Familia
Landen Parke-Laine había estado conmigo en Crimea en el 72. Había perdido una pierna a causa de una mina y a su mejor amigo a consecuencia de un error militar. Su mejor amigo era mi hermano, Anton… y Landen testificó contra él en la vista posterior a la desastrosa carga de la Brigada Ligera Blindada. Acusaron a mi hermano de la debacle, a Landen lo licenciaron con honores y a mí me condecoraron con la Estrella de Crimea al valor. Estuve diez años sin hablarle y ahora estamos casados. Es curioso cómo acaban sucediendo las cosas.
THURSDAY NEXT
Recuerdos de Crimea
—¡Cariño, estoy en casa! —grité. Se oyó un ruido de patas en la cocina. Pickwick intentaba caminar sobre las losetas para venir a recibirme. Lo había creado yo misma cuando todavía se podían comprar equipos caseros de clonación en cualquier tienda. Era una primera versión 1.2, lo que explicaba que no tuviese alas: tardaron otros dos años en completar la secuencia. Emitió ploc-plocs de emoción y hundió y subió la cabeza para saludar, buscó un regalo en la papelera y finalmente me trajo correo basura de la tienda Lorna Doone. Le acaricié la papada y corrió a la cocina, se detuvo, me miró y agitó la cabeza unas cuantas veces más.
—¡Hoooolaaaaa! —gritó Landen desde su estudio—. ¿Te gustan las sorpresas?
—¡Cuándo son agradables! —le grité en respuesta.
Pickwick volvió a mi lado, hizo algo más de ploc-ploc y me tiró de la pernera del pantalón. Volvió a la cocina y me esperó junto a su cesta. Intrigada, le seguí. Pude comprender la razón de su excitación. En medio de la cesta, entre los grandes montones de papel cortado, había un huevo.
—¡Pickwick! —grité emocionada—. ¡Eres una chica!
Pickwick cabeceó un poco más y me acarició con afecto. Al cabo de un rato lo dejó y delicadamente se metió en la cesta, ahuecó las plumas, movió el huevo con el pico y le dio varias vueltas antes de colocarse delicadamente encima. Una mano me tocó el hombro. Acaricié los dedos de Landen y me puse en pie. Me besó en el cuello y me rodeó con sus brazos.
—Creía que Pickwick era chico —dijo.
—Yo también.
—¿Es una señal?
—¿Qué Pickers ponga un huevo y resulte que es chica? —respondí—. ¿Quieres decir que estás embarazado, Land?
—No, tonta, sabes muy bien a qué me refiero.
—¿Lo sé? —pregunté, mirándole con fingida inocencia.
—¿Y bien?
—¿Bien qué? —Miré el rostro sonriente y preocupado con lo que yo creía que era una expresión impasible. Pero no pude mantenerla mucho rato y estallé en risas juveniles y lágrimas saladas. Él me abrazó con fuerza y, delicadamente, me colocó la mano sobre la barriga.
—¿Ahí? ¿Hay un bebé?
—Sí. Una cosita rosada que emite ruidos. Estoy de siete semanas. Probablemente nacerá en julio.
—¿Cómo te sientes?
—Bien —le dije—. Ayer estaba un poco mareada, pero puede que no tuviese nada que ver. Seguiré trabajando hasta que empiece a caminar como un pato y luego pediré la baja. ¿Cómo te sientes tú?
—Extraño —dijo Landen, abrazándome una vez más—. Extraño… pero eufórico —sonrió—. ¿A quién se lo puedo decir?
—Todavía a nadie. Probablemente sea la mejor decisión… ¡Tu madre se pondría a hacer punto como una loca!
—¿Y qué tiene de malo que mi madre haga punto? —preguntó Landen, fingiendo indignación.
—Nada —reí—. Simplemente, que tenemos pocos armarios.
—Al menos lo que ella teje no es deforme —dijo—. El jersey que tu madre me regaló por mi cumpleaños… ¿Qué cree que soy, una sepia?
Hundí mi cara en su cuello y le abracé con fuerza. Él me frotó la espalda con suavidad y nos quedamos juntos varios minutos sin hablar.
—¿Qué tal el día? —me preguntó al fin.
—Bien —empecé—, hemos encontrado el Cardenio, un francotirador de OE-14 me ha matado de un disparo, me he convertido en una autoestopista que desaparece, he visto a Yorrick Kaine, he sido víctima de algunas coincidencias de más y he dejado inconsciente a un neandertal.
—¿No ha habido pinchazo en esta ocasión?
—En realidad, dos… simultáneos.
—¿Qué tal es Kaine?
—La verdad, no lo sé. Llegaba a la mansión de Volescamper cuando nosotros nos íbamos… ¿No sientes ni la más mínima curiosidad por lo del francotirador?
—Esta noche Yorrick Kaine da una conferencia sobre las realidades económicas del acuerdo de libre comercio con Gales…
—Landen —dije—, esta noche es la fiesta de mi tío. Le prometí a mamá que asistiríamos.
—Sí, lo sé.
—¿Quieres saber ahora lo del incidente con OE-14?
Landen suspiró.
—Vale. ¿Cómo ha sido?
—No quieras saberlo.
Mi tío Mycroft había anunciado su jubilación. A los setenta y siete, y tras los acontecimientos del Portal de Prosa y la reclusión de Polly en «Vague solitario como una nube», los dos habían decidido que ya era suficiente. La Corporación Goliath le había ofrecido a Mycroft no uno sino dos cheques en blanco para que reanudase el trabajo en el Portal de Prosa, pero Mycroft se había negado una y otra vez, asegurando que le habría sido imposible reproducir el Portal aunque hubiese querido. Llevamos el coche hasta casa de mamá y aparcamos calle arriba.
—Nunca hubiese dicho que Mycroft se jubilaría —dije mientras recorríamos la calle.
—Yo tampoco —admitió Landen—. ¿Qué crees que hará ahora?
—Lo más probable es que vea ¡Nombra esa fruta! Según él los culebrones y los concursos son la forma ideal de desaparecer de este mundo.
—No anda muy desencaminado —comentó Landen—. Cuando llevas años viendo El 65 de Walrus Street puede que la muerte se convierta en una especie de distracción agradable.
Abrimos la puerta del jardín y saludamos a los dodos, que engalanados para la ocasión llevaban todos una llamativa cinta rosa alrededor del cuello. Les ofrecí golosinas y ellos picotearon y se abalanzaron con glotonería.
—¡Hola, Thursday! —dijo el hombre de pelo prematuramente gris que acudió a la puerta.
—Hola, Wilbur —dije—. ¿Cómo te va?
Wilbur y Orville eran los únicos hijos de Mycroft y Polly, y eran especiales por… bien, ya veréis.
—Estoy muy bien —respondió Wilbur, sonriendo afable—. Hola, Landen… leí tu último libro. Mucho mejor que el anterior, debo decir.
—Eres muy amable —respondió Landen con sequedad.
—Me han ascendido, ¿sabes?
Hizo una pausa para permitirnos murmurar sonidos de felicitación antes de continuar.
—En Cosas Útiles Consolidadas hay promoción interna para los que resultan prometedores y, después de diez años en la administración de fondos de pensiones, CosasCon ha creído que estaba preparado para dedicarme a algo nuevo y más dinámico. Ahora soy director de servicios de una subsidiaria suya llamada Desarrollos MycroTech.
—¡Dios, qué coincidencia! —exclamó Landen—. ¿No es ésa la empresa de Mycroft?
—Una coincidencia —respondió Wilbur estoicamente—, como bien dices. El señor Perkup, el director de MycroTech, me dijo que se debía exclusivamente a mi diligencia; yo…
—¡Thursday, tesoro! —interrumpió Gloria, la esposa de Wilbur. Antes una Volescamper, se había casado con Wilbur creyendo equivocadamente: a) que él heredaría una fortuna y b) que era tan inteligente como su padre. En ambas cosas se había equivocado… espectacularmente—. Querida, estás simplemente divina… ¿Has perdido peso?
—No tengo ni idea, Gloria, pero… tienes un aspecto diferente.
Y así era. Normalmente iba vestida de pies a cabeza con ropa y calzado caros, llevaba sombrero, maquillaje y todos los aditamentos. Ese día llevaba pantalones chinos y una camisa. Apenas se había maquillado y se había recogido el pelo, habitualmente peinado a la perfección, en una cola de caballo con una goma negra.
—¿Qué te parece? —preguntó, girando para que los dos la viésemos.
—¿Qué ha pasado con los vestidos de quinientas libras? —preguntó Landen—. ¿Ha pasado el alguacil?
—No, esto es la última moda… y tú deberías saberlo, Thursday. The Femole está promocionando el look Thursday Next. Esto es lo in en estos momentos.
—Qué ridiculez —le dije—. Si Bonzo el perro maravilla hubiese rescatado a Jane Eyre, ¿ahora llevarías un collar con tachuelas y estaríais olisqueándoos?
—No hace falta que seas ofensiva —respondió Gloria arrogante mientras me repasaba de arriba abajo—. Deberías sentirte orgulloso… Eso sí, en el número de diciembre de The Femole pone que una cazadora marrón de aviador se ajusta más al look. Tu cazadora negra está un poco pasada de moda, me temo. Y esos zapatos… ¡Por amor de…!
—¡Un segundo, un segundo! —respondí—. ¿Cómo puedes decirme que no me ajusto al look Thursday Next? ¡Yo soy Thursday Next!
—La moda evoluciona, Thursday… He oído que la moda del próximo mes se inspirará en los invertebrados marinos. Deberías disfrutarlo mientras puedas.
—¿Los invertebrados marinos? —repitió Landen—. ¿Qué ha sido de aquel jersey en forma de sepia de tu madre? ¡Podría valer una fortuna!
—¿Ninguno de los dos puede portarse con seriedad? —preguntó Gloria con desdén—. Si no estás in, estás out. Así que, ¿dónde va a estar una?
—Out, supongo —respondí—. Land, ¿qué opinas tú?
—Totalmente out, Thurs.
La miramos, sonriendo, y se echó a reír. Gloria era buena persona una vez que derribabas sus defensas. Wilbur, aprovechando la oportunidad para contarnos más acerca de aquel fascinante trabajo suyo, se puso a hablar tan pronto como su mujer dejó de hacerlo.
—Ahora gano veinte mil más coche v un buen fondo de pensiones.
Podría retirarme voluntariamente a los cincuenta y cinco y seguiría ganando dos tercios de mi sueldo. ¿Qué tal es el fondo de pensiones de OpEspec?
—Una mierda, Wilbur… pero tú ya lo sabes.
De pronto se acercó una versión ligeramente más pequeña y más limitada capilarmente de Wilbur.
—Hola, Thursday.
—Hola, Orville. ¿Qué tal el oído?
—Igual. ¿Qué comentabas de jubilarte a los cincuenta y cinco, Will?
Con la emoción de los planes de pensiones me había olvidado. Charlotte, la esposa de Orville, también iba a lo Thursday Next; ella y Gloria se embarcaron con alegría en una conversación apasionante sobre si los zapatos de cuero del look debían llevarse por encima o por debajo del tobillo y si era aceptable un poco de lápiz de ojos. Como era habitual, Charlotte tendía a estar de acuerdo en todo con Gloria; es más, tendía a convenir en todo con todo el mundo. Era tan hospitalaria como largo el día, pero convenía evitar quedarse atrapada en un ascensor con ella… podía darte la razón hasta matarte.
Me alejé de la conversación y crucé el salón. Atrapé con destreza la muñeca de mi hermano mayor Joffy, que había tenido la esperanza de darme una colleja como tenía por costumbre desde hacía treinta y cinco años. Le había visto acecharme y estaba preparada. Le retorcí el brazo con una llave y le pegué la cara contra la puerta antes de que se diera cuenta de lo que había pasado.
—¡Hola, Joff! —dije—. ¿Pierdes facultades con la edad?
Le solté. Se rió con ganas, enderezó la mandíbula y el cuello y me abrazó con fuerza mientras le ofrecía a Landen la mano. Landen, después de comprobar que no llevaba el casi obligatorio dispositivo de descarga, la aceptó de corazón.
—¿Qué tal les va al señor y a la señora Bodoque?
—Estamos bien, Joff. ¿Tú?
—No tan bien, Thurs. En la Iglesia de la Deidad Estándar Global ha habido un cisma.
—¡No! —imprimí tanta sorpresa y preocupación como pude a mi voz.
—Eso me temo. La nueva Deidad Estándar Global en el Sentido de las Agujas del Reloj se ha separado debido a diferencias irreconciliables sobre la dirección en la que se debe pasar el platillo de limosnas.
—¿Otra escisión? ¡Es la tercera esta semana!
—La cuarta —respondió Joffy hosco—, y estamos a martes. Los probaptistas estándar unidos con las hermanas metodistas-luteranas de esto o aquello se dividió ayer en dos subgrupos. Pronto —añadió con gravedad— no habrá suficientes pastores para encargarse de todos los grupos. Como están las cosas, cada semana tengo que servir a dos docenas diferentes de grupos eclesiásticos divididos. A menudo olvido en cuál estoy, y como podéis imaginar, leer a los Amigos Idólatras de san Zvlkx el Consumidor el sermón que debería haber leído en la Iglesia de la Promesa Tergiversada de la Vida Eterna es muy embarazoso. Mamá está en la cocina. ¿Crees que papá vendrá?
No lo sabía y eso le dije. Durante un momento se mostró abatido y luego añadió:
—¿Asistirás a un encuentro profesional en mi exposición Les arts modernes de Swindon la próxima semana?
—¿Por qué yo?
—Porque eres algo famosa y eres mi hermana. ¿Sí?
—Vale.
Me tiró afectuosamente de la oreja y entramos en la cocina.
—¡Hola, mamá!
Mi madre se afanaba con los volovanes de pollo. Por algún azar del destino, no se habían quemado y tenían un aspecto bastante apetitoso… lo que le había provocado un pequeño ataque de pánico. La mayor parte de sus experiencias en la cocina acababan en el equivalente culinario del acontecimiento de Tunguska.
—Hola, Thursday, hola, Landen. ¿Me pasas ese cuenco, porfa?
Landen se lo pasó, intentando no mirar el contenido.
—Hola, señora Next —dijo.
—Llámame Wednesday, Landen… ahora eres de la familia —sonrió y rió para sí.
—Papá te manda un saludo —añadí rápidamente antes de que mamá entrase en un frenesí familiar—. Le he visto hoy.
Mi madre abandonó de inmediato su método aleatorio de cocina y recordó durante un momento, imagino, los cariñosos abrazos de su esposo erradicado. Debió de ser toda una conmoción para ella despertar una mañana y descubrir que su marido jamás había existido. Luego, inesperadamente, gritó:
—DH-82, ¡abajo! —La furia iba dirigida contra un pequeño lobo de Tasmania que había estado olisqueando los restos de pollo en el borde de la mesa—. ¡Niño malo! —le reprochó. El lobo de Tasmania quedó alicaído, se sentó en su manta cerca de la cocina y se miró las patas.
—Es un tilacino rescatado —me explicó mi madre—. Era un animal de laboratorio. Se fumaba cuarenta al día antes de escapar. Me cuesta una fortuna en parches de nicotina. ¿Verdad, DH-82?
El pequeño nativo recreado de Tasmania alzó la vista y cabeceó. A pesar de tener vagamente la forma de un perro, estaba más emparentado con el canguro que con un labrador. Esperabas que agitase el rabo, ladrase o atrapase un palo, pero nunca lo hacía. La única similitud de comportamiento era su tendencia a robar comida y una dedicación casi fanática a perseguirse el rabo.
—Echo mucho de menos a tu padre, ¿sabes? —dijo mi madre con melancolía—. ¿Cómo…?
Se oyó una fuerte explosión, las luces parpadearon y algo pasó volando delante de la ventana de la cocina.
—¿Qué ha sido eso? —dijo mi madre.
—Creo —respondió Landen con sobriedad— que era la tía Polly.
La encontramos en el huerto vestida con un traje de goma desinflado que se suponía que debía haber amortiguado la caída pero que, evidentemente, no había funcionado: se apretaba con un pañuelo la nariz ensangrentada.
—¡Por amor de Dios! —exclamó mi madre—. ¿Estás bien?
—¡Nunca he estado mejor! —respondió ella, mirando una estaca del suelo. Gritó—: ¡Setenta y cinco metros!
—¡Correctito! —dijo una voz distante desde el otro extremo del huerto.
Nos volvimos para ver a mi tío Mycroft, quien consultaba unas notas junto a un Volkswagen descapotable que echaba humo.
—Es un dispositivo de expulsión de asientos en caso de accidente de tráfico —explicó Polly—, con un traje de goma autoinflable para amortiguar la caída. Le das a un botón y pum… allá vas. Un prototipo, por supuesto.
—Claro.
La ayudamos a ponerse en pie y se fue, aparentemente indemne tras la experiencia.
—Entonces, ¿Mycroft sigue inventando? —dije mientras entraba para descubrir que DH-82 se había comido todos los volovanes, el plato principal y el postre.
—¡DH! —exclamó mamá cabreada a punto de reventar y con cara de culpabilidad al lobo de Tasmania—. ¡Eso ha estado muy mal! ¿Ahora qué voy a servir?
—¿Qué tal chuletas de tilacino? —propuso Landen.
Yo le di un codazo en las costillas y mamá fingió no oírle.
Landen se arremangó y se puso a buscar algo con lo que improvisar. Todas las alacenas estaban repletas de pera enlatada.
—¿Tiene algo aparte de fruta en lata, señora… quiero decir, Wednesday?
Mamá dejó de intentar reprender a DH-82, quien, adormilado por la comilona, se había acomodado para una larga siesta.
—No —admitió—. El señor de la tienda dijo que habría escasez y compré todas las existencias.
Fui hasta el laboratorio de Mycroft, llamé y, al no recibir respuesta, entré. Habían desmontado todas las máquinas, cuyas piezas estaban esparcidas por toda la habitación, etiquetadas y cuidadosamente apiladas. Mycroft, que evidentemente había dejado de probar el sistema de eyección, manipulaba un pequeño objeto de bronce. Pareció un poco sorprendido cuando pronuncié su nombre pero se relajó al comprobar que era yo.
—¡Hola, amor! —dijo con amabilidad—. Me jubilo dentro de una hora y nueve minutos. Estuviste bien en la tele anoche.
—Gracias. ¿Qué haces, tío?
Me pasó un libro enorme.
—Indexado mejorado. En un diccionario nextiano, la devoción puede estar cerca de la limpieza… o de lo que haga falta.
Abrí el libro para buscar «trucha» y encontré la palabra en la primera página que leí.
—Ahorra tiempo, ¿eh?
—Sí; pero…
Mycroft había pasado a otra cosa.
—Aquí tenemos un filtro Lego para aspiradoras. ¿Sabías que cada año se aspiran más de un millón de libras en piezas Lego y que se malgastan en total diez mil horas en hurgar en las bolsas de polvo?
—No lo sabía, no.
—Este dispositivo clasifica cualquier pieza de Lego por color o forma, según los ajustes.
—Impresionante.
—No es más que un entretenimiento. Ven a ver la verdadera innovación.
Me llamó a una pizarra, cubierta de una confusión de funciones algebraicas complicadas.
—Éste es el entretenimiento de Polly. Es un nuevo tipo de teoría matemática que hace que el trabajo de Euclides parezca aritmética básica. Lo llamamos geometría nextiana. No te voy a fastidiar con los detalles, pero mira esto. —Mycroft se subió las mangas, colocó una enorme bola de masa en el banco de trabajo y la aplanó—. Masa para bollos. No le he puesto pasas para que quede más claro. Si aplicamos la geometría convencional, un molde de corte redondo siempre deja material sobrante, ¿cierto?
—Cierto.
—¡No según la geometría nextiana! ¿Ves este molde de galletas? Es circular, ¿no te parece?
—Perfectamente circular, sí.
—Bien —añadió Mycroft emocionado—, no lo es. Parece circular, pero en realidad es cuadrado. Un cuadrado nextiano. Mira.
Recortó hábilmente doce formas perfectamente circulares sin dejar sobras. Fruncí el ceño y miré el montoncito de discos, sin acabar de creer lo que acababa de ver.
—¿Cómo…?
—Ingenioso, ¿verdad? —rió—. Pero en realidad, es muy, muy simple. Una lata de judías es circular, ¿no lo dirías?
Asentí.
—Pero vista de lado, parece oblonga. Lo que hace la geometría nextiana, en términos muy simples, es llevar el plano horizontal de un cuerpo sólido a la vertical pero sin alterar los vértices del sólido en el espacio. Admito que sólo funciona con la masa de bollos nextiana, que no sube muy bien y sabe a pasta de dientes, pero ya estamos trabajando en ese problema.
—Parece imposible, tío.
—Tardamos tres millones y medio de años en descubrir la verdadera naturaleza del rayo y el arco iris, muñequita. No lo rechaces simplemente porque parece imposible. Si cerrásemos nuestras mentes no tendrías Gravetubos, antimateria, Portales de Prosa ni termos de café…
—¡Alto! —le interrumpí—. ¿Por qué incluyes los termos en el grupo?
—Porque, mi querida niña, nadie tiene ni la más remota idea de por qué funcionan. —Me miró fijamente un momento y prosiguió—: Estarás de acuerdo en que un termo mantiene los líquidos calientes en invierno y fríos en verano.
—Sí.
—Bien, ¿cómo sabe si es invierno o verano? He estudiado los termos muchos años y ninguno me ha dado ni la más mínima pista sobre sus habilidades inherentes para distinguir las estaciones. Para mí es un misterio, ya te digo.
—Vale, vale, tío… ¿Cuáles son las aplicaciones de la geometría nextiana?
—Cientos. Será una revolución en el empaquetamiento y la administración del espacio. Puedo meter pelotas de pimpón en una caja de cartón sin dejar huecos, fabricar chapas de botella sin dejar material sobrante, taladrar agujeros cuadrados, fabricar un túnel a la Luna, cortar el pastel de forma más eficiente y además… y esto es lo mejor… colapsar la materia.
—¿Eso no es peligroso?
—En absoluto —respondió Mycroft con despreocupación—. ¿Aceptas que toda materia es sobre todo espacio vacío? ¿El vacío entre el núcleo y los electrones? Bien, aplicando geometría nextiana al nivel subatómico puedo hacer colapsar la materia a una fracción de su anterior tamaño. ¡Podré reducir casi cualquier cosa a un tamaño microscópico!
—¿Van a comercializar la idea?
Era una buena pregunta. La mayoría de las ideas de Mycroft eran excesivamente peligrosas como para planteárselas siquiera, menos aún para divulgarlas en un mundo que no estaba preparado para conceptos tan tremendamente radicales.
—La miniaturización es una tecnología que necesita ser utilizada —explicó Mycroft—. ¿Puedes imaginar diminutas nanomáquinas, apenas mayores que una célula, construyendo, digamos, proteínas nutritivas a partir de la basura? ¡Pastel de plátano y dulce de leche sacado de un vertedero, barcos de metal construidos a partir de chatarra…! Es una idea fantástica. Cosas Útiles Consolidadas ya me está financiado la investigación y el desarrollo.
—Es impresionante, tío, pero ¿qué sabes sobre las coincidencias?
—Bien —dijo Mycroft pensativo—, en mi meditada opinión la mayoría de las coincidencias no son más que caprichos del azar… Si extrapolas la curva de campana de la probabilidad descubrirás que las anormalidades estadísticas que parecen extrañas son, en realidad, muy probables considerando el número de personas que viven en el planeta y todas las acciones diferentes que ejecutamos a lo largo de nuestras vidas.
—Comprendo —respondí lentamente—. Eso explicaría las pequeñas coincidencias, pero ¿qué hay de las grandes coincidencias? ¿Cómo valorarías el hecho de que hubiese siete personas en el Skyrail llamadas Irma Cohen y que las respuestas a un crucigrama fuesen «entrometida, Thursday, adiós» justo antes de que alguien intentase asesinarme?
Mycroft silbó por lo bajo.
—Es mucha coincidencia. Me parece más que coincidencia —respiró hondo—. Thursday, piénsalo un momento. El universo siempre pasa de un estado ordenado a un estado desordenado; un vaso puede caer al suelo y hacerse añicos pero jamás ves un vaso formarse en el suelo y saltar a la mesa.
—Lo acepto.
—Pero ¿por qué no pasa?
—Ni idea.
—Ninguno de los átomos del vaso roto violaría ninguna ley de la física si todos volviesen a reunirse… A nivel subatómico, todas las interacciones entre partículas son reversibles. Allá abajo es imposible saber qué acontecimiento precedió a otro. Es sólo aquí arriba que vemos el envejecimiento y una dirección estricta para el fluir del tiempo.
—¿Qué pretendes decir, tío?
—Que esas cosas no pasan debido a la segunda ley de la termodinámica, que afirma que el desorden del universo siempre se incrementa; la cantidad de ese desorden es un valor conocido como entropía.
—¿Qué relación tiene con las coincidencias?
—A eso voy; imagina una caja con un tabique divisorio… El lado izquierdo está lleno de gas, en el derecho hay vacío. Quitas el tabique y el gas se expande al otro lado de la caja… ¿sí? —Asentí—. No esperarías que el gas volviese a apretujarse en el lado izquierdo, ¿verdad?
—No.
—¡Ah! —respondió Mycroft sonriendo—. No es del todo cierto. Verás, como toda interacción entre los átomos del gas es reversible, en algún momento, tarde o temprano, ¡el gas debe apretujarse una vez más en el lado izquierdo!
—¿Debe?
—Sí; la clave es cuánto tiempo más tarde. Dado que incluso una pequeña caja de gas puede contener 1020 átomos, el tiempo que les llevaría probar todas las combinaciones posibles sería mucho mayor que la edad del universo; un decrecimiento de la entropía lo suficientemente fuerte como para permitir que el gas se apretase, que un vaso roto se arreglase solo o que la estatua de san Zvlkx de ahí fuera bajase de su pedestal y entrase en el pub no viola, creo, ninguna ley de la física, simplemente es fantásticamente improbable.
—Por tanto, lo que dices es que las coincidencias verdaderamente extrañas se deben a una disminución de la entropía.
—Exacto. Pero no es más que una hipótesis. No tengo más que algunas ideas preliminares sobre por qué la entropía iba a decrecer espontáneamente y cómo podrían realizarse experimentos para detectar la reducción del campo entrópico, con las que no te voy a marear. Pero mira, toma esto… podría salvarte la vida.
Me pasó un bote de mermelada cerrado lleno hasta la mitad de lentejas y hasta arriba de arroz.
—No tengo hambre, gracias —le dije.
—No, no. Lo llamo entropioscopio. Agítalo.
Agité el frasco y las lentejas y el arroz acabaron en ese estado aleatorio que habitualmente dicta el azar.
—¿Y? —pregunté.
—Esto es completamente normal —respondió Mycroft—. Agrupamientos estándar, niveles de entropía normales. Agítalo de vez en cuando. Sabrás cuándo se produce una disminución de la entropía porque el arroz y las lentejas adoptarán disposiciones más ordenadas… y ése será el momento para que te pongas en guardia ante coincidencias ridículamente improbables.
Polly entró en el taller y le dio un abrazo a su esposo.
—Hola a los dos —dijo—. ¿Os lo pasáis bien?
—Le mostraba a Thursday lo que he estado haciendo, cariño —respondió Mycroft amablemente.
—¿Le has enseñado el dispositivo para borrar la memoria, Crofty?
—No, no lo ha hecho —dije.
—Sí que lo he hecho —respondió Mycroft sonriendo. Añadió—: Vas a tener que dejarme, cachorrito… Tengo trabajo. Me jubilo dentro de cincuenta y seis minutos.
Mi padre no apareció esa velada, para gran decepción de mi madre. A las diez menos cinco Mycroft, cumpliendo su palabra y seguido de Polly, salió del laboratorio para sentarse a cenar.
Las cenas familiares de los Next son acontecimientos ruidosos y esa noche no fue diferente. Landen se sentó junto a Orville e imitó bastante bien a una persona que intenta no parecer aburrida. Joffy, sentado junto a Wilbur, opinaba que su nuevo trabajo era una completa porquería y Wilbur, que hacía al menos tres décadas que soportaba las pullas de Joffy, respondió que él opinaba que la Deidad Estándar Global era el montón de chorradas sin sentido más grande con el que se había topado nunca.
—Ah —respondió Joffy altanero—, espera a toparte con la Hermandad de la Verborrea Incontrolada.
Gloria y Charlotte siempre se sentaban juntas, Gloria para hablar de alguna trivialidad y Charlotte para darle la razón. Mamá y Polly hablaron sobre la Federación de Mujeres y yo me senté junto a Mycroft.
—¿Qué vas a hacer ahora que te has jubilado, tío?
—No lo sé, cachorrito. Hace tiempo que quiero escribir libros.
—¿Sobre tu trabajo? —Demasiado aburrido. ¿Puedo contarte una idea?
—Claro.
Sonrió, miró a su alrededor, bajó la voz y se acercó.
—Vale, ahí va: un joven y brillante cirujano, Dexter Colt, empieza a trabajar en un hospital infantil muy bueno pero con pocos recursos, ejecutando una labor pionera en el campo de aliviar el sufrimiento de los huérfanos amputados. La jefa de enfermeras es la cabezota pero hermosa Tiffany Lampe. Tiffany apenas se ha recuperado de una relación amorosa desastrosa con el anestesista, el doctor Burns, y…
—¿Se enamoran? —aventuré.
Mycroft se quedó atónito.
—Entonces, ¿ya conoces la historia?
—Lo de los huérfanos amputados es bueno —comenté, intentando no desilusionarle—. ¿Cómo lo vas a titular?
—Pensaba titularlo Amor entre los huérfanos. ¿Qué te parece?
Para cuando terminó la comida, Mycroft me había contado el argumento de varios libros, cada uno más ridículo que el anterior. En cierto momento Joffy y Wilbur se habían liado a bofetadas en el jardín, discutiendo acerca de la santidad de la paz y el perdón entre puñetazos y crujidos de narices rotas.
A medianoche Mycroft tomó a Polly en brazos y nos dio las gracias a todos por haber ido.
—He pasado toda mi vida buscando la verdad científica y el conocimiento —anunció con grandilocuencia—, respuestas a acertijos y teorías unificadas del todo. Quizá debería haber invertido el tiempo en salir más. En cincuenta y cuatro años ni Polly ni yo nos hemos ido de vacaciones. Por tanto, eso es lo que vamos a hacer ahora.
Fuimos al jardín toda la familia, deseándoles un buen viaje. Se quedaron delante de la puerta del taller y, después de mirarse, nos miraron a todos.
—Bien, gracias por la fiesta —dijo Mycroft—. Sopa de pera seguida de estofado de pera con salsa de pera y de postre bomba sorpresa, también de pera, ha sido una exquisitez. Muy poco común, pero exquisito igualmente. Cuida de MycroTech mientras estoy fuera, Wilbur, y gracias por todas las comidas, Wednesday. Bien, eso es todo —concluyó Mycroft—. Nos vamos. Adiós.
—Pasadlo bien —dije.
—¡Oh, claro! —dijo él, diciéndonos de nuevo adiós y desapareciendo en el interior del taller. Polly nos besó a todos, se despidió con la mano, le siguió y cerró la puerta.
—No será lo mismo sin él y sus proyectos chalados, ¿verdad? —dijo Landen.
—No —respondí—. Es…
Sentí un hormigueo intenso a medida que una luz blanca totalmente silenciosa surgía del interior del taller. Rayos delgados como lápices surgían de toda grieta y todo agujero de remache, destacando hasta la última mota de suciedad de las ventanas, cada grieta del vidrio súbitamente iluminada por un arco iris de colores. Retrocedimos y nos protegimos los ojos, pero casi tan pronto como había aparecido la luz volvió a desaparecer, desvaneciéndose en un coletazo de electricidad.
Landen y yo nos miramos y dimos un paso al frente. La puerta se abrió con facilidad y allí nos quedamos, mirando el enorme y vacío taller. Todo el equipo había desaparecido. No quedaba ni un tornillo, ni una tuerca, ni una arandela.
—No va a dedicar su jubilación sólo a escribir comedias románticas —comentó Joffy.
—Lo más probable es que se lo haya llevado todo para que nadie pueda continuar con su trabajo. Los escrúpulos de Mycroft están a la altura de su intelecto.
Mi madre estaba sentada en una carretilla volcada, rodeada de dodos que esperaban alguna golosina.
—No van a volver —dijo mi madre con tristeza—. Lo sabes, ¿no?
—Sí —dije—, lo sé.