Viajes con mi padre
La primera vez que fui de viaje con mi padre yo era mucho más joven. Asistimos al estreno de El rey Lear en el Globo, en 1602. Era un lugar sucio, olía mal y el ambiente estaba ligeramente alborotado, pero la verdad es que aquel estreno no se diferenciaba demasiado de otros muchos a los que he asistido. Nos encontramos con alguien llamado Bendix Scintilla, que al igual que mi padre era un viajero del tiempo solitario. Nos dijo que andaba por la Inglaterra isabelina para evitar las patrullas de la CronoGuardia. Papá me contó más tarde que Scintilla había sido un gran luchador por la causa que había perdido las ganas cuando erradicaron a su mejor amigo y compañero. Yo sabía cómo se sentía, pero no hice lo que hizo él.
THURSDAY NEXT
Diarios privados
Papá se presentó a desayunar, lo que era raro en él. Cuando llegó yo estaba pasando las páginas de la edición matutina de The Toad. La gran noticia del día era el giro de ciento ochenta grados de la suerte de Yorrick Kaine. De ser un político lamentable y sin la más mínima posibilidad había pasado según las encuestas a estar por delante del partido Teafurst gobernante. El poder de Shakespeare. El mundo se detuvo de pronto, la imagen de la televisión se congeló y el aparato emitió un zumbido continuo en el mismo momento en que llegó papá. Poseía el poder de parar el reloj de inmediato; el tiempo se detenía por completo cuando me visitaba. Era una habilidad que había aprendido con mucho esfuerzo. Para él no había camino de regreso a la normalidad.
—Hola, papá —dije triste—. ¿Sabes lo de la erradicación de Landen?
—No, no lo sabía. Lamento oírlo, garbancito. ¿Por alguna razón en concreto?
—La Goliath quiere que saque a Jack Schitt de «El cuervo».
—¡Ah! —exclamó—. La vieja extorsión de siempre. ¿Cómo está tu madre?
—Está bien. ¿El mundo sigue acabándose la semana que viene?
—Eso parece. ¿Habla de mí alguna vez?
—Continuamente. Recibí este informe del laboratorio de OpEspec.
—Veamos —dijo mi padre, poniéndose las gafas y mirando el papel—. Carboxymetilcelulosa, fenilalanina, hidrocarburos. ¿Grasas animales? ¡No tiene ningún sentido!
Me lo devolvió.
—No lo comprendo —dijo en voz baja, chupando la patilla de las gafas—. El ciclista sobrevivió y el mundo sigue acabándose. Quizá no sea él el desencadenante. Pero no sucedió nada más en ese momento y lugar precisos. Quizá se trate de algo relacionado… —Frunció el ceño y me miró de una forma curiosa—. Quizá sea algo relacionado contigo.
—¿Conmigo? Eh, yo no hice nada.
—Estabas allí. Quizás el hecho de que yo te entregase la bolsa de cieno fuese el suceso clave y no la muerte del ciclista… ¿Le contaste a alguien de dónde provenía la sustancia rosa?
—A nadie.
Pensó un ratito.
—Bien —dijo al fin—, mira a ver qué más puedes descubrir. ¡Estoy seguro de que la respuesta nos está mirando directamente a la cara!
Abrió el periódico y leyó:
—«El chimpancé no es más que un animal de compañía, afirma la estrella del criquet…» —Lo dejó y me miró con chispitas en los ojos—. Ese marido tuyo…
—Landen.
—Vale. ¿Intentamos recuperarle?
—Schitt-Hawse me dijo que tienen tan protegido el verano de 1947 que ni siquiera un mosquito transtemporal podría entrar sin ser visto.
Mi padre sonrió.
—¡En ese caso tendremos que ser más listos! Esperarán que lleguemos en el momento justo y en el lugar adecuado… pero no lo haremos. Llegaremos al lugar adecuado pero en el momento equivocado, y luego, simplemente, esperaremos. Vale la pena intentarlo, ¿no crees?
Sonreí.
—¡Eso seguro!
Papá se tomó un sorbo de mi café y se inclinó para agarrarme el brazo. Fui consciente de una serie de destellos rápidos y de repente estábamos en un Humber Snipe con las luces apagadas, moviéndonos junto a una franja oscura de agua en una noche de luna llena. En la distancia podía ver los cañones de luz cruzándose en el cielo y oía el retumbar distante de un bombardeo.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—Acercándonos a Henley-on-Thames en la Inglaterra ocupada, noviembre de 1946.
—¿Aquí es donde Landen se ahogó en el accidente de coche?
—Aquí es donde pasó, pero no cuando pasó. Si saltásemos directamente, Lavoisier caería sobre nosotros de inmediato. ¿Alguna vez has jugado al escondite?
—Claro.
—Esto se parece un poco. Astucia, sigilo, paciencia… y unas cuantas trampas. Vale, ya estamos.
Habíamos llegado a un tramo de la carretera con una curva cerrada. Se veía que un conductor que no estuviese prestando atención podía confundirse con facilidad y acabar en el río. Me estremecí involuntariamente.
Nos apeamos y papá cruzó la carretera hasta un grupo de abedules en medio de una maraña de zarzas y helechos muertos. Era un buen lugar para vigilar la curva; estábamos a apenas diez metros. Papá puso en el suelo una bolsa de plástico que se había traído y nos sentamos sobre la hierba, apoyados en el tronco liso de los abedules.
—¿Ahora qué?
—Ahora esperamos seis meses.
—¿Seis meses? Papá, ¿estás loco? ¡No podemos quedarnos aquí sentados durante seis meses!
—Tan poco tiempo, tanto que aprender —comentó mi padre—. ¿Quieres un sándwich? Tu madre me los prepara todas las mañanas. No es que me vuelva loco la carne enlatada con nata, pero tiene cierto encanto excéntrico… y llena la tripa.
—¿Seis meses? —repetí.
Le dio un mordisco al sándwich.
—Lección primera sobre el viaje en el tiempo, Thursday. En primer lugar, todos somos viajeros en el tiempo. La inmensa mayoría sólo logra recorrer un día por día. Ahora bien, si aceleramos así…
Las nubes sobre nuestras cabezas se aceleraron y los árboles se agitaron más deprisa con la ligera brisa; a la luz de la luna pude ver que el río había aumentado dramáticamente su velocidad; un convoy de grandes camiones pasó rápidamente a nuestro lado a cámara rápida.
—Vamos a unos veinte días por semana. Cada minuto se comprime. Si fuésemos más despacio, seríamos visibles. Ahora mismo, un observador podría creer haber visto a una mujer y a un hombre sentados bajo estos árboles, pero si volviese a mirar ya no estaríamos. ¿Alguna vez has tenido la impresión de ver a alguien, pero al mirar de nuevo ya no estaba?
—Claro.
—Tráfico de la CronoGuardia trasladándose.
Ya amanecía y una patrulla de la Wehrmacht alemana encontró nuestro coche abandonado y se movió aceleradamente buscándonos antes de que apareciese una grúa y se llevase el Humber. Más coches pasaron a toda velocidad por la carretera y las nubes se movían a toda prisa por el cielo.
—Bonito, ¿no? —dijo mi padre—. Echo de menos todo esto, pero hoy en día tengo muy poco tiempo. A cincuenta diaspers todavía tendríamos que esperar unos buenos tres o cuatro días el accidente de Landen; tengo cita con el dentista, así que vamos a tener que acelerar un pelín.
Las nubes fueron todavía más deprisa; coches y peatones no eran más que borrones. Las sombras de los árboles efectuaron su recorrido con rapidez y se alargaron en el sol de la tarde; pronto empezó a hacerse de noche y las nubes se tiñeron de rosa antes de que la veloz oscuridad se tragase el día y apareciesen las estrellas, seguidas de la luna, que cruzó veloz el cielo. Las estrellas giraron alrededor de la estrella Polar mientras el cielo se iba poniendo azul por la súbita llegada del alba y luego el sol inició su rápido ascenso por el este.
—Ocho mil quinientos diaspers —explicó mi padre—. Ésta es mi parte preferida. ¡Mira las hojas!
El sol salía y se ponía en menos de diez segundos. Los peatones nos resultaban tan invisibles como nosotros lo éramos para ellos y un coche tenía que pasarse aparcando al menos dos horas para que pudiésemos verlo. ¡Pero las hojas! Pasaban de verde a marrón mientras observábamos, las ramas exteriores, un borrón de movimiento, el río, un liso espejo ondulado sin una sola mácula. Las plantas morían mientras observábamos, el cielo se cubría más y la noche duraba más que el día. Chispas de luz seguían la carretera allí donde el tráfico se movía y, frente a nosotros, un Kübelwagen abandonado perdía piezas rápidamente y luego lo arrojaban al río.
—¿Qué te parece, garbancito?
—Nunca me aburriría de este espectáculo, papá. ¿Siempre viajas así?
—Nunca tan despacio. Esto es sólo para los turistas. Normalmente llegamos a velocidades de diez mil millones de diaspers; ¡si quieres retroceder tienes que ir todavía más rápido!
—¿Retroceder avanzando más rápido?
—Ya es suficiente explicación por ahora, garbancito. Disfruta y mira.
Me acerqué a él mientras el aire se enfriaba y un pesado manto de nieve cubría la carretera y el bosque que nos rodeaba.
—Feliz año nuevo —dijo mi padre.
—¡Campanillas de invierno! —grité encantada cuando los brotes verdes atravesaron la nieve y florecieron, orientándose hacia el sol bajo. Luego la nieve desapareció, el río volvió a crecer y una pequeña cantidad de restos se acumuló alrededor del Kübelwagen volcado, que se oxidó mientras mirábamos. El sol centelleaba cada vez más alto en el cielo y de pronto había narcisos y azafranes.
—¡Ah! —dije sorprendida cuando un brote de un arbusto pequeño empezó a crecer dentro de la pernera de mi pantalón:
—Apártalos de tu cuerpo —explicó mi padre, desviando el rumbo de un zarcillo que intentaba enredarse a él. Noté el roce del brote en la mano, como un pequeño gusano verde, y se apartó. Hice lo mismo con los otros que me amenazaban pero papá fue un poco más allá y, con destreza, tejió la zarza formando un bonito lazo.
—He conocido estudiantes que literalmente han echado raíces —me explicó mi padre—. De ahí viene la expresión. Pero también es divertido a veces. Tuvimos a una agente llamada Jekyll que en una ocasión hizo que un roble de cuatrocientos años adoptase la forma de un corazón como regalo para su novio.
El aire era más cálido y empezamos a desacelerar cuando mi padre comprobó el cronógrafo. Los seis meses que habíamos estado allí habían pasado en apenas treinta minutos. Cuando regresamos a un día por día, ya era de noche otra vez.
—No veo a nadie, ¿y tú? —susurró él.
Miré a mi alrededor; la carretera estaba desierta. Abrí la boca para hablar pero mi padre me puso un dedo en los labios. En ese momento apareció un coche veloz por la carretera. Se desvió para esquivar un zorro, derrapó, se salió de la carretera y acabó volcado en el río. Yo quise ponerme en pie, pero mi padre me agarró con fuerza. El conductor del coche (Billden, supuse) apareció en la superficie del río, luego rápidamente volvió a sumergirse y salió de nuevo con una mujer. La llevó a la orilla y estaba a punto de regresar al vehículo sumergido cuando un hombre alto con gabán apareció de la nada y colocó su mano en el brazo de Billden.
—¡Ahora! —dijo mi padre, y salió de la seguridad del bosquecillo.
—¡Suéltale! —gritó mi padre—. ¡Suéltale para que haga lo que tiene que hacer!
Mi padre agarró al intruso y, con un chillido, el hombre desapareció. Billden parecía confundido e intentó correr hacia el río, pero casi de inmediato media docena de agentes de la CronoGuardia, Lavoisier incluido, se presentaron. Uno derribó al padre de Landen antes de que pudiese rescatar a su hijo. Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Lo siguiente que supe fue que estaba desarmada, sentada en el suelo y conmocionada y desorientada tras mi breve bucle. Así es como imagino que debe de sentirse un disco rayado. Dos agentes de OE-12 me miraban mientras mi padre y Lavoisier hablaban. Billden respiraba con fuerza y gimoteaba sobre la tierra húmeda.
—¡Cabrones! —escupí—. ¡Mi marido está ahí!
—Tienes tanto que aprender —murmuró Lavoisier—. El bebé Parke-Laine no es tu marido, es una estadística de accidente… o no. Eso depende de tu padre.
—¿Eres un lacayo de la Corporación Goliath, Lavoisier? —dijo mi padre—. Me decepcionas.
—Prevalece el bien mayor, coronel. De haberte entregado, no hubiese tenido que tomar medidas tan extremas; además, la CronoGuardia no puede funcionar sin patrocinio corporativo.
—¿Y a cambio haces algunos favores?
—Como he dicho, prevalece el bien mayor. Y antes de que empieces a acusarme de corrupción, la Cámara ha sancionado totalmente esta operación combinada de la Goliath y la CronoGuardia. Bien, es tan simple que incluso tú podrás entenderlo. Entrégate y tu hija podrá recuperar a su marido… decida o no ayudar a la Goliath. Como puedes ver, me siento muy generoso.
Miré a papá y le vi morderse el labio. Se frotó las sienes y suspiró.
—No.
—¿Qué? —dijo Lavoisier.
—No —repetí—. Papá, no lo hagas. Yo sacaré a Jack Schitt o viviré sola… ¡o algo!
Sonrió y me puso la mano en el hombro.
—¡Bah! —dijo Lavoisier—. ¡Tan petulante la una como el otro!
Hizo un gesto a sus hombres, que alzaron las armas. Pero papá era rápido. Sentí que me agarraba con fuerza por el hombro y partimos. El sol salió con rapidez mientras nosotros avanzábamos, dejando a Lavoisier y a los otros a varias horas en el pasado antes de que comprendiesen lo que había pasado.
—¡Veamos si puedo despistarlos! —murmuró mi padre—. Y en cuanto a lo de la Cámara… gilipolleces. La erradicación de Landen fue un asesinato, puro y simple. Es más, ¡ésa es justo la información que necesito para defenestrar a Lavoisier!
Los días no eran más que breves destellos de oscuridad y luz alternándose mientras saltábamos al futuro.
—No vamos a la máxima velocidad —me explicó papá—. Puede que Lavoisier me adelante sin darse cuenta. Vigila que…
Lavoisier y los suyos aparecieron como visiones muy fugaces cuando nos adelantaron al futuro. Papá se detuvo de pronto y yo me tambaleé ligeramente cuando regresamos al tiempo real. Nos apartamos de la carretera cuando un camión de los años cincuenta pasó a nuestro lado haciendo sonar la bocina.
—¿Ahora qué?
—Creo que le hemos despistado. ¡Maldición!
Volvimos a partir… Lavoisier había reaparecido. Le perdimos de vista un momento pero enseguida reapareció y se mantuvo a nuestra altura.
—¡Soy demasiado viejo para picar con ese truco! —dijo sonriendo.
Poco después de que reapareciese, dos de los suyos sincronizaron la velocidad a la que nos movíamos por la historia.
—Sabía que vendrías —dijo Lavoisier triunfal, acercándosenos lentamente mientras el tiempo volaba a nuestro alrededor, cada vez más rápido. Se construía una carretera donde estábamos, luego un puente, casas, tiendas—. Entrégate. ¿Qué esperas ganar con todo esto? Tendrás un juicio justo, créeme.
Los otros dos agentes de la CronoGuardia agarraron a mi padre y le retuvieron con fuerza.
—¡Te veré colgar por esto, Lavoisier! ¡La Cámara jamás autorizaría semejante acción! Devuelve su vida a Landen y te prometo que no diré nada.
—Bien, de eso se trata, ¿no? —respondió Lavoisier desdeñoso—. ¿A quién iban a creer? ¿A ti con tu historial o a mí, tercero al mando de la CronoGuardia? Además, ¡tu torpe intento de recuperar a Landen ha borrado cualquier rastro que yo hubiese podido dejar al erradicarle!
Lavoisier apuntó con la pistola a mi padre. Los dos agentes le retuvieron para evitar que escapase acelerando, y nos zarandeamos un poco cuando lo intentó. De pronto se me ocurrió una idea.
—Chicos, ¿sois esquiroles?
Los agentes de la CronoGuardia se miraron. Luego consultaron los cronógrafos de muñeca y por último miraron a Lavoisier. El más alto de los dos fue el primero en hablar.
—Tiene razón, señor Lavoisier, señor. No me importa amedrentar y asesinar inocentes, y a usted le seguiría hasta más allá de la contracción final del universo… normalmente, pero…
—Pero ¿qué? —preguntó Lavoisier furibundo.
—… pero soy un miembro leal del gremio del tiempo. No soy un esquirol.
—Yo tampoco lo soy —dijo el otro agente, asintiendo en dirección a su amigo—. Igual y fielmente.
Lavoisier sonrió con simpatía.
—Escuchad, chicos, yo personalmente pagaré…
—Lo siento, señor Lavoisier —respondió el agente, un poco indignado—, pero nos han dado instrucciones de no aceptar contratos por cuenta propia.
Y en ese instante desaparecieron mientras llegaba diciembre y el mundo se volvía rosa. Lo que antes había sido una carretera no era más que unos centímetros del mismo material rosado que papá me había entregado. Estábamos más allá del 12 de diciembre de 1985 y, donde antes había habido crecimiento, cambio, estaciones y nubes, ya no había nada sino una interminable extensión de crema reluciente y opaca.
—¡Salvado por la acción sindical! —dijo papá, riendo—. ¡Cuéntales eso a tus amigos de la Cámara!
—Bravo —respondió Lavoisier sardónico—, bravo. Creo que deberíamos decir au revoir, amigos… hasta que volvamos a encontrarnos.
—¿Tiene que ser au revoir? —pregunté—. ¿Qué tiene de malo adiós?
No tuvo tiempo de responderme. Sentí que papá se envaraba y aceleramos rápidamente por el cronoflujo. La sustancia rosa desapareció, dejando sólo tierra y rocas. Vi que el río se apartaba de nosotros serperneando hacia un valle y luego regresaba, pasaba bajo nuestros pies y serpenteaba antes de ser reemplazado por un lago. Nos movimos más deprisa. No tardé en ver que la tierra cedía y, a medida que la corteza se inclinaba y se combaba sometida a la fuerza de la tectónica de placas, los valles descendieron para crear mares y las montañas se alzaron. Apareció vegetación nueva mientras en segundos pasaba un millón de años. En un segundo se alzaban y se perdían vastos bosques. Nos quedamos cubiertos, luego descubiertos, luego cubiertos de nuevo, ahora por un mar, ahora por rocas, ahora rodeados de capas de hielo, ahora a treinta metros en el aire. Más bosques, luego desierto, luego montañas alzándose rápidamente para quedar aplanadas momentos después.
—Bien —dijo mi padre—. Lavoisier trabaja para la Goliath. ¡Quién lo hubiese dicho!
—Papá —pregunté mientras el sol se volvía visiblemente más rojo—, ¿cómo regresaremos?
—No regresaremos —respondió—. No podemos regresar. Una vez que el presente se ha producido, ya está. Seguimos avanzando hasta regresar al punto de partida. Es una especie de rotonda. Si no pillas la salida, tienes que dar de nuevo toda la vuelta. Simplemente hay muchas más salidas y la rotonda es mucho, mucho más grande.
—¿Cómo de grande?
—Un montón. Silencio, ahora… ¡ya casi estamos!
Y de pronto no estábamos casi allí, estábamos allí, desayunando en mi apartamento, papá pasando las páginas del periódico.
—Bien, lo hemos intentado, ¿no? —dijo mi padre.
—Sí, papá, lo hemos hecho. Gracias.
—No te preocupes —dijo con cariño—, incluso la mejor erradicación deja algo detrás con lo que reactualizar. Siempre hay una forma. No tenemos más que encontrarla; garbancito, le traeremos de vuelta. No voy a dejar que mi nieto crezca sin padre.
Me dio confianza y le di las gracias.
—¡Bien! —dijo, cerrando el periódico—. Por cierto, ¿conseguiste entradas para el concierto de las hermanas Nolan?
—En eso estoy.
—Buen espectáculo. Bien, el tiempo no espera por nadie, como decimos…
Me apretó la mano y se fue. El mundo arrancó de nuevo, la televisión volvió a emitir y Pickwick emitió plocs apagados porque había logrado quedarse encerrada en el armario de la caldera. La dejé salir y ahuecó las plumas avergonzada antes de ir a buscar su cuenco de agua.
Fui a trabajar pero había muy poco que hacer. Bowden pasó la mañana ensayando su actuación, y al mediodía ya se habían producido dos intentos de robar el Cardenio en Vole Towers. Nada importante; OE-14 había doblado las medidas de seguridad. Aquello no era en absoluto asunto de OpEspec 27, así que me pasé la tarde leyendo a escondidas el manual de instrucciones de Jurisficción, lo que me resultaba similar a leer el tebeo en clase. Sentí la tentación de entrar en una obra de ficción para probar alguno de sus «consejos útiles para saltar a los libros» (página 28), pero Havisham me había prohibido terminantemente hacerlo hasta que «no tuviese más experiencia». Para cuando llegó la hora de volver a casa había aprendido algunos trucos referentes a los procedimientos de evacuación de emergencia de libros (página 34) y leído sobre el propósito de los Bowdlerizadores (página 62), que eran un grupo de individuos bienintencionados pero decididos a eliminar cualquier obscenidad de la ficción por medio de la censura. También leí acerca de la inesperada carrera de tres años de Heathcliff en Hollywood bajo el seudónimo de Buck Stallion y su previsible regreso a las páginas de Cumbres borrascosas (página 71), acerca de los cuarenta y seis intentos ilegales y abortados de evitar que Beth muriese en Mujercitas (página 74), me enteré de detalles sobre el Programa de Intercambio de Personajes (página 81), aprendí el uso de versos homófonos para hacer salir a gente renegada de los libros o LibroHuidos como se les conocía (página 96), y también a servirme de errores ortográficos, erratas y dobles negaciones para hacer señales a otros Agentes de Recurso Prosaico en caso de que los procedimientos de evacuación de emergencia de libros (página 34) fallasen (página 105). Estaba aprendiendo el protocolo que se aplicaba a las novelas históricas (página 122) cuando acabó la jornada laboral. Me uní al éxodo generalizado y le deseé a Bowden buena suerte con su actuación. No parecía en absoluto nervioso, pero claro, rara vez parecía nervioso.
Cuando llegué a casa me encontré al casero en la puerta. Dio un vistazo para asegurarse de que la señorita Havisham no anduviera cerca y dijo:
—Se ha acabado el tiempo, Next.
—Dijo hasta el sábado —respondí, abriendo la puerta.
—Dije hasta el viernes —respondió el hombre.
—¿Qué tal si le doy el dinero el lunes, cuando abran los bancos?
—¿Qué tal si me llevo el dodo y vive tres meses sin pagar alquiler?
—¿Qué tal si se lo mete por donde le quepa?
—No compensa ponerse impertinente con el casero, Next. ¿Tiene el dinero o no?
Pensé con rapidez.
—No… pero dijo hasta el viernes y el viernes todavía no ha terminado. Es más, me quedan todavía seis horas para encontrar el dinero.
Me miró, miró a Pickwick, que había sacado la cabeza por la puerta para ver quién era, y luego el reloj.
—Muy bien —dijo—. Será mejor que tenga el dinero a medianoche o tendrá serios problemas.
Y con una última mirada fulminante, se fue, dejándome sola en el pasillo.
Le ofrecí una golosina a Pickwick para que se sostuviese sobre una sola pata. Tenía la mirada vacía por lo que me rendí después de algunos intentos, le di de comer y cambié el papel del cesto antes de llamar a Spike a OE-17. No era un plan perfecto pero poseía la ventaja de ser el único plan, así que guiándome exclusivamente por ese criterio decidí que valía la pena intentarlo. Al final pasaron mi llamada a su coche patrulla. Le conté mi problema y me dijo que en aquellos momentos sobraba presupuesto para contratar agentes independientes porque nadie quería ayudar, así que acordamos una paga por hora ridículamente alta y un lugar de encuentro. Al colgar me di cuenta de que había olvidado decirle que prefería no hacer ningún trabajo relacionado con vampiros. Qué demonios. Necesitaba la pasta.