White Horse, Uffington y un picnic
Decidimos que Parke-Laine-Next era un poco un trabalenguas, así que yo me quedé con mi apellido y él con el suyo. Yo me hacía llamar señora en lugar de señorita,[14] pero por lo demás todo seguía igual. Me gustaba que me llamasen su esposa de la misma forma que me gustaba decir que Landen era mi esposo. Sentía una especie de cosquilleo. Tuve la misma sensación cuando miré mi anillo de bodas. Dicen que te acostumbras, pero esperaba que se equivocasen. El matrimonio, como las espinacas y la ópera, era algo que jamás se me hubiese ocurrido que pudiese gustarme. Cambié de idea sobre la ópera a los nueve años. Mi padre me llevó al estreno de Madame Butterfly en Brescia, en 1904. Y, tras la representación, cocinó mientras Puccini me deleitaba con historias hilarantes y firmaba en mi libro de autógrafos… Desde esa día fui su seguidora incondicional. De la misma forma, hizo falta que me enamorase de Landen para que cambiara de idea con respecto al matrimonio. Me resultaba emocionante y estimulante; dos personas, juntas, como una. Me encontraba donde quería estar. Era feliz; estaba satisfecha; estaba contenta.
¿Y las espinacas? Bien, sigo esperando.
THURSDAY NEXT
Diarios privados
—¿Qué crees que harán? —preguntó Landen mientras estábamos tendidos en la cama, él con una mano descansando delicadamente sobre mi estómago y la otra a mi alrededor. Había retirado la ropa de cama y acabábamos de recuperar el aliento.
—¿Quién?
—Los de OE-1. Por eso de golpear al neandertal esta tarde.
—Oh, eso. No lo sé. Técnicamente, en realidad no he hecho nada malo. Creo que me dejarán en paz. Teniendo en cuenta todo el trabajo de relaciones públicas que he realizado… quedaría un poco cutre que arrestaran a su agente estrella, ¿no?
—Eso dando por supuesto que piensan con lógica, como tú o como yo.
—Cierto, ¿no lo hacen? —Suspiré—. Hay personas a las que han empapelado por menos. A OE-1 le gusta dar ejemplo de vez en cuando.
—Sabes que no tienes por qué trabajar.
Le miré, pero tenía la cara demasiado cerca para enfocarla, lo que, en cierto modo, resultaba agradable.
—Lo sé —respondí—, pero me gustaría seguir. No me veo como matriarca, la verdad.
—Tus habilidades en la cocina apoyan esa afirmación.
—Mi madre también cocina fatal… creo que es hereditario. Mi vista a OE-1 es a las cuatro. ¿Quieres que vayamos a ver las migraciones de mamuts?
—Claro.
Llamaron a la puerta.
—¿Quién puede ser?
—Todavía es pronto para saberlo —comentó Landen—. Tengo entendido que la técnica de «levantarse e ir a ver» suele funcionar.
—Muy gracioso.
Me puse algo de ropa y bajé. En la puerta había un hombre demacrado de rasgos lúgubres. Estaba todo lo cerca que se puede estar de ser un sabueso sin tener cola y ladrar.
—¿Sí?
Saludó con el sombrero y me dedicó una sonrisa perezosa.
—Me llamo Hopkins —explicó—. Soy periodista, de The Owl. Me preguntaba si podría hacerle algunas preguntas sobre el tiempo que pasó en Jane Eyre.
—Me temo que tendrá que concertar una cita con Cordelia Flakk en OpEspec. Realmente no estoy en condiciones…
—Sé que estuvo dentro del libro; el final original es que Jane se va a la India, pero en su final se queda y se casa con Rochester. ¿Cómo lo logró?
—De verdad que tiene que pedir cita primero a Flakk, señor Hopkins.
Suspiró.
—Vale, lo haré. Sólo una cosa. ¿Prefiere el nuevo final, su nuevo final?
—Claro. ¿No lo prefiere usted?
El señor Hopkins tomó nota en una libreta y volvió a sonreír.
—Gracias, señorita Next. Estoy en deuda con usted. ¡Buenos días!
Volvió a saludar con el sombrero y se fue.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Landen pasándome una taza de café.
—La prensa.
—¿Qué le has dicho?
—Nada. Que tenía que hablar primero con Flakk.
Uffington estaba muy concurrido esa mañana. La población de mamuts en Inglaterra, Gales y Escocia era de 249 ejemplares distribuidos en nueve grupos, los cuales, a finales de otoño, migraban de norte a sur y regresaban en primavera. Todos los años, con asombrosa precisión, seguían las mismas rutas. En general evitaban las zonas pobladas, excepto Devizes, cuya calle mayor había que evacuar dos veces al año mientras los pesados paquidermos barritaban por el centro de la calzada. En Devizes nadie podía dormir ni conseguir una póliza de seguros contra los daños causados por proboscídeos, pero el dinero del turismo solía compensar.
Aquella mañana, sin embargo, no sólo había oteadores de mamuts, senderistas, druidas y neandertales en la cima de una colina reclamando el derecho a cazar; un automóvil azul oscuro nos esperaba, y cuando alguien te espera en un lugar al que no habías planeado ir, pues te llama mucho la atención. Había tres hombres de pie junto al coche, todos ellos vestidos con traje oscuro y placa esmaltada azul de la Goliath en la solapa. Sólo reconocí a Schitt-Hawse; cuando nos acercamos se apresuraron a comer helado.
—Señor Schitt-Hawse —dije—, ¡qué sorpresa! ¿Conoce a mi esposo?
Schitt-Hawse tendió una mano que Landen no aceptó. El agente de la Goliath hizo una breve mueca y luego sonrió divertido.
—La vi en la tele, señorita Next. Debo decir que la suya fue una charla fascinante sobre dodos.
—La próxima vez me gustaría tratar más temas —respondí con tranquilidad—. Incluso es posible que intente comentar algo sobre el perverso control que la Goliath ejerce sobre esta nación.
Schitt-Hawse cabeceó apenado.
—Imprudente, Next, imprudente. Lo que absurdamente no logra comprender es que la Goliath es todo lo que puede necesitar. Todo lo que cualquiera puede necesitar. Lo fabricamos todo, desde hamacas hasta ataúdes, y damos empleo a más de ocho millones de personas en más de seis mil empresas subsidiarias. Todo lo necesario, desde la cuna hasta el traje de madera.
—¿Y cuántos beneficios esperan obtener llevándonos de la entrada a la salida?
—No se puede poner precio a la felicidad humana, Next. La in-certidumbre política y la económica son las dos formas más graves de estrés. Le alegrará saber que esta mañana el Índice de Alegría de la Goliath ha alcanzado la cota máxima en cuatro años, situándose en el 9,13.
—¿Por ciento? —preguntó Landen sarcástico.
—En una escala de diez, señor Parke-Laine —respondió Schitt-Hawse un tanto exasperado—. Bajo nuestra guía, la nación ha crecido más allá de toda medida.
—El crecimiento por el simple crecimiento es la filosofía del cáncer, señor Schitt-Hawse.
Perdió la alegría y nos miró un momento, sin duda sopesando la mejor estrategia para continuar.
—Bien —dije cortés—, ¿de paseo para ver los mamuts?
—La Goliath no mira mamuts, Next. Es una actividad que no genera beneficios. ¿Conoce a mis ayudantes el señor Chalk y el señor Cheese?
Miré a los dos lacayos con pinta de gorila. Iban inmaculadamente vestidos, con la perilla impecablemente recortada y me miraban a través de impenetrables gafas oscuras.
—¿Quién es quién? —pregunté.
—Yo soy Cheese —dijo Cheese.
—Yo soy Chalk —dijo Chalk.
—¿Cuándo va a preguntarte por Jack Schitt? —preguntó Landen en un susurro que poco tuvo de sutil.
—Muy pronto —respondí.
Schitt-Hawse cabeceó con tristeza. Abrió el maletín que sostenía el señor Chalk. Dentro, cuidadosamente alojado en un espacio recortado en espuma, había un ejemplar de los Poemas de Edgar Allan Poe.
—Dejó usted a Jack encerrado en «El cuervo» de este ejemplar. La Goliath necesita sacarle para someterlo a una comisión disciplinaria acusado de desfalco, irregularidades contractuales con la Goliath, uso indebido de las instalaciones de ocio de la Corporación, sustracción de material de oficina… y crímenes contra la humanidad.
—Oh, ¿en serio? —pregunté—. ¿Por qué no lo dejamos donde está?
Schitt-Hawse suspiró y me miró.
—Escuche, Next. Necesitamos que Jack salga de aquí y, créame, lo conseguiremos.
—No será con mi ayuda.
Schitt-Hawse me miró en silencio un momento.
—La Goliath no está acostumbrada a las negativas. Le pedimos a su tío que construyese otro Portal de Prosa. Nos dijo que volviésemos al mes siguiente. Tenemos entendido que anoche salió de viaje de jubilación. ¿Hacia qué destino?
—Ni idea.
Aparentemente, Mycroft no se había jubilado por elección sino por necesidad. Sonreí. Se la había jugado a la Goliath y a la Corporación no le sentaba bien.
—Sin el Portal —le dije— puedo saltar al interior de un libro tan bien como el señor Chalk.
Chalk se agitó un poco cuando mencioné su nombre.
—Miente —respondió Schitt-Hawse—. Eso de «soy una inepta» no nos vale. Derrotó a Hades, a Jack Schitt y a la Corporación Goliath. La admiramos profundamente. Dadas las circunstancias, la Goliath ha sido más que justa, y no nos gustaría que se convirtiese en víctima de la impaciencia corporativa.
—¿Impaciencia corporativa? ¿Es eso una amenaza?
—Esa actitud poco servicial podría despertar mi rencor… y no le gustaría siendo rencoroso.
—Ya no me gusta cuando no lo es.
Schitt-Hawse cerró el maletín de golpe. Le temblaba el ojo izquierdo y se había puesto lívido. Nos miró y fue a decir algo, se contuvo, controló su rabia y logró esbozar una especie de sonrisa antes de volver a subir al coche, acompañado por Chalk y Cheese, y desaparecer.
Landen todavía reía mientras extendíamos una manta sobre la hierba mordisqueada de White Horse. Abajo, al final de la cuesta, una manada de mamuts pacía tranquilamente y en el horizonte varias naves aéreas se aproximaban a Oxford. El día era agradable, y dado que las naves aéreas no vuelan con mal tiempo, estaban aprovechándolo al máximo.
—No temes mucho a la Goliath, ¿verdad, cariño? —preguntó Landen.
Me encogí de hombros.
—La Goliath no es más que una matona, Land. Si plantas cara a un matón, se va corriendo. Y eso del coche grande y los secuaces… Es para dar miedo. Pero la verdad es que estoy intrigada. ¿Cómo sabían que estaríamos aquí?
Landen se encogió de hombros.
—¿Queso o jamón?
—¿Qué?
—He dicho: «¿Queso o jamón?» —No hablo contigo.
Landen miró a su alrededor. Éramos los únicos en un radio de cien metros.
—Entonces, ¿con quién?
—Con Snell.
—¿Quién?
—¡Snell! —grité—. ¿Es usted?[15] »¡No lo he hecho![16] »¿Acusación? ¿A quién?[17]
—Thursday —dijo Landen, ya un poco preocupado—, ¿qué demonios pasa?
—Hablo con mi abogado.
—¿Qué has hecho?
—No estoy segura.
Landen dio un manotazo al aire y yo volví a hablar con Snell.
—¿Podría al menos decirme de qué se me acusa?[18]
Suspiré.
—Aparentemente no está casada.[19]
»¡Snell! ¡Espere! ¿Snell? ¡Snell…!
Pero se había ido. Landen me miraba fijamente.
—¿Cuánto tiempo llevas así, cariño?
—Estoy bien, Land. Pero está pasando algo muy extraño. ¿Podemos dejarlo por ahora?
Landen me miró, luego miró el cielo azul y despejado y, por último, el queso que sostenía en la mano.
—¿Queso o jamón? —dijo al fin.
—Las dos cosas… pero poco queso; el suministro es limitado.
—¿Dónde lo conseguiste? —preguntó Landen, mirando con suspicacia el trozo envuelto anónimamente.
—Por medio de Joe Martlet de la Brigada del Queso. Cada semana interceptan doce toneladas que pasan por la frontera con Gales. Da mucha pena quemarlo, así que en OpEspec todo el mundo se lleva un par de libras. Ya sabes lo que dicen: «Los polis tienen el mejor queso.»
—Nos vemos, Thursday —murmuró Landen mirando el jamón.
—¿Vas a alguna parte? —le pregunté. No estaba segura de lo que había pretendido decir.
—¿Yo? No. ¿Por qué?
—Acabas de decir «nos vemos».
Rió.
—No. He dicho «qué bueno». Era un comentario sobre el jamón. Qué bueno.
—Oh.
Cortó una loncha y la colocó en el pan, sobre el queso. Luego preparó otro bocadillo para él. En la distancia, un mamut barritaba subiendo la cuesta, y di un mordisco.
—Adiós por mucho tiempo, Thursday.
—¿Lo haces a propósito?
—¿Hago qué? ¿No son esos dos el mayor Tony Fairwelle[20] y tu vieja amiga del colegio Foe Long?[21]
Me volví hacia donde me indicaba Landen. Eran Tony y Foe, en efecto, y me saludaron con entusiasmo antes de acercarse a decir hola.
—¡Por Dios! —dijo Tony al sentarse—. ¡Por lo visto este año la reunión del regimiento se ha adelantado! ¿Recuerdas a Sayo Nara,[22] la que perdió una oreja en Bilohirsk? Me la acabo de encontrar en el aparcamiento; vaya coincidencia.
El corazón se me paró cuando oí el nombre. Busqué en el bolsillo el entropioscopio que me había dado Mycroft.
—¿Qué pasa, Thurs? —preguntó Landen—. Tienes una expresión… muy rara.
—Compruebo las coincidencias —murmuré, agitando el bote de lentejas y arroz—. No es tan estúpido como parece.
En el frasco se formó una especie de remolino. La entropía disminuía a pasos agigantados.
—Vámonos de aquí —le dije a Landen. Me miró inquisitivo—. Vamos. Dejadlo todo.
—¿Qué pasa, Thurs?
—Acabo de ver a mi antiguo capitán de croquet, Alf Widderhaine.[23] Estos dos son Foe Long y Tony Fairwelle; ellos acaban de ver a Sayo Nara… ¿lo vas pillando?
—¡Thursday! —Landen suspiró—. ¿No estás siendo un poco…?
—¿Quieres que te lo demuestre? ¡Disculpe! —dije, gritándole a una que pasaba—. ¿Cómo se llama?
—Bonnie —dijo—. Bon Voige.[24] ¿Por qué?
—¿Ves?
—Voige no es un nombre poco común, Thurs. Aquí probablemente los haya a cientos.
—Vale, listillo, prueba tú.
—Lo haré —respondió Landen indignado, poniéndose en pie—. ¡Disculpe!
Una joven se detuvo y Landen le preguntó el nombre.
—Violet —dijo ella.
—¿Ves? —dijo Landen—. No hay nada…
—Violet De’ath[25] —añadió la joven. Volví a agitar el entropioscopio… las lentejas y el arroz se separaron casi por completo.
Di una palmada de impaciencia. Tony y Sue parecían alterados pero se pusieron en pie.
—¡Todos! ¡Vámonos! —grité.
—¡Pero el queso!
—Que le den al queso, Landen. Confía en mí… ¡por favor!
Se unieron a mí reacios, confundidos y molestos por mi extraño comportamiento. Cambiaron de opinión cuando, tras un corto sonido de caída, un enorme y pesado Hispano-Suiza aterrizó sobre la manta de picnic recién evacuada con un estruendo que hizo temblar el suelo, entrechocar los dientes y nos dobló las rodillas. Llovieron sobre nosotros tierra, piedritas y hierba mientras el enorme automóvil se hundía en el suelo blando. La exquisita carrocería se abrió mientras el pesado chasis se retorcía por el impacto. Una de las ruedas con radios se soltó y me pasó junto a la cabeza; el pesado motor, soltándose de sus anclajes, atravesó el capó reluciente y aterrizó a nuestros pies con estruendo. Hubo un momento de silencio mientras nos poníamos en pie, nos limpiábamos y comprobábamos los daños. Landen se había cortado la mano con un trozo de espejo retrovisor pero, aparte de eso, milagrosamente, nadie estaba herido. El enorme coche había aterrizado tan perfectamente sobre la manta de picnic que los termos, la cesta, la comida, todo había desaparecido de la vista. En el silencio mortal que siguió a la caída, todo el grupito se quedó mirando fijamente y con la boca abierta no la forma retorcida del coche, sino a mí. Yo les devolví la mirada para luego levantarla lentamente hacia una enorme nave aérea que seguía volando, con un par de toneladas menos de carga, hacia el norte y, supuse, camino de una larga parada para investigar el accidente. Agité el entropioscopio, cuyo contenido recuperó el patrón aleatorio.
—Ha pasado el peligro —anuncié.
—¡No has cambiado, Thursday Next! —dijo Sue furiosa—. Allí donde estás, algún peligro acecha. ¿Sabes?, hay una razón para que no mantuviese el contacto después del colegio… ¡Bicho raro! Tony, nos vamos.
Landen y yo nos quedamos allí viéndolos marcharse. Me pasó el brazo por los hombros.
—¿Bicho raro? —preguntó.
—Así me llamaban —le dije—. Es el precio que se paga por ser diferente.
—Te salió barato. Yo hubiese pagado el doble por ser diferente. Vamos, salgamos de aquí.
Nos movimos con cuidado por entre una multitud reunida alrededor del automóvil destrozado. El incidente había generado todo tipo de «expertos instantáneos» que tenían teorías acerca de por qué una nave aérea iba a soltar un coche. Así que nos movimos sobre un fondo de «necesitaba más sujeción» y «vaya, por poco», y llegamos al coche.
—No es algo que se vea todos los días —murmuró Landen tras una pausa—. ¿Qué está pasando?
—No lo sé, Land. Hay demasiadas coincidencias… Creo que alguien intenta matarme.
—Me encanta cuando te pones rara, cariño, pero ¿no crees que estás yendo demasiado lejos? Incluso si se pudiera dejar caer un coche desde una nave de carga, nadie esperaría acertar un picnic desde mil quinientos metros de altura. Piénsalo, Thurs… no tiene el más mínimo sentido. Además, ¿quién iba a hacer algo así?
—Hades —susurré, apenas atreviéndome a pronunciar el nombre en voz alta.
—Hades está muerto, Thursday. Tú misma le mataste. No ha sido más que una coincidencia, simplemente. Las coincidencias no significan nada… con la misma lógica podrías enfrentarte a tus sueños o gritar a las sombras en las paredes.
Conduje en silencio hacia el edificio de OpEspec y mi vista disciplinaria. Apagué el motor y Landen me agarró la mano con fuerza.
—Todo irá bien —me aseguró—. Estarían locos si te hiciesen algo. Si las cosas se ponen feas, recuerda que Flanker también va al baño.
Sonreí imaginándolo. Me dijo que me esperaría en el café, al otro lado de la calle, me besó y se alejó cojeando.