El amanecer de la vida tal y como la conocemos
Hace tres mil millones de años, la atmósfera de la Tierra se había estabilizado en lo que los científicos llamaban A-II. El implacable martilleo de la atmósfera había creado la capa de ozono, que evitaba la producción de más oxígeno. Hacía falta un mecanismo nuevo y totalmente diferente para poner en marcha el joven planeta y convertirlo en la esfera verde y viva que conocemos y disfrutamos.
DR. LUCIANO SPAGBOG
Cómo creo que empezó la vida en la Tierra
—No va a hacer falta —dijo mi padre, quitándome delicadamente la pistola de la mano y dejándola sobre la mesa. No sé si llegó a propósito en el último minuto para incrementar el dramatismo, pero allí estaba. No había congelado el tiempo… creo que ya estaba harto. En el pasado siempre que había aparecido era todo sonrisas y alegría, pero ese día era diferente. Y parecía, por primera vez, viejo. Quizá de ochenta años… quizá de más.
Metió la mano dentro del contenedor del nanodispositivo mientras fallaba el último generador. El pequeño globo de nanotecnología le cayó en la mano y las luces de emergencia se encendieron, bañándonos en un resplandor verde.
—Está frío —dijo—. ¿Cuánto me queda?
—Primero tiene que calentarse —respondió Wilbur abatido—. ¿Tres minutos?
—Lamento decepcionarte, garbancito, pero el sacrificio personal no es la respuesta.
—Era lo único que me quedaba, papá. Yo sola o yo y tres mil millones de almas.
—No te corresponde a ti tomar esa decisión, Thursday, pero a mí sí. Te queda mucho trabajo por hacer, y también a tu hijo. En mi caso, simplemente me alegro de que todo acabe antes de encontrarme tan débil que sea un inútil.
—¡Papá!
Sentí las lágrimas corriéndome por la cara.
—¡Ahora todo se ve tan claro! —dijo, sonriendo mientras cerraba la mano de forma que ni un átomo de la Crema Maravillosa omnívora cayese al suelo—. Después de varios millones de años de existencia, al fin he comprendido mi propósito. ¿Le dirás a tu madre que no hay absolutamente nada entre Emma Hamilton y yo?
—¡Oh, papá! ¡No lo hagas, por favor!
—Y dile a Joffy que le perdono por romper la ventana del invernadero.
Le abracé con fuerza.
—Te echaré de menos. Y a tu madre, claro, y a Escher, a Louis Armstrong, a las hermanas Nolan… lo que me recuerda, ¿conseguiste las entradas?
—Tercera fila, pero… pero… supongo que ya no las necesitarás.
—Nunca se sabe —murmuró—. Deja mi entrada en la taquilla, ¿lo harás?
—Papá, debe haber algo que podamos hacer por ti.
—No, querida, pronto me iré de aquí. El Gran Salto Adelante. Lo único que me pregunto es adónde ir. ¿Había algo en la Crema Maravillosa que no encajara?
—Clorofila.
Sonrió y olisqueó el clavel que llevaba al ojal.
—Sí, eso pensaba. En realidad, es todo muy simple… y bastante ingenioso. La clorofila es la clave… ¡Oh!
Le miré la mano. La carne comenzaba a reblandecerse. El rebelde nanodispositivo se había calentado lo suficiente para ponerse a trabajar, devorando, cambiando y duplicándose cada vez a mayor velocidad.
Le miré, deseando hacerle un centenar de preguntas pero sin saber por dónde empezar.
—Voy a ir tres mil millones de años hacia el pasado, Thursday, a un planeta que sólo tiene la posibilidad de la vida. Un planeta que espera un acontecimiento milagroso, algo que no ha sucedido, por lo que sabemos, en ningún otro punto del universo. En una palabra, fotosíntesis. Una atmósfera oxidante, garbancito… la forma ideal de iniciar una biosfera embrionaria. —Rió—. Es curioso cómo acaban sucediendo las cosas, ¿verdad? Toda la vida del planeta procede de las proteínas y los compuestos orgánicos de la Crema Maravillosa.
—Y del clavel. Y de ti.
Me sonrió.
—De mí. Sí. Pensaba que esto sería el final, el Gran Final… pero en realidad no es más que el comienzo. Y yo soy parte de él. Me hace sentir… bien, humilde.
Me tocó la cara con la mano buena y me besó en la mejilla.
—No llores, Thursday. Así es como sucede. Es como siempre ha sucedido, es como siempre sucederá. Toma mi cronógrafo; ya no voy a necesitarlo.
Le solté el pesado reloj de la muñeca buena mientras el olor a fresas llenaba toda la sala. Era la mano de papá. Casi se había convertido por completo en budín. Para él era hora de irse y lo sabía.
—Ha sido Aornis, ¿no?
Asentí.
—La peor de todos… aparte de Flegetonte. ¿Sabes qué decíamos de ella? Rica en maldades, pobre en dinero. Tiene su talón de Aquiles, al igual que el resto de la familia. Adiós, Thursday, no podría haber tenido mejor hija.
Recuperé la compostura. No quería que su último recuerdo de mí fuese el de una niña llorona. Quería que viese que yo podía ser tan fuerte como él. Apreté los labios y me limpié las lágrimas de los ojos.
—Adiós, papá.
Me guiñó un ojo.
—Bien, el tiempo no espera por nadie, como nos gusta decir.
Volvió a sonreír y empezó a plegarse, colapsarse y arremolinarse de forma muy similar al agua escapando por un desagüe. Notaba que el fenómeno tiraba de mí, por lo que di un paso atrás mientras mi padre se desvanecía en un estallido muy silencioso para viajar al remoto pasado. Un último tirón gravitatorio me arrancó un botón de la camisa; la perla rebelde viajó por el aire y quedó atrapada en el pequeño vórtice giratorio. Se desvaneció y el aire se agitó un momento antes de estabilizarse en el estado habitual que llamamos normalidad.
Mi padre se había ido.
Las luces regresaron a medida que la entropía volvía a la normalidad. El audaz plan de venganza de Aornis había fallado miserablemente. En realidad, muy perversamente, nos había dado la vida a todos. Y después de mencionar tantas veces la ironía, probablemente en aquellos momentos se estuviese maldiciendo de camino a alguna tienda de modas. Papá tenía razón. Es curioso el modo en que acaban sucediendo las cosas.
Esa noche asistí al concierto de las hermanas Nolan. A mi lado había una localidad desocupada y yo miraba la puerta por si mi padre aparecía. Apenas escuché la música… Pensaba en las costas solitarias de un planeta sin vida, en una persona que una vez había sido mi padre descomponiéndose en sus elementos constituyentes. Luego pensé en las proteínas resultantes, ya muchas duplicadas y evolucionadas, trabajando en la atmósfera. Soltaban oxígeno y combinaban hidrógeno con dióxido de carbono para formar moléculas simples. En unos cientos de millones de años la atmósfera estaría llena de oxígeno libre; la vida aeróbica podría comenzar… y un par de miles de millones de años después algo cenagoso empezaría a abrirse paso hacia tierra firme. No era un comienzo muy prometedor pero me producía cierto orgullo familiar. Él no era simplemente mi padre, sino el padre de todo el mundo. Y mientras las Nolan interpretaban Adiós, no queda nada que decir, yo permanecí sentada en tranquila introspección, lamentando, como les pasa siempre a los hijos tras la muerte de sus padres, todas las cosas que nunca dije y nunca hice. Pero mi mayor pesar era más mundano: dado que la CronoGuardia había borrado su identidad y su existencia, yo nunca había sabido, ni nunca le había preguntado, su nombre.