilidad y la nieve acumulada en el camino. Sus sospechas se confirmaron cuando al pasar el tiempo, la niebla no aclaraba, sino más bien todo lo contrario. Estaba claro que el clima tampoco se había puesto de su parte.
En los tres días que siguieron, la rutina y la monotonía se apoderaron de los cuatro jóvenes. La niebla no se levantó en todo ese tiempo y el frío era cada vez más intenso. Encendían una hoguera cada vez que se paraban a comer o a dormir, sin importarles si podían ser vistos o no. Durante esos días no se cruzaron con nadie, parecía que la ruta Barintia-Cumia ya no era usada por nadie, pero la verdad era que con ese clima, sólo alguien con una emergencia se aventuraría por los caminos.
Las conversaciones entre ellos no eran muy extensas, se limitaban a decir lo estrictamente necesario, como si un apatía se hubiese instalado en el grupo. Los que más hablaban cuando comían o cuando cenaban eran Jin y Tórnax, sin embargo a Tórnax se le notaba cada vez más intranquilo y por las noches era evidente que no descansaba lo suficiente.
Krahova que conocía el camino por haberlo hecho en algunas ocasiones, sabía que iban retrasándose, que no llevaban la marcha prevista, aunque no decía nada por no preocupar al resto o intranquilizar todavía más a Tórnax. Al principio lo atribuyó a la nieve y a la niebla, pero poco a poco se fue dando cuenta de que era Tórnax, con sus sueños poco reparadores, quien estaba provocando esa situación. No lo debía estar pasando nada bien.
El paisaje que les rodeaba era cada vez más agreste y los bosques iban aumentando en número y extensión. Los árboles más comunes en esa zona eran los abetos y los pinos y cerca del río los álamos y los abedules, sin hojas. Por doquier afloraban piedras de granito del suelo, dando un aire irreal por la misma forma de las rocas. Al final del cuarto día de marcha la niebla era tan espesa que apenas se podía ver a diez metros de distancia, sin embargo los sonidos eran audibles a lo lejos de forma clara. Tórnax iba abriendo paso y parecía ir muy relajado encima de su montura.
—Tórnax —susurró Jin—. No podemos estar muy lejos del lugar.
—Sooo —ordenó Tórnax a su caballo, sobresaltado por la voz de Jin, como si acabase de despertarse—. Desmontemos.
Todos bajaron del caballo.
—A partir de aquí, máximo silencio. Si ocurriese algo imprevisto —instruyó Tórnax en voz baja—, dad el grito de alarma. El objetivo es recuperar al niño sano y salvo. Si tenéis alguna duda sobre su integridad no os precipitéis. Atentos y cuidado.
Los demás miraron a Tórnax con incredulidad y sacaron sus armas como lo habían hecho días atrás. Stan aseguró los caballos en un matorral de allí cerca. En cuanto se giró ya no vio a ninguno de sus compañeros, pero oía el ruido del río algunos metros por delante y hacia allí se encaminó tomando todas las precauciones. No veía absolutamente nada, le aparecían los árboles casi de improviso delante de él. Oía ruidos a ambos lados y supuso que eran sus compañeros avanzando. Poco a poco, el ruido del curso del agua se fue haciendo más intenso a medida que se acercaba.
—¡Sssch! —oyó a sus pies—. Agáchate.
—No te había visto —dijo, agachándose, casi de forma inaudible a Krahova que estaba tras un matorral, a su lado.
—Atento, creo que están ahí delante.
Stan forzaba la vista al máximo pero no veía nada más que niebla; sin embargo una ráfaga de viento frío abrió un jirón de niebla y pudo apreciar lo que parecía una embarcación varada en la orilla, pero no se oía nada ni había luz alguna. De pronto oyó el silbido de una flecha y un sonido sordo como si el proyectil hubiese alcanzado a un cuerpo.
—¡Aaghh! —se oyó en un lugar inconcreto.
—Alguien ha disparado —dijo en voz bajísima a Krahova.
—Silencio —le reprimió la muchacha.
Otra vez esa maldita niebla no le dejaba ver absolutamente nada, pero se había levantado de nuevo la brisa, claramente perceptible y eso significaba que de un momento a otro podrían empezar a vislumbrar todo el escenario. Tenía la espada en la mano, dispuesto a saltar en cualquier momento. De pronto vio a Tórnax, unos metros por delante, trasladarse agazapado y a toda prisa hacia el barco, pero a medio camino entre un árbol y otro, un proyectil impactó en la espalda de su compañero, dejándolo caído de bruces sobre la nieve.
—Le han dado —exclamó Stan sin ningún tipo de precaución.
—Y a ti también te darán si no mantienes la posición —volvió a recriminarle Krahova—. ¿Has visto desde dónde han disparado?
—No.
—Entonces atento porque si vas hacia allí, tú serás el próximo —le anunció Krahova mientras clavaba la espada en la nieve y cogía el arco y una flecha—. ¿Se mueve Tórnax?
—No parece.
—Ve. Yo te cubro —ordenó a Stan.
En el momento en que Stan se levantó para dirigirse a Tórnax, vio como Jin salía a toda prisa de su escondite y se lanzaba a toda velocidad hasta donde estaba el cuerpo herido de su compañero. Stan se quedó paralizado por la sorpresa, pero pudo ver todo lo que sucedía en ese instante. Jin aún no había llegado a la altura de Tórnax cuando de la espesura salió un segundo proyectil, que le alcanzó el brazo derecho.
—¡Aaah! —gritó Jin mientras ponía la rodilla en el suelo y con la mano izquierda se sujetaba la flecha clavada.
Casi en el mismo instante pudo ver como Krahova tensaba el arco hacia la espesura y soltaba una flecha. Un instante después se levantaba y cogía la espada que tenía clavada en la nieve y salía a la carrera hacia donde había disparado.
—¡Uugh! —se oyó en la espesura y el sonido de un cuerpo contra el suelo.
Un cuerpo inmóvil había caído desde lo alto de un árbol. Jin estaba sentada en el suelo con trastornos de equilibrio. Stan corrió hacia ella.
—Rápido, Stan, ayúdanos —le dijo Jin en cuanto llegó.
—¿Qué debo hacer?
Jin cayó hacia atrás con la mirada vidriosa y los ojos desmesuradamente abiertos. Stan no sabía qué hacer, esperaba instrucciones pero nadie le decía nada. Pronto oyó unos pasos por la espalda. Era Krahova que llegaba. La niebla casi había desaparecido.
—¿Qué ocurre Stan? —preguntó apresurada Krahova que traía la espada manchada de sangre—. ¿Cómo se encuentran?
—Sirga, sirga… —repetía Jin con el rostro desencajado.
—¿Qué? —preguntó Stan extrañado—. ¿Sirga?
—¡Mierda! —exclamó Krahova—. Les han envenenado con sirga, un potente veneno.
—¿Qué hacemos?
—Llévalos al río. Saca esas flechas y lava las heridas. ¡Pronto! —gritó Krahova ante la aparente apatía de Stan—. Debo ir en busca del antídoto.
—¿Y me dejas aquí?
—Aquí sólo estamos nosotros, es evidente que quedaron dos para avisar al de los caballos. Ya deben de estar en Cumia, ¡diantre!
—¿Y dónde hallarás el antídoto? —preguntó Stan confuso.
—Me temo que en Cumia, si tenemos suerte.
—Pero si estamos a un par de días de…
—Pues procura mantenerlos con vida. Volveré lo antes posible. Me llevo el caballo de Jin, es el más rápido —cortó Krahova con cara de preocupación.
Stan empezó a hacer lo que Krahova le había ordenado, empezando por Jin, pues parecía que Tórnax no saldría del percance. Ni se giró para ver como la muchacha se alejaba en busca de ayuda. Se limitó a sacar las flechas y a limpiar las heridas al tiempo que aplicaba un cicatrizante para que no se desangraran los heridos.
Acabar de limpiarlos y ponerles vendas en las heridas, volverlos a vestir para que no pasasen frío, le llevó casi toda la noche. Estaba despuntando el día cuando se sentó con la espalda recostada en un árbol para descansar un poco. De repente le asaltó una idea: «y si volvían los hombres de Landin», igual no estaban muy lejos, por eso habían dejado a los dos hombres vigilando la embarcación. Tenía que actuar con rapidez, pues podían presentarse en cualquier momento. Lo primero sería esconder los caballos, pero dónde. Y si mientras los escondía, llegaban y veían los cuerpos de Tórnax y Jin. Eran más importantes sus dos compañeros que los animales, además Krahova volvería con ayuda, o eso es lo que había prometido. Seguramente con esa ayuda vendrían más personas y caballos, por tanto lo primero era ocultar a los heridos.
Se aplicó todo cuanto pudo. Primero trasladó a Tórnax intentando no hacer ningún movimiento brusco para que no se reabriese la herida. Se lo cargó en el hombro con todo el cuidado que pudo y se alejó unos metros hacia el interior de un bosque que se extendía paralelo al curso del agua. El bosque era de abetos con lo que garantizaba un poco de cobertura. Al poco de adentrarse en el bosque halló unas afloraciones graníticas que le podían servir de escondite. Depositó con sumo cuidado a su compañero, se aseguró que seguía con vida y que la venda no se había movido y se fue en busca de Jin. Tórnax ardía de fiebre, ignoraba Stan el tiempo que tardaba el veneno en hacer efecto, pero no parecía que fuese muy fulminante, aunque la dosis podía haber sido pequeña o el veneno podía no hallarse en buen estado.
Trasladar a Jin le costó mucho menos, porque la muchacha pesaba muy poco, menos de cuarenta y cinco kilos, y además la herida era en un brazo, con lo que podía tomar muchas menos precauciones al trasladarla. La levantó en brazos y la llevó hacia el lugar donde descansaba Tórnax. Una vez allí la depositó con igual cuidado y se dispuso a romper algunas ramas de árbol para colocárselas encima a modo de cubierta para pasar más desapercibidos. Jin también tenía fiebre, pero no parecía tener tanta, tal vez la herida había sido menos profunda. Todavía le quedaba ir a por el equipo y borrar las huellas que delataban el traslado hacia el interior del bosque, ya que el blanco manto de nieve era como un libro abierto.
Rápidamente volvió al lugar del enfrentamiento, pero mientras cogía su equipo y el de sus compañeros tuvo la curiosidad de examinar la barca y a los dos mercenarios que habían sido abatidos, ahora que había luz de día.
Lo primero fue registrar a los dos cadáveres. El primero tenía una flecha clavada en el costado, pero le había penetrado por el frontal del cuerpo, a la altura del hígado. Estaba claro que la flecha había salido del arco de Jin, pues era una flecha larga. Iba vestido con ropas de abrigo y una cota de malla ligera bajo la ropa y encima de una especie de zamarra. Era un hombre del sur, de Mármora, sin lugar a dudas. Junto al cuerpo del mercenario había un arco medio y un carcaj con varias flechas, seguramente emponzoñadas con ese veneno que Jin había llamado sirga. Prefirió no tocarlas por si acaso. En el cinturón todavía llevaba la espada envainada y de la bota izquierda asomaba la empuñadura de una daga. También le registró los bolsillos y en un saquito de cuero halló seis monedas de plata, cuatro de ellas de Dapur y el resto de Mármora. Stan se apoderó de las monedas y se fue hacia el otro cadáver.
El otro individuo parecía más viejo que el anterior, Stan le calculó unos cuarenta años. Llevaba un grueso mostacho, pero como el otro, era un hombre del sur. Su rostro reflejaba el curtimiento de muchos años a campo abierto. La flecha la tenía clavada en el pecho y le había causado la muerte instantáneamente; era la que había disparado Krahova. El hombre llevaba ropas y armadura semejantes al otro. Junto al cuerpo también había un arco medio, roto por la caída desde la rama del árbol, y una espada corta de hechura bastante defectuosa. En los bolsillos no llevaba absolutamente nada, ni tampoco tenía ninguna daga en la bota. Parecía haberse roto una pierna, seguramente fruto de la caída.
Stan se dirigió ahora hacia la barca que estaba varada en la orilla. Parecía más bien una barca pequeña, él no entendía mucho de embarcaciones pero seguramente era un tipo de nave especial para navegación fluvial. No llevaba velas desplegadas, pero si tenía un palo donde colocar una vela para navegar por mar. Aunque fuese, seguramente, una embarcación para no adentrarse mucho en el mar. A un lado tenía dos remos y presumiblemente al otro lado tenía dos más, por tanto se necesitaban cuatro hombres para gobernar la nave. Stan hizo sus cálculos con rapidez. Krahova le había dicho que en la posada entraron cinco con Landin. Del establo escaparon todos menos dos y aquí, junto al río, había dos abatidos más, por tanto, mínimo quedaban Landin y un solo mercenario, eso siempre que todos los que entraron en la posada, fuesen los que iban.
Se disponía a saltar a la cubierta cuando oyó voces que se acercaban hacia el lugar donde se hallaba. Krahova no podía ser, pues no había pasado ni medio día, por tanto sólo quedaba una opción, que Landin y su compañero volviesen de nuevo. Había que actuar con rapidez y a Stan sólo se le ocurrió una cosa, correr a toda prisa hasta las manchas de sangre que Tórnax había dejado en la nieve y lanzarse boca abajo para hacerse pasar por muerto y confiar en la suerte. Así lo hizo y unos instantes después estaba allí tirado sin moverse y casi sin respirar.
—¡Mierda! —sonó una voz para él desconocida—. Atacaron ayer por la noche.
—¡Maldita sea! —exclamó una segunda voz con acento del sur—. Y se los han cargado.
—Seguramente apresaron a Jascin y le interrogaron —expuso la primera voz—. No debimos dejar a estos dos aquí. Ya os lo dije.
—Pero alguien tenía que esperarle —argumentó una tercera voz—. Traía los caballos.
—Debimos quedarnos todos —dijo la segunda voz con acento sureño.
—Sí, y enfrentarnos a vete a saber a cuántos, ¿no? —respondió la primera—. Ahora podríamos estar todos muertos y el niño estaría en manos de su padre.
—Al menos abatieron a uno —dijo el tercero con cierto aire de regocijo.
—¡Déjame patearle la cabeza a ese maldito bastardo! —dijo la segunda voz con evidente furia y desprecio mientras Stan se esperaba lo peor.
—¡Déjalo! —ordenó la primera voz—. Ese infeliz ya ha encontrado su sitio. Tú, coge lo que hay en la barca y alejémonos de aquí cuanto antes. Seguro que volverán, además han dejado tres caballos por aquí cerca y sólo hay un cadáver. Es posible que los dos y otros estén registrando y explorando la zona.
—¿Nos llevamos los caballos? —preguntó la segunda voz.
—Claro, no vamos a dejárselo fácil —sonó la primera voz con satisfacción y malicia. Stan se mordía los labios por su torpeza y por permitir que se quedasen los caballos—. ¡Acaba rápido con el equipo! ¡Nos vamos!
—¡Vámonos! —exclamó la tercera voz, saltando de nuevo sobre la nieve desde el interior de la barca.
Stan no se movió hasta que no estuvo completamente seguro de que no quedaba nadie. Sólo entonces rodó sobre sí mismo y miró hacia donde había oído las tres voces. Allí no había nadie, todo estaba en absoluto silencio. Se maldecía por no haber escondido los caballos, sin embargo tenía la esperanza de que Krahova volvería con alguno más, aunque en el peor de los casos tendrían que ir ella y Stan a pie y eso retrasaría su llegada a Cumia.
De todas formas él iba a hacer lo posible para que cuando regresase Krahova los dos heridos estuviesen con vida.
Tres habían sido las voces que había oído y de la del niño no se sabía nada. Era muy posible que hubiese un cuarto mercenario que estuviese con el niño o incluso más. Eso significaba que los cinco que habían entrado en la posada junto con Landin, sólo eran una parte de un grupo más numeroso. Habían tenido suerte de no toparse con todos ellos. Pero ahora que sabía casi con certeza que no volverían, Stan empezó a desnudar a los cadáveres. Cogió toda la ropa de abrigo que llevaban encima y las armas más útiles y el resto lo tiró al río, incluso los cuerpos, que pronto fueron arrastrados por la corriente. Stan en su ignorancia no cogió las cotas de malla ligera. Con la ropa de abrigo, tapó a sus compañeros heridos y les aplicó paños de agua fría y nieve en la frente pues tenían una fiebre alta.
No había mucho más que hacer que esperar a que volviese la ayuda. Estaban en un terreno bastante desolado, fuera del alcance de la vista desde el camino, cualquiera que fuese por él, desde luego, no les vería. Además habiéndose marchado los mercenarios, con sus caballos, sabía que ya no volverían y que les habían dejado en una situación muy desventajosa. Así pues, Stan se decidió a recoger ramas secas y muertas del bosque para encender una hoguera con doble objetivo: el de calentarse él y sus compañeros y que Krahova, o cualquiera que pasase por el camino, tuviese una ayuda para localizarlos más fácilmente. Aprovechó para comer algo, pues el sol estaba ya muy alto, a pesar de que el frío seguía siendo intenso y eso le obligaba a tener que mantener el fuego encendido constantemente.
Después de comer cogió el arco que se había apropiado de uno de los mercenarios y empezó a practicar contra un árbol. No le importaba que se fuesen despuntando las flechas, lo único que quería era coger habilidad, destreza en el manejo de esa arma, pues se daba cuenta de que, en lo que llevaba contado, tener un buen manejo del arco podía salvarle en más de una ocasión la vida y podía abatir enemigos con mayores probabilidades aunque tuviese sus riesgos; pues no acertar en el tiro, delataba la posición y si en el otro bando había otro arquero lo suficientemente hábil, podía ponerle en un aprieto, como había sucedido con los dos mercenarios muertos por las flechas de Jin y de Krahova. Cuando se cansó de practicar con el arco, empezó a hacerlo con la espada.
Poco a poco fue cayendo la tarde y ya un poco más relajado, Stan empezó a pensar con más lucidez. Lo primero que le vino a la mente fue un detalle que no había retenido y que ahora se le presentaba de repente. Era una marca, un tatuaje que llevaban los mercenarios en la parte interna del antebrazo, la misma marca que los caballos de Barintia, aquella marca que Féllow les había dicho que pertenecía a los mercenarios rojos. De repente se lamentó de haber lanzado a esos individuos río abajo, al menos de no haberse quedado con las cotas de malla, pues al limpiar las heridas de Jin y Tórnax se había dado cuenta de que ellos también llevaban protección. Tórnax llevaba una cota de malla más fuerte y compacta debajo de sus ropas y Jin una de cuero rígido. Stan no llevaba más protección que sus propias ropas, así que determinó que en cuanto llegasen a Cumia se iba a hacer con una para proteger su cuerpo, pues si tenían que seguir a esos individuos, el peligro podía acecharles constantemente.
Casi al atardecer de ese mismo día pudo comprobar como Jin también ardía de fiebre, desvariaba, decía cosas sin sentido, de vez en cuando abría los ojos y decía palabras incomprensibles. Stan empezó a temer que todo empezase a ir peor y Krahova no tendría ni tiempo de haber llegado a Cumia. El muchacho intentó recordar las enseñanzas de Licur sobre las hierbas que había descubierto en el viaje a Barintia y empezó a examinar las mochilas de Tórnax y de Jin en busca de algo que le sirviese. Después de examinar ambas mochilas, llegó a la conclusión de que entendía muy poco de hierbas. Jin llevaba una cantidad de hojas, frutos y raíces de los que no conocía absolutamente nada. Y Tórnax, aunque en menor cantidad, también poseía hierbas rarísimas, pero pudo comprobar que tanto uno como otro llevaban algunas hierbas iguales. Imaginó que esas hierbas que llevaban en común servirían para guarecerse de los males más típicos a los que podían enfrentarse, es decir, heridas, roturas, distensiones, hemorragias, fiebre, infecciones, etc. No podía imaginar que Tórnax y Jin llevasen venenos, ya que Licur le había comentado que el uso de venenos estaba muy restringido a unos pocos expertos y que conseguirlos tanto en herboristerías como en campo abierto era muy complicado. Era evidente que Jin sí era una experta, pues instantes después de haber sido herida, dijo el nombre del veneno y Krahova también debía serlo porque lo entendió sin mediar explicaciones. Pero ahora venía lo complicado, primero saber para qué servía cada cosa y después qué tipo de aplicación era la correcta, pues sabía que algunas hierbas simplemente se ingerían pero otras se aplicaban o había que prepararlas para tomar en infusión. Stan optó por la vía directa, peor de cómo estaban no podían estar, por tanto les daría lo mismo a los dos para que ingiriesen y luego a esperar el regreso de Krahova. Seleccionó tres hierbas distintas, las que tenía repetidas los dos heridos y se las metió en la boca a cada uno; luego con agua hizo que las ingiriesen y después de avivar el fuego, les arropó mejor y se dispuso a descansar.
La noche no fue halagüeña para ninguno de los tres. Stan iba dando cabezadas y se disputaba alternativamente el sueño, el mal dormir, con la vigilia. A lo largo de toda la noche aullaron los lobos en las inmediaciones del improvisado campamento, aunque no parecía que tuviesen intenciones de acercarse. Jin mejoró considerablemente, la fiebre le bajó, seguramente por efectos de lo que Stan le había administrado, pero Tórnax no mostraba ningún signo de mejoría. Su herida era mucho más grave y además de la cantidad del veneno, aunque fuese la misma, que se había mezclado con los tejidos, también estaba la pérdida de sangre. La herida de Jin era menos importante. En algún momento Stan pudo apreciar que el semblante de Tórnax se volvía lívido, blanco, casi transparente y daba la impresión de que dejaba de respirar.
Al amanecer la hoguera estaba casi consumida y las reservas de leña estaban agotadas ya que Stan había mantenido el fuego muy vivo por miedo a que apareciesen los lobos. Así pues volvió a dejarles y se fue en busca de más leña para alimentar el fuego de nuevo.
Según sus cálculos Krahova tardaría como mínimo todo ese día entero y seguramente el siguiente en volver, siempre que no hubiese ningún contratiempo y que una vez en Cumia hallase lo que buscaba. De todas maneras Stan intuía que si no se hacía algo con Tórnax y pronto, éste no aguantaría hasta que llegase la muchacha; así que, al mismo tiempo que buscaba leña, aprovechó para buscar alguna hierba que pudiese parecerse a las que había visto en la mochila de sus compañeros, pues las que les había dado la noche anterior ya se habían terminado.
Con lo de la leña y lo de las hierbas, Stan no se percató del tiempo transcurrido, ni de la distancia recorrida y cuando quiso darse cuenta, se había perdido. Empezó a preocuparse cuando miró alrededor y no reconoció absolutamente nada. Miró hacia el cielo y no vio el humillo de la hoguerilla que había dejado encendida. Empezó a dar vueltas sin sentido hacia un lado y otro sin saber bien hacia dónde dirigirse. Al rato se quedó quieto e intentó oír el curso del río Urinis, pero por mucho que agudizaba el oído no había manera de orientarse.
Stan era un muchacho de ciudad y a campo abierto estaba más perdido que otra cosa. ¿Quién le había mandado dejar a sus compañeros sin protección ni cuidado?, y más ahora que estaban completamente desamparados a merced de cualquier maleante o animal salvaje, porque seguro que el fuego ya se habría consumido. Tenía que encontrar el camino de regreso. Si volviese Krahova y no lo hallara, seguro que se pondría furiosa por haberlos abandonado. De pronto recordó, por la luz del sol debía estar más allá del mediodía, eso significaba que debía dejar el sol a su espalda y se encaminaría hacia el este, pero para tener una seguridad mayor debía esperar la puesta del sol que seguro indicaría el oeste.
Pero esperar tanto tiempo y luego andar en la oscuridad del bosque sin fuego, con lobos…
En esos pensamientos andaba cuando oyó un sonido a su derecha, pero un sonido traído por una brisa ligera que se había levantado, un sonido que se asemejaba al traqueteo de un carro. Stan permaneció atento, ese sonido podría indicarle la dirección del camino que iba de Barintia a Cumia. Al instante la brisa volvió a traerle el sonido y Stan se encaminó a toda prisa en esa dirección sin pensárselo. Al rato de andar sobre la nieve a duras penas, por lugares donde se hundía hasta la rodilla, fue a parar ante una de las marcas de piedra que señalaban el camino por el que habían ido al encuentro de esos mercenarios, pero ahora no sabía si ir a derecha o izquierda, pues no sabía a qué altura del camino había aparecido.
Sobre la nieve, unas pisadas de caballo y unas roderas de carro le indicaban que no hacía mucho algún carromato había pasado por allí en dirección a Barintia, seguramente el que había oído hacía un buen rato y que le había dado la pista para encontrar el camino. Stan se determinó en un instante, no le quedaba otra solución y se encaminó hacia Cumia, con suerte habría salido a una altura del camino más hacia el oeste de donde se habían internado en el bosque hacía un día y medio, pero si la suerte no le acompañaba, tarde o temprano llegaría a Cumia o se encontraría con Krahova de regreso; así pues, Stan se puso en marcha dejando el sol que se escondiese a su espalda mientras las sombras se iban alargando y el cielo iba adquiriendo una tonalidad azul oscuro. Las primeras estrellas ya centelleaban.
Calculaba Stan que no había transcurrido más de un par de kilómetros cuando, por el camino, apareció en dirección contraria al muchacho, un carromato cargado de múltiples enseres con una pareja de ancianos en el pescante. El carro iba tirado por un viejo caballo que llevaba una velocidad más lenta que el carromato que había montado Stan para llegar a la capital. El chico se plantó en medio del camino y movió sus brazos para hacerse visible. El anciano, al ver a alguien haciéndole señales para que parara su marcha, azuzó más al caballo.
—¡Bandidos! —exclamó el viejo a su mujer—. ¡Arre, caballo! ¡Dale con el palo!
La mujer cogió un palo largo que tenía apoyado en el pescante, justo a su lado y lo cogió por uno de los extremos con la intención de abatir a Stan, mientras que el anciano con las riendas bien cogidas, obligaba al caballo a iniciar una carrera al galope.
—¡Esperad! —gritó Stan todavía en medio del camino, viendo como se acercaba el carromato y como la anciana blandía el palo en dirección a su cabeza—. No soy ningún bandi…
Stan tuvo que lanzarse a un lado del camino para no ser arrollado por el carro y aún con eso, tuvo que agachar la cabeza para que la anciana no le diese con el palo en la testa. Todo ese movimiento le hizo perder el equilibrio y cayó sentado a la vera del camino, sobre la nieve.
—…¡do! —gritó desde el suelo mientras veía alejarse el carromato a la carrera.
Después de unos instantes sentado en el suelo Stan se levantó y siguió andando hacia el este por el mismo camino, con fastidio. Fue entonces, a la poca luz del día que todavía quedaba, que pudo ver un resplandor entre los árboles, parecía el fuego de una hoguera.
Rápidamente se encaminó hacia allí esperando encontrar un campamento de viajeros que pudieran prestarle ayuda.
Cuando llegó al lugar donde había el fuego, se llevó dos sorpresas: una agradable, ver que había encontrado a sus dos compañeros de nuevo, la otra desagradable, que Jin había encendido y avivado el fuego con unas pocas ramas, pero eso le había costado mucha energía, demasiada y yacía sin sentido junto al fuego, rodeada de ramas más pequeñas que seguro transportaba para mantener caliente su cuerpo. Stan cogió rápidamente a Jin y la envolvió en las ropas de abrigo y pieles y la colocó junto al fuego lo más cómodamente posible. Pero su preocupación no hizo más que crecer, pues tanto Jin como Tórnax parecían dos cadáveres sin ningún aliento, casi sin señales de vida. Había que hacer algo y rápido, pero el qué.
Toda la noche en vela estuvo Stan, manteniendo una lucha encarnizada con su propio sueño y contra su propia mente, que buscaba alguna solución al problema que tenía ante sí: mantener con vida a los dos heridos. Se lo había prometido a Krahova, pero sentía que no iba a conseguirlo. Amanecía el segundo día y allí, solo, estaba junto a sus dos compañeros moribundos.
—¡Krahova! —gritó con rabia Stan, de pie en medio de bosque—. ¿Por qué no vienes?
Stan cayó de rodillas sollozando ante la impotencia de la situación, mordiéndose el labio por la rabia que sentía al ver que se les iba la vida sin remedio.
—Stan… —sonó la voz débil de Jin—, Stan…
—¿Qué ocurre? —preguntó con ansiedad.
—Nos… morimos —susurró la muchacha casi sin aliento, sin fuerzas.
—¿Cómo puedo ayudaros? —sollozó el chico completamente abatido.
—Busca… la flor —dijo Jin perdiendo el conocimiento.
—¿Flor? ¿Flor? —se preguntaba Stan muy nervioso—. ¿Qué flor, maldita sea?
De repente se acordó, en la mochila de Jin había una única flor. Cogió la mochila y la volcó sobre la nieve, empezó a buscar con desesperación. Pronto halló la bolsita de cuero donde estaban las hierbas. La abrió. Allí estaba, tal como la recordaba, una flor azul, extraña. Con las manos la partió en dos, pero antes memorizó su forma y sus características. Casi sin acierto, de forma atropellada, introdujo una mitad en la boca de Jin y con agua la obligó a tragar, luego repitió la acción con Tórnax. Luego echó leña al fuego y sin perder de vista el campamento, se metió por los alrededores, entre la espesura, a buscar un planta que tuviese una flor azul como la que acababa de dar a sus dos compañeros.
Sin importarle el tiempo transcurrido fue buscando y buscando hasta que se volvió a hacer de noche y tuvo que suspender la búsqueda por falta de luz. Volvió al campamento con más leña. Los dos heridos no parecían mejorar nada, pero tampoco empeoraban. Se disponía a pasar una noche al cuidado de ellos pero un sopor se apoderó de él y se quedó profundamente dormido.
Se despertó con el sol muy alto y no hacía tanto frío. El cielo estaba un poco cubierto, pero no amenazaba ni lluvia ni nieve. Comió algo de lo que les había preparado Smeg y comprobó el estado de los heridos. Cuanto más tiempo pasase, menores posibilidades de no tener secuelas, ese era el peligro de los venenos que no mataban. Sabía que hallar una planta sin saber en qué lugares crecía era muy difícil y era evidente que en aquel bosque donde se hallaban, no era un buen lugar para buscarla.
Dedicó lo que le quedaba del día a ejercitarse de nuevo con el arco y con la espada, para poder estar preparado en caso de agresión, pero haría falta alguien que le observase para decirle qué hacía bien y que vicios tenía. En cuanto saliesen de esta le pediría a Jin que le enseñara. Casi al final de ese día, cuando ya era noche oscura, se levantó un fuerte viento, y el cielo se fue cubriendo de nubes. Los lobos volvieron a aullar cerca. Stan puso más leña al fuego, pero volvió a ponerse nervioso al ver que sus dos compañeros se agitaban en sueños y Tórnax sacaba sangre, aunque poca, por la nariz. Estuvo en vela toda la noche, limpiando la sangre de su amigo y poniendo paños de agua fría en la frente de Jin. Poco antes del amanecer empezó a llover torrencialmente.
El muchacho empezaba a estar desesperado cuando de su izquierda, entre lo árboles, apareció Krahova con un rostro visiblemente agotado.
—¿Por qué te alejaste de la barca?
—Regresaron al poco de irte tú —respondió Stan aliviado—. Y se llevaron los caballos. No tuve tiempo de esconderlos.
—Da igual, lo que importa es que estáis vivos —susurró la chica mientras se agachaba hacia los heridos—. Espero no haber llegado demasiado tarde. Prepara una infusión.
—De inmediato —respondió solícito Stan—. ¿Qué ponemos?
—Esta hoja —dijo Krahova mostrando una hoja de color rojo intenso—. Es glaufedia.