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El Pozo de las Tramas Perdidas

Programa de Intercambio de Personajes: Si un personaje de un libro se parece sospechosamente a otro del mismo autor, lo más probable es que sea el mismo. En el mundo del libro se da cierto grado de economía y personajes de un libro a menudo sustituyen a otros. En ocasiones un único personaje interpreta a otro en el mismo libro, lo que aporta a la acción cierta comicidad si tienen que hablar entre sí. Margot Metroland me contó en una ocasión que interpretar a la misma persona una y otra vez era tan cansado como ser «una actriz condenada al mismo personaje en un repertorio de un teatro de provincias durante toda la eternidad y sin vacaciones». Después de una avalancha de LibroHuidas de personajes descontentos y aburridos, se creó el Programa de Intercambio de Personajes para permitir un cambio de escenario. En cualquier año hay cerca de diez mil intercambios, muy pocos de los cuales provocan alteraciones importantes en la trama o el diálogo. El lector rara vez sospecha que pase algo.

GATO DE AU DE W

Guía de Jurisficción a la Gran Biblioteca (glosario)

Dormí en casa de Joffy. Uso el verbo dormir, aunque no es del todo exacto. Miré el techo de elegantes molduras y pensé en Landen. Al amanecer me escabullí en silencio de la vicaría, tomé prestada la motocicleta Brough Superior de Joffy y fui a Swindon mientras el sol se alzaba por el horizonte. Los relucientes rayos del nuevo día me llenaron de esperanza, pero esa mañana sólo podía pensar en los asuntos pendientes y en el futuro incierto. Recorrí las calles vacías, dejando atrás

Coate y subiendo por la calle Marlborough hacia casa de mi madre. Tenía que saber lo de papá por dolorosa que le resultase la noticia, y esperaba que se consolase, como me consolaba yo, con su gesto final de generosidad. Después iría a la comisaría y me entregaría a Flanker. Había bastantes probabilidades de que OE-5 creyese lo que había sucedido con Aornis, pero sospechaba que convencer a OE-1 de la cronrupción de Lavoisier iba a ser mucho más complicado. La Goliath y los dos Schitt eran otro motivo de preocupación, pero estaba segura de que se me ocurriría algo para mantenerlos alejados. Aun así, el día anterior el mundo no se había acabado, lo que era un punto a favor de los buenos… y Flanker no podría acusarme de «no haber salvado el mundo a su modo» por mucho que quisiese.

Al aproximarme a la esquina de casa de mamá vi un coche sospechoso con aspecto de ser de la Goliath aparcado al otro lado de la calle, por lo que seguí avanzando y di un gran rodeo. Dejé la motocicleta dos calles más allá y regresé recorriendo con sigilo los callejones. Esquivé otro enorme coche de la Goliath, salté la valla del jardín de mamá y bordeé el huerto hasta la puerta de la cocina. Estaba cerrada con llave, así que empujé la enorme dodera y entré. Estaba a punto de encender las luces cuando sentí el cañón frío de un arma contra la mejilla; di un salto y casi grité.

—Las luces seguirán apagadas —dijo una voz sensual de mujer—, y no hagas movimientos rápidos.

Me quedé inmóvil, como debía. Una mano se metió en mi chaqueta y sacó la automática de Cordelia.

DH-82 estaba completamente dormido en su cesto. Era evidente que no se le había metido en la cabeza la idea de ser un feroz lobo de tasmania de vigilancia.

—Deja que te vea —dijo la voz de mujer. Me volví y miré a los ojos de una mujer que había entrado más rápidamente en la mediana edad de lo atribuible a los años. Me di cuenta de que el brazo con el que sostenía el arma le temblaba ligeramente. Estaba ligeramente gorda y se había cepillado el pelo, que llevaba recogido en un moño, torpemente. Pero no cabía duda de que en su momento había sido hermosa; sus ojos eran relucientes y vivaces, su boca delicada y refinada, su porte resuelto.

—¿Qué haces aquí? —exigió saber.

—Ésta es la casa de mi madre.

—¡Ah! —dijo, con una ligera sonrisa y alzando las cejas—. Debes de ser Thursday.

Volvió a meter el arma en la pistolera que llevaba en la cadera bajo varias capas de un vestido de brocado grande y empezó a revolver la alacena.

—¿Sabes dónde guarda tu madre el alcohol?

—¿Y si antes me dice quién es usted? —pregunté, prestando atención al taco de los cuchillos por si necesitaba un arma.

La mujer no respondió o, al menos, no respondió a mi pregunta.

—Tu padre me contó que Lavoisier erradicó a tu marido.

Detuve mi avance sigiloso hacia los cuchillos.

—¿Conoce a mi padre? —pregunté, un tanto sorprendida.

—Odio tanto la palabra erradicado —anunció en tono grave, buscando en vano algo de alcohol entre la fruta enlatada—. Es asesinato, Thursday… eso es. También mataron a mi marido… aunque les hicieron falta tres intentos.

—¿Quiénes?

—Lavoisier y los revisionistas franceses. —Golpeó con el puño la encimera de la cocina como si quisiese puntuar su furia y se volvió para mirarme—. Supongo que tienes recuerdos de tu esposo.

—Sí.

—Yo también —suspiró—. Desearía por el cielo que no fuese así, pero los tengo. Recuerdos de cosas que podrían haber sucedido. Conciencia de la pérdida. Es lo peor de todo. —Abrió otro armario, también lleno de latas de fruta—. Tengo entendido que tu marido apenas tenía dos años… el mío tenía cuarenta y siete. Aunque creas que así es mejor, no lo es. Le concedieron el divorcio y nos casamos el verano después de Trafalgar. Nueve años de vida maravillosa como lady Nelson… Luego me despierto una mañana, en Calais, siendo una desdichada borracha acosada por las deudas y con la revelación de que mi verdadero amor murió una década antes por la bala de un francotirador en el alcázar de la Victory.

—Sé quién es usted —murmuré—, usted es Emma Hamilton.

Era Emma Hamilton —respondió con tristeza—. Ahora soy una mujer fuera de su tiempo y arruinada, con una reputación horrible, sin marido y con una sed del tamaño del Gobi.

—¿Todavía tiene a su hija?

—Sí —gimió—, pero nunca le he dicho que yo soy su madre.

—Pruebe en el aparador.

Se desplazó por la encimera, rebuscó un poco más y encontró una botella de jerez para cocinar. Se sirvió una dosis generosa en una taza de té de mi madre. Miré a la mujer entristecida y me pregunté si yo acabaría igual.

—Con el tiempo, nosotros lograremos deshacernos de Lavoisier —murmuró lady Hamilton, triste, tragándose el jerez de cocinar—. De eso puedes estar segura.

—¿Nosotros?

Me miró y se sirvió otra más que generosa taza de jerez.

—Sí, tu padre y yo, claro.

Suspiré. Era evidente que todavía no se había enterado de la noticia.

—De eso venía a hablar con mi madre.

—¿De qué has venido a hablarme?

Era mi madre. Se había limitado a entrar vestida con una bata de boatiné y el pelo desgreñado. Para alguien habitualmente tan suspicaz con Emma Hamilton, se mostró cordial e incluso le deseó «buenos días»… aunque se dio prisa en retirar el jerez de la encimera y devolverlo al aparador.

—¡Qué madrugadora! —susurró—. ¿Tendrás tiempo esta mañana para llevar a DH-82 al veterinario? Hay que volver a curarle el furúnculo.

—Estoy un poco ocupada, mamá.

—¡Oh! —exclamó, notando la seriedad de mi voz—. ¿Ese asunto de Vole Towers ha tenido alguna relación contigo?

—Más o menos. He venido ha decirte que…

—¿Sí?

—Que papá ha… papá está… papá está… —Mamá me miró inquisitiva mientras mi padre, en perfecto estado, entraba en la cocina—. Haciéndome sentir muy confusa.

—¡Hola garbancito! —dijo mi padre, con un aspecto considerablemente más joven que la última vez que le había visto—. ¿Te han presentado a lady Hamilton?

—Hemos tomado una copa juntas —dije insegura—. Pero… estás… estás… ¡vivo!

Me acarició la barbilla y respondió.

—¿Debería estar en algún otro estado?

—No… quiero decir, digo… Pero ya había caído en la cuenta.

—¡No me lo digas! ¡No quiero saberlo!

Se situó junto a mamá y le pasó el brazo por la cintura. Era la primera vez que los veía juntos en casi diecisiete años.

—Pero…

—No seas tan lineal —dijo mi padre—. Aunque intento visitarte sólo en tu orden cronológico, en ocasiones no es posible. —Hizo una pausa—. ¿Sufrí mucho dolor?

—No… nada —mentí.

—Es curioso —dijo mientras rellenaba la tetera—, puedo recordarlo todo hasta que cayó el telón menos diez minutos, pero más allá todo es un poco nebuloso… Apenas logro entrever una costa agreste y la puesta de sol sobre un océano tranquilo, pero, aparte de eso, nada. He hecho y visto muchas cosas, pero mi entrada y mi salida siempre han sido un misterio. Es mejor así. Impide que tenga miedo e intente cambiarlas. —Llenó de café la cafetera. Me alegraba comprobar que sólo había presenciado la muerte de papá y no el final de su vida… ya que esos dos aspectos, descubrí, apenas estaban relacionados—. Por cierto, ¿cómo van las cosas? —preguntó.

—Bien —empecé, sin saber muy bien por dónde hacerlo—, el mundo no terminó ayer.

Miró el sol bajo de invierno que entraba por la ventana de la cocina.

—Ya veo. Buen trabajo. Un armagedón ahora mismo hubiese sido un incordio. ¿Has desayunado?

—¿Un incordio? ¿La destrucción del mundo entero hubiese sido un incordio?

—Segurísimo. Una pesadez —respondió mi padre pensativo—. El final del mundo podría alterar de veras mis planes para recuperar a vuestros maridos, y eso no te gustaría, ¿verdad? Dime, ¿conseguiste mis entradas para el concierto de las hermanas Nolan de anoche?

Pensé con rapidez.

—Eh… no, papá… lo siento. Estaban agotadas.

Otra pausa. Mamá dio un manotazo a su marido, quien la miró de forma rara. Daba la impresión de que ella quería que él dijese algo.

—Thursday —dijo ella en cuanto quedó claro que papá no se daba por aludido—, tu padre y yo creemos que deberías marcharte hasta que nazca nuestro primer nieto. A algún lugar seguro. A algún otro lugar.

—¡Oh, sí! —añadió papá sobresaltado—. Con la Goliath, Aornis y Lavoisier detrás de ti, el aquiahora no es precisamente el mejor lugar en el que estar.

—Sé cuidarme.

—Yo también lo creía —gruñó lady Hamilton, mirando con deseo el aparador donde se guardaba el jerez.

Recuperaré a Landen —respondí con resolución.

—Quizás ahora seas físicamente capaz… pero ¿cómo estarán las cosas dentro de seis meses? Te hace falta un descanso, Thursday, y tiene que ser ahora. Claro está, debes luchar… pero luchar en un campo de batalla equilibrado.

—¿Mamá?

—Tiene sentido, querida.

Me froté la cabeza y me senté en la silla de la cocina. Parecía una buena idea.

—¿Qué teníais en mente?

Mamá y papá se miraron.

—Podría llevarte al siglo XVI o algo así, pero sería difícil conseguir buena atención médica. Ir tiempoarriba es demasiado arriesgado; y además, OE-12 daría pronto contigo. No, si vas a ir a alguna parte, tendrá que ser lateralmente.

Vino y se sentó junto a mí.

—Henshaw de OE-3 me debe un favor. Entre los dos podríamos deslizarte lateralmente a un mundo donde Landen no se ahoga a los dos años.

—¿Podríais? —respondí, de pronto interesada.

—Claro. Pero calma. No es tan simple. Muchas cosas serían… diferentes.

Mi euforia duró muy poco. Sentí un hormigueo en el cuero cabelludo.

—¿Cómo de diferentes?

Muy diferentes. No pertenecerás a OE-27. Es más, no existirá OpEspec. La Segunda Guerra Mundial terminará en 1945 y el conflicto de Crimea no durará mucho más allá de 1854.

—Comprendo. ¿No habrá guerra en Crimea? ¿Significa eso que Anton seguirá con vida?

—Exacto.

—Entonces hagámoslo, papá.

Me agarró la mano y me la apretó.

—Hay más. La decisión es tuya y tienes que saber conprecisión lo que implica. Todo habrá desaparecido. Todo el trabajo que has hecho, todo el trabajo que harás. No habrá dodos ni neandertales, ni máquinas Will-Speak, ni Gravetubo…

—¿No hay Gravetubo? ¿Cómo se desplazan?

—En unas cosas llamadas reactores. Grandes naves de pasajeros que vuelan a diez kilómetros de altura y a tres cuartas partes de la velocidad del sonido… algunas incluso más rápido.

Era una idea ridicula y así se lo dije.

—Sé que es difícil de creer, garbancito, pero no lo sabrás… allí el Gravetubo parece tan imposible como aquí los reactores.

—¿Qué hay de los mamuts?

—No habrá… pero habrá patos.

—¿La Goliath?

—Con otro nombre.

Guardé silencio un momento.

—¿Habrá Jane Eyre?

—Sí —dijo mi padre—. Sí, siempre habrá Jane Eyre.

—¿Y Turner? ¿Seguirá pintando El último viaje de El Temeraire?

—Sí, y Carravaggggio también existe, aunque deletrean su nombre de forma más razonable.

—Entonces, ¿a qué esperamos?

Mi padre guardó un momento de silencio.

—Hay un problema.

—¿Qué tipo de problema?

Suspiró.

—Landen habrá vuelto, pero él y tú no nos habréis conocido. Landen ni siquiera te conocerá.

—Pero yo le conoceré a él. Puedo presentarme, ¿no?

—Thursday, no formas parte de eso. Estás en el exterior. Todavía llevarás el hijo de Landen pero no sabrás que el ladeo se ha producido. No recordarás nada de tu antigua vida. Si quieres desplazarte lateralmente para verle, entonces tendrás un nuevo pasado y un nuevo presente. Perversamente, para poder verle no podrás tener ningún recuerdo de él… ni él de ti.

—Es un buen problema —comenté.

—Es el segundo peor problema —admitió papá.

Pensé un momento.

—¿Así que no estaré enamorada de él?

—Me temo que no. Puede que te quede un diminuto recuerdo residual… sentimientos que no puedas explicar por alguien a quien nunca conociste.

—¿Estaré confusa?

—Sí.

Me miró con expresión seria. Todos me miraban así. Incluso lady Hamilton, que se había estado desplazando muy lentamente hacia el jerez, se detuvo y me miró fijamente. Estaba claro que salir de allí era algo que debía hacer. Pero ¿quedarme sin ningún recuerdo de Landen? No me hacía falta pensar mucho.

—No, papá. Gracias, pero no.

—Creo que no lo comprendes —entonó, usando su voz paterna de «a tu cuarto, señorita»—. Dentro de un año podrás regresar y todo volverá a estar bien…

No. No voy a perder más de Landen de lo que he perdido ya. —Tenía una idea—. Además. Tengo un lugar al que puedo ir.

—¿Sí? —preguntó mi padre—. ¿A qué lugar podrías ir donde Lavoisier no te encontrase? Atrás, adelante, de lado, alterno… ¡no hay ningún otro lugar!

Sonreí.

—Te equivocas, papá. Hay otro lugar. Un lugar donde nadie me encontrará… ni siquiera tú.

—¡Garbancito…! —imploró—. ¡Es imprescindible que te tomes esto en serio! ¿Adónde irás?

Respondí lentamente.

—Voy a perderme en un buen libro.

A pesar de sus ruegos, me despedí de mamá, de papá y de lady Hamilton, salí de la casa y corrí al apartamento en la motocicleta de Joffy. Aparqué en la puerta delantera, desafiando a los agentes de la Goliath y OpEspec que esperaban por mí. Entré despacio; les llevaría veinte minutos o más informar a la base y luego subir y echar la puerta abajo… y yo sólo tenía que guardar unas cuantas cosas. Todavía tenía mis recuerdos de Landen y ellos me sostendrían hasta que le recobrase. Porque le recobraría… Pero necesitaba tiempo para descansar y recuperarme, y traer a nuestro hijo al mundo con el mínimo de problemas, molestias o interrupciones. Metí cuatro latas de comida para gatos Mininoliciosa, dos paquetes de caramelos mentolados, un bote grande de Marmite y dos docenas de pilas AA en una enorme bolsa de mano junto con algo de ropa, una fotografía de mi familia y el ejemplar de Jane Eyre con la bala alojada en la portada. Coloqué a la adormilada y confundida Pickwick y su huevo en la bolsa y la cerré de forma que sólo le sobresalía la cabeza. A continuación me senté en una silla, delante de la puerta, con un ejemplar de Grandes esperanzas en el regazo. Yo no era una saltadora de libros nata y sin la guía de viajes me iba a hacer falta el miedo a ser capturada para ayudarme a catapultarme más allá de las barreras de la ficción.

Comencé a leer con la primera llamada a la puerta y seguí leyendo durante la andanada de gritos exigiéndome que abriese, durante los golpes sordos y el sonido de la madera astillándose hasta que, finalmente, cuando la puerta caía, me fundí con el interior lúgubre de Grandes esperanzas y Satis House.

La señorita Havisham se trastornó un poco cuando le expliqué lo que precisaba, y aún más cuando vio a Pickwick, pero aceptó mi petición y lo arregló con Bellman… con la condición de que siguiese con mi entrenamiento. Me admitieron a toda prisa en el Programa de Intercambio de Personajes y me ofrecieron un papel secundario en un libro inédito de las profundidades del Pozo de las Tramas Perdidas. La mujer a la que reemplacé hacía tiempo que quería hacer un curso en la Academia de Arte Dramático de Reading, así que a ella le venía genial también. Mientras vagaba por el subsótano seis, con el impreso del Programa de Intercambio en la mano dirigido a alguien llamado Briggs, me sentí más relajada que durante las últimas semanas. Encontré el libro encajado entre el primer borrador de una aventura en el mar de Tasmania y una idea vaga para una comedia ambientada en el Mando de Bombardeo. Saqué el libro, lo llevé a una de las mesas de lectura y, tranquilamente, me leí en mi nuevo hogar.

Me encontré en las orillas de un embalse, en algún lugar de los alrededores de Londres. Era verano y el aire era cálido y dulce en contraste con las condiciones invernales de casa. Yo estaba de pie en un embarcadero de madera, delante de un enorme y aparentemente ruinoso hidroavión, que se agitaba suavemente con la brisa, tirando de las cuerdas. Una mujer acababa de salir de la puerta del casco elevado; sostenía una maleta.

—¡Hola! —grito, corriendo hacia mí y ofreciéndome la mano—. Soy Mary. Tú debes de ser Thursday. ¡Por el amor del cielo! ¿Qué es eso?

—Un dodo. Se llama Pickwick.

—Pensaba que se habían extinguido.

—No de donde yo vengo. ¿Aquí voy a vivir? —Señalaba dubitativa al destartalado hidroavión.

—Sé lo que piensas. —Mary sonreía con orgullo—. ¿No es lo más bonito que has visto nunca? Un Short Sunderland construido en 1943; voló por última vez en el 54. Estoy a mitad de camino de convertirlo en una casa flotante pero no tengas reparos si quieres ayudar. Simplemente, mantén seca la sentina y pon en marcha el motor número tres una vez al mes y te estaré agradecida.

—Eh… vale —solté.

—Bien. Te he dejado un esquema rápido de la historia en la puerta del frigorífico, pero no te preocupes demasiado… como es inédita podemos hacer básicamente lo que nos dé la gana. Si tienes algún problema, recurre al capitán Nemo, que vive en el Nautilus, dos botes más abajo. Y no te preocupes, puede que al principio Jack te parezca un poco brusco, pero tiene un corazón de oro y, si te pide que conduzcas su Austin Allegro, asegúrate de darle bien al embrague antes de cambiar de marcha. ¿Bellman te ha proporcionado los papeles necesarios y las identificaciones falsas?

Me coloqué la mano sobre el bolsillo y ella me pasó un papel y un montón de llaves.

—Bien. Aquí tienes mi número de notaalpiéfono para caso de emergencia, éstas son las llaves del hidroavión y de mi BMW. Si llama alguien que responde al nombre de Arnold, dile que tuvo su oportunidad y la perdió. ¿Alguna pregunta?

—Creo que no.

Sonrió.

—Entonces hemos terminado. Te gustará esto. Es muy raro. Te veré dentro de un año. ¡Hasta otra!

Me dedicó un alegre saludo con la mano y recorrió el camino de tierra. Miré al otro lado del lago, los botes lejanos; luego vi un par de cisnes que aleteaban con fuerza para despegar del agua. Me senté en un asiento desvencijado de madera y dejé que Pickwick saliese de la bolsa. No era mi hogar, pero parecía bastante agradable. La reactualización de Landen pertenecía a un futuro desconocido, así como Aornis y el merecido castigo de la Goliath… pero todo a su tiempo. Echaría de menos a mamá, a papá, a Joffy, a Bowden, a Victor y quizás incluso a Cordelia. Pero no todo eran malas noticias: al menos ya no tendría que aparecer en Los vídeos de ejercicio de Thursday Next.

Como decía mi padre, es curioso cómo acaban sucediendo las cosas.