Pasando lista en Jurisficción
Boojum: Término empleado para describir la aniquilación absoluta de un mundo/línea/personaje/trama secundaria/libro/serie. Completa e irreversible, la naturaleza de un boojum sigue siendo objeto de acaloradas especulaciones. Algunos miembros antiguos de Jurisficción sostienen que un boojum podría ser una puerta a una «antibiblioteca» situada en algún lugar más allá del «horizonte imaginativo». Es posible que el mítico snark[30] posea la clave para describir lo que sigue siendo, hoy por hoy, un misterio.
Bowdlerizadores: Un grupo de fanáticos que intentan borrar las obscenidades y blasfemias de todos los textos. Deben su nombre a Thomas Bowdler,[31] que intentó convertir la obra de Shakespeare en «lectura para toda la familia» por el procedimiento de eliminar frases, con la creencia de que «sin duda el genio trascendental del poeta brillará con mayor lustre». Bowdler murió en 1825, pero recogieron su antorcha células activas, e ilegales, deseosas de completar y extender a cualquier precio su obra inconclusa. Los intentos de infiltrarse en los bowdlerizadores han fracasado por ahora.
GATO DE AU DE W
Guía de Jurisficción a la Gran Biblioteca (glosario)
Miré a Marianne hasta que desapareció de mi vista y luego, al comprender que su «quién quedará para disfrutar de vosotros» era la última frase del capítulo 5, y que el capítulo 6 comenzaba con los Dashwood embarcados en su viaje, decidí esperar a ver qué aspecto tenía un final de capítulo. Si esperaba truenos o algo igualmente dramático me llevé una decepción. No pasó nada. Las hojas de los árboles se agitaron suavemente, el esporádico arrullo de una tórtola me llegaba a los oídos y, frente a mí, una ardilla roja saltaba en la hierba. Oí que un motor arrancaba y unos minutos después un biplano se elevó tras los rododendros, dio dos vueltas a la casa y luego se dirigió hacia el sol poniente. Me puse en pie y atravesé el jardín exquisitamente cuidado, saludé al jardinero, quien se tocó el sombrero, y llegué hasta la puerta principal. En Sentido y sensibilidad Norland no se llega a describir con mucho detalle, pero era tan absolutamente impresionante como pensaba que debía de ser. La mansión estaba situada en un extenso parque puntuado por viejos robles. En la distancia sólo se veían bosques y, más allá, alguna aguja de iglesia. Frente a la puerta principal había un Bugatti 35B y un enorme corcel blanco ensillado para la batalla que comía de vez en cuando un poco de hierba. Un gran perro blanco estaba atado a la silla con una cuerda y había conseguido enredarse dando tres vueltas a un árbol.
Subí los escalones y tiré de la campanilla. Poco después un criado con librea respondió y me miró inexpresivo.
—Thursday Next —dije—. Vengo por Jurisficción… a ver a la señorita Havisham.
El criado, de enormes ojos saltones y cabeza de rana, abrió la puerta y me anunció limitándose a reordenar un poco las palabras:
—Señorita Havisham, Thursday Next… ¡Viene por Jurisficción!
Entré y fruncí el ceño cuando vi el vestíbulo vacío. ¿A quién había creído estar anunciándome el sirviente? Me volví para preguntarle adónde debería dirigirme, pero él se inclinó con rigidez y caminó, de un modo que me pareció dolorosamente lento, hasta el otro extremo del vestíbulo, donde abrió una puerta, y luego se retiró mirando un punto situado por encima y por detrás de mí. Le di las gracias, entré y me encontré en el salón de baile de la mansión. Estaba pintado de blanco y azul pálido y las paredes, allí donde no estaban decoradas con delicadas molduras de yeso, estaban adornadas con lujosos espejos de marco dorado. El techo de vidrio dejaba entrar la luz de la tarde, pero ya los sirvientes preparaban los candelabros.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían usado las oficinas de Jurisficción como salón de baile; estaba abarrotado de sofás, mesas, archivadores y escritorios hasta arriba de papeles. Habían montado una mesa con teteras y apetitosos platos dispuestos en delicadas bandejas de porcelana. Unas dos docenas de personas estaban por allí, sentadas, charlando o simplemente con la mirada perdida. Vi a Akrid Snell al fondo de la sala hablando a lo que parecía un pequeño cuerno de gramófono conectado al suelo por medio de un tubo metálico y flexible. Intenté llamar su atención, pero en ese momento…
—Por favor —dijo una voz cercana—, ¡dibújame una oveja!
Bajé la vista para ver a un niño de no más de diez años y rizos dorados que me miraba con una intensidad como poco desconcertante.
—Por favor —repitió—, ¡dibújame una oveja!
—Será mejor que hagas lo que te dice —me recomendó una voz familiar—. Una vez que empieza, nunca se rinde.
Era la señorita Havisham. Obedientemente, dibujé una oveja lo mejor que pude y se la entregué al muchacho, que se fue satisfecho.
—Bienvenida a Jurisficción —dijo la señorita Havisham, que todavía cojeaba un poco por la herida sufrida en Booktastic—. No voy a presentártelos a todos, pero hay una o dos personas a las que deberías conocer.
Me agarró del brazo y me guió hacia una dama bajita y elegante que se ocupaba de los sirvientes mientras éstos servían más canapés.
—Ésta es la señora Dashwood; tiene la amabilidad de permitirnos usar su casa. Señora Dashwood, ésta es Thursday Next… mi nueva aprendiza.
—Bienvenida a Norland Park, señorita Next; es realmente afortunada de tener a la señorita Havisham como profesora… no sucede a menudo que acepte alumnos. Pero dígame, no conozco muy bien la ficción contemporánea: ¿de qué libro viene?
—No vengo de un libro, señora Dashwood.
La señora Dashwood pareció sorprendida, luego sonrió todavía con más amabilidad, entrecruzó su brazo con el mío, murmuró una cortesía a la señorita Havisham sobre «conocerse un poco» y me llevó hacia la mesa del té.
—¿Qué le parece Norland, señorita Next?
—Encantador, señora Dashwood.
—¿Puedo ofrecerle una chuleta Crumbobbilous? —preguntó con más impaciencia, entregándome un platito y una servilleta y señalándome la comida—. ¿Un poco de té?
—No, gracias.
—Iré directamente al grano, señorita Next.
—Parece ansiosa de hacerlo.
Miró furtivamente a izquierda y derecha y bajó la voz.
—¿Todos ahí fuera creen que mi marido y yo somos muy crueles, privando a las chicas y a su madre del legado de Henry Dashwood?
Me miraba con tanta intensidad que daba risa.
—Bien… —empecé a decir.
—¡Oh, lo sabía! —boqueó la señora Dashwood con una floritura dramática—. Le dije a John que debíamos reconsiderarlo. Supongo que ahí fuera nos despellejan, nos desprecian por nuestros actos, nos maldicen por toda la eternidad.
—En absoluto —dije, intentando consolarla—. Narrativamente hablando, sin sus actos no quedaría mucha historia.
La señora Dashwood se sacó un pañuelo del puño del vestido y se secó los ojos, en los que, por lo que yo podía ver, no había ni la más mínima lágrima.
—Tiene razón, señorita Next. Gracias por sus amables palabras. Pero si oye a alguien hablar mal de mí, dígale que mi esposo tomó la decisión. Yo intenté detenerle, ¡créame!
—Por supuesto —dije, tranquilizándola. Me disculpé y me fui a buscar a la señorita Havisham.
—Lo llamamos el Síndrome del Personaje Secundario —me explicó la señorita Havisham—. Muy habitual cuando la intervención de un personaje de escasa importancia tiene graves consecuencias. Ella y su marido nos han estado prestando esta sala desde el problema que hubo con Alboroto y alegría. A cambio, damos protección especial a todos los libros de Jane Austen; no queremos que nada parecido vuelva a pasar. Tenemos una delegación en el sótano del castillo de Elsinore a cargo del señor Falstaff. Es ése de ahí.
Señaló a un hombre con sobrepeso y rostro colorado que se reía de un chiste que le contaba un agente más joven vestido con ropas más contemporáneas.
—¿Con quién habla?
—Con Vernham Deane, galán romántico de una de las novelas de Daphne Farquitt. El señor Deane es miembro leal de Jurisficción y no se lo tenemos en cuenta…
—¿Dónde está Havisham? —aulló una voz tonante. Las puertas se abrieron de pronto y una Reina Roja muy desaliñada entró en tromba. Toda la sala guardó silencio. Es decir, todos excepto la señorita Havisham, que comentó en un tono innecesariamente provocador:
—A algunas no les sienta bien ir de rebajas, ¿verdad?
Los agentes reunidos de Jurisficción, al comprender que eran testigos de otro asalto de un combate largo y personal, siguieron hablando.
La Reina Roja tenía un ojo, que tenía que dolerle, a la funerala y dos dedos entablillados. Las rebajas de Booktastic no le habían sentado bien.
—¿Qué se propone, Su Majestad? —preguntó Havisham.
—¡Vuelve a entrometerte en mis asuntos —gruñó la Reina Roja— y no respondo de mis actos!
—¿No cree que se lo está tomando un pelín demasiado en serio, Su Majestad? —dijo Havisham, siempre con el debido respeto a la realeza—. ¡Después de todo, no eran más que unos libros de Farquitt!
—¡En estuche! —respondió la Reina Roja con frialdad—. Por rencor te llevaste el regalo que planeaba entregar a mi querido y amado esposo. ¿Y sabes por qué? —La señorita Havisham apretó los labios y guardó silencio—. ¡Porque no puedes soportar que esté felizmente casada!
—¡Señora, eh… señora y Majestad, por favor! —dije en tono conciliador—. ¿Tenemos que discutir en Norland Park?
—¡Ah, sí! —dijo la Reina Roja—. ¿Sabes por qué usamos Sentido y sensibilidad? De hecho, ¿por qué la señorita Havisham insistió en usarlo?
—No la creas —murmuró la señorita Havisham—, son todo majaderías. A Su Majestad le falta un verbo para ser frase completa.
—Te diré por qué —siguió diciendo con furia la Reina Roja—. ¡Porque en Sentido y sensibilidad no hay padres ni maridos autoritarios! —La señorita Havisham guardaba silencio—. Enfréntate a los hechos, Estella. ¡Ni los Dashwood, ni los Steele, ni los hermanos Ferrar, ni Eliza Brandon, ni Willoughby tienen un padre que los guíe! ¿No estás llevando tu odio por los hombres un poco demasiado lejos?
—Te engañas —respondió Havisham, para añadir tras una breve pausa—: En ese caso, Su Majestad, ya que estamos con ganas de cuestionar, ¿qué es exactamente lo que gobierna usted?
La Reina Roja se puso escarlata, lo que no dejaba de tener mérito porque era bastante roja en su estado natural, y se sacó del bolsillo una pistolita de duelo. Havisham fue rápida y también sacó su arma, y allí se quedaron, temblando de furia, apuntándose. Por suerte, el tañido de una campana llamó su atención y las dos bajaron las armas.
—¡Bellman! —siseó la señorita Havisham agarrándome del brazo y llevándome hasta una tarima donde se había subido un hombre vestido de pregonero—. ¡Empieza el espectáculo!
El grupito se reunió alrededor del pregonero. La Reina Roja y la señorita Havisham estaban codo con codo; aparentemente se habían olvidado de su discusión.
Bellman dejó la campana y consultó la lista de puntos.
—¿Estamos todos? ¿Dónde está el gato?
—Aquí —ronroneó el gato, sentado precariamente en la parte superior de uno de los espejos de marco dorado.
—Bien. Vale, ¿falta alguien?
—Shelley se ha ido a pasear en barca —dijo una voz al fondo—. Volverá dentro de una hora si el tiempo no empeora.
—Vale —dijo Bellman—. Comienza la reunión de Jurisficción número 40.311. —Volvió a darle a la campana, tosió y consultó las notas—. Lo primero me temo que es una mala noticia. —Un silencio respetuoso. Calló un momento y escogió con cuidado las palabras—. Creo que debemos concluir que David y Catriona no van a volver. Ya han pasado dieciocho sesiones y debemos asumir que han sido boojuminados. —Una pausa reflexiva—. Recordamos a David y Catriona Balfour como amigos, colegas, miembros dignos de nuestra profesión, protagonistas de Secuestrado y de Catriona, y por todas las librosploraciones que realizaron… especialmente por su hazaña de encontrar el camino de entrada a Barchester, por la que siempre les estaremos agradecidos. Pido un minuto de silencio. ¡Por los Balfour!
—¡Por los Balfour! —repetimos todos. Luego, con la cabeza gacha, permanecimos en silencio. Pasado un minuto, Bellman volvió a hablar.
—Bien, no quiero parecer irrespetuoso pero de este caso debemos aprender que siempre hay que firmar el libro de salidas para que sepamos dónde estáis… especialmente si vais a explorar nuevas rutas. Tampoco olvidéis el ISBN… no lo inventaron sólo para catalogar, ¿eh? Puede que los mapas del señor Bradshaw posean un encanto tradicional…
—¿Quién es Bradshaw? —pregunté.
—El comandante Bradshaw —me explicó Havisham—. Ahora está retirado pero es un personaje maravilloso… Realizó la mayoría de las librosploraciones iniciales.
—… pero son viejos y están plagados de errores —añadió Bellman—. La nueva tecnología está para usarse, chicos. Cualquiera que quiera asistir a una clase de entrenamiento sobre cómo el ISBN se relaciona con el viaje entre libros, que hable con el gato.
Bellman miró a la sala como para reforzar la orden, luego desplegó una hoja de papel y se ajustó las gafas.
—Vale. Punto dos. La nueva recluta. Thursday Next. ¿Dónde estás?
Los Agentes de Recurso Prosaico reunidos miraron por toda la sala antes de que yo lograse llamar la atención agitando una mano.
—Ahí estás. Thursday es aprendiza de la señorita Havisham; estoy seguro de que todos le daréis la bienvenida a nuestra pequeña banda.
—¿No le gustaba el final de Jane Eyre? —dijo una voz desde el fondo. Se hizo el silencio y todos miraron a un hombre de mediana edad que se puso en pie y se acercó a la tarima de Bellman.
—¿Quién es? —susurré.
—Harris Tweed —respondió Havisham—. Peligroso y arrogante pero muy brillante… para ser hombre.
—¿Quién aprobó su solicitud?
—No presentó ninguna solicitud, Harris… Su nombramiento ha sido Quod erat demonstrandum. Su labor en el interior de Jane Eyre librando al libro de ese despreciable Hades es para mí demostración más que suficiente.
—¡Pero alteró el libro! —gritó Tweed con furia—. ¿Quién garantiza que no lo volverá a hacer?
—Hice lo que hice para obtener el mejor resultado —dije en voz alta, lo que tomó a Harris un poco por sorpresa. Me dio la impresión de que nadie solía plantarle cara.
—De no ser por Thursday no tendríamos libro —dijo Bellman—. Un libro completo con un final diferente es mejor que medio libro sin final.
—No es eso lo que dicen las normas, Bellman.
La señorita Havisham habló.
—Los detectives literarios realmente competentes son tan escasos como los hombres leales, señor Tweed… Puede apreciar el potencial de la señorita Next tan bien como lo aprecio yo. ¿Tiene quizá miedo de que alguien le robe el protagonismo?
—No es eso en absoluto —protestó Tweed—, pero ¿y si ella está aquí por otra razón completamente diferente?
—¡Yo respondo de ella! —dijo la señorita Havisham con voz tunante—. Pido una votación a mano alzada. Si una mayoría de vosotros cree que la he juzgado mal, ¡entonces levantad la mano y la desterraré adónde pertenece!
Lo dijo con tal furia que pensé que nadie se atrevería a alzar la mano; al final, sólo lo hizo una persona… el propio Tweed, quien, tras valorar la situación, consideró que sería mejor retractarse. Sonrió forzadamente, se inclinó y dijo:
—Retiro todas las objeciones.
—Bien —dijo Bellman mientras Tweed regresaba a su mesa—. Como decía… bienvenida a Jurisficción, señorita Next, y nada de esas novatadas que habitualmente hacemos a los nuevos reclutas, ¿vale?
Miró severamente a todos los reunidos antes de volver a la lista.
—Punto tres: hay un LibroHuido procedente de Shakespeare. Prioridad máxima. El nombre del culpable es Feste; trabajaba como bufón en Noche de reyes. Escapó tras una noche de perversión con sir Toby. ¿Quién quiere perseguirle?
Se alzó una mano.
—¿Fabien? Gracias. Puede que tengas que ocupar su lugar durante un tiempo; llévate a Falstaff contigo, pero por favor, sir John, no se deje ver. Se le ha permitido quedarse en Las alegres comadres de Windsor pero no tiente la suerte.
Falstaff se puso en pie, se inclinó con torpeza, eructó y volvió a sentarse.
—Cuarto punto. Intruso en Sherlock Holmes con el nombre de Mycroft… Apareció inesperadamente en El intérprete griego y afirma ser su hermano. ¿Alguien sabe algo?
Me hundí más, con la esperanza de que nadie supiese lo suficiente de mi mundo como para estar al corriente de que éramos parientes. ¡Viejo zorro astuto! Así que había reconstruido el Portal de Prosa. Me tapé la boca para ocultar la sonrisa.
—¿No? —siguió Bellman—. Bien, Sherlock Holmes cree que es realmente su hermano y por ahora no ha habido daños… pero me parece una buena oportunidad para abrirse paso en la serie de Sherlock Holmes. ¿Propuestas?
—¿Qué tal a través de Los asesinatos de la calle Morgue? —propuso Tweed con acompañamiento de risas y silbidos de los presentes.
—¡Orden! Propuestas razonables, por favor. Poe está prohibido y así seguirá estando. Es posible que Los asesinatos de la calle Morgue permitan el acceso a todas las historias de detectives posteriores, pero no correré tal riesgo. Bien… ¿Alguna otra propuesta?
—El mundo perdido.
Hubo algunas risitas, pero pararon pronto; esta vez Tweed hablaba en serio.
—Puede que las otras obras de Conan Doyle abran una puerta a la serie de Sherlock Holmes —añadió con seriedad—. Sé que podemos entrar en El mundo perdido; no necesito más que encontrar una forma de avanzar.
Se produjo un momento de incomodidad mientras los agentes de Jurisficción murmuraban entre sí.
—¿Qué pasa? —susurré.
—Las historias de aventuras son siempre las que comportan mayor riesgo para cualquiera que esté intentando establecer una nueva ruta —respondió la señorita Havisham—. De una novela romántica o una novelucha lo peor que cabe esperar es una bofetada en la cara o una quemadura dolorosa en una cocina. Encontrar la ruta para entrar en Las minas del rey Salomón costó la vida a dos agentes.
Bellman volvió a hablar.
—Lord Roxton le disparó al último librosplorador que entró en El mundo perdido.
—Gómez era una aficionada —respondió Tweed—. Yo sé cuidarme.
Bellman se lo pensó un momento, sopesó los puntos a favor y en contra y acabó suspirando.
—Vale, es suyo. Pero quiero un informe cada diez páginas, ¿entendido? Vale. Punto cinco… —Dos jóvenes miembros del servicio que se reían de algo—. Chicos, prestad atención. No estoy hablando porque sea bueno para mi salud. —Se callaron—. Vale. Punto cinco. Ortografía no estándar. Se han recibido informes de ortografías extrañas en textos de los siglos XIX y XX, así que mantened los ojos abiertos. Probablemente no sean más que textadores pasándoselo bien, pero podría ser que el virus de las faltas ortográficas rebrote.
Se oyó un gemido general.
—Vale, vale, tranquilidad todo el mundo… sólo he dicho «podría». El diccionario de Samuel Johnson lo curó después de la epidemia de 1744 y el Lavinia-Webster y el OED lo mantienen controlado, pero debemos tener cuidado con cualquier nueva cepa. Sé que es aburrido, pero quiero que informéis de cualquier error ortográfico con el que os encontréis y que se lo paséis al gato. Él se lo pasará al agente Libris de la Gran Central Textual. —Hizo una pausa dramática y nos miró con seriedad—. No podemos dejar que se desmadre, señores. Vale. Punto seis. Hay treinta y un peregrinos en Los cuentos de Canterbury de Chaucer, pero sólo veinticuatro cuentos. Señora Cavendish, ¿no se encargaba usted de vigilar esta situación?
—Llevamos toda la semana vigilando Los cuentos de Canterbury —dijo una mujer vestida con una extravagancia increíble—. Cada vez que apartamos la vista otra historia queda boojuminada. Alguien está entrando y borrándolas desde dentro.
—¿Deane? ¿Alguna idea sobre quién está detrás de esto?
El galán romántico de Daphne Farquitt se puso en pie y consultó una lista.
—Creo que empieza a manifestarse un patrón —dijo—. Primero desapareció «La mujer del mercader», luego «El cuento del sombrerero», «La minga del buhonero», «La venganza del cornudo», «El maravilloso culo de la doncella» y, más recientemente, «La competición de pedos». De «El cuento del cocinero» sólo queda la mitad… Por lo visto el responsable detesta la vitalista vulgaridad de los textos de Chaucer.
—En ese caso —dijo Bellman con expresión seria—, parece que volvemos a tener una célula activa de bowdlerizadores. «El cuento del molinero» será el próximo. Quiero vigilancia las veinticuatro horas y deberíamos tener a alguien dentro. ¿Voluntarios?
—Yo lo haré —dijo Deane—. Ocuparé el puesto del anfitrión… a él no le importará.
—Bien. Mantenme informado.
—¡Una cosa! —dijo Akrid Snell, levantando la mano.
—¿Qué pasa, Snell?
—Si vas a ser el anfitrión, Deane, ¿podrías conseguir que Chaucer se modere un poco con la historia de sir Topaz? Ha sido acusado de libelo y, sin querer ser puntilloso, podríamos acabar perdiendo los pantalones.
Deane asintió y Bellman volvió a las notas.
—Punto siete. Bien, esto lo considero serio, señores.
Levantó un viejo ejemplar de la Biblia.
—En esta impresión de 1631 de la Biblia, el séptimo mandamiento es «cometerás adulterio».
Se produjo una reacción de nervios y risas contenidas.
—No sé quién lo ha hecho, pero no tiene gracia. Juguetear con Sistemas Operativos Textuales internos puede que posea cierto atractivo para los traviesos, pero no aporta nada y no demuestra ninguna inteligencia. Podría pasar por alto el ataque ocasional de alegría, pero no se trata de un incidente aislado. También tengo una Biblia de 1716 que anima a los fieles a «pecar más» y una impresión de Cambridge en 1653 que dice que «los desviados heredarán el Reino de Dios». Escuchad, no quiero que me acusen de no tener sentido del humor, pero esto no voy a tolerarlo. Si encuentro al gracioso responsable, pasará un mes de vacaciones forzadas en Hormiga & abeja.
—¡Marlowe! —dijo Tweed, fingiendo que era tos.
—¿Qué ha sido eso?
—Nada. Una tos rebelde… lo siento.
Bellman miró a Tweed un momento, dejó la Biblia problemática y miró la hora.
—Vale, esto es todo por ahora. Enseguida me ocuparé de las misiones de cada cual. Damos las gracias a la señora Dashwood por su hospitalidad y, Perkins… te toca a ti dar de comer al Morlock.
Perkins soltó un quejido. El grupo se fue disgregando entre conversaciones. Bellman tuvo que alzar la voz para que le oyesen.
—El turno de trabajo acaba con las ocho campanadas, ¡y escuchad!
El personal reunido de Jurisficción se detuvo un momento.
—Tened cuidado ahí fuera.
Bellman calló, hizo repicar la campana y todos regresaron a sus tareas. Miré a Tweed a los ojos. Me sonrió, formó una pistola con la mano y me apuntó. Yo hice el mismo gesto y él se rió.
—Rey Pelinor —dijo Bellman a un caballero de pelo blanco desordenado y patillas vestido con armadura—, se ha producido un avistamiento de la Bestia Cazadora en el trasfondo de Middlemarch.
El rey Pelinor abrió unos ojos como platos; murmuró algo que sonaba como «¿qué, qué, eh, eh?», se alzó en toda su altura, recogió el casco que descansaba en una mesa cercana y salió de la sala con un estruendo de metal. Bellman marcó un visto en la lista, consultó el siguiente punto pendiente y se volvió hacia nosotras.
—Next y Havisham —dijo—. Algo fácil con lo que empezar. Hay que cerrar un argujero. Está en Grandes esperanzas, señorita Havisham, así que podría irse a casa al terminar.
—¿Qué hacemos?
—Página dos —explicó Bellman, consultando la lista—. Abel Magwitch escapa, nadando se supone, de un buque prisión con un «gran hierro» unido a la pierna. Se hundiría como una piedra. Si no hay Magwitch, no hay huida, no hay carrera en Australia, no hay dinero para darle a Pip, no hay «esperanzas», no hay historia. Debe tener el grillete puesto cuando llegue a la orilla, de forma que Pip tenga que ir a buscar una lima para soltarle, así que van a tener que trastear con el trasfondo narrativo. ¿Alguna pregunta?
—No —respondió la señorita Havisham—. ¿Thursday?
—Eh… tampoco —respondí.
—Bien —dijo Bellman, firmando un formulario y arrancándolo—. Llévenselo a Wemmick de Suministros.
Nos dejó y llamó a Foyle y a la Reina Roja para hablar sobre una persona desaparecida llamada Cass en Silas Marner.
—¿Has entendido algo de lo que ha dicho? —preguntó la señorita Havisham con amabilidad.
—No mucho.
—¡Bien! —La señorita Havisham sonrió—. ¡Confundidos es exactamente como todos los cadetes de Jurisficción deben encarar su primera misión!