Capítulo 4

Era completamente oscuro fuera y la temperatura era muy baja. No había parado de nevar desde la mañana. Krahova, Tórnax y Jin habían estado largo rato haciéndose preguntas para conocerse mejor ya que ahora iban a ser compañeros; sin embargo lo que más preocupado tenía a Tórnax era que no sabía cuánto tiempo iba a estar en Barintia, y durante todo ese tiempo Jin debía permanecer oculta en aquella habitación. Esa situación exigía una precaución constante que a las dos muchachas no parecía importarles lo más mínimo.

Cualquier error o simplemente que Jin fuese descubierta, podría poner en peligro la misión encomendada o incluso sus propias vidas. Féllow parecía un hombre entregado a su trabajo, es decir, al servicio de la justicia y por mucha confianza que pudiese tener con Sheldon Tálec o con la familia Némolin, entorpecer la marcha de la justicia podía ser un delito grave en Barintia. Algo tenía que pensar.

Llegado el momento de cenar, y con el apetito abierto, Tórnax y Krahova se dispusieron a bajar al salón, prometiéndole a Jin que volverían con comida lo antes posible. Tenían que confiar en ella, no había otro remedio. Jin cerró la puerta por dentro una vez hubieron salido y se preparó para esperar mientras cogía alguna de las poca provisiones de su mochila para ingerir algo que le entretuviese el hambre.

Enseguida se dieron cuenta de que Smeg había sido rápido en ir en busca de la justicia para poder reabrir la posada. Había algunos clientes cenando y otros tomando cerveza caliente para combatir el frío antes de volver a sus casas. En cuanto Smeg les vio aparecer por lo alto de la escalera, enseguida dio órdenes para que les preparasen la mesa.

—Me han dado la autorización para abrir de nuevo la posada.

—Enhorabuena —dijo Krahova.

—Pronto vendrá Féllow y tiene ganas de hablar contigo —le dijo a Tórnax mientras les indicaba una mesa donde cenar.

—Me alegro —dijo Tórnax—. Yo también tengo ganas de hablar con él.

Se sentaron en la mesa que les habían preparado y se dispusieron a cenar. Les sirvieron una cena abundante a base de carne asada y cerveza, con pan recién hecho. Acompañando la cena había fruta del tiempo. La posada volvía a estar bastante llena y enseguida estuvo animada. Krahova no comió mucho, parecía no tener el suficiente apetito, pero Tórnax dio buena cuenta de la cena, como si quisiera olvidarse de todos los problemas que tenía, intentando no acordarse de que tenía que sacar a Jin de la posada sin ser vista. El propio Smeg fue sirviendo la cena hasta que dieron por terminado el ágape. Tórnax, como ya era habitual en él, pidió una copa de licor para saborearla mientras hacía la sobremesa. Durante el transcurrir de la cena, ninguno de los dos abrió la boca más que para pedirle al otro el pan o la cerveza. Estaban concentrados en su tarea, Tórnax en la de comer y Krahova en la de observar a la clientela. Poco a poco se fue vaciando de nuevo la posada hasta que quedaron unos pocos tomando bebida y charlando.

Se abrió la puerta del local y un frío glacial se coló dentro del salón. La chimenea estaba encendida y los troncos que alimentaban el fuego, crepitaban con furia. El capitán de la guardia, vestido ahora como cualquier ciudadano, entró arropado en su capa. Se dirigió a la chimenea y se calentó las manos y el cuerpo frente al fuego. Al pasar frente a Smeg, se saludaron familiarmente y el posadero le hizo una seña al capitán, indicándole la mesa donde estaban Tórnax y Krahova. Después de unos instantes frente a la chimenea, Féllow se sacó la capa, la dejó en el perchero junto al fuego y se encaminó hacia la mesa.

—Buenas noches —saludó el capitán.

—Sentaos —respondió Tórnax mientras se levantaba y le ofrecía una silla a Féllow.

—Buenas noches —contestó Krahova.

Féllow tomó asiento frente a Tórnax, de espaldas a la puerta de la posada e hizo una seña para que le trajesen algo de beber.

—¿Y bien? —preguntó Féllow.

—¿Bien? —se extrañó Tórnax.

—¿No queríais hablar conmigo?

—Saludos de Sheldon —intervino Krahova.

—¡Ah! Sheldon —exclamó el capitán—. ¿Qué hace?

—Sigue con sus cosas —dijo Krahova—. Que deben ser las tuyas.

—Claro —sonrió Féllow—. ¿A qué habéis venido, puedo ayudaros en algo?

—Hemos venido porque… —empezó diciendo Tórnax.

—Necesito hablar con Landin Kedir —cortó Krahova mirando a Tórnax con firmeza.

—¿Con Landin? —se interesó Féllow.

—Sí, verás. Sheldon tiene la extraña e increíble idea de que se pueden cruzar las montañas —dijo la muchacha con decisión—, y conseguir hallar mejores vetas de mineral para explotarlo. Pero necesita mucho dinero para semejante empresa y…

—Vaya —intervino Féllow—, interesante. Sigue.

—… y a alguien a quien no le dé miedo el riesgo. Sheldon cree que los Krebb estarían interesados en este asunto.

—Pero hace más de medio año que los Krebb no están en Barintia —aclaró Féllow.

—¿Y dónde están? —preguntó Tórnax mientras Smeg le servía una copa al capitán.

—Nadie lo sabe —respondió Smeg metiéndose en la conversación.

—Efectivamente, nadie… o casi nadie. Sólo hay una persona que podría saberlo —indicó el capitán.

—¿Quién? —volvió a preguntar Tórnax.

—Landin —respondió Krahova visiblemente molesta con Tórnax.

—Vaya. Sabes mucho —dijo el capitán.

—Sheldon me lo contó —dijo la muchacha—. Landin es el capataz de la casa de los Krebb y está encargado del mantenimiento de esa hacienda. Parece ser que Sheldon habló en una ocasión con él y sabía que visitaba la posada del Templo una vez por semana. Nos alojamos allí, pero…

—Sí, lo sé —dijo Féllow—. Me he enterado de lo del robo y de cómo ayudasteis. Parece que sois providenciales; ayer el robo y hoy lo de la joya. Smeg también me ha contado lo tuyo con el muchacho, Tórnax.

—Sólo cumplía con mi deber de ciudadano del reino —se justificó Tórnax.

—Hemos encontrado a ese muchacho —reveló el oficial.

—¿Cómo? —se sorprendió Tórnax.

—Sí, intentaba huir de Barintia, de nuevo hacia Dapur, pero pudimos apresarlo. Tenía la joya en sus manos.

—¿Y Stan? —se interesó Krahova.

—Estamos haciendo averiguaciones para poder relacionarlos.

—Y… ¿si no están relacionados? —insistió ella.

—Tendremos que soltarle y creer en su palabra. Dice que le colocaron la joya en la mochila.

—Bien pudiera ser —sonrió Tórnax confirmando lo que Jin le dijo que sucedería. Ese muchacho que habían apresado debía ser compañero de Jin, pensó.

—Volviendo al tema que nos ocupa —prosiguió Féllow—. Landin vendrá mañana por la tarde y vendrá aquí, porque si va a la posada del Templo es por Nora y Nora está ahora aquí.

—¿Por Nora? —preguntó de nuevo Tórnax.

—Bueno…, por Nora y su hijo Fende[36].

—No entiendo —dijo Tórnax mirando a Krahova con extrañeza.

—Sí —aclaró el capitán—, pero esperad. ¡Smeg! ¿Puedes venir?

—Dime Féllow —dijo Smeg que había ido rápidamente a la mesa.

—Cuéntales lo de Landin.

—Sí. Nora y Tárneas[37]…, bueno esto…

—¿Quién es Tárneas? —preguntó Krahova intentando ayudar a Smeg.

—Tárneas es el joven heredero de la casa Krebb —aclaró Féllow.

—Pues eso, que Fende es hijo de Nora y de… Por eso Landin viene, para darle a Nora la asignación que Tárneas considera para la manutención del pequeño.

—Gracias Smeg —dijo el oficial—. Creí que debías contarlo tú.

—Vaya, vaya —exclamó Tórnax.

—Pues hablaremos con él —dijo Krahova—, para que se lo comunique a Tárneas.

—Si tuvieseis algún problema —comentó Féllow—, decidle que habéis hablado conmigo.

—Así lo haremos, gracias Féllow —agradeció Krahova.

—Ahora debo irme —dijo el capitán—. Es posible que del asunto de la joya y Stan, pueda decirte algo mañana, muchacha.

—De acuerdo —respondió Krahova.

—Buenas noches —saludó Tórnax—, has sido de ayuda.

—Nada. Obligación mía. Hasta otra —se despidió Féllow.

El capitán fue a buscar su capa que había dejado colgada del perchero, pero antes de que hubiese salido de la posada, Tórnax se levantó con rapidez y alcanzando a Féllow le dijo en voz baja, casi inaudible para el capitán.

—Y si queremos enviarle un mensaje a Sheldon, ¿cómo lo hacemos?

—Dadle el mensaje a Smeg —dijo con naturalidad—, él se encarga.

Tórnax quedó perplejo ante la naturalidad que Féllow empleó para darle una respuesta, cuando para él tenían un estricto secretismo. Aunque, pensándolo bien, él tampoco había disimulado mucho a la hora de mostrarle la daga Némolin al capitán. Tal vez en Barintia las cosas más susceptibles de ser ocultadas, debían tratarse con la mayor naturalidad posible para que pasasen desapercibidas. Mientras le daba la vuelta a todo eso, Krahova parecía como ausente, tal vez pensando en la estrategia a seguir para poder hablar con Landin y exponerle todo el plan comercial de Sheldon, para poder sacar a su padre de la cárcel.

Iba a ser una noche verdaderamente fría y larga, Krahova se sentía agotada y decidió irse a dormir, pero antes le pidió a Smeg que le preparase algo con la excusa de que siempre se despertaba a medianoche con algo de hambre. Smeg mismo le preparó un hatillo con queso seco, frutos secos y un par de hogazas de pan blanco y tierno. Krahova le dio las gracias y se subió hacia el piso superior. Tórnax se quedó en la mesa, esperando que Smeg terminase su trabajo para charlar un rato con él.

Una vez hubo entrado en la habitación, Krahova le dio la comida a Jin que esperaba ansiosa y hambrienta que le trajesen la cena. Jin se apresuró a ingerir aquello que le había subido la muchacha y enseguida, una vez hubo terminado, se echó a dormir en una de las camas sin mediar palabra. Krahova tampoco quiso preocuparla con lo que había dicho Féllow sobre la captura del ladrón de la joya y la dejó dormir tranquila. Ella misma se echó en la otra cama y casi al instante se quedó profundamente dormida.

Cerca de la medianoche fue Smeg quien se sentó al lado de Tórnax con el salón recogido y después de que todos los que trabajaban en la posada se hubiesen retirado a descansar. Smeg trajo consigo la botella de licor y un par de vasos para que pudiesen hablar mientras saboreaban la ambrosía. Sirvió los dos vasos con cuidado casi ritual.

—Es mi mejor licor. Lo guardo para noches especiales.

—Te lo agradezco, Smeg. Pero no merezco tanto.

—Si no fuese por ti, aún no habría abierto la posada.

—Si no le hubiese visto saltar yo, lo hubiesen hecho los soldados y ahora estaríamos igual.

—No. Fuiste tú quien le presionó para que saltase.

—Bueno, fuese quien fuese, lo cierto es que se solucionó el problema. Por cierto…

—Dime Tórnax.

—Féllow es muy joven para ser capitán.

—Sí, es uno de los más jóvenes de Barintia y si no hubiese sido por su pasado, habría ascendido aún más.

—¿Su pasado? ¿Un hombre tan joven ya tiene pasado?

—Bueno, él no. Su padre.

—¿Qué hizo su padre para impedir que ahora el hijo pueda ascender merecidamente?

—Mató a una agorera.

—¿Una agorera?

—Sí. Y acababa de maldecir al hijo del rey.

—¿Cómo? —abrió desmesuradamente los ojos Tórnax.

—Sí, el entonces príncipe Íged Ármitac, ya sabes que fue maldecido por una profecía. Justo después de que la agorera hubiese pronunciado tan funestas palabras delante de todos los invitados, el padre de Féllow la mató.

—¿Pero no había maldecido a la familia real? Entonces, ¿qué hizo mal?

—La profecía estaba incompleta y la acción de Íllow Kur dejó a los Ármitac sin posibilidad de prevención.

—Ya, pero ¿por qué Féllow se alistó en la guardia de la ciudad?

—Siempre quiso vengar la muerte de su padre, para él injusta. Y… —bajó mucho la voz— creo que cuando murió Íged, se alegró. Quiso ir en el cortejo funerario para asegurarse de que la profecía, bueno, el fragmento de la profecía era cierto. Afortunadamente no fue escogido, pero sí pudo comprobar que de alguna manera casi se cumple la profecía.

—¿Qué se sabe de lo que ocurrió con el cadáver de Íged y su esposa?

—Bueno ya sabes. Que sólo se salvó una muchacha.

—¿Y Féllow? Ahora que murió el rey…

—Féllow se alegra doblemente. Ha conservado su vida y ha sido vengada la muerte de su padre.

—Pero un Ármitac volverá a reinar, por tanto lo de la profecía…

—De momento no lo hace —y Smeg bajó todavía más la voz—, por eso Féllow trabaja para que sea otro el que reine y otros muchos estamos con él, ¿no?

—Sí —dijo sin saber bien qué contestar a esa pregunta—. ¿Y quién es el candidato?

—Hay muchos, pero si se diese el caso, tú sabes, como yo, a quién apoyamos.

—Sí, claro… —mintió Tórnax sin saber de quién estaba hablando realmente Smeg.

Bueno, me voy a dormir. Es tarde.

—Yo también, que descanses, Tórnax.

El muchacho se levantó apresuradamente, incómodo y nervioso porque intuía que Céndar le había metido en un asunto más complejo de lo que cabría imaginar y él se había dado cuenta de que no sabía nada de nada, lo cual le molestaba. Daba la sensación de que los Némolin habían querido deshacerse de él y al mismo tiempo aprovecharse de lo que pudiese averiguar. Se sentía utilizado y eso le sentaba mal, había creído tener mejor ascendencia de la que ahora comprobaba; incluso pasó por su cabeza la idea de abandonar la misión, si es que alguna misión tenía encomendada, y buscarse un modo de vida como mercenario, o incluso ingresar en la guardia de la ciudad, pues parecía que Féllow no vivía tan mal.

Devolvería el arma, la daga de los Némolin, a su legítimo dueño a través de Smeg o incluso a Sheldon Tálec y se olvidaría de todo. Empezaría desde el principio, pero siendo dueño de sí mismo. Pero mientras subía las escaleras se acordó de Krahova a quien había prometido ayudar en su empresa, aunque la considerase una locura y también le había prometido a Sheldon cuidar de ella. Y ahora, Jin, la jovenzuela de bellos ojos grises que le había metido en un buen lío. Por ellas dos continuaría, sólo por ellas, hasta que arreglasen sus situaciones, luego devolvería la daga y se ocuparía de sí mismo. Mientras, cumpliría tan bien como pudiese su cometido, hablaría con ese Landin Kedir y si podía sonsacarle algo, ese algo se lo entregaría a los Némolin. Les demostraría a todos que era muy capaz.

Llegó delante de la puerta de la habitación, la abrió con sumo cuidado para no despertarlas, pues sabía que estaban durmiendo. Enseguida comprobó que reposaban plácidamente cada una en una cama. No quería molestarlas, así que cogió una manta del armario y la echó en el suelo, entre las dos camas. Se estiró encima y se quedó pensativo hasta que el sueño le venció.

A la mañana siguiente, Krahova fue la primera en despertar, tal vez porque dormía junto a la ventana y notó frío. Abrió los ojos y lo primero que le llamó la atención fue ver a Tórnax durmiendo sobre una manta en el suelo, entre las dos camas. Se levantó y abrió un poco la contraventana interior. Fuera el panorama era de increíble belleza. Seguramente había estado nevando toda la noche y el cielo tenía ese color gris que amenaza nuevas y fuertes nevadas, no obstante estaban muy al norte y era invierno. La ciudad se hallaba cubierta de nieve completamente, se podía apreciar un considerable grosor; era temprano y muy pocos se podían ver en la calle y casi todos estaban abriendo caminos en la nieve con palas para poder desplazarse con más comodidad. Krahova se vistió y bajó al salón a desayunar.

En cuanto llegó abajo no le sorprendió ver la posada en pleno trabajo, preparando comida para los desayunos y para los almuerzos, a Smeg se le veía atareado acabando de limpiar la entrada de la posada, para hacerla más accesible desde el exterior. Nora limpiaba las mesas y barría mientras Fende, el niño de Nora, correteaba por entre las mesas, jugando. No había ningún cliente desayunando.

—Buenos días —dijo sonriente a Nora.

—Buenos, lo que se dice buenos… Creo que va a nevar con mayor intensidad que ayer.

—En estas latitudes ya se sabe, ¿no?

—¿Quieres desayunar?

—No me iría mal.

—Ahora mismo te preparo un desayuno caliente.

Krahova miraba por la ventana, ahora desde aquí abajo, se podía apreciar una mayor actividad en la calle. Smeg saludaba sin descanso a los que se acercaban por allí y poco a poco iba haciendo un caminito estrecho entre montones de nieve hasta la posada. Un instante después, cuando Krahova iba a dejar de mirar para tomar asiento, vio llegar a un jinete que se apeó del caballo, justo enfrente de la posada. Smeg, dejó la pala en el suelo y fue veloz y servicial a saludarlo. Mientras mantenían una conversación, daba la impresión que bastante amigable, Nora avisó a Krahova de que tenía el desayuno dispuesto.

—¿Quién es ese hombre, Nora? —dijo señalando al exterior.

—Algún viajero que habrá pasado una noche en la posada —contestó sin mirar—. Son muchos los que conocen a Smeg.

Krahova se sentó a desayunar bollos con miel, queso fresco y leche caliente. Nora se metió en la cocina mientras Fende seguía jugando en el salón. De pronto se abrió la puerta de la posada y entró el jinete que hacía unos instantes estaba hablando con Smeg. Una vez dentro se quitó los guantes y la capa y los dejó encima de la primera mesa. El visitante tenía un aspecto mejorado, era alto, más de metro ochenta, moreno, ojos oscuros. De complexión fuerte, llevaba ricas vestiduras y botas. También llevaba una espada larga colgando del cinto. Tenía un rostro bastante hermoso.

—Buenos días, señora —dijo con voz dulce y educada.

—Buenos días —respondió Krahova con la mayor de sus sonrisas.

El niño corrió a la cocina, gritando.

—¡Mamá, mamá! ¡Es Landin, ha venido!

Landin apuntaba unos cuarenta y cinco años y su porte, muy distinguido no hacía creer que fuese ni mucho menos un criado, aunque fuese el capataz de una de las casas más ricas de Barintia. Los Krebb habían sido una de las familias más influyentes de la capital y posteriormente en todo el reino de Hárkad. Incluso en las Piedras de los Reyes que se levantaban en el centro de la plaza de la ciudad, figuraban grabados los nombres de los Krebb que llegaron a ser señores y reyes de Barintia, antes de que los Ármitac se hiciesen con el poder y el control de toda la llanura. Desde muy antiguo la familia había estado presente en el gobierno de la ciudad y su fortuna era considerada, tal vez, mayor en toda la llanura, muy por encima de la de los Ármitac o de los que un día fueron señores y reyes de otras ciudades. Era evidente, pues, que el capataz de aquella mansión debía ser un hombre refinado, culto, educado como Landin Kedir.

Landin se quedó de pie en el salón, esperando la llegada de alguien. No quiso tomar asiento y se paseaba de un lado a otro, sin prisa, con aire distraído. No se incomodó lo más mínimo al observar de reojo como Krahova le seguía con la mirada, absorta ante la distinción del hombre. Al poco salió Nora sin el pequeño, a recibirle.

—Hola Landin —dijo mientras le abrazaba con fuerza—. ¿Cómo está Tárneas?

—Ocupado. Muy ocupado —le comunicó—. Ya sabes, siempre lo está, pero ahora con los problemas de la corona…

—¿Dónde está?

—Eso no puedo contestarlo ni yo. Acabo de llegar y aún no he ido a casa. No sé ni quién está ahí.

—Claro —respondió resignada Nora—. ¿Cuándo te vas?

—Mañana; a lo sumo, pasado. Me esperan en Dapur. Toma —dijo dándole una bolsa de cuero.

—Gracias. Dáselas también a Tárneas. Hay alguien que quiero presentarte.

—Se las daré. ¿Quién?

—Krahova —dijo dirigiéndose a la muchacha—. Es Landin Kedir.

—Encantada —se sonrojó la muchacha.

—Lo mismo digo —respondió cortés.

—Ella quiere hablar contigo. Os dejo. Pasa antes de marcharte, te daré unas cosas para Tárneas.

—De acuerdo. Tú dirás —encarándose hacia Krahova.

—Veréis… yo soy de Yíldiz —empezó.

—¡Ah! La ciudad minera.

—Sí. Mi padre está encarcelado por creer que al otro lado de La Muralla hay mejores minas esperando ser explotadas…

—Un momento muchacha —le interrumpió—. ¿Me estás diciendo que tu padre tiene la certeza de que se pueden cruzar las montañas? —preguntó incrédulo.

—Sí. Hay un mapa que…

—No tengo tiempo para semejante necedad. Lo siento —inició la retirada.

—Sheldon Tálec ha invertido dinero en la empresa —dijo Krahova casi suplicando—. Y dice que Tárneas Krebb sería el hombre ideal para…

—¿Sheldon… Tálec? —preguntó mientras volvía a tomar interés por la conversación.

—Sí. Si pudieseis hablar con Tárneas…, tal vez… —titubeó.

—¿Y ese mapa dónde está? —preguntó con desmesurado interés.

—Yo no lo tengo, pero sé que existe —respondió abatida.

—¿No será una leyenda? Si alguien lo tuviese, ¿no lo habría intentado ya? Es una lástima. Si tuvieses el mapa…

—Si hablaseis con Tárneas —insistió—. Yo podría…

—Tárneas no está aquí. Ven cuando tengas el mapa. ¿De acuerdo?

Landin dejó a Krahova con la palabra en la boca. Cogió su capa y sus guantes y con un gesto coordinado se dirigió a la puerta de la posada, no sin antes girarse hacia Krahova, deseándole unos agradables días de estancia en Barintia.

Krahova cayó sobre su silla y se quedó con la mirada perdida en un punto inconcreto de la habitación. No parecía que Landin tuviese mucha fe en sus proyectos y hablar con Tárneas resultaba mucho más difícil de lo que había imaginado. Tal vez Sheldon se equivocaba y su nombre no tenía la importancia que ella había creído. Si hubiese estado Tórnax, tal vez le hubiese podido echar una mano, aunque tampoco creía él nada de lo que le había expuesto.

Le enviaría a Sheldon un mensaje y esperaría respuesta y consejo, mientras podrían conocer mejor la ciudad o intentar averiguar por otras vías, más cosas sobre el asunto que les incumbía. Al poco entró Smeg visiblemente agarrotado por el frío.

—Volverá a nevar. Seguro. ¿No lo crees así Krahova?

—Sí, supongo —respondió distraída.

—Buenos días Smeg —sonó la voz de Tórnax desde lo alto de la escalera—. Buenos días, Krahova.

—Buenas —respondió Smeg, desapareciendo por la puerta de la cocina.

—Hola Tórnax. Acaba de irse Landin Kedir.

—¿Cómo? —exclamó sorprendido—. ¿No tenía que venir por la tarde?

—Sí, pero ha venido hace un instante.

—¿Pero volverá? —preguntó Tórnax visiblemente preocupado mientras se acercaba a la mesa.

—No lo sé. Dijo que a lo sumo se iba pasado mañana, que estaba muy atareado.

—¿Dijo? ¿Has hablado con él?

—Sí, pero no atiende a nada. Era de esperar —dijo desanimada totalmente.

—¿Le has nombrado a Sheldon? —dijo intentando animarla.

—Sí, pero no ha servido de nada.

—Vaya. Esto está más complicado de lo que me imaginaba. A ver si vuelve y puedo hablar un instante con él.

—No te escuchará Tórnax —dijo casi sollozando—. Son gente muy ocupada y nosotros no somos nadie.

—Hablaremos con Nora —resolvió Tórnax—. A ella le escuchará y si no, podemos darle una nota para que se la haga llegar a Tárneas. ¿Qué te parece?

—No había caído en eso —dijo iluminándosele la cara—. ¡Tórnax eres…! ¡Nora, Nora! —y se fue corriendo hacia la cocina.

Casi tiró a Smeg al suelo que en ese momento salía de la cocina. Tórnax aprovechó para pedirle el desayuno y excusarse por el ímpetu desmesurado de su compañera. Smeg sonrió y se volvió hacia adentro para buscar el alimento que le habían pedido. Tórnax aprovechó para empezar con el desayuno que Krahova había dejado encima de la mesa.

Jin seguía durmiendo plácidamente cuando Tórnax había salido de la habitación. Parecía increíble que aquella chiquilla pudiese dormir tanto. No se lo podía sacar de su cabeza, aquellos ojos grises eran preciosos y tan raros, como lo era también el hecho que llevase un arco largo. Tórnax, por su condición en la casa de los Némolin, había visto muchos guerreros y mercenarios y podía contar con los dedos de una mano a aquellos que había visto usar ese tipo de arma y no todos lo hacían con habilidad, pues era un tipo de arma que requería mucha técnica. Tampoco había visto a Jin usarla, por tanto no podía juzgarla con exactitud; si alguna vez pudiese verla porque la situación lo requería, esperaba que tuviese la habilidad suficiente. Había otras cosas que le extrañaban de ella: su ropaje, completamente negro; su edad, prácticamente una niña y sobre todo que perteneciese a ese grupo llamado Círculo Negro, una panda de asesinos. La verdad es que Tórnax no creía la mitad, ni tan siquiera la mitad, de lo que le había contado. Pero esa joya, ese Stan, de dónde habían salido. Desde luego de Dapur y por lo poco que sabía no era un encanto de ciudad y un visitante desprevenido podía tener desagradables sorpresas. Aquí en Barintia se sentía cómodo y seguro, más que en Xamin, incluso. Aquí en la capital, daba la sensación de que no había sucedido nunca nada.

—Toma, tu desayuno —le interrumpió Smeg—. Hasta luego. Me voy de compras.

—Gracias, Smeg.

Si pudiese hablar con Stan, o incluso con Féllow, podría averiguar más cosas del rubí y entender quién podía ser esa chiquilla. Aunque tal vez lo mejor sería que una vez fuera de Barintia, dejarla a su propia voluntad. Como no sabía ni cuántos días estarían en la ciudad, Tórnax tomó la determinación de sacarla de la posada esa misma noche, ya que tenerla indefinidamente oculta en la habitación, a la larga les traería problemas.

—Si me esperas, iré contigo —le dijo a Smeg que estaba a punto de salir de la posada—. Tengo que comprar, yo, algunas cosas también.

—De acuerdo, te espero fuera. No tardes.

Tórnax subió rápido a la habitación a buscar sus cosas y a pedirle a Jin, que la encontró ya despierta, que él se iba a comprar algunos artículos que necesitaba, que Krahova se ocuparía de ella y que esa misma noche abandonarían la ciudad, que estuviese preparada porque él ya había pensado el plan para huir. Sin darle tiempo a responder, Jin vio como Tórnax cerraba la puerta de la habitación y oía sus acelerados pasos bajando por la escalera para irse a la calle.

Antes de abandonar la posada, Tórnax avisó a Krahova, que charlaba amigablemente con Nora, para decirle que se iba con Smeg de compras y que posiblemente no llegarían hasta bien entrada la tarde. Krahova entendió enseguida la señal hecha por él, referente a que Jin seguía arriba y convenía no perder la atención. Así pues, una vez avisada Krahova, Tórnax se reunió con el posadero y alegremente se dispusieron a pasar una mañana por Barintia, con lo que podrían aprovechar para charlar y así podría averiguar de qué lado tenía que estar si se planteaba una sucesión al trono en caso de que no accediese un Ármitac.

Era ya media tarde y tal como había anunciado Smeg, aquella mañana, poco después de irse con Tórnax, había empezado a nevar de nuevo sobre la ciudad, pero esta vez con doblada intensidad. La precipitación de nieve era abundante y la visibilidad se reducía una barbaridad. El frío era mordaz. Aquel invierno parecía ser extremadamente duro para esas tierras. La posada se hallaba medio vacía, pues los clientes ya habían terminado de comer desde hacía algún rato y tan solo quedaban tres individuos, los mismos comerciantes que estaban alojados en esos momentos en la posada. Uno de ellos, incluso se había quedado dormido en la silla, apoyado contra la pared. Krahova había ayudado a servir las comidas, ya que Smeg y Tórnax no habían vuelto todavía y ahora ayudaba a Nora y Crima[38], la esposa del propietario, a ordenar y preparar el salón para la cena de esa noche. Los dos sirvientes contratados en la posada estaban en el establo limpiando los caballos de los que estaban instalados. Se abrió la puerta de la posada y un frío terrible inundó la sala.

Las tres mujeres volvieron la cabeza para ver quién entraba, era Landin con el semblante grave y serio y tras él, cinco hombres bien pertrechados.

—Landin —dijo Nora—, creí que no volverías. Iba a mandarte…

—¡Silencio! —ordenó Landin—. ¿Dónde está el niño?

Inmediatamente los cinco hombres tomaron posiciones dentro de la posada. Uno de ellos se apoyó con la espalda en la puerta de la posada, impidiendo el acceso desde el exterior y sacándose la espada larga; otro se iba hacia las escaleras, desenvainando también el arma, para impedir que nadie bajase desde el piso superior. Un tercero cerraba todas las contravenas que daban al exterior para que nadie pudiese observar desde fuera lo que ocurría dentro. El cuarto hombre agrupaba a empujones a los tres clientes en un rincón y el último invitaba a las tres mujeres a unirse al grupo formado por los clientes.

—Nadie sufrirá ningún daño si todos cumplís mis órdenes —dijo Landin sacándose una daga de la bota—. ¿Dónde está el niño? —preguntó, espaciando una palabra de otra.

—Se fue con Smeg —fue la respuesta de Nora, visiblemente nerviosa.

—Tú —dijo a uno de los hombres—, mira en la cocina. Veamos si es verdad.

—¿Por qué haces esto? —sollozó Nora—. Si se entera Tárneas…

—Se enterará, no te preocupes. Se enterará. Esa es mi intención.

—Aquí no está —respondió el hombre saliendo de la cocina.

—Busca arriba, en la segunda planta y ten cuidado.

Krahova estaba tanteando las posibilidades de un ataque e inmovilizar a Landin, pero resultaba bastante difícil y complicado, sólo ella llevaba armas y allí abajo eran cuatro los enemigos, sin contar a Landin. Los cuatro hombres parecían ser eficientes y estar preparados. Eran gente del sur, de Mármora, no había duda, tanto por el acento como por su aspecto. Llevaban una cota de malla ligera bajo la ropa, espadas largas y arcos medios en la espalda. Vestían ropas muy buenas para resistir el frío, pero bastante usadas, como si ya supiesen lo que era el frío del norte. Eran hombres rudos, seguramente mercenarios pagados para esa misión. Si Jin se diese cuenta de lo que ocurría, tal vez podría hacer algo. Y Smeg y Tórnax sin llegar todavía. La verdad es que no estaban teniendo suerte. Krahova se dio cuenta en un instante de que la nota que había preparado para Tárneas nunca llegaría a su destino, aunque en cuanto Tárneas se enterase de lo ocurrido iría a Barintia, pero no estaría para otros asuntos que no fueran los de recuperar a su hijo.

—Sabes que si te encuentra, acabará contigo —le amenazó Nora.

—Eso si no acabo yo antes con él, pero esta no es mi intención. Si no ya lo hubiese hecho.

—¿Y cuál es tu intención? —preguntó Krahova.

—Mejor que te calles, preciosa —dijo Landin con desprecio—. A ti, nada me impide matarte.

Al instante se oyó ruido en el piso superior.

—¡Atentos! —dijo Landin.

—¡Aquí está! ¡Ya lo tengo! —gritó el mercenario desde arriba.

—Bien —murmuró Landin mientras sonreía.

—Te acordarás de esto —se lanzó hacia él Nora, llorando.

—¡Aparta! —le golpeó Landin en el rostro, lanzándola al suelo.

Krahova ayudó a Nora a incorporarse.

—Claro que voy a acordarme. Atad a todos —ordenó a sus hombres—, nos vamos en cuanto bajen.

Krahova le miraba con cara de desprecio, tanto como admiración había sentido por él aquella misma mañana cuando le había conocido. Deseaba lanzarse a su cuello y estrangularle, pero ya no podía hacerlo. Por qué tardaban tanto Smeg y Tórnax y por qué Jin no hacía nada, el mercenario había gritado desde arriba, seguro que había podido oírlo. Unos instantes después aparecieron el mercenario y el niño. Fende iba maniatado y lo llevaba bajo el brazo, como un bulto. El niño tenía la cara llena de lágrimas y en cuanto vio a su madre empezó a gritar.

—Vamos —dijo Landin.

—Tranquilo pequeño, mamá vendrá enseguida contigo —intentó Nora calmar al pequeño mientras miraba a Landin con rabia.

—Nos vamos por el almacén al establo —dijo Landin—. Vamos no hay tiempo que perder.

Smeg y Tórnax regresaban a la posada contentos por sus compras. Habían pasado casi todo el día juntos, habían hablado de muchas cosas que a Tórnax le parecieron increíbles. Smeg le había contado un poco de su vida, de cómo conoció a Féllow a través de su padre, también de rumores sobre la historia de la ciudad, sobre sus habitantes más distinguidos, etc. Tórnax había tomado buena nota de todo y ya empezaba a sacar sus propias conclusiones. Esa información le servía de mucho, incluso a Céndar Némolin le resultaría de mucho interés, por eso había decidido seguir con la misión encomendada y esto le hacía sentirse útil y orgulloso. Se alegraba de haber estado todo el día con Smeg, era un buen hombre. Incluso antes de invitarle a comer en otra de las posadas de Barintia, fueron a ver a Féllow y pudieron charlar con Stan, al que le pidió disculpas sobre lo ocurrido y ante la inminente puesta en libertad del compañero, le ofreció la posibilidad de ayudarle en todo lo que estuviese en su mano. Había sido un día feliz y volvían a la posada, bajo el duro frío y bajo una intensísima nevada. Tenía muchas cosas que contar a Krahova, y no olvidaba que aquella noche debían de sacar a Jin de la ciudad. Estaban ya casi al lado de la posada cuando Smeg se detuvo de repente.

—Algo no va bien —expuso preocupado el posadero.

—¿Cómo dices? —preguntó sorprendido Tórnax.

—Las ventanas —dijo señalando con la mirada—, las ventanas están cerradas.

—Es cierto —respondió mientras desenvainaba la espada.

—Espera, entraremos por el establo —repuso Smeg.

Smeg y Tórnax, con la espada desenvainada, dieron la vuelta hacia el lateral derecho del edificio, donde se encontraban las puertas del establo, con la intención de entrar en la posada y sorprender al causante de aquella situación anómala. Tórnax se separó de la puerta un par de pasos y dejó que Smeg maniobrase para abrirla.

—Mierda —dijo casi en un susurro—. Está cerrada por dentro.

—¿Estás seguro?

—¿Cómo no voy a estar seguro? Es mi posada. Esto no me gusta.

De repente se oyó el chasquido detrás de la puerta, sonido inconfundible para los dos hombres de que alguien manipulaba la puerta para abrirla.

—¿Hacia dónde se abren? —preguntó rápido Tórnax.

—Hacia nosotros, prepárate —dijo colocándose para asestar un golpe al primero que saliese.

Una de las hojas de la puerta se entreabrió y apareció un hombre que parecía llevar las riendas de un caballo. Tórnax y Smeg, casi simultáneamente, descargaron sus espadas hacia el individuo, ocasionándole un golpe por sorpresa, inevitablemente mortal. El hombre se tambaleó y, sin emitir ningún sonido, cayó de espaldas hacia el interior del establo.

—¡Preparad los arcos! —sonó una voz en el interior—. Nos han descubierto.

—¡Apártate de la puerta! —gritó Smeg a Tórnax mientras él hacía lo propio.

—La puerta —se oyó en el interior—, hay que cerrarla.

Tórnax y Smeg quedaron cubiertos con las espaldas pegadas a la pared, uno a cada lado de la puerta, casi sin atreverse a moverse. Un brazo salió del interior del establo y cerró de nuevo la puerta con rapidez. En el interior se oían movimientos de caballos y personas.

—Sólo hay otra salida —dijo Smeg.

—Ve tú hacia ella, yo me quedo aquí —propuso Tórnax.

—No sabemos cuántos son.

—Pero tienen que salir uno a uno y eso nos da ventaja. Ellos tampoco saben cuántos somos nosotros.

Smeg se dirigió con rapidez a la puerta principal de la posada y se apostó en una posición que él consideraba privilegiada para poder atacar al que saliese el primero por la puerta, sin ser dañado por el enemigo. Tórnax, sin dejar de vigilar la puerta del establo, se separó un par de metros del edificio y se puso a mirar a las ventanas del piso superior.

—¡Jin! —llamó en voz baja—. ¡Jin!

Silencio, sólo se oía el ruido de los copos cayendo sobre el suelo nevado. Maldita sea, pensaba Tórnax. No podía ir a buscar a la guardia, tendría que esperar y contar con la suerte de que pasase la ronda, pero no sabía cuánto esperarían los malhechores en intentar salir. Las pisadas de Smeg en la nieve ya se estaban borrando. Por qué no contestaba Jin.

Jin había oído las voces de los mercenarios desde su habitación, y por la experiencia que tenía, sabía que ocurría algo extraño. Salió de la habitación con sigilo y pudo ver como uno de los hombres subía al piso superior. Tórnax no había vuelto, por tanto ni él ni el posadero estarían abajo y eso quería decir que las tres mujeres más los sirvientes estarían solos ante lo que estuviese ocurriendo. Sabía que Krahova no podía hacer nada, pero ella tampoco podía hacer mucho. Una vez hubo pasado el mercenario, Jin entró en otra de las habitaciones para tener una visión mejor de lo que pasaba en la escalera. Con la puerta entornada, casi cerrada, vio instantes después como bajaba el mercenario con un niño, que había visto en la posada, llevado como un saco bajo el brazo del hombre. En cuanto oyó la voz del que decía que se iban por el establo, Jin se atrevió a abrir la puerta y muy sigilosamente, dirigirse hacia el piso inferior, pero siempre atenta a lo que pudiese ocurrir, pues no podía estar segura de que hubiesen abandonado la posada.

Cuando dejó de oír los ruidos que le parecían sospechosos, abandonó toda precaución y de un par de saltos bajó la escalera. Allí, en el salón estaban en un rincón atados, los tres clientes y las tres mujeres.

—Jin —exclamó Krahova—, rápido desátanos. Se llevan al niño.

Jin acudió a la carrera hacia donde estaban las mujeres, sacó la daga del cinturón y empezó a cortar las cuerdas que les mantenían inmóviles.

—Mi niño —sollozaba Nora.

—Si hubiese estado aquí Smeg… —se lamentaba Crima.

—Aún no han abandonado la posada —dijo Krahova—, tenemos tiempo.

—¿Cuántos son? —preguntó Jin mientras seguía cortando las cuerdas.

—Cinco —dijo Krahova—. Date prisa, Jin.

—Toda la que puedo. Iremos por la calle, para cazarles cuando salgan del establo.

—Yo iré por el establo —dijo Krahova.

—Es una insensatez. Son demasiados —le replicó Jin, cortando finalmente la cuerda.

Jin fue la primera en lanzarse, a la carrera, hacia la puerta de la posada para salir a la calle, para intentar cazar a los jinetes con el arco, si no habían abandonado ya la zona. Krahova iba tras ella, pero algo más retrasada, pues todavía tenía cuerdas alrededor de su cuerpo.

—Cuidado con el niño —suplicó Nora.

—No te preocupes —repuso Krahova—. Jin, cuidado, podrían haber dejado a alguien en la puerta.

Jin abrió la puerta de la posada y un frío intenso le tocó la cara. Al menos no se veían jinetes alejándose de donde ella estaba, ni tampoco nadie que estuviese esperándoles.

Smeg estaba agarrotado por el frío, pero su cuerpo tenso y concentrado estaba preparado para asestar el golpe mortal al primero que apareciese. La puerta se abrió de repente y la luz del interior de la posada iluminó el suelo nevado. Una silueta negra, una sombra se proyectaba en el suelo, parecía más la de un jovenzuelo que la de un guerrero apuesto, pero Smeg no sabía quién era el enemigo y por tanto podría pertenecer a un ladrón de poca monta. Tensó todavía más los brazos, pues tenía la espada cogida con las dos manos para proyectar más fuerza en su ataque. La sombra permanecía estática en el linde de la puerta.

—No hay nadie aquí —susurró Jin a Krahova.

—Pues adelante, que no se nos escapen —le animó Krahova.

En el último instante Smeg reconoció la voz de Krahova, pero con el arma elevada, ahora para parar el golpe, salió de su escondite y se plantó frente a Jin. Ésta dio un paso hacia atrás al ver que aparecía una figura, en un perfecto movimiento defensivo. Durante un instante se quedaron los dos perplejos mirándose.

—¡Smeg! —exclamó Krahova con alegría.

—¿Tú? —se sorprendió Smeg al ver a Jin.

—No hay tiempo para explicaciones —aclaró Krahova—. ¡Aparta Smeg!

Smeg se hizo a un lado y Jin pasó rauda y ágil por su lado y tras ella fue Krahova. Smeg entró en la posada y después de comprobar que Crima y Nora se encontraban bien, se fue en dirección a la cocina para entrar en el establo.

Tórnax estaba esperando que Jin contestase, pero de repente volvió a oír el crujido en la puerta del establo, señal inequívoca de que habían vuelto a abrirla. Se oían algunos caballos, pero no se podía precisar cuántos. Tórnax tomó posición, la más ventajosa posible y con mayor celeridad esperó a que saliese el primero. Desde luego no habían tenido mucha paciencia.

Lo primero que salió, empujando las puertas del establo que se abrieron de par en par, fue un caballo sin jinete. Tórnax, sorprendido, descargó el espadazo, pero no dio a nadie, aunque el caballo sí le dio a él, tirándole al suelo después de un fuerte impacto. Tórnax, a pesar de caer sobre la nieve que le amortiguó la caída, perdió el conocimiento.

Jin dobló la esquina, se apostó con la rodilla en el suelo y sacó su arco largo y cargó una de sus flechas negras del carcaj, aunque pudo ver como Tórnax era arrollado por un caballo sin jinete que iniciaba su huida por esa calle, en dirección sur. Jin tensó el arco mientras esperaba que saliese algún jinete, mientras Krahova se ponía a su lado para hacer lo mismo que la joven. Hasta seis caballos salieron, casi todos a la vez, antes de que saliese un jinete azuzándolos con gestos y gritos. Ninguno pisó el cuerpo de Tórnax que estaba tendido en la nieve, hacia un lado. Pero en cuanto apareció el jinete, las dos chicas tensaron sus arcos respectivos, apuntaron y esperaron a que el jinete se acercara más para obtener un mejor ángulo entre la maraña de caballos que iban por delante.

Krahova fue la primera en disparar, pero la flecha dio en la pata de uno de los caballos que escapaban siguiendo al que había arrollado a Tórnax. Jin supo esperar más y finalmente soltó la flecha que sí dio en el blanco. El proyectil dio en el pecho del hombre y salió por la espalda. El impacto hizo que el jinete soltase las riendas del animal y cayese hacia atrás, sin vida, por efecto del proyectil y de la inercia, sobre la nieve.

Smeg entró en el establo arrasando, espada en alto, con la intención de segar la vida del primero que encontrase en su camino, pero a la vez que entraba se daba perfecta cuenta que allí dentro ya no había personas, sino sólo caballos. Las puertas del establo estaban abiertas de par en par y un individuo, atravesado por una flecha, caía al suelo frente a las puertas, junto a otro cadáver, mientras emitía un sonido gutural sordo. Un vistazo más detenido al establo le mostró a los dos sirvientes atados en un rincón y una pequeña ventana que daba a la puerta trasera, abierta. Al instante entró Jin con el arco en una mano y una flecha en la otra. Al ver a Smeg, instintivamente cargó la flecha, pero enseguida vio que era amigo y bajo el arma sin descargar el proyectil.

—¿Y los otros? —preguntó Jin a Smeg.

—¿Qué otros? —respondió con otra pregunta—. ¿Qué ha pasado?

—Se han llevado al niño —explicó Jin—. No pudimos hacer nada.

—¿Dónde están? —preguntó Smeg impotente—. ¡Maldita sea!

—Salieron por la ventana —dijo uno de los sirvientes.

—¡Desátales! —ordenó Jin—. Yo seguiré su rastro antes de que la nieve lo borre.

Smeg fue a desatar a sus dos sirvientes mientras Jin volvía a salir para rodear el establo y seguir el rastro de los secuestradores antes de que la nieve que caía lo borrase de nuevo.

Saltó por encima del cadáver que Tórnax y Smeg habían abatido y una vez fuera le dijo a Krahova:

—Que Smeg te ayude con Tórnax. Ahora vuelvo.

Desapareció tras el edificio buscando pistas.

Krahova atendía a Tórnax que estaba en el suelo inconsciente. Pero al ver que no volvía en sí, se dirigió hacia el establo en busca de ayuda. El caballo que había resultado herido estaba inmóvil con la pata delantera levantada a unos doscientos metros de donde se hallaba el cuerpo de Tórnax. Parecía bastante malherido, seguramente habría que sacrificarlo. Krahova entró en el establo y vio al posadero desatando a los sirvientes y a un segundo mercenario caído justo en la entrada, con dos profundos cortes en su cuerpo.

—Ayúdame con Tórnax. Hay que entrarle en la posada y avisar a un sanador.

—¿No la habéis oído? —ordenó Smeg a los sirvientes—. Yo voy a tranquilizar a Nora si es posible.

Los dos sirvientes recogieron a Tórnax y lo entraron en la posada por la puerta principal. No parecía que tuviese nada roto, seguramente sólo la contusión del impacto contra el caballo cuando estaba en plena carrera. Krahova dio instrucciones para que avisasen a un sanador mientras ella recogía al caballo herido y lo llevaba al establo de la posada. Al pasar junto al jinete abatido por Jin, se agachó para examinarlo mejor. Si el impacto de la flecha no había sido suficiente, además comprobó que la flecha estaba envenenada, pues la herida tenía un color bastante sospechoso. El individuo no era ninguno de los que habían entrado en la posada, eso significaba que como mínimo había seis hombres junto a Landin, número que coincidía con los caballos sin jinete que habían abandonado el establo. Metió el caballo dentro y se fue hacia la posada, ya tendría tiempo de registrar a los cadáveres y la montura del caballo. Entró en la posada por la cocina, donde halló a Crima consolando a Nora, presa de un ataque de nervios y angustia, llorando desconsoladamente. Krahova pasó de largo sin saber qué decirle, pues sabía que no había consuelo posible. Al entrar en el salón vio a Smeg aplicando una especie de cataplasma en la cabeza de Tórnax, asistido por los sirvientes. De los clientes no había ni rastro, seguramente habrían abandonado la posada con celeridad y sin pagar, aprovechando la confusión de la situación.

—¿Cómo está? —se interesó Krahova.

—Está abriendo los ojos —respondió Smeg—. ¿Cómo estás muchacho?

—Bien, bien —murmuró Tórnax.

—Descansa, no te muevas —le dijo el posadero.

—¿Qué pasó? ¿Se fueron los ladrones? —intentó averiguar Tórnax.

—No eran ladrones, eran secuestradores —respondió Krahova.

—Comandados por Landin —explicó el posadero—, y se han llevado a Fende, el hijo de Nora.

Tórnax intentaba levantarse pero su cabeza le daba vueltas y no se lo permitía. Estaba vacilante y no recuperaba el equilibrio. Smeg y los sirvientes intentaban impedírselo y le aplicaban paños de agua fría en la cabeza, que le calmaban el malestar y las náuseas.

—¿No habría que avisar a la guardia, Smeg? —preguntó Krahova.

—No tardarán en llegar —respondió el posadero—, en Barintia estas noticias se saben enseguida.

—Hemos conseguido abatir a dos —explicaba la muchacha a Tórnax— y malherido un caballo. Jin ha ido tras ellos.

—¿Jin? —preguntó Tórnax.

—¿Quién es Jin? —preguntó Smeg—. ¿Ése no era el muchacho…?

—Es amigo, Smeg —replicó Krahova, y eso es lo que importa.

—Hola —sonó una voz en la puerta—. He venido a buscar mis cosas.

Todos se giraron hacia la puerta. Allí estaba Stan, con una cara de frío terrible, entrando en la posada ajeno a todo cuanto allí había sucedido.

—¡Stan! —exclamó alegre Krahova—. Te han soltado.

—Sí. ¿Pero qué ha pasado aquí?

—Ahora te lo contamos —dijo el posadero.

—¡Se fueron al puerto! —dijo Jin entrando por la puerta de la cocina, sin casi aliento para hablar—. Han subido a una barca.

—Pero si navegar con este tiempo es una locura —dijo Smeg.

—¿Pero qué ocurre aquí? —insistió Stan con los ojos abiertos—. ¿Y tú no eres…?

—Calma —pidió Krahova—, todo a su tiempo. Smeg, ¿adónde irías con una barca en este tiempo?

—Con este tiempo… río arriba —dijo uno de los sirvientes.

—¡Claro! —exclamó Jin—. Y el de los caballos iba a encontrarse con ellos en un punto determinado…

—… para irse con el niño a cualquiera de las ciudades —prosiguió Krahova—, donde puede ser ocultado con mayor facilidad.

—Sólo hay un sitio entre Barintia y Cumia donde se pueda desembarcar en condiciones —dijo Smeg.

—¿Dónde? —preguntó Tórnax incorporándose.

—Ellos tardarán más en llegar que vosotros, si vais a caballo.

—Eso nos da ventaja —concluyó Tórnax.

—Pero ¿qué ha pasado? —preguntó de nuevo Stan muy enfadado.

Después de poner en antecedentes a Stan sobre lo ocurrido y contarle quién era Jin, se dispusieron a registrar los cadáveres y la montura del caballo. De los cadáveres obtuvieron poca cosa más de lo que ya sabían. Eran de Mármora, y así lo corroboraban las monedas que llevaban encima con el símbolo de la ciudad del sur en el reverso; en total tres monedas de oro, trece de plata y siete de cobre, que fueron a parar a los bolsillos de Stan. Vestían cotas de malla ligeras, ropas de mucho abrigo y armas corrientes que no destacaban en nada. La montura del caballo no llevaba apenas equipo, una pequeña manta, un cazo y restos de comida para un par de días a lo sumo. Sin embargo lo que sí llamó la atención de Tórnax, fue la marca del caballo.

—¿Alguien ha visto esto alguna vez?

—Yo no, Tórnax —dijo Krahova.

—Ni yo —dijo Stan.

—Vaya —dijo Jin—, el círculo de la línea quebradiza. ¿Esto no había desaparecido?

Todos se encogieron de hombros, ignorantes a lo que Jin acababa de decir, incluso Smeg, que en su vida había visto innumerables marcas de caballo. Ignoraban qué podía representar.

—Así es —dijo Féllow entrando en el establo—. Hace muchos años que no se veían estas marcas. ¿Pero qué diantre hace este muchacho aquí?

—Te lo explicaré —dijo Smeg con voz conciliadora mientras se acercaba al capitán—. Pero antes dinos qué significa esta marca.

—Esta marca es la marca de los jinetes rojos.

—¿Jinetes qué? —preguntaron todos a la vez.

—¿Y esos cadáveres? —preguntó Féllow.

—Verás… —empezó Smeg—. Landin Kedir…

—¿Kedir? —preguntó Stan—. Ese apellido me suena.

—¿Cómo que te suena? —preguntó Smeg—. ¿De qué?

—Mi antiguo jefe se llama Wylan Kedir. Deben ser familiares.

—Entonces irán a Dapur —aventuró Krahova.

—Pero no tienen comida para llegar a Dapur —dijo Jin.

—No sabemos si llevaban en el barco —comentó Krahova.

—Y en caso de no llevar la suficiente, seguramente irán a buscarla a Cumia —presupuso Tórnax—. Es lo más lógico, sobre todo cuando vean que no llegan los caballos. Remontarán el río.

—Creo que deberíais ver la carta que llevo —dijo Féllow—, debí haber llegado antes.

—No hay tiempo —exclamó Tórnax—, hemos de ir a Cumia.

—Sin prisa, muchacho —le tranquilizó Smeg—. Tardarás tú menos en llegar a Cumia a caballo que ellos remontando el río. Les llevamos ventaja.

—Por cierto, Féllow —pidió Krahova—, ¿quiénes eran los jinetes rojos?