«Les arts modernes de Swindon, 1985»
El Muy Irreverente Joffy Next era el pastor de la primera iglesia inglesa de la Deidad Estándar Global. La DEG tenía un poco de todas las religiones porque, si existía Dios, entonces tenía que tener en realidad muy poco que ver con todas las pifias y confusiones de aquí abajo en el plano material, y puede que le conviniese un simplificación de la fe. Los devotos iban y venían como les daba la gana, rezaban a quien más les apetecía y se relacionaban libremente con otros miembros de la DEG. Tuvo un éxito moderado, pero nadie sabe lo que Dios opinaba realmente.
Profesor M. BLESSINGTON, PR (retirado)
La Deidad Estándar Global
Pagué la libertad de mi coche con un cheque que, estaba segura, rechazarían. Luego me fui a casa y tomé un tentempié y una ducha antes de ir a Wanborough y asistir a la primera exposición «Les arts modernes de Swindon» de Joffy. Joffy me había pedido una lista de mis colegas para aumentar la cifra de asistentes, así que esperaba encontrarme con gente del trabajo. Incluso yo misma se lo había pedido a Cordelia, quien debo admitir que era muy divertida cuando no se ocupaba de las relaciones públicas. La exposición de arte se celebraba en la iglesia de la Deidad Estándar Global de Wanborough y la había inaugurado Frankie Saveloy media hora antes de mi llegada. Al entrar me pareció muy concurrida; habían apartado los bancos y artistas, críticos, prensa y compradores potenciales daban vueltas entre la ecléctica colección de arte. Tomé una copa de vino de la bandeja de un camarero que pasaba, recordé de pronto que no debería beber, lo olisqueé con nostalgia y lo dejé. Joffy, muy elegante con esmoquin y alzacuello, saltó hacia mí al verme sonriendo de oreja a oreja.
—¡Hola, Bodoque! —dijo, abrazándome con afecto—. Me alegro de que hayas podido venir. ¿Conoces al señor Saveloy?
Sin esperar mi respuesta me empujó hacia donde el hombre hinchado permanecía muy solo a un lado de la sala. Me presentó todo lo rápido que pudo y huyó. Frankie Saveloy era el compére de ¡Nombra esa fruta!, y en la vida real tenía todavía más aspecto de sapo que en la tele. Casi esperaba que una larga lengua pegajosa saliese de su boca y capturase una mosca perdida, pero aun así sonreí con amabilidad.
—Señor Saveloy —dije, ofreciéndole la mano. Él la atrapó entre sus manazas húmedas y la sostuvo con fuerza.
—¡Encantado! —gruñó Saveloy, sus ojos saltando a mi escote—. Lamento que no pudiésemos tenerte en mi programa… pero supongo que aun así te sientes honrada de conocerme.
—Más bien a la inversa —le aseguré, recuperando la mano por la fuerza.
—¡Ah! —dijo Saveloy, sonriendo tanto que pensé que se le iba a caer la parte superior de la cabeza—. Tengo mi Rolls-Royce aparcado fuera. ¿Te gustaría dar una vuelta conmigo?
—Creo —respondí— que preferiría comer clavos oxidados.
No pareció inmutarse en lo más mínimo. Sonrió más y dijo:
—Es una vergüenza malgastar esas domingas, señorita Next.
Alcé la mano para abofetearle, pero Cordelia Flakk, que había decidido intervenir, me agarró la muñeca.
—¿Otra vez con tus truquitos, Frankie?
Saveloy le sonrió a Cordelia.
—Maldita seas, Dilly… ¡Fastidiándome la diversión!
—Vamos, Thursday, hay un montón de imbéciles todavía mayores con los que malgastar el tiempo.
Flakk se había cambiado el vestido rosa chillón por uno de un tono más serio, pero que todavía era capaz de atravesar cuarenta metros de espesor de niebla. Me llevó de la mano hacia alguna de las obras en exposición.
—Has estado burlándote un poco de mí, Thursday —dijo tensa—. ¡Sólo necesito que pases diez minutos con mis invitados!
—Lo lamento, Dilly. Las cosas se han descontrolado un poco. ¿Dónde está?
—Está representando Ricardo III en el Ritz. Tal y como se comporta se diría que nunca ha estado en Swindon. Por favor, ¿podrías hacerle un hueco mañana?
—Lo intentaré.
—Bien.
Nos acercamos a un grupito en el que uno de los artistas que exponían mostraba sus últimas obras a un público atento compuesto en su mayoría por críticos de arte que llevaban traje negro sin cuello y garabateaban notas en sus catálogos.
—Bien —dijo uno de los críticos, mirando la pieza con sus gafas de media luna—, háblenos de ella, señor Duchamp2924.
—La llamo El id interior —dijo el joven artista con voz tranquila, evitando la mirada de todos y juntando las yemas de los dedos. Iba vestido con una larga túnica negra y llevaba las patillas recortadas tan en punta que si se hubiese girado de pronto le habría sacado un ojo a alguien. Siguió diciendo—: Como la vida, la pieza refleja las múltiples capas que aíslan y restringen la sociedad de hoy. La capa superficial, que refleja pero se contrapone al duro exoesqueleto que todos mostramos, es dura y delgada, pero un poco frágil… Debajo, sin embargo, nos esperan capas más blandas, de la misma forma y casi del mismo tamaño. Y al profundizar, uno encuentra muchas conchas diferentes, cada una más pequeña pero no más blanda que la anterior. El viaje es lloroso, y cuando se llega al centro no se encuentra casi nada, y la similitud con la capa superficial es, en cierto sentido, ilusoria.
—Es una cebolla —dije en voz alta.
Se produjo un silencio conmocionado. Varios de los críticos de arte me miraron, luego miraron a Duchamp2924 y después la cebolla.
Esperaba que los críticos dijesen algo como «gracias por comentarlo, casi nos hace quedar como unos tontos», pero no. Se limitaron a decir:
—¿Es cierto?
A lo que Duchamp2924 respondió que era cierto como hecho, pero falso representacionalmente, y como si quisiese reforzar esa circunstancia extrajo un manojo de ajos chalote de la chaqueta y añadió.
—Aquí tengo otra pieza que me gustaría que viesen. Se llama El id interior II (agrupado), y es una colección de formas tridimensionales concéntricas encajadas alrededor de un núcleo central…
Cordelia me apartó mientras los críticos alargaban el cuello con renovado interés.
—Esta noche te comportas de un modo muy problemático, Thursday —sonrió—. Ven, quiero que conozcas a alguien.
Me presentó a un joven con un traje de buen corte y bien peinado.
—Éste es Harold Flex —anunció Cordelia—. Harry es el agente de Lola Vavoon y un personaje importante en la industria del cine.
Flex me dio la mano con gratitud y me dijo lo fantásticamente humilde que se sentía en mi presencia.
—Es necesario contar su historia, señorita Next —se animó Flex—, y Lola está muy entusiasmada.
—Oh, no —dije apresuradamente, comprendiendo lo que se avecinaba—. No, no. Ni en un millón de años.
—Deberías escuchar lo que Harry tiene que decir, Thursday —me rogó Cordelia—. Es el tipo de agente que de veras podría conseguirte un buen acuerdo financiero, realizar un excelente trabajo de relaciones públicas para OpEspec y asegurarse de que se preste atención a tus deseos y opiniones sobre toda la historia.
—¿Una película? —pregunté incrédula—. ¿Estáis locos? ¿No visteis El programa de Adrian Lush? ¡OpEspec y la Goliath destrozarían la historia!
—La presentaremos como ficción, señorita Next —explicó Flex—. Incluso tenemos título: El caso Jane Eyre. ¿Qué le parece?
—Creo que los dos os habéis vuelto completamente locos. Disculpe.
Dejé a Dilly y al señor Flex maquinando en voz baja su siguiente movimiento y me fui a buscar a Bowden, quien miraba un cubo de basura lleno de vasos de papel.
—¿Cómo pueden presentarlo como arte? —preguntó—. ¡No parece más que un cubo de basura!
—Es un cubo de basura —respondí—. Es por eso que está junto a la mesa de los canapés.
—¡Oh! —dijo, para luego preguntarme qué tal había ido la rueda de prensa.
—Kaine busca pescar votos —me dijo cuando terminé de contársela—. Tiene que ser eso. Cien millones puede que te compren mucho tiempo de antena para poner anuncios, pero haciendo que el Cardenio sea del dominio público te ganas el voto Shakespeare… ése es un grupo de votantes que no se compra.
No lo había pensado.
—¿Algo más?
Bowden desdobló una hoja de papel.
—Sí. Intento decidir el orden para mi actuación cómica de mañana por la noche.
—¿Cuánto tiempo tienes?
—Diez minutos.
—Veamos.
Había estado ensayando la actuación conmigo, aunque yo alegaba que probablemente no era la persona más adecuada. Al propio Bowden ninguno de los chistes le parecía gracioso, aunque comprendía bien el proceso técnico de la situación.
—Yo empezaría con el pingüino sobre un témpano de hielo —propuse, mirando las notas de Bowden—, luego pasaría al ciempiés de compañía. Prueba a continuación con el caballo blanco en el pub y, si funciona bien, pasa a lo de la tortuga a la que roban los caracoles; luego pasa a los perros en la sala de espera del veterinario y termina con lo de la reunión con el gorila.
—¿Qué hay del león y el mandril?
—Es verdad. Usa ése en lugar del caballo blanco si falla el del ciempiés.
Bowden lo apuntó.
—Ciempiés… si falla. Lo tengo. ¿Qué hay con el del hombre que va a cazar osos? Se lo conté a Victor y de inmediato soltó Earl Grey por la nariz.
—Guárdalo por si tienes que hacer un bis. Dura tres minutos. Pero no te apresures. Que se incremente la tensión… Claro está, si tu público es de mediana edad y algo chapado a la antigua, yo dejaría lo del oso, el mandril y los perros y usaría el del galgo en la pista de carreras o el de los dos Rolls-Royces.
—¿Canapés? —dijo mamá, pasando la bandeja.
—¿Quedan más de ésos de langostinos?
—Iré a ver.
La seguí hasta la sacristía, donde ella y otros miembros de la Federación de Mujeres iban preparando comida.
—Mamá, mamá —dije, siguiéndola hasta donde la sorda como una tapia señora Higgins forraba las bandejas con mantelitos de encaje de papel—. Debo hablar contigo.
—Estoy ocupada, cariño.
—Es muy importante.
Dejó de hacer lo que estaba haciendo, lo dejó todo y me llevó hasta un rincón de la sacristía, justo hasta una efigie gastada de piedra, supuestamente de un seguidor de san Zvlkx.
—¿Qué problema es más importante que los canapés, oh, hija-mi-hija?
—Bien —arranqué, sin estar del todo segura de cómo expresarlo—, ¿recuerdas que decías que querías ser abuela?
—Oh, eso —dijo, riendo—. Hace tiempo que sé que tienes un bollo en el horno… Simplemente me preguntaba cuándo me lo ibas a contar.
—¡Un momento! —dije, sintiéndome de pronto como si me hubiese hecho trampas—. Se supone que debes sorprenderte y llorar.
—Ya lo he hecho, cariño. ¿Puedo tener la indelicadeza de preguntar quién es el padre?
—Mi esposo, espero… y antes de que me lo preguntes, la Crono-Guardia lo erradicó.
Me dio un abrazo.
—Bien, eso lo puedo comprender. ¿Le ves de vez en cuando, tal y como yo veo a tu padre?
—No —respondí entristecida—, sólo vive en mis recuerdos.
—¡Pobre patito! —exclamó mi madre, dándome otro abrazo—. Pero demos gracias al Señor por las pequeñas misericordias… al menos le recuerdas. Muchas de nosotras no lo hacemos… sólo tenemos una vaga sensación de algo que podría haber sido. Debes pasarte por Erradicaciones Anónimas una de estas noches. Créeme, hay más Perdidos de los que imaginas.
En realidad, nunca había hablado con mi madre de la erradicación de mi padre. Todos sus amigos habían asumido que las indiscreciones de juventud habían sido los padres de mis hermanos y yo. Para una mujer de principios como mi madre, esa situación había sido casi tan dolorosa como la erradicación de papá. No soy de las que valen para una organización en cuyo nombre aparece la palabra «anónimas», así que decidí desviarme un poco.
—¿Cómo supiste que estaba embarazada? —le pregunté cuando me cogió la mano y sonrió con dulzura.
—Se veía desde un kilómetro de distancia. Comías como un caballo y mirabas mucho a los bebés. Cuando el sobrinito Henry de la señora Pilchard se pasó la semana pasada, apenas podías dejarle escapar.
—¿No soy así habitualmente?
—Ni de lejos. También se te está ensanchando la cintura. Ese vestido nunca te ha sentado tan bien. ¿Para cuándo? ¿Julio?
Hice una pausa cuando el abatimiento me anegó, trayéndome la completa inevitabilidad de la maternidad. Cuando me había enterado de la noticia, Landen estaba conmigo y todo parecía mucho más fácil.
—Mamá, ¿y si no se me da bien? No sé absolutamente nada sobre bebés. He pasado mi vida laboral persiguiendo a malvados. Puedo desmontar un M16 con los ojos vendados, reemplazar el motor de un vehículo blindado de transporte y acertar una moneda de dos peniques a treinta metros ocho de cada diez veces. No estoy segura de que un moisés junto al fuego sea para mí.
—Tampoco lo era para mí —me confió mi madre, sonriendo con dulzura—. No es ningún accidente que sea una cocinera horrible. Antes de conocer a tu padre y teneros a ti y a tus hermanos trabajaba para OE-3. Todavía lo hago en ocasiones.
—Entonces, ¿no le conociste en un viaje de un día a Portsmouth? —pregunté muy despacio, sin estar segura de querer oír lo que estaba oyendo.
—En absoluto. Fue en otro sitio completamente diferente.
—¿OE-3?
—Nunca me creerías si te lo contase, por lo que no lo voy a hacer. Pero lo que intento decirte es lo siguiente: estuve encantada de tener hijos cuando llegó el momento. A pesar de vuestras interminables discusiones cuando erais niños y el mal humor de la adolescencia, ha sido una aventura maravillosa. Perder a Anton fue una nube tormentosa durante un tiempo, pero en general ha estado bien… siempre mejor que OpEspec. —Una pausa—. Yo estaba igual que tú, preocupada de no estar preparada, de ser mala madre. ¿Qué tal lo hice? —Me miró y sonrió con dulzura.
—Lo hiciste muy bien, mamá.
La abracé con fuerza.
—Haré lo que pueda por ayudar, cariñito, pero nada de pañales y potitos los martes y jueves por la noche.
—¿OE-3?
—No —respondió—, bridge y bolos. —Me pasó un pañuelo y me sequé los ojos—. Estarás bien, cariño.
Le di las gracias y salió corriendo, murmurando algo sobre tener que alimentar un millón de bocas. La vi irse, sonriendo para mí. Creía conocer a mi madre, pero no era así. Los hijos rara vez comprenden a sus padres.
—¡Thursday! —dijo Joffy cuando salí de la sacristía—. ¿De qué me sirves si no te paseas? ¿Llevarías a ese millonario Flex a conocer a Zorf, el artista neandertal? Te estaría tan agradecido. ¡Oh, Dios del cielo! —murmuró clavando la vista en la puerta de la iglesia—. ¡Es Aubrey Jambe!
Y así era. El señor Jambe, el capitán del equipo de criquet de Swindon, a pesar de su reciente indiscreción con el chimpancé, seguía asistiendo a los actos como si nada hubiese pasado.
—Me pregunto si se ha traído al chimpancé —dije, pero Joffy me lanzó una mirada furibunda y corrió a conocerlo en persona.
Me encontré a Cordelia y al señor Flex discutiendo acerca de los méritos de una pintura minimalista del artista galés Tegwyn Wedimedr, tan minimalista que ni siquiera estaba. Miraban una pared vacía con una alcayata donde se podría haber colgado el cuadro.
—¿A ti qué te dice, Harry?
—No me dice nada, Cords… pero lo hace de forma muy diferente. ¿Cuánto cuesta?
Cordelia se inclinó para mirar el precio.
—Se llama Más allá de la sátira y vale mil doscientas libras; una buena cantidad. ¡Hola, Thursday! ¿Has cambiado de idea sobre la película?
—No. ¿Conoces a Zorf, el artista neandertal?
Los llevé hasta donde exponía Zorf. Lo acompañaban algunos de sus amigos, uno de los cuales reconocí.
—¡Señorita Next! —dijo Stiggins—. Nos gustaría presentarle a nuestro amigo Zorf. —Un neandertal un poco más joven me dio la mano mientras yo explicaba quiénes eran Harry y Cordelia.
—Es un cuadro muy interesante, señor Zorf —dijo Harry, mirando una masa de pintura verde, amarilla y naranja en un enorme lienzo de medio metro cuadrado—. ¿Qué representa?
—¿No es evidente? —respondió el neandertal.
—¡Claro que sí! —respondió Harry, cabeceando—. Son narcisos, ¿no?
—No.
—¿Una puesta de sol?
—No.
—¿Un cebadal?
—No.
—Me rindo.
—Eso está más cerca, señor Flex. Si tiene que preguntar, entonces jamás comprenderá. Para los neandertales, la puesta de sol es sólo el final del día. Centeno verde de Van Gogh no es más que una representación muy mala de un campo. Los únicos pintores sapiens a los que realmente comprendemos son Pollock y Kandinsky; hablan nuestro idioma. Nuestros cuadros no son para ustedes.
Miré al grupito de neandertales que miraban las pinturas abstractas de Zorf con emotivo asombro y lágrimas en los ojos. Pero Harry, un farolero hasta el final, no se había rendido.
—¿Puedo probar otra vez? —le preguntó a Zorf, quien asintió.
Miró fijamente el lienzo y entrecerró los ojos.
—Es…
—Esperanza —dijo una voz cercana—. Es esperanza. Esperanza por el futuro de los neandertales. Es el deseo ferviente… de tener hijos.
Zorf y los demás neandertales se volvieron para mirar a la persona que había hablado. Era Yaya Next.
—Justo lo que iba a decir —dijo Flex, sin engañar a nadie excepto a sí mismo.
—La estimada dama manifiesta una capacidad de comprensión que trasciende su especie —dijo Zorf con un breve gruñido que tomé por risa—. ¿A la dama sapiens le gustaría añadir algo a nuestro cuadro?
Era, efectivamente, todo un honor. Yaya Next avanzó, tomó el pincel que Zorf le ofrecía, mezcló un turquesa pálido y dio unas cuantas pinceladas a la izquierda del centro. Los neandertales jadearon y las mujeres del grupo se colocaron rápidamente el velo sobre la cara mientras los hombres, incluido Zorf, alzaban la cabeza y miraban al techo canturreando en voz baja. Yaya hizo lo mismo. Flex, Cordelia y yo nos miramos, confundidos e ignorantes de las costumbres neandertales. Después de un rato dejaron de mirar y canturrear, las mujeres se apartaron el velo y todos se acercaron lentamente a Yaya, para olerle la ropa y tocarle la cara con manos grandes pero delicadas. Todo acabó en unos minutos; los neandertales regresaron a sus lugares y volvieron a admirar la pintura de Zorf.
—¡Hola, joven Thursday! —dijo Yaya, volviéndose hacia mí—. ¡Vamos a buscar un sitio tranquilo para charlar!
Fuimos hasta el órgano de la iglesia y nos sentamos en un par de sillas duras de plástico.
—¿Qué has pintado en el cuadro? —le pregunté y Yaya me dedicó su sonrisa más dulce.
—Algo un poco controvertido —me confió— pero que ofrecía apoyo. He trabajado con neandertales y conozco muchos de sus hábitos y costumbres. ¿Cómo va el maridito?
—Todavía erradicado —dije abatida.
—No importa —dijo Yaya con seriedad, tocándome la barbilla para hacer que la mirase—. Siempre hay esperanza… Descubrirás, como lo descubrí yo, que es realmente curioso cómo acaban pasando las cosas.
—Lo sé. Gracias, Yaya.
—Tu madre será una torre fuerte. Nunca lo pongas en duda.
—Está aquí, por si quieres verla.
—No, no —dijo Yaya, apresuradamente—. Supongo que estará ocupada. Ya que estamos —siguió diciendo, cambiando de tema sin ni siquiera tomar aliento—, ¿se te ocurre algún libro más que pueda incluir en mis «diez clásicos más aburridos»? Estoy preparada para irme.
—¡Yaya!
—¡Consiéntemelo, Thursday!
Suspiré.
—¿Qué tal Paraíso perdido?
Yaya dejó escapar un quejido intenso.
—¡Horrible! Apenas pude caminar durante una semana después de leerlo. ¡Es suficiente para hacer que quieras olvidarte de la religión para siempre!
—¿Ivanhoe?
—Bastante pesado pero con algunas partes que estaban bien… no creo que esté entre los diez primeros.
—¿Moby Dick?
—Emoción y acción separadas por un aburrimiento devastador. Lo leí dos veces.
—¿À la recherche du temps perdu?
—Ya sea en inglés o en francés, su tedio no se reduce ni un ápice.
—¿Pamela?
—¡Ah! Ahora sí que hablamos en serio. Lo recorrí con esfuerzo cuando era adolescente. Puede que fuese vibrante en 1741, pero hoy la única vibración que produce son los ronquidos que surgen de los que están tan confundidos como para intentar leerlo.
—¿Qué tal El progreso del peregrino?
Pero Yaya se había centrado en otra cosa.
—Tienes visita, querida. Mira más allá de los calamares rellenos que hay dentro del piano y justo al lado del Fiat 500 tallado en pasta de dientes congelada.
Había dos agentes de OpEspec vestidos con trajes oscuros, pero no eran Dedmen y Walken sino un hombre y una mujer. Parecía que OE-5 había sufrido otro contratiempo. Le pregunté a Yaya si estaría bien sola y fui a recibirlos. Los encontré mirando dubitativamente una tuba aplastada en el suelo que se titulaba La indivisible trinidad de la muerte.
—¿Qué opinan? —pregunté.
—No lo sé —dijo nerviosamente el agente—. Yo… yo… realmente no sigo el arte.
—Incluso si lo hiciese, aquí no le serviría de nada —respondí irónicamente—. ¿OpEspec 5?
—Sí, ¿cómo…? —Se controló de inmediato y buscó un par de gafas oscuras—. Es decir, no. Nunca he oído hablar de OpEspec y menos aún de OpEspec 5. No existe. ¡Oh, maldita sea! Esto se me da fatal.
—Buscamos a una tal Thursday Next —dijo su compañera susurrando muy llamativamente por una comisura de la boca. Añadió, por si yo no recibía el mensaje—: Se trata de un asunto oficial.
Suspiré. Era evidente que en OE-5 empezaban a escasear los voluntarios. No me sorprendía.
—¿Qué ha sido de Dedmen y Walken? —les pregunté.
—Ellos… —empezó a decir el agente, pero la mujer le dio un golpe en las costillas y anunció:
—Nunca hemos oído esos nombres.
—Yo soy Thursday Next —les dije—, y me parece que corren más peligro del que creen. ¿De dónde los han sacado? ¿De OE-14?
—Yo soy de OE-22 —dijo el agente—. Me llamo Lamb. Ésta es Slaughter; es de…
—OE-28 —dijo la mujer—. Gracias, Blake, sé hablar, por si no lo sabías… y deja que me ocupe yo. No sabes abrir la boca sin meter la pata.
Lamb se hundió en un silencio hosco.
—¿OE-28? ¿Asesora de impuestos?
—¿Y qué si lo soy? —respondió Slaughter desafiante—. Hay que arriesgar para ascender.
—Lo sé muy bien —respondí, dirigiéndolos a un lugar tranquilo junto a la maqueta de una cerilla fabricada enteramente con trozos del Parlamento—. Siempre que sepas en lo que te metes. ¿Qué ha sido de Walken y Dedmen?
—Han sido reasignados —explicó Lamb.
—¿Quiere decir que están muertos?
—¡No! —exclamó Lamb sorprendido—. Quiero decir rea… ¡Oh, Dios mío! ¿Eso es lo que quiere decir?
Suspiré. No iban a durar ni un día.
—Vuestros predecesores están muertos, chicos… y también los anteriores. Cuatro agentes perdidos en menos de una semana. ¿Qué pasó con las notas de Walken? ¿Destruidas accidentalmente?
—¡Qué ridiculez! —rió Lamb—. Las recuperamos intactas. Un nuevo miembro del personal las pasó por el destructor de documentos creyendo que era una fotocopiadora.
—¿Tenéis algo, lo que sea, con lo que trabajar? —Tan pronto como se dio cuenta de que era un destructor de documentos, yo… lo siento, él paró la máquina y nos quedamos con esto.
Me pasó dos medios documentos. Uno era la fotografía de una joven saliendo de una tienda cargada de bolsas y paquetes. Su rostro, recatadamente, había sido destruido por el destructor de documentos. Le di la vuelta a la fotografía. En la parte posterior había una nota escrita a lápiz: «A. H. sale de Camp Hopson tras comprar con una tarjeta de crédito robada.»
—A. H. significa Acheron Hades —me explicó Lamb con mucha seguridad—. Se nos permitió leer parte de su expediente. Puede mentir de pensamiento, obra y acción.
—Lo sé. Lo escribí yo. Pero no es Hades. Acheron no aparece en la película fotográfica.
—Entonces, ¿a quién perseguimos? —preguntó Slaughter.
—No tengo ni idea.
El otro documento no era más que una página de notas escritas a mano, compiladas por Walken sobre quien fuese que estaban siguiendo. Leí:
—«9.34: Contacto con la sospechosa en las rebajas de Camp Hopson. 11.03: Tentempié de zumo de zanahoria y galleta de avena… se va sin pagar. 11.48: Dorothy Perkins. 12.57: Almuerzo. 14.45: Sigue de compras. 17.20: Discute con el encargado de Tammy Girl por la devolución de unos calientapiernas. 17.45: Contacto perdido. 21.03: Reestablecido contacto en el club nocturno HotBox. 23.02: A. H. abandona HotBox con un hombre. 23.16: Contacto perdido…»
Dejé la hoja.
—No es exactamente lo que describiría como los pasos de un maestro de criminales, ¿verdad?
—No —respondió Slaughter con desánimo.
—¿Qué órdenes os dieron?
—Clasificadas —anunció Lamb, que ya empezaba a comprender cómo se hacía el trabajo de OpEspec 5, justo en el momento en que menos falta hacía.
—Pegarnos a ti como lapas —dijo Slaughter, que comprendía la situación mucho mejor—, y enviar cada media hora un informe a OE-5 empleando tres métodos diferentes.
—Os están usando como cebo vivo —les dije—. Si yo fuese vosotros, volvería a OE-22 y 28 todo lo rápido que me llevasen las piernas.
—¿Y perdernos todo esto? —preguntó Slaughter, volviéndose a colocar las gafas oscuras y encajando perfectamente en su papel.
El de OE-5 sería el puesto más alto que llegarían a ocupar. Esperaba que viviesen lo suficiente para disfrutarlo.
A las 10.30 la exposición básicamente había terminado. Envié a Yaya a su hogar, metiéndola en un taxi casi completamente dormida y un poco piripi. Saveloy intentó darme un beso de buenas noches pero fui demasiado rápida para él. Duchamp2924 había logrado vender una instalación titulada El id interior VII: en un bote, avinagrada. Zorf se negó a vender cuadros a nadie que no supiese entender qué representaban pero, a los neandertales que entendían de qué iban, se los regaló, argumentando que el lazo entre pintura y propietario no debía mancharse con algo tan obscenamente sapiens como el dinero. También se vendió la tuba aplastada; el comprador le dijo a Joffy que se la entregase a domicilio y que, si él no estaba, que la pasase por debajo de la puerta. Fui a casa pasando primero por la de mamá a recoger a Pickwick, que no había salido del armario de la caldera durante todo mi viaje a Osaka.
—Insistió en que le diese de comer allí —explicó mi madre—, ¡y los problemas con los otros dodos! ¡Dejas entrar a uno y todos los demás quieren ir detrás!
Me entregó el huevo de Pickwick envuelto en una toalla. Pickwick saltó muy agraviada y tuve que enseñarle el huevo para que se quedase contenta. Luego las dos regresamos al apartamento al soporífero ritmo de 30 kilómetros por hora y coloqué delicadamente el huevo en el armario de la ropa de cama. Pickwick se sentó encima de un humor de perros, más que harta de tener que moverse.