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Crema Maravillosa

Desde el descubrimiento de las calorías y el «consumo de azúcar», el terreno de los budines ha sufrido terriblemente. Hubo una época en la que uno podía disfrutar sincera e inocentemente del placer absoluto de un buen y pegajoso budín de caramelo; cuando el helado era realmente de nata y un pastel Bakewell realmente estaba bien horneado. Pero los gustos cambian, y el mundo de los dulces a menudo ha tenido que pasar por amargas experiencias y sufrir dramáticos cambios para mantenerse al día. Mientras que una salchicha normal y un kedgeree común se mantienen a la cabeza de las preferencias culinarias de la nación, el budín debe estar continuamente modificándose para satisfacer nuestras papilas gustativas. De bajo en grasas a 0% de materia grasa, de sin azúcar a incluso sin sabor; sólo nos cabe esperar y ver cuál será el siguiente paso…

CILLA BUBB

No dejes tus postres para más tarde

Miré con cuidado por la ventana mientras me tomaba el desayuno y vi un Packard negro de OpEspec en la esquina, sin duda esperando a que apareciese. Al otro lado de la calle había otro coche, en esta ocasión del inconfundible azul profundo de la Goliath; el señor Cheese estaba apoyado contra el capó, fumando. Puse la tele y pillé las noticias. La entrada forzada en Vole Towers estaba muy censurada pero informaban acerca de que un «organismo» desconocido había logrado entrar en el edificio, había matado a varios agentes de OE-14 y se había llevado el Cardenio. Habían entrevistado a lord Volescamper, quien insistía en que había estado «profundamente dormido» y no se había enterado de nada. Yorrick Kaine estaba «en paradero desconocido» y las encuestas a la salida de los colegios electorales indicaban que Kaine y los whigs no habían estado a la altura de las expectativas. Sin el Cardenio, el potente lobby de Shakespeare había demostrado su lealtad a la administración actual, que había prometido posponer, con la ayuda de la CronoGuardia, la demolición en el siglo XVIII de la vieja casa de Shakespeare en Stratford.

Me permití una sonrisa sardónica por la caída dramática de Kaine, pero sentí pena por los agentes que se habían tenido que enfrentar a la Bestia Cazadora. Crucé la cocina. Pickwick me miró y luego miró su plato vacío de la cena con aire acusador.

—Lo siento —murmuré, y le serví frutos secos—. ¿Cómo va el huevo?

Ploc-ploc —dijo Pickwick.

—Bien —respondí—, como quieras. Yo sólo preguntaba.

Preparé otra taza de té y me senté a pensar. Papá había dicho que el mundo se acabaría aquella misma tarde, pero no tenía ni idea de si realmente iba a pasar o no. En cuanto a mí, OpEspec y la Goliath me perseguían; no tenía más opción que ser más lista que ellos u ocultarme bien durante mucho tiempo. Pasé la mayor parte del día recorriendo mi apartamento, intentando decidir qué era lo mejor. Escribí mi relato de lo sucedido y lo oculté detrás del frigorífico, por si acaso. Esperaba que papá apareciese, pero las horas pasaron y todo siguió como siempre. Los vehículos de la Goliath y OpEspec fueron sustituidos por otros dos a mediodía y, a medida que iba haciéndose tarde, yo me desesperaba más. No podía quedarme atrapada para siempre dentro de mi propio apartamento. Podía confiar en Bowden y en Joffy… quizás incluso en Miles. Decidí escaparme y usar un teléfono público para llamar a Bowden, y estaba a punto de abrir la puerta cuando alguien pulsó el botón del intercomunicador. Salí rápidamente de mi apartamento y corrí escaleras abajo. Si conseguía pasar por la entrada de servicio podría escapar. Pero sobrevino el desastre. Uno de los residentes salía justo en ese momento y abrió la puerta. Oí una voz brusca.

—Buscamos a la señorita Next… de OpEspec.

Maldije a la señora Scroggins cuando contestó:

—Cuarto piso, ¡segunda puerta a la izquierda!

La salida de incendios estaba justo delante de la vista de los de OpEspec y la Goliath, así que corrí de vuelta a mi piso, sólo para descubrir que en mi huida me había quedado encerrada fuera. No había dónde ocultarse excepto tras una planta de plástico en una maceta que era siete veces demasiado pequeña, por lo que abrí la ranura del correo y siseé:

Pickwick.

Salió del salón y llegó a la entrada, donde me miró, inclinando la cabeza a un lado.

—Bien. Ahora escucha. Sé que Landen decía que eras muy inteligente y si no haces lo que te pido me van a meter en bucle y a ti te van a mandar al zoo. Bien, necesito que encuentres mis llaves.

Pickwick me miró dubitativa, dio dos pasos al frente para luego relajarse y soltar un ploc.

—Sí, sí, soy yo. Tendrás todas las golosinas que puedas comer, Pickers, pero necesito las llaves. Mis llaves.

Obedientemente, Pickwick se sostuvo en equilibrio sobre una pata.

—Mierda —murmuré.

—¡Ah, Next! —dijo una voz a mi espalda. Apoyé la cabeza contra la puerta y la ranura se cerró.

—Hola, Cordelia —dije en voz baja sin girarme.

—Bien, nos lo has estado poniendo difícil, ¿no?

Hice una pausa, me volví y me puse en pie. Pero Cordelia no venía con otros tipos de OpEspec… sino con un hombre y su hija, los ganadores del concurso. Quizá las cosas no estuviesen tan mal como pensaba. Le pasé el brazo sobre los hombros y la alejé un poco.

—Cordelia…

—Dilly.

—Dilly…

—¿Sí, Thurs?

—¿Qué cuentan en OpEspec?

—Bien, cariño —respondió Cordelia—, tu orden de detención sólo se conoce dentro de OpEspec… Flanker espera que te entregues. La Goliath le cuenta a todo el mundo que robaste algunos secretos industriales muy importantes.

—Es todo mentira, Cordelia.

Eso ya lo sé, Thursday. Pero tengo un trabajo que hacer… ¿te reunirás ahora con mi gente?

Acepté y volvimos junto a los otros dos, que repasaban un folleto del Gravetubo.

—Thursday Next, éstos son David Graham y su hija, Molly.

Le di la mano a David; Molly me miró indecisa desde detrás de una pierna de su padre, aferrando un peluche.

—Os invitaría a tomar café —expliqué—, pero me he quedado encerrada fuera.

David rebuscó en su bolsillo y sacó unas llaves.

—¿Son tuyas? Las he encontrado en el camino de entrada.

—No lo creo muy probable.

Pero eran mis llaves… un juego que había perdido unos días antes. Abrí la puerta.

—Pasad. Ésta es Pickwick. No os acerquéis a las ventanas; fuera hay algunas personas con las que no quiero encontrarme.

Cerraron la puerta al entrar. Molly, superando su timidez inicial, miró fijamente a Pickwick, quien le devolvió la mirada.

Ploc —dijo Pickwick.

—Dodo —dijo Molly.

Pickwick agarró a Molly por el puño de la manga y la llevó a la cocina para enseñarle el huevo.

—¿A qué te dedicas, David? —pregunté mirando por la ventana de la cocina. No tendría que haberme molestado; los dos coches y sus ocupantes seguían en el mismo sitio.

—Soy recaudador de fondos —respondió—. Hace tiempo que quería conocerla.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—No sé. Supongo que me interesaba el tipo de persona que puede viajar por los libros.

—Ah —respondí ausente, deteniéndome para reflexionar lo absolutamente improbable que era que los invitados de Cordelia hubiesen encontrado mis llaves cuando otros residentes no las habían ni visto.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señorita Next? —preguntó David.

—Llámame Thursday. Un minuto.

Fui al salón por el entropioscopio y lo agité mientras regresaba.

—Bien, Thursday —siguió diciendo David—, me preguntaba…

—¡Mierda! —exclamé, mirando al patrón en espiral de lentejas y arroz—. ¡Vuelve a pasar!

—Tu dodo dice que tiene hambre —comentó Molly.

—Es una artimaña para conseguir golosinas. Cordelia, ¿le das a Molly una golosina para que se la dé a Pickwick? Están encima de la nevera.

Cordelia dejó su bolso y bajó el bote de vidrio.

—Lo lamento, David, ¿qué decías?

—Bien. ¿Cómo…?

Pero yo no prestaba atención. Había una mujer sentada en el murete de la entrada del edificio de apartamentos. Tenía veintitantos años, iba vestida con colores algo chillones y leía una revista de modas.

—¿Aornis? —susurré—. ¿Puedes oírme?

La figura se giró para mirarme mientras yo decía esas palabras y me estremecí. Era ella, sin ninguna duda. Sonrió, me saludó y señaló el reloj.

—Es ella —mascullé—. Maldita hija de puta… ¡es ella!

—… y ésa es mi pregunta —concluyó David.

—Lo lamento, David, no prestaba atención.

Agité el entropioscopio pero el resultado no fue más extraordinario que antes… Fuera cual fuese el peligro, todavía no habíamos llegado a él.

—¿Tenías una pregunta, David?

—Sí —dijo, un poco molesto—. Me preguntaba…

—¡Cuidado! —grité, pero era demasiado tarde. A Cordelia se le había escapado el bote de vidrio de golosinas, que cayó sobre la encimera… justo encima de la bolsita de pruebas de pasta rosa traída de más allá del fin del mundo. El bote no se rompió, pero la bolsa sí, y Cordelia, David y yo quedamos cubiertos de la sustancia viscosa. David salió peor parado… un buen trozo le dio directo en la cara.

—¡Agh!

—Toma —le dije, pasándole la toallita de té de las Siete Maravillas de Swindon—, usa esto.

—¿Qué es esta cosa? —preguntó Cordelia, limpiándose la ropa con un trapo húmedo.

—Me gustaría saberlo.

Pero David se lamió los labios y dijo:

—Yo te lo diré. Es Crema Maravillosa.

—¿Crema Maravillosa? —pregunté—. ¿Estás seguro?

. De sabor a fresa. La reconocería en cualquier parte.

Metí el dedo en la masa y la probé. No había error, era Crema Maravillosa. Si los del laboratorio hubiesen examinado la pasta con más amplitud de miras en lugar de limitarse a analizar las moléculas, ellos mismos se hubiesen dado cuenta. Pero aquello me hizo pensar.

—Crema Maravillosa —dije en voz alta, mirando la hora. Al planeta le quedaban ochenta y siete minutos de vida—. ¿Cómo podía convertirse el mundo en Crema Maravillosa?

—Es el tipo de cosa que Mycroft podría saber —comentó David.

—Tú —dije, señalando con el dedo al individuo cubierto de budín— eres un genio.

¿Qué había dicho Mycroft? ¿Diminutas nanomáquinas apenas mayores que una célula construyendo proteínas nutritivas a partir de poco más que basura? ¿Pastel de plátano y dulce de leche sacado de un vertedero? Quizá se fuese a producir un accidente. Después de todo, ¿qué impedía a las nanomáquinas fabricar pastel de plátano una vez puestas a ello? Miré por la ventana. Aornis se había ido.

—¿Tienes coche? —pregunté.

—Claro —dijo David.

—Vas a tener que llevarme a CosasCon. Dilly, necesito tu ropa.

Cordelia me miró suspicaz.

—¿Por qué?

—Me vigilan. Tres entran, tres salen… creerán que soy tú.

—Ni lo sueñes —respondió Cordelia indignada—, a menos que aceptes todas mis entrevistas y actos.

—En mi primera aparición la Goliath, u OpEspec, me arrancará la cabeza… o lo harán las dos a la vez.

—Quizá —respondió Cordelia—, pero sería una tonta si dejase pasar una oportunidad así de buena. Todas las entrevistas y apariciones públicas que te pida durante un año.

—Dos meses, Cordelia.

—Seis.

—Tres.

Suspiró.

—Vale. Tres meses… pero tendrás que hacer el Vídeo de ejercicios de Thursday Next y hablar con Harry sobre el proyecto cinematográfico de El caso Jane Eyre.

—Trato hecho.

Así que Cordelia y yo nos intercambiamos la ropa. Me sentía muy extraña con su enorme suéter rosa, la falda corta negra y los tacones.

—No olvides las cuentas peruanas del amor —dijo Cordelia— ni mi pistola. Toma.

Molly y Pickwick jugaban al escondite en el salón pero pronto estuvimos listos.

—Disculpe, señorita Flakk —dijo David un poco indignado—. Me prometió que podría hacerle una pregunta a la señorita Next.

Flakk le señaló con un dedo de manicura perfecta y entrecerró los ojos.

—Escucha, tío. Ahora estás en misión de OpEspec… Un extra, diría yo. ¿Alguna queja?

—Eh, no, supongo —tartamudeó David.

Los llevé fuera, dejando atrás a los agentes de la Goliath y OpEspec que me esperaban. Hice algunos gestos exagerados de Cordelia y apenas nos miraron. Al cabo de un momento estábamos en el Studebaker alquilado de David y le indiqué el camino hasta el otro extremo de la ciudad mientras me cambiaba de ropa.

—¿Thursday? —preguntó David.

—¿Sí? —respondí, mirando a mi alrededor por si veía a Aornis y agitando el entropioscopio. La entropía parecía mantenerse en la posición de «ligeramente raro».

—Tu padre… ¿Cómo se las arregla para detener el reloj de esa forma?

—Es una habilidad de la CronoGuardia —le dije—. Cualquier actividad en el cronoflujo provoca ondulaciones que se detectan con facilidad. Papá nos sitúa a los dos en una especie de estasis… Tan pronto como los Cronos detectan la alteración, él ya se ha ido. ¿Responde eso —a tu pregunta?

—Supongo.

—Bien. Vale, para ahí. Iré caminando el resto del trayecto.

Me dejaron al borde de la acera y les di las gracias antes de echar a correr por la calle. Ya estaba bastante oscuro. No daba la impresión de que faltasen sólo veintiséis minutos para que el mundo se acabara, pero supongo que nunca da esa impresión.