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Paga en función del rendimiento,
Miles Hawke y Norland Park

La paga en función del rendimiento era la perdición de OpEspec, tanto entonces como sigue siéndolo ahora. ¿Cómo se puede valorar tu trabajo cuando es tan extraordinariamente ecléctico? Me hubiese encantado ver el panel de revisión del agente Stoker escuchando sus logros. No sorprendía a nadie que su revisión rara vez durase más de veinte segundos y que le concediesen, como siempre, una «A++». «Servicio excepcional, se recomienda una bonificación mensual.»

THURSDAY NEXT

Una vida en OpEspec

Totalmente agotada, esa noche dormí bien. Esperaba ver a Landen pero soñé con Humpty Dumpty, lo que resultaba raro. Fui a trabajar, evité a Cordelia una vez más y luego tuve que ocuparme de la comisión de revisión de empleo, que era parte del sistema de paga de OpEspec. Victor nos habría dado a todos «A++», pero por desgracia no era cosa suya. El presidente del grupo de revisión era el comandante de zona, Braxton Hicks.

—¡Ah, Next! —dijo jovialmente cuando entré—. ¡Qué agradable verla! Tome asiento.

Le di las gracias y me senté. Él miró mi informe de rendimiento de los últimos meses y se atusó pensativo el bigote.

—¿Cómo le va con el golf?

—No llegué a empezar.

—¿En serio? —dijo con sorpresa—. Parecía muy interesada cuando nos vimos por primera vez.

—He estado ocupada.

—Cierto, cierto. Bien, lleva tres meses con nosotros y en general su rendimiento parece excelente. Ese asunto de Jane Eyre fue un logro asombroso; hizo mucho bien a OpEspec y demostró a esos contables de Londres que la oficina de Swindon podía hacer mucho bien.

—Gracias.

—No, lo digo en serio. Todo ese trabajo de relaciones públicas que ha estado haciendo… La Red le está muy agradecida y, más aún, yo le estoy agradecido, porque podría haber acabado en la cola del paro de no haber sido por usted. Me encantaría darle un apretón de manos y… sepa que esto no lo hago muy a menudo… hacerla socia de mi club de golf. Socia de pleno derecho, nada menos… lo que normalmente se reserva para los hombres.

—Es muy generoso por su parte —dije, poniéndome en pie para irme.

—Siéntese, Next… Eso sólo era un preámbulo amistoso.

—¿Hay más?

—Sí —respondió, perdiendo la sonrisa—. A pesar de todo eso, su conducta durante las últimas dos semanas no ha sido nada satisfactoria. Tengo quejas de la señora Hathaway34, que dice que no identificó su copia falsa del Cardenio.

—Le dije categóricamente que era una falsificación.

—Ésa es su versión, Next. No he podido encontrar el informe sobre el asunto.

—No pensé que valiese la pena redactarlo, señor.

—Tenemos que respetar el papeleo, Next. Si se aprueba la nueva legislación sobre la responsabilidad de OpEspec, nos examinarán con lupa cada vez que demos un paso, así que acostúmbrese. ¿Y qué es eso de golpear a un neandertal?

—Una confusión.

—Hum. ¿Esto también es una confusión? —Colocó sobre la mesa una denuncia de la policía—. «Permitir que una persona de dudosa catadura moral conduzca un coche.» Le prestó el coche a una conductora lunática y luego la ayudó a escapar. ¿Qué creía que hacía?

—El bien mayor, señor.

—Eso no existe —me respondió, entregándome un formulario de material de OpEspec—. Me lo entregó el agente Tillen de Suministros. Es su petición de una nueva automática Browning.

Miré la hoja sin decir nada. Mi Browning, la que había tenido desde el primer momento, la había dejado en la zona de descanso de la autopista durante la racha de Mal Tiempo.

—Me parece un asunto muy serio, Next. Dice aquí que «perdió» una propiedad de OpEspec mientras llevaba a cabo un trabajo sin la autorización de OE-12. El flagrante desprecio por la propiedad de la Red me pone furioso, Next. Tenemos que pensar en nuestro presupuesto, ya lo sabe.

—Sabía que acabaríamos llegando a esto —murmuré.

—¿Qué ha dicho?

—He dicho que acabaré recuperándola, señor.

—Quizá. Pero los artículos perdidos corresponden a la partida de gastos actuales mensuales y el presupuesto de suministros es anual. Desde hace poco vamos justos. Su aventura con Jane Eyre fue un éxito pero no salió gratis. Teniendo todo esto en cuenta, lo lamento, pero tendré que calificar su rendimiento de «F». «Definitivamente necesita mejorar.»

—¿Una «F»? Señor, ¡debo protestar!

—Se ha acabado la charla, Next. Lo siento de verdad. No está en mis manos.

—¿Así es como OE-1 me castiga? —preguntó—. ¡Sabe que nunca he estado por debajo de «A» en ocho años de servicio!

—Levantándome la voz no queda mejor, joven —respondió Hicks agitando el dedo como podría hacerlo un hombre con un spaniel—. La entrevista ha terminado. Realmente lo lamento, créame.

Me puse en pie, murmuré una respuesta y me dispuse a marcharme.

—¡Espere! —dijo Braxton—. Hay algo más.

Regresé.

—¿Sí?

Me entregó un paquete de ropa envuelta en polietileno.

—Ahora la Toast Marketing Board patrocina al departamento. En ese paquete encontrará gorra, camiseta y chaqueta. Póngaselo siempre que sea posible y prepárese para algo de entretenimiento corporativo.

—¡Señor!

—No se queje. Si no se hubiese comido esa tostada en El programa de Adrian Lush nunca nos habrían llamado. Más de un millón de libras en fondos… que no se pueden rechazar cuando hay gente como usted gastándoselo todo. Cierre la puerta al salir, ¿vale?

La diversión matutina no había terminado. Salía del despacho de Braxton cuando casi choqué con Flanker.

—¡Ah! —dijo—. Next. Unas palabritas, si no le importa.

No era una petición… era una orden. Le seguí a una sala de interrogatorios vacía y él cerró la puerta.

—Me parece que está tan hundida en la mierda que los ojos se le pondrán marrones, Next.

—Ya los tengo marrones, Flanker.

—Entonces ya tiene medio trabajo hecho. Iré directamente al grano. Anoche ganó seiscientas libras para pagar el alquiler.

—¿Y?

—El servicio no ve con buenos ojos el pluriempleo.

—Fui con Stoker de OE-17 —le dije—. Me convertí en su ayudante… todo legal.

Flanker se quedó en silencio. Era evidente que su servicio de espionaje no había estado a la altura de las circunstancias.

—¿Puedo irme?

Flanker suspiró.

—Escucha, Thursday —empezó a decir en un tono de voz más moderado—, tenemos que saber qué trama tu padre.

—¿Cuál es el problema? ¿La acción sindical interfiere con el próximo cataclismo?

—Los navegadores contratados lo resolverán, Next.

Era un farol.

—Sabe tanto sobre la naturaleza del armagedón como papá, yo, Lavoisier o cualquiera, ¿no es así?

—Quizá —respondió Flanker—, pero en OpEspec estamos mucho mejor preparados para no tener ni idea que tú y el cronrupto de tu padre.

—¿Cronrupto? —dije furiosa, poniéndome en pie—. ¿Mi padre? ¡Vaya! Entonces, ¿qué hay del chico maravilla Lavoisier erradicando a mi marido?

Silencio durante un momento.

—Es una acusación muy seria —indicó Flanker—. ¿Tiene pruebas?

—Claro que no; ¿no es ése el propósito de la erradicación?

—Conozco a Lavoisier desde hace más tiempo del que puedo recordar —entonó Flanker con seriedad—, y tengo en mucha estima su integridad. Realizar acusaciones absurdas no va a ayudarla ni un poquito.

Me senté y suspiré. Papá había tenido razón. Acusar a Lavoisier no tenía sentido.

—¿Puedo irme?

—No tengo nada con lo que retenerla, Next. Pero encontraré algo. Todos los agentes están en ello. Es sólo cuestión de escarbar lo suficiente.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Bowden cuando volví a la oficina.

—Me han puesto una «F» —murmuré, hundiéndome en la silla.

—Flanker —dijo Bowden, probándose la gorra de «Come Más Tostadas»—. Tenía que ser él.

—¿Cómo te fue la actuación?

—Muy bien, creo —respondió Bowden, tirando la gorra a la papelera—. Al público le parecí muy gracioso. Tanto que quieren que actúe regularmente… ¿Qué haces?

Me oculté rápidamente bajo la mesa y me agazapé tanto como pude. Tendría que confiar en el ingenio rápido de Bowden.

—¡Hola! —dijo Miles Hawke—. ¿Alguien ha visto a Thursday?

—Creo que está en su reunión de valoración mensual —respondió Bowden, con su expresión imperturbable, que evidentemente era tan adecuada para mentir como para la comedia—. ¿Le dejo un mensaje?

—No. Simplemente dile que me llame, si puede.

—¿Por qué no te quedas y esperas? —dijo Bowden. Le di un manotazo.

—No, será mejor que me dé prisa —respondió Miles—. Simplemente dile que he pasado, ¿vale?

Se fue y me puse en pie. Bowden, algo muy poco habitual en él, se reía por lo bajo.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Nada… ¿Por qué no quieres verle?

—Porque es posible que esté embarazada de él.

—Como no hables más alto, no te oigo.

—¡Es posible —repetí en un susurro ronco— que esté embarazada de él!

—Creía que habías dicho que el bebé era de Land. ¿Ahora qué pasa?

Me había vuelto a tirar al suelo al ver entrar a Cordelia Flakk. Examinaba la oficina buscándome, disgustada, con los brazos en jarras.

—¿Has visto a Thursday? —le preguntó a Bowden—. Tiene que reunirse con mi gente.

—La verdad es que no estoy seguro de dónde está —respondió Bowden.

—¿En serio? Entonces, ¿quién se esconde debajo de la mesa?

—Hola, Cordelia —dije desde debajo de la mesa—. Se me ha caído el lápiz.

—Eso ha debido de ser.

Salí y me senté a la mesa.

—Esperaba más de ti, Bowden —dijo Flakk cabreada, para luego volverse hacia mí—. Bien, Thursday. Prometimos a esas dos personas que podrían reunirse contigo. ¿De verdad quieres decepcionarlas? Es tu público, ya lo sabes.

—No es mi público, Cordelia, es el tuyo. Tú lo fabricaste para mí.

—He tenido que tenerlos en el Finis una noche más —dijo Cordelia—. Los costes se disparan. Ahora mismo están abajo. Sabía que estarías aquí para tu valoración. Por cierto, ¿cómo te ha ido?

—No preguntes.

Miré a Bowden, que se encogió de hombros. Buscando una vía de escape, me giré en mi asiento, mirando hacia donde Victor pasaba una posible continuación inédita de 1984, titulada 1985, por el Analizador de Prosa. Todos los demás miembros de la oficina estaban muy ocupados con sus respectivas tareas. Daba la impresión de que mi carrera en relaciones públicas estaba a punto de arrancar de nuevo.

Suspiré.

—Vale. Lo haré.

—Será mejor que esconderse bajo la mesa —dijo Bowden—. Y tanta gimnasia probablemente no le hace ningún bien al bebé.

Se tapó la boca con la mano pero ya era demasiado tarde.

—¿Bebé? —repitió Cordelia—. ¿Qué bebé?

—Gracias, Bowden.

—Lo siento.

—¡Bien, felicidades! —dijo Cordelia, abrazándome—. ¿Quién es el afortunado padre?

—No lo sé.

—¿Quieres decir que todavía no se lo has dicho?

—No, estoy diciendo que no lo sé. Espero que mi marido.

—¿Estás casada?

—No.

—Pero has dicho…

—Sí, lo he dicho —respondí con sequedad—. Qué lío, ¿no?

—Esto es muy mala publicidad —murmuró Cordelia sombría, apoyándose en el borde de la mesa para sostenerse—. ¡La luz guía de OpEspec camelada en una parada de bus por alguien a quien ni siquiera conoce!

—Cordelia, no es eso, y no me «camelaron». Y, ¿quién ha hablado de una parada de bus? Quizá lo mejor sería que guardases el secreto y que fingieses que Bowden no ha dicho nada.

—Lo siento —murmuró Bowden.

Cordelia se irguió.

—Buena idea, Next. Podemos decir a todos que padeces retención de líquidos o un desorden alimentario producto del estrés. —Le cambió la cara—. No, no serviría de nada. The Toad se daría cuenta de inmediato. ¿Puedes casarte rápidamente con alguien? ¿Qué tal con Bowden? Bowden, ¿harías lo decente para ayudar a OpEspec?

—Estoy saliendo con una de OpEspec 13 —respondió Bowden a toda prisa.

—¡Maldita sea! —se lamentó Flakk—. Thursday, ¿alguna idea?

Pero aquél era un aspecto de Bowden del que yo no sabía nada.

—¡No me habías contado que estuvieses saliendo con alguien de OE-13!

—No te lo tengo que contar todo.

—¡Pero soy tu compañera, Bowden!

—Bien, tú no me contaste lo de Miles.

—¿Miles? —exclamó Cordelia—. ¿El tan guapo como para morirse Miles Hawke?

—Gracias, Bowden.

—Lo siento.

—¡Es maravilloso! —exclamó Cordelia dando una palmada—. ¡Una pareja deslumbrante! «¡La boda de OpEspec del año!» ¡Saldremos en todas las portadas! ¿Lo sabe él?

—No. Y no vas a decírselo. Y lo que es más… Bowden… podría no ser suyo.

—¡Lo que nos devuelve a la casilla de salida! —respondió Cordelia enfurruñada—. Quédate aquí. Voy a buscar a ese tipo y a su hija. Bowden, ¡no la pierdas de vista!

Y se fue.

Bowden me miró un momento y luego preguntó:

—¿Realmente crees que el bebé es de Landen?

—Eso espero.

—No estás casada, Thurs. Puede que creas estarlo, pero no lo estás. Consulté los archivos. Landen Parke-Laine murió en 1947.

Esta vez fue así. Mi padre y yo fuimos…

—No tienes padre, Thursday. No consta en tu certificado de nacimiento. Creo que quizá deberías hablar con uno de los estresexpertos.

—¿Y acabar contando chistes en un local, ordenando piedrecitas o contando coches azules? No, gracias.

Una pausa.

Es muy guapo —dijo Bowden.

—¿Quién?

—Miles Hawke, claro.

—Oh. Sí, sí, sé que lo es.

—Muy amable, muy popular.

—Lo sé.

—Un niño sin padre…

—Bowden, no estoy enamorada de él y éste no es su bebé… ¿vale?

—Vale, vale. Vamos a olvidarlo.

Estuvimos sentados en silencio un rato. Yo jugaba con un lápiz y Bowden miraba por la ventana.

—¿Qué hay de las voces?

—¡Bowden!

—Thursday, es por tu propio bien. Tú misma me dijiste que las oías, y los agentes Hurdyew, Tolkien y Lissning te oyeron hablar sola en el pasillo de arriba.

—Bien, las voces han parado —dije categórica. No volverá a pasarme.[26]

»Oh, mierda.[27]

—¿Por qué dices «oh, mierda»?

—Nada… sólo, bueno, eso. Tengo que ir al baño… ¿me disculpas?

Dejé a Bowden cabeceando apenado y me precipité hacia el baño de señoras. Comprobé que estuviese vacío y luego dije:

—Señorita Havisham, ¿está ahí?[28]

»Debe comprender, señorita Havisham, que en el lugar de donde yo vengo las costumbres son distintas. Aquí la gente maldice como si nada.[29]

»¡Iré enseguida, señora!

Me mordí el labio y salí a toda prisa del baño. Agarré mi libro de Jurisficción y la chaqueta. Ya volvía al baño cuando…

—¡Thursday! —dijo una voz alta y estridente que sabía que sólo podía pertenecer a Flakk—. ¡Tengo al ganador y su hija en el pasillo!

—Lo lamento, Cordelia, pero tengo que ir al baño.

—No pensarás que voy a volver a picar con ese truco —gruñó por lo bajo.

—Esta vez es cierto.

—¿Y el libro?

—Siempre leo en el baño.

Ella entornó los ojos y yo entorné los míos.

—Vale —dijo al fin—, pero voy contigo.

Sonrió a los dos afortunados ganadores de aquel concurso absurdo, que le devolvieron la sonrisa a través de la puerta esmerilada de la oficina, y las dos entramos en el baño.

—Diez minutos —me dijo mientras yo me encerraba en el excusado. Abrí el libro y empecé a leer: «Muchas fueron las lágrimas que vertieron en su último adiós a un lugar tan amado. "¡Querido, querido Norland!", dijo Marianne vagando sola alrededor de la casa, la última tarde de su estancia…»

El pequeño excusado de melamina comenzó a evaporarse y en su lugar apareció un enorme parque bañado por la luz del sol moribundo. La neblina suavizaba las sombras y hacía refulgir la casa a la luz menguante. Soplaba una brisa ligera y, delante de la mansión, una chica solitaria se paseaba mirando con cariño al…

—¿Siempre lees en voz alta cuando estás en el baño? —preguntó Cordelia al otro lado de la puerta.

Las imágenes se evaporaron de inmediato y estaba de vuelta en el lavabo de señoras.

—Siempre —respondí—. Y si no me dejas en paz, no acabaré nunca.

—«¡Cuándo dejaré de lamentar tu pérdida! ¿Cuándo aprenderé a sentirme a gusto en otro lugar? ¡Oh! Hogar feliz, ¡si supieras lo que sufro ahora que te veo desde este lugar, desde donde quizá no vuelva a verte más! ¡Y vosotros, árboles tan conocidos!, vosotros continuaréis…»

La mansión volvió a materializarse, la joven hablaba despacio, sincronizando sus palabras con las mías a medida que me deslizaba al interior del libro. Ya no estaba sentada en el duro asiento del váter de OpEspec sino en un banco de jardín de hierro forjado pintado de blanco. Dejé de leer en cuanto estuve segura de estar completamente en el interior de Sentido y sensibilidad y escuché a Marianne terminar su discurso.

—… insensibles a cualquier cambio de quienes pasean a vuestra sombra. Pero ¿quién quedará para disfrutar de vosotros? —Suspiró dramáticamente, se llevó las manos al pecho y sollozó un segundo o dos. Luego miró largamente la enorme mansión blanca y se volvió hacia mí.

»¡Hola! —dijo con voz amistosa—. Nunca la había visto por aquí. ¿Trabajas par Juris-lo-que-sea?

—¿No debemos ser cuidadosas con lo que decimos? —Miré nerviosa a mi alrededor.

—¡Por Dios, no! —exclamó Marianne con una risa deliciosa—. El capítulo ha terminado y, además, este libro está escrito en tercera persona. Tenemos libertad para hacer lo que queramos hasta mañana por la mañana, cuando nos vayamos a Devon. Los dos próximos capítulos están cargados de descripciones… ¡yo apenas salgo y digo todavía menos! ¡Parece confundida, pobrecita! ¿Ya había entrado en un libro?

—Una vez entré en Jane Eyre.

Marianne frunció el ceño con teatralidad.

—¡Pobre, querida y dulce Jane! ¡Yo odiaría tanto ser un personaje en primera persona! ¡Siempre atenta, con la gente leyendo continuamente tus pensamientos! Aquí hacemos lo que nos dicen pero pensamos lo que queremos. ¡Se me antojan circunstancias mucho menos afortunadas!

—¿Qué sabe de Jurisficción? —pregunté.

—Llegarán pronto —explicó—. Puede que la señora Dashwood sea bestial con mamá, pero comprende la necesidad de la autoconservación. No nos gustaría sufrir el mismo destino trágico que Alboroto y alegría, ¿no?

—¿Es un libro de Austen? —pregunté—. ¡Nunca había oído hablar de él!

Marianne se sentó a mi lado y apoyó una mano en mi brazo.

—Mamá dice que fue cosa de un colectivo socialista —me confió susurrando—. Hubo una revolución… Tomaron el control de todo el libro y decidieron dirigirlo basándose en el principio de que todos los personajes tuviesen papeles igual de importantes, ¡desde la duquesa hasta el barrendero! ¡Vaya una cosa! Jurisficción intentó salvarlo, claro está, pero se había desviado demasiado. Ni siquiera Ambrose pudo hacer nada. ¡Todo el libro fue… boojuminado!

Dijo esa última palabra tan seria que yo me hubiese echado a reír de no haberme estado mirando con tanta intensidad.

—¡Cómo hablo! —dijo poniéndose en pie, dando una palmada y dando vueltas sobre sí misma—. Insensibles a cualquier cambio de quienes pasean a vuestra sombra… —Calló y se controló, se tapó con la mano la boca y la nariz y soltó una risita de niña avergonzada—. ¡Qué tonta! ¡Eso ya lo he dicho! Adiós, señorita… señorita… ¡disculpe pero no sé su nombre!

—Me llamo Thursday… Thursday Next.

—¡Qué nombre tan extraño!

Me dedicó una reverencia medio en broma.

—Yo soy Marianne Dashwood y le doy la bienvenida, señorita Next, a Sentido y sensibilidad.

—Gracias —respondí—. Estoy segura de que lo pasaré bien.

—De eso estoy convencida. Todos lo pasamos muy bien… ¿lo parece?

—Creo que parece que se lo pasan de fábula, señorita Dashwood.

—Llámeme Marianne, si no le importa. ¿Podría tener la audacia de pedirle un favor?

—Claro.

Se me acercó y se sentó conmigo, sosteniéndome la mano y mirándome intensamente a los ojos.

—Por favor, permítame el atrevimiento de preguntarle en qué época está ambientado su libro.

—No soy un personaje literario, señorita Dashwood… soy del mundo real.

—¡Oh! —exclamó—. Por favor, discúlpeme; no pretendía dar a entender que no fuera real ni nada parecido. En tal caso, ¿en qué época, si puedo preguntar, está ambientado su mundo?

Su extraña lógica me hizo sonreír. Se lo dije. Se me acercó más.

—Por favor, disculpe mi impertinencia, pero ¿podría traerme algo la próxima vez que venga?

—¿Cómo qué?

—Mentolados. Simplemente los adoro. Los conoce, ¿no? Caramelos de menta… y, si no hay inconveniente, unos cuantos pares de medias de nailon. Y algunas pilas AA; una docena estaría genial.

—Claro. ¿Algo más?

Marianne se lo pensó un momento.

—Elinor odiaría que le pida favores a una desconocida, pero sé que la posee un desenfrenado deseo de Marmite… y algo de café de verdad para mamá.

Le dije que haría lo que pudiese. Volvió a sonreír, me dio las gracias efusivamente, sacó un casco de cuero y unas gafas de aviador que llevaba ocultos bajo el chal, me sostuvo la mano brevemente y se fue corriendo por la hierba.