26

Primera misión: argujero en Grandes esperanzas

Argujero: Término empleado para describir un agujero argumental del autor que hace que su obra sea aparentemente imposible. Es posible que un argujero sin cerrar no dé problemas durante un millón de lecturas pero, súbita y catastróficamente, la narración puede desmoronarse de forma dramática. De ahí el dicho de Jurisficción: «Un cambio de frase ahorra mucho tiempo.»

Marcatexto: Un dispositivo de emergencia parecido por su aspecto a una pistola de señales. Diseñado por el Departamento de Diseño y Tecnología de Jurisficción, el marcatexto permite a un ARP atrapado «marcar» el texto de libro en que se encuentra empleando un código preasignado de negritas, cursivas, subrayados, etcétera, único para cada agente. Otro agente puede entonces saltar a la página correcta para realizar el rescate. Funciona bien siempre que el rescatador esté buscando la señal.

GATO DE AU DE W

Guía de Jurisficción a la Gran Biblioteca (glosario)

La señorita Havisham me dijo que fuese a buscar té y que me reuniese con ella, así que fui hasta la mesa de la merienda.

—Buenas tardes, señorita Next —dijo un joven muy elegante que se había unido a mí—. Vernham Deane, canalla residente en El señor de High Potternews, D. Farquitt, 1.256 páginas, en edición de bolsillo 3,99 libras.

Le di la mano.

—Sé lo que piensa —sonrió—. A nadie le gusta Daphne Farquitt; pero vende muchos libros y siempre ha sido muy buena conmigo… si exceptuamos el capítulo en que violo a la sirvienta de Potternews Hall y luego insensiblemente lo niego todo y la despido. No quería hacerlo, créame.

—No he leído el libro —le dije.

—¡Ah! —Parecía aliviado. Añadió—: La señorita Havisham es muy buena profesora. Sólida y de fiar, pero quisquillosa con las reglas. Aquí hay muchos atajos que los miembros de más edad ven mal o desconocen; ¿me permitirá que algún día le muestre este lugar?

—Gracias, señor Deane. Acepto.

—Vern —dijo—, llámeme Vern. Escuche, no se fíe demasiado del ISBN. Bellman es un poco tecnófilo y, aunque es posible que el sistema de posicionamiento por ISBN tenga sus atractivos, yo llevaría siempre los mapas de Bradshaw por si acaso.

—Lo tendré en cuenta.

—Y no se preocupe por el viejo Harris. Ladra mucho más que muerde. Me mira mal porque vengo de una novelucha atrevida, pero escuche… ¡puedo medirme con él en cualquier momento!

Nos sirvió el té antes de seguir.

—Se entrenó en la época en que lanzaban a los cadetes a El progreso del peregrino y les decían que se buscasen el camino de salida. Cree que todos los jóvenes somos blandos como el jabón. ¿No es así, Tweed?

Harris Tweed se había acercado con una taza vacía de café.

—¿De qué demonios habla, Deane? —preguntó, frunciendo el ceño como si fuese a lanzar truenos.

—Le contaba a la señorita Next que usted cree que somos todos un poco blandos.

Harris se acercó un poco más, miró furioso a Deane y luego a mí, fijamente.

—¿Havisham le ha mencionado el Pozo de las Tramas Perdidas? —preguntó.

—El gato lo mencionó. Libros inéditos, creo que dijo.

—No sólo libros inéditos. El Pozo de las Tramas Perdidas es donde las ideas vagas fermentan hasta convertirse en planes imprecisos. Es la Incubadora de Ideas. El Principio de las Palabras. Vaya allá abajo y verá los esquemas narrativos solidificándose en los estantes como si fuesen formas de vida primordiales. Los espíritus de personajes apenas esbozados recorren los pasillos en busca de tramas y diálogos antes de entretejerse en la historia. Si tienen suerte, el libro encuentra editor y se eleva a la Gran Biblioteca de arriba.

—¿Y si no tienen suerte?

—Permanecen en el sótano. Pero hay más. Por debajo del Pozo de las Tramas Perdidas hay otro sótano. Subsótano veintisiete. Nadie lo menciona. Allí es donde acaban los personajes borrados, los malos recursos narrativos, las ideas a medio cocer; es allí donde los agentes corruptos de Jurisficción van a pasar una dolorosa eternidad. No lo olvide.

Miró a Deane, le dedicó otro fruncimiento de cejas, se llenó la taza de café y se fue. En cuanto estuvo lo bastante lejos para no oírlo, Vernham se volvió hacia mí y dijo:

—Cuentos de viejas. No existe el subsótano veintisiete.

—Es como usar al Jabberwock[32] para asustar a los niños, ¿no?

—En realidad no —respondió Deane pensativamente—, porque el Jabberwock existe. Es un tipo encantador… se le da genial la pesca con mosca y toca los bongos. Se lo presentaré. —Miró la hora—. Dios. Bien, adiosito, ¡ya nos veremos!

A pesar de las garantías de Vern sobre las amenazas de Harris Tweed, seguía nerviosa. ¿Era suficiente fechoría saltar desde mi mundo a un ejemplar de Poe como para atraer las iras de Tweed? ¿Y cuánto entrenamiento me haría falta antes incluso de poder siquiera intentar rescatar a Jack Schitt? Volví con la señorita Havisham, cuya mesa, me di cuenta, estaba todo lo lejos que se podía estar de la de la Reina Roja… y le puse el té delante.

—¿Qué sabe del subsótano veintisiete? —le pregunté.

—Cuentos de viejas —respondió Havisham, concentrándose en el informe que estaba terminando—. ¿Uno de los otros ARP ha intentado asustarte?

—Más o menos.

Miré a mi alrededor mientras la señorita Havisham se mantenía ocupada. Parecía haber mucha actividad; los ARP aparecían y desaparecían en el aire que me rodeaba mientras Bellman se movía por allí, leyendo instrucciones a los agentes. Mis ojos se posaron sobre un cuerno reluciente conectado a un dispositivo de madera y metal colocado sobre una mesa junto a un tubo flexible de cobre. Me recordaba un modelo de gramófono muy antiguo… algo que podría haber inventado Thomas Edison.

La señorita Havisham alzó la vista, vio que yo intentaba leer las instrucciones de la placa metálica y dijo:

—Es un notaalpiéfono. Pruébalo si quieres.

Levanté el cuerno y miré en su interior. Había un tapón de corcho unido a una cadenita. Miré a la señorita Havisham.

—No tienes más que darle el título del libro, la página, el personaje y, si realmente quieres ser específica, la línea y la palabra.

—¿Así de simple?

—Así de simple.

Quité el tapón y oí que una voz decía.

—Servicio de operadores. ¿Puedo ayudarla?

—¡Oh! Sí, eh, libro a libro, por favor. —Pensé en una novela que había estado leyendo hacía poco y escogí una página y una línea al azar—. Era una noche oscura y tormentosa, página 156, línea 4.

—Intentando la conexión. Gracias por emplear Comunicaciones NAF.

Se oyeron algunos chasquidos y una voz de hombre diciendo: «… y nuestros corazones, aunque fuertes y valientes, se detuvieron como…».

El operador volvió a hablar.

—Lo lamento, un cruce de líneas. Pero ya está. Gracias por usar Comunicaciones NAF.

Esta vez sólo oí el murmullo de una conversación mantenida a pesar del sonido de los motores de un barco. Sin saber exactamente qué decir, solté:

—¿Antonio?

Se oyó una voz confundida y, a toda prisa, volví a colocar el tapón.

—Le acabarás pillando el tranquillo —dijo Havisham amablemente, dejando el informe—. ¡El papeleo! Increíble. Vamos, tenemos que visitar a Wemmick en Suministros. A mí me cae bien, por tanto a ti te caerá bien. No espero que en esta primera misión hagas mucho… simplemente quédate cerca de mí y observa. ¿Te has acabado el té? ¡Nos vamos!

No me lo había terminado, por supuesto, pero la señorita Havisham me agarró por el codo y antes de que me diera cuenta habíamos regresado al inmenso vestíbulo de entrada. Nuestros pasos resonaron sobre el suelo reluciente mientras nos dirigíamos a un lado del vestíbulo, donde un pequeño mostrador de mármol rojo de no más de dos metros de ancho estaba bien encajado en la pared de mármol rojo. Un cartel raído nos indicaba que tomáramos un número y que nos llamarían.

—¡El rango tiene sus privilegios! —gritó la señorita Havisham encantada poniéndose en el primer lugar de la cola. Algunos agentes de Jurisficción alzaron la vista, pero la mayoría empollaba notas de paso, memorizando sus próximos destinos.

Harris Tweed estaba delante de nosotras, equipándose para su viaje a El mundo perdido. Sobre el mostrador había un traje completo de safari, mochila, binoculares y revólver.

—… y un rifle deportivo Rigby.416 con sesenta cartuchos de munición.

El encargado colocó la caja de caoba del rifle sobre el mostrador y cabeceó apenado.

—¿Está seguro de que no prefiere un M16? Un estegosaurio embistiendo puede ser difícil de parar, creo yo.

—Un MI6 llamaría la atención, señor Wemmick. Además, en el fondo soy un poco tradicionalista.

El señor Wemmick suspiró, cabeceó y le pasó el albarán a Tweed para que lo firmase. Harris gruñó las gracias, firmó la hoja superior, hizo que le sellasen el recibo y que se lo devolviesen antes de reunir sus posesiones, asentir respetuosamente en dirección a la señorita Havisham, pasar de mí y luego recitar:

—«Un pasillo largo y oscuro forrado de madera, repleto de estantes…» —Antes de desvanecerse.

—¡Buenos días, señorita Havisham! —dijo el señor Wemmick amablemente tan pronto como nos acercamos—. ¿Cómo estamos?

—Bien, creo, señor Wemmick. ¿El señor Jaggers está bien?

—Yo diría que bastante bien de acuerdo a mi forma de pensar, señorita Havisham, bastante bien.

—Ésta es la señorita Next, señor Wemmick. Se nos ha unido hace poco.

—¡Encantado! —comentó el señor Wemmick, que tenía exactamente el aspecto descrito en Grandes esperanzas. A saber: era bajito, tenía la cara un poco marcada por la viruela y llevaba así como unos cuarenta años.

—¿Adónde se dirigen?

—¡A casa! —dijo la señorita Havisham, colocando la petición sobre el mostrador.

El señor Wemmick tomó la hoja de papel y la examinó un momento antes de desaparecer en el almacén y rebuscar con estruendo.

—Los almacenes son indispensables para nuestros propósitos, Thursday. Wemmick literalmente escribe su propio inventario. Todo hay que firmarlo y devolverlo, claro está, pero hay muy pocas cosas que no tenga. ¿No es así, señor Wemmick?

—¡Exacto! —dijo una voz desde detrás de un enorme montón de trajes turcos y un muy realista búfalo de plástico.

—Por cierto, ¿sabes nadar? —preguntó la señorita Havisham.

—Sí.

El señor Wemmick volvió con algunos artículos.

—Chalecos, de los que salvan la vida… dos. Cuerda, por si hay problemas… una. Cinturón salvavidas, para ayudar a flotar a Magwitch… uno. Dinero, para posibles gastos… diez chelines y cuatro peniques. Capas, para disfrazar a las agentes Next y Havisham, gruesas, negras… dos. Cenas envasadas… dos. Firme aquí.

La señorita Havisham tomó la pluma y se detuvo antes de firmar.

—Nos hará falta mi bote, señor Wemmick —dijo, bajando la voz.

—Lo notaalpiefonearé por adelantado, señorita H —dijo Wemmick, guiñando el ojo espectacularmente—. Lo encontrará en el embarcadero.

—¡Para ser un hombre, no está usted nada mal, señor Wemmick! —dijo la señorita Havisham—. ¡Thursday, recoge mi equipó!

—¿Ahora qué? —pregunté, cargada con la enorme bolsa de lona.

—A Dickens se puede llegar caminando —me explicó Havisham—, pero practicarás mejor si nos haces saltar directamente hasta allí… Hay como ochenta mil kilómetros de estantes.

—Ah… vale, eso sé hacerlo —murmuré, dejando la bolsa, sacando la guía de viaje y buscando la sección sobre la biblioteca.

—Agárrame mientras saltas y piensa en Dickens al tiempo que lees.

Así lo hice, y en un instante nos encontramos en el lugar justo de la biblioteca.

—¿Cómo lo he hecho? —pregunté orgullosa.

—No ha estado mal —dijo Havisham—. Pero has olvidado la bolsa.

—Lo siento.

—Esperaré aquí mientras vas a recogerla.

Así que leí de vuelta al vestíbulo, recogí la bolsa, soporté algunas pullas amistosas de Deane y regresé… pero por accidente llegué a una serie de libros de aventuras protagonizados por chicas valientes y escritos por alguien llamado Charles Pickens, así que volví a leer la parte de la biblioteca y me encontré enseguida con la señorita Havisham.

—Este es el libro de salida —dijo sin mirarme—. Nombre, destino, fecha, hora… ya lo he entrado todo. ¿Vas armada?

—Siempre. ¿Espera problemas?

La señorita Havisham sacó su pistolita, comprobó la recámara y me dedicó una de sus miradas más serias.

Siempre espero problemas, Thursday. Pasé dos años en GPH, Grupo de Protección de Heathcliff, en Cumbres borrascosas y, créeme, los ProCaths lo intentaron todo… Yo personalmente evité su asesinato en ocho ocasiones.

Sacó un cartucho usado, lo reemplazó por otro y volvió a colocar los cañones gemelos.

—Pero en Grandes esperanzas… ¿Qué peligro podría haber?

Se remangó y me mostró una cicatriz pálida en su antebrazo.

—Incluso en Toytown las cosas se pueden poner muy desagradables —explicó—. Créeme, Larry no es ningún corderito. Tuve suerte de escapar con vida.

Debí de mirarla con nerviosismo porque añadió:

—¿Todo bien? Puedes renunciar cuando quieras, ya lo sabes. Dilo y estarás de vuelta en Swindon antes de que puedas decir «señora Hubbard».

Me miró intensamente y yo pensé en el bebé. Había superado sin consecuencias las rebajas. ¿Cómo de difícil podía ser «recorrer» el trasfondo narrativo de una novela de Dickens? Además, me hacía falta toda la práctica posible.

—Estaré lista cuando lo esté usted, señorita Havisham.

Asintió, se bajó la manga, sacó Grandes esperanzas del estante y lo abrió sobre una de las mesas de lectura.

—Debemos entrar antes de que comience la historia, por lo que esto no es un salto libresco estándar. ¿Estás prestando atención?

—Sí, señorita Havisham.

—Bien. No tengo ningún deseo de explicarlo más de una vez. Primero, léenos dentro del libro.

Hice lo que me ordenaba, en esta ocasión asegurándome de tener bien agarrada la bolsa, y allí estábamos, entre las lápidas de las primeras páginas de Grandes esperanzas, con el frío y la humedad en el aire y la niebla que venía del mar. Al otro extremo del camposanto un niño pequeño estaba agachado entre piedras gastadas por los elementos, hablando consigo mismo mientras miraba dos lápidas colocadas a un lado. Pero allí había algo más. De hecho, había un grupo de personas cavando en una zona que quedaba justo al otro lado de los muros del cementerio y del muchacho, iluminado por la luz de dos potentes focos eléctricos alimentados por un pequeño generador que zumbaba en la distancia.

—¿Quiénes son? —susurré.

—Vale —susurró Havisham, sin oírme—, ahora saltamos adonde queremos ir por… ¿Qué has dicho?

Señalé en dirección a los del grupo. Uno empujó una carretilla sobre un tablón y vertió su contenido encima de un enorme montón de restos.

—¡Por amor del cielo! —exclamó la señorita Havisham, caminando a toda prisa hacia el grupito—. ¡Es el comandante Bradshaw!

Corrí tras ella, y no tardé en comprobar que la excavación era arqueológica. En el suelo había clavos unidos por cuerdecitas delimitando una zona en la que los voluntarios raspaban con paletas, intentando hacer el menor ruido posible. Sentado en una silla plegable había un hombre vestido como un cazador de elefantes: con ropa de safari, salacot, monóculo y un enorme y espeso bigote. Además, apenas medía más de un metro. Cuando bajó de la silla, era todavía más bajito.

—¡Qué me aspen, es la niña Havisham! —dijo con un susurro ronco—. ¡Estella, cada vez que te veo estás más joven!

La señorita Havisham le dio las gracias y me presentó. Bradshaw me dio la mano y la bienvenida a Jurisficción.

—¿Qué tramas, Trafford? —preguntó Havisham.

—Es una investigación arqueológica para la Fundación Charles Dickens, mi niña. Algunos estudiosos creen que Grandes esperanzas no empezaba en el cementerio sino en la casa de Pip cuando sus padres seguían todavía con vida. No quedan rastros en el manuscrito, así que pensamos en excavar un poco y ver si podíamos encontrar pruebas de una escena anterior sobrescrita.

—¿Ha habido suerte?

—Hemos dado con una idea remodelada que acabó en Nuestro amigo común, algunas quintillas verdes y un garabato inteligible al margen… pero poco más.

Havisham le deseó suerte; dijimos adiós y los dejamos excavando.

—¿Eso es raro?

—Descubrirás que por aquí no hay muchas cosas verdaderamente raras —respondió Havisham—. Es lo que hace que este trabajo sea tan divertido. ¿Dónde estábamos?

—Íbamos a saltar a los hechos anteriores al comienzo del libro.

—Lo recuerdo. Para saltar hacia delante sólo tendríamos que concentrarnos en el número de página o, si lo prefieres, en un hecho específico. Para retroceder antes de la primera página debemos pensar en números de página negativos o en algún acontecimiento que demos por supuesto que sucedió antes del comienzo del libro.

—¿Cómo se concibe un número de página negativo?

—Visualiza algo… Un albatros, digamos.

—¿Sí?

—Vale, ahora quita el albatros.

—¿Sí?

—Ahora quita otro albatros.

—¿Cómo voy a hacerlo? ¡Ya no quedan albatros!

—Vale; imagina que te he prestado un albatros para compensar tu déficit de aves marinas. ¿Cuántos albatros tienes ahora?

—Ninguno. —Bien. Ahora relájate mientras yo recupero mi albatros.

Me estremecí cuando un escalofrío me recorrió y, durante un momento fugaz, un hueco con la vaga forma de un albatros se abrió y se cerró delante de mí. Pero lo más extraño fue que durante un brevísimo momento comprendí el principio básico de la operación… pero esa comprensión se esfumó como un sueño al despertar. Parpadeé y miré a Havisham.

—Eso —anunció— ha sido un albatros en negativo. Ahora inténtalo tú. Sólo que tienes que emplear números de página en lugar de albatros.

Intenté con todas mis fuerzas imaginar un número de página negativo pero no me salió bien y me encontré en el jardín de Satis House, viendo a dos muchachos preparándose para pelear. La señorita Havisham estuvo a mi lado en un periquete.

—¿Qué haces?

—Intento…

—No, no lo intentes, niña. En este mundo hay dos tipos de personas, las que intentan y las que hacen. Tú eres de las primeras y yo intento convertirte en una de las últimas. ¡Ahora concéntrate, niña!

Así que probé de nuevo y en esta ocasión me encontré en un curioso cuadro vivo parecido al cementerio del primer capítulo pero en el cual tumbas, muros e iglesia eran poco más que siluetas de cartón. Los dos personajes, Magwitch y Pip, también eran bidimensionales y permanecían tan inmóviles como estatuas. Sólo que sus ojos se movieron para mirarme cuando salté allí.

—Tú… —susurró Magwitch entre dientes sin mover ni un músculo—, largo.

—¿Disculpe?

—¡Largo! —repitió Magwitch, en esta ocasión con más furia.

Yo reflexionaba sobre todo esto cuando Havisham me alcanzó, me agarró por la mano y saltamos adonde se suponía que debíamos estar.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté.

—El frontispicio. Esto no se te da bien a la primera, ¿verdad?

—Me temo que no.

—No desesperes —dijo la señorita Havisham más amable—, te convertiremos en Agente de Recurso Prosaico.

Recorrimos un embarcadero para llegar al amarre del bote de Havisham, que no era un bote cualquiera. Era un Riva de madera brillante y cromados relucientes. Subí a bordo de la lancha motora y guardé el material.

—¡Soltemos amarras! —gritó Havisham, que parecía recobrar energías en cuanto se subía a cualquier cosa dotada de un motor potente. Hice lo que me dijo. La señorita Havisham arrancó los motores Chevrolet gemelos de gasolina y con un gruñido gutural del escape nos adentramos en la oscuridad del Támesis. De la bolsa saqué dos capas, me puse una y le llevé la otra a la señorita Havisham, quien estaba de pie al timón, con el viento soplando por entre su pelo gris y tirando de su velo desgarrado.

—¿No es un poco anacrónico? —pregunté.

—Oficialmente lo es —respondió Havisham, virando para evitar un pequeño esquife—, pero realmente estamos en el trasfondo menos un día, así que podría haberme traído toda una flota de aviones Harrier de despegue vertical y al circo de los hermanos Ringling al completo y nadie se habría dado cuenta. Si tuviésemos que actuar durante el libro, estaríamos limitadas a usar lo disponible… lo que puede ser un incordio.

Nos movíamos corriente arriba contra las olas aceleradas. Era medianoche y yo agradecía la capa. Los jirones de niebla llegaban desde el mar y se acumulaban formando grandes bancos que obligaban a la señorita Havisham a reducir la velocidad; en veinte minutos estuvimos rodeadas por la niebla y nos quedamos a solas en medio de la oscuridad fría. La señorita Havisham apagó los motores y las luces de navegación y nos deslizamos suavemente siguiendo la marea.

—¿Sándwich y sopa? —preguntó, mirando la cesta de picnic.

—Gracias, señora.

—¿Quieres mi bocadillo?

—Yo estaba a punto de ofrecerle el mío.

Oímos los barcos prisión antes de verlos… el sonido de los hombres tosiendo, maldiciendo y algún grito ocasional de miedo. La señorita Havisham arrancó los motores y se dirigió lentamente hacia el sonido. A continuación la niebla se abrió y vimos el casco de la prisión aparecer frente a nosotras. Era una inmensa masa negra que se alzaba del agua iluminada únicamente por las lámparas de aceite que parpadeaban en las portillas. El viejo buque de guerra estaba retenido de proa a popa por pesadas cadenas de ancla oxidadas sobre las que los desechos se habían ido acumulando. Después de comprobar el nombre del barco, la señorita Havisham redujo la velocidad y paró los motores. Nos deslizamos por los costados del buque prisión y yo usé el bichero para mantenernos separadas. Teníamos las portillas por encima de nosotras y lejos de nuestro alcance, pero al movernos en silencio por el barco nos topamos con una cuerda improvisada que colgaba de una ventana de la cubierta de cañones. Rápidamente até el bote a un anillo saliente y la lancha motora viró y se quedó flotando en el sentido de la corriente.

—¿Ahora qué? —susurré.

La señorita Havisham señaló el salvavidas y yo lo até rápidamente al extremo de la cuerda improvisada.

—¿Eso es todo? —susurré.

—Eso es todo —respondió la señorita Havisham—. Tampoco ha sido para tanto, ¿verdad? ¡Espera! ¡Mira!

Señaló un costado del buque prisión, donde una extraña criatura se había fijado a una portilla. Poseía enormes alas como de murciélago, que plegaba más mal que bien sobre la parte posterior del cuerpo, cubierta por mechones de pelaje enmarañado. Tenía cara de zorro, tristes ojos marrones y un pico largo y delgado que había clavado profundamente en la madera de la portilla. Pasaba de nosotras y emitía sonidos bajos de succión mientras se alimentaba.

Se oyó una tremenda explosión y una bala dio cerca de la criatura. De inmediato, asustada, desplegó las grandes alas y salió volando en la noche.

—¡Mecachis! —dijo la señorita Havisham, bajando la pistola y volviendo a poner el seguro—. ¡He fallado!

El ruido había llamado la atención de los vigilantes.

—¿Quién anda ahí? —gritó uno—. ¡Será mejor que vengáis por asuntos del rey, o por san Jorge que vais a probar el plomo de mi mosquete!

—Soy la señorita Havisham —respondió Havisham disgustada—, en misión de Jurisficción, sargento Wade.

—Le pido disculpas, señorita Havisham —respondió el vigilante—, ¡pero hemos oído un disparo!

—He sido yo —gritó Havisham—. ¡Tienen gramásitos en su barco!

—¿En serio? —respondió el vigilante, inclinándose y mirando—. No veo ninguno.

—Ya se ha ido, idiota adormilado —dijo Havisham para sí misma, añadiendo con rapidez—: bien, en el futuro mantengan los ojos bien abiertos. Si ven alguno más, ¡quiero saberlo de inmediato!

El sargento Wade le aseguró que así sería, nos deseó buenas noches y desapareció.

—¿Qué repámpanos es un gramásito? —pregunté, mirando nerviosa por si la extraña criatura volvía a aparecer.

—Una forma de vida parásita que vive dentro de los libros y se alimenta de la gramática —explicó Havisham—. Yo no soy una experta, por supuesto, pero el que hemos visto se parecía sospechosamente a un adjetívoro. ¿Ves la portilla de la que se alimentaba?

—Sí.

—Descríbemela.

Miré la portilla y fruncí el ceño. Había esperado que fuese vieja, u oscura, o de madera, o que estuviese podrida, o húmeda, pero no era así. Pero tampoco era estéril, ni vacía, ni neutra. Simplemente era una portilla, ni más ni menos.

—El adjetívoro se alimenta de los adjetivos que describen al nombre —explicó Havisham—, pero por lo general deja el sustantivo intacto. Tenemos exterminadores que se encargan de ellos, pero no hay suficientes gramásitos en Dickens como para causar daños importantes… por ahora.

—¿Cómo pasan de un libro a otro? —pregunté. ¿Los gusalibros de Mycroft no serían una especie de gramásitos a la inversa?

—Se filtran en las tapas por resumosis. Por esa razón los estantes de la Biblioteca nunca tienen más de dos metros de largo. Te aconsejo que sigas el mismo criterio en casa. He visto gramásitos convertir una biblioteca en un montón de nombres indigeribles y números de página. ¿Has leído Tristram Shandy de Sterne?

—Sí.

—Gramásitos.

—Me queda mucho por aprender —dije en voz baja.

—Estoy de acuerdo —respondió Havisham—. Intento que el gato escriba una actualización de la guía de viaje incluyendo un bestiario, pero tiene mucho trabajo en la Biblioteca y sostener una pluma es complicado cuando sólo tienes zarpas. Vamos, salgamos de esta niebla y veamos de qué es capaz esta motora.

Tan pronto como nos alejamos del barco prisión, Havisham arrancó los motores y lentamente deshizo el camino, de nuevo prestando atención a la brújula. A pesar de ello estuvimos a punto de encallar en seis ocasiones.

—¿Cómo es que conocía al sargento Wade?

—Como representante de Jurisficción en Grandes esperanzas, mi obligación es conocer a todos. Si hay cualquier problema, entonces deben comunicármelo.

—¿Todos los libros tienen representantes?

—Todos los que están bajo el control de Jurisficción.

La niebla no se levantó. Pasamos el resto de esa fría noche moviéndonos por entre los barcos anclados en el río. Sólo al amanecer pudimos ver lo suficiente para alcanzar unos tranquilos diez nudos.

Devolvimos el bote al embarcadero y Havisham insistió en que yo me encargase de que las dos volviésemos a su habitación de Satis House, lo que logré al primer intento. Eso me ayudó a recuperar parte de mi confianza perdida. Encendí algunas velas y la ayudé a volver a la cama antes de regresar a Suministros con Wemmick. Hice que me sellasen la otra hoja del albarán, rellené un formulario por el chaleco salvavidas perdido y estaba a punto de regresar a casa cuando un magullado Harás Tweed apareció de la nada y se acercó al mostrador. Tenía la ropa hecha jirones y había perdido una bota y la mayoría de su equipo. Daba la impresión de que El mundo perdido no le había sentado muy bien. Me miró a los ojos y me apuntó con un dedo.

—No diga nada. ¡Ni una sola palabra!

Pickwick seguía despierta cuando llegué, a pesar de que eran casi las seis de la mañana. En el contestador tenía dos mensajes: uno era de Cordelia y el otro de Cordelia muy cabreada.