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Cinco coincidencias, siete Irmas Cohen
y una confundida Thursday Next

El experimento neandertal fue simultáneamente el punto álgido y el más bajo de la revolución genética. Devolvió con éxito a la vida al primo largo tiempo extinguido del Homo sapiens, pero, sin embargo, fue un fracaso en la medida en que los científicos, tan felices contemplando sus experimentos desde sus altas torres de marfil, no tuvieron en cuenta las consecuencias sociales que podría tener la introducción de otra especie humana en un mundo que ésta no visitaba desde hacía treinta milenios. No resultó sorprendente que la mayoría de los neandertales se sintiesen confundidos y estuvieran poco preparados para soportar la presión de la vida moderna. Fue una muestra de falta de sapiencia del Homo sapiens.

GERHARD VON SQUIDM

Neandertales: de vuelta tras una breve ausencia

Las coincidencias son fenómenos extraños. Me gusta la historia del jugador de póquer llamado Fallon, al que mataron de un tiro en San Francisco, en 1858, por hacer trampas. Consideraron de mal agüero repartirse los seiscientos dólares de ganancias del muerto, por lo que le dieron el dinero a uno que pasaba por allí con la esperanza de ganárselo jugando. El extraño convirtió los seiscientos dólares en dos mil doscientos y, cuando llegó la policía, le pidieron que entregase los seiscientos dólares iniciales para entregárselos a los familiares del jugador muerto. Después de una breve investigación, le devolvieron el dinero porque resultó que era el hijo de Fallon, a quien no veía desde hacía siete años.

Mi padre me dijo que no prestar atención a las coincidencias no suele causar problemas. «Sería muchísimo más asombroso —decía— que no las hubiera.»

Entré en el vagón de Skyrail, le di a la palanca de emergencia y ordené a todos que se apeasen. El conductor neandertal me miró extrañado mientras yo bloqueaba su puerta con un pie. Lo saqué de su asiento y le di un puñetazo en la mandíbula antes de esposarle. Unos días en el trullo y volvería con la señora Kaylieu. Reinaba un silencio conmocionado entre las mujeres del Skyrail mientras yo le registraba y encontraba… nada. Miré en la cabina y en la fiambrera, pero la pistola tallada en jabón tampoco estaba allí.

La mujer elegante que antes había estado tan deseosa de pinchar al conductor con el paraguas de pronto era todo indignación:

—¡Qué vergüenza! ¡Atacar a un pobre e indefenso neandertal! ¡Se lo contaré a mi esposo!

Una de las mujeres había llamado a OpEspec 21 y una tercera le había dado un pañuelo al conductor para que se limpiase la sangre de la boca. Le quité las esposas a Kaylieu y me disculpé. Luego me senté y puse la cabeza entre las manos, preguntándome qué había ido mal. Todas las mujeres se llamaban Irma Cohen, pero jamás lo sabrían. Papá decía que cosas así pasaban continuamente.

—¿Has hecho qué? —preguntó Victor, unas horas más tarde, en la oficina de detectives literarios.

—Le he dado un puñetazo a un neandertal.

—¿Por qué?

—Pensaba que tenía una pistola.

—¿Un neandertal con una pistola? ¡No seas ridícula!

—Vale, era una pastilla de jabón tallada… Quería que los de OE-14 le matasen. Pero eso no es ni la mitad de la historia. La verdadera víctima era yo. Si hubiese viajado en ese Skyrail, hubiese acabado en una bolsa para cadáveres yo, no Kaylieu. Era una trampa, Victor. Alguien manipuló los acontecimientos para intentar eliminarme con una bala perdida de OpEspec… Quizá sea su idea de una broma. De no ser porque papá me sacó de allí, ahora estaría tocando el arpa.

Victor frunció el ceño y le enseñé el ejemplar de esa mañana de The Owl, con las tres respuestas subrayadas en verde. Las leyó en voz alta.

—«Entrometida, Thursday, adiós.»

Se encogió de hombros.

—Una coincidencia. Yo podría formar la frase que quisiese con las otras respuestas. Mira.

Las examinó un momento.

—«Planeta. Destruido. Pronto.» ¿Qué significa eso? ¿El mundo se va a acabar?

—Bueno… Tiró mi informe de arresto en la bandeja de salida.

—Acepta mi consejo, Thursday. Diles que te ha parecido que el neandertal era un criminal, que te recordó al hombre del saco… lo que sea. Menciona cualquier asunto confidencial de la CronoGuardia y Flanker usará tu placa como pisapapeles. Escribiré un buen informe para OE-1 sobre tu trabajo y tu conducta hasta el momento. Con un poco de suerte y algunas mentiras gordas por tu parte, quizá puedas librarte con una reprimenda. Por amor de Dios, Thursday, ¿no aprendiste nada del Mal Tiempo en la M1?

Se puso en pie y se frotó las piernas. El cuerpo le fallaba. Había que reemplazarle la cadera que ya le habían reemplazado cuatro años antes. Bowden se nos acercó procedente de donde había estado pasando las páginas copiadas de Cardenio por el Analizador de Métrica. Parecía excitado, algo impropio de él. Casi daba saltos.

—¿Qué tal? —pregunté.

—¡Asombroso! —respondió agitando el informe impreso—. Un noventa y cuatro por ciento de probabilidades de que Will sea el autor… Ni siquiera el mejor Cardenio falso logró más de un setenta y seis. El AMP también ha detectado ligeros rastros de otra mano.

—¿De quién?

—Hay una probabilidad del 73% de que sea de Fletcher… algo que las pruebas históricas parecen apoyar. Falsificar a Shakespeare es una cosa, falsificar una obra en colaboración con él otra muy diferente.

Se hizo el silencio. Victor se masajeó la frente y pensó atentamente.

—Vale. Por extraño e imposible que pueda parecer, tal vez tengamos que aceptar que es cierto. Podría ser el mayor acontecimiento literario de la historia, de todos los tiempos. Mantengamos el silencio y haré que el profesor Spoon le dé un vistazo. Tenemos que estar completamente seguros. No voy a pasar por la misma vergüenza que sufrimos con lo del fiasco de la Tempestad.

—Puesto que no es de dominio público —comentó Bowden—, Volescamper tendrá los derechos durante los próximos setenta y seis años.

—Todos los teatros del planeta querrán representarla —añadí—, y los derechos cinematográficos…

—Exacto —dijo Victor—. No sólo ha realizado el mayor descubrimiento literario de los últimos tres siglos sino que también ha dado con una mina de oro. La pregunta es cómo ha languidecido tanto tiempo en una biblioteca sin ser descubierto. Los académicos se pasan por allí desde 1709. ¿Cómo se les ha pasado por alto? ¿Alguna idea?

—¿Retrosustracción? —propuse—. Si un agente renegado de la CronoGuardia decidiese ir a 1613 y robar una copia podría acabar con unos buenos ahorrillos en las manos.

—OE-12 se toma muy en serio las retrosustracciones y me asegura que siempre las detectan, más tarde o más temprano, o ambas cosas… y las castiga con severidad. Pero es posible. Bowden, llama a OE-12.

Bowden acercaba la mano al teléfono justo cuando empezó a sonar.

—¿Hola? ¿No lo es, dicen? Vale, gracias.

Colgó.

—La CronoGuardia dice que no es una retrosustracción.

—¿Cuánto crees que vale? —pregunté.

—Cien millones —respondió Victor—, doscientos millones. ¿Quién sabe? Llamaré a Volescamper y le diré que mantenga la boca cerrada. La gente mataría sólo por leerla. Nadie más debe saberlo, ¿me oís? —Asentimos—. Bien. Thursday, la Red se toma muy en serio los asuntos internos. OE-1 querrá hablar contigo, aquí, mañana, a las cuatro, sobre lo del Skyrail. Me han dicho que te suspenda pero les he contestado que ni hablar, así que tómate el día libre hasta mañana. Buen trabajo, los dos. Recordad, ¡ni una palabra a nadie!

Le dimos las gracias y nos fuimos. Bowden miró a la pared durante un momento antes de decir:

—Pero lo de las respuestas del crucigrama me da mala espina. Si no opinase que las coincidencias no son más que elementos aleatorios o el uso abusivo de un recurso dramático dickensiano, diría que un viejo enemigo tuyo quería vengarse.

—Uno con sentido del humor, es evidente —le dije sombría.

—Supongo que eso descarta la Goliath —comentó Bowden—. ¿A quién llamas?

—A OE-5.

Me saqué la tarjeta del agente Phodder del bolsillo y marqué el número. Me había dicho que le llamase si se producía «un suceso sin precedentes», y eso hacía.

—¿Hola? —respondió con brusquedad una voz masculina después de que el teléfono sonase un buen rato.

—Thursday Next, OE-27 —dije—. Tengo información para el agente Phodder.

Una larga pausa.

—El agente Phodder ha sido cesado.

—Entonces, para el agente Kannon.

—El agente Phodder y el agente Kannon han sido cesados —respondió el hombre—. Un raro accidente colocando linóleo. Los funerales son el viernes.

Una noticia inesperada. No se me ocurrió nada adecuado que decir, así que murmuré:

—Lamento oírlo.

—Bastante —dijo el tipo brusco, y colgó.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Bowden.

—Los dos han muerto —dije tranquilamente.

—¿Hades?

—Linóleo.

Nos quedamos un momento sentados en silencio.

—¿Tiene Hades los poderes necesarios para manipular coincidencias? —preguntó Bowden.

Me encogí de hombros.

—Quizá —dijo Bowden pensativo— después de todo fuese una verdadera coincidencia.

—Quizá —dije, deseando creerlo—. Oh… casi lo olvido. El mundo se acabará el 12 de diciembre a las 20.23.

—¿En serio? —respondió Bowden con desinterés. Para nosotros las declaraciones apocalípticas no tenían nada de particular. La destrucción inminente del mundo se había predicho todos los años desde los albores de la humanidad.

—¿A qué se deberá esta vez, a una plaga de ratones o a la ira de Dios? —preguntó Bowden.

—No estoy segura. A las cinco tengo que estar en otra parte. Hazme un favor.

Le pasé la bolsita de muestras que mi padre me había dado. Bowden miró fijamente la sustancia gelatinosa del interior.

—¿Qué es?

—De eso se trata exactamente, de saberlo. ¿Harás que el laboratorio lo analice?

Nos dijimos adiós y salí corriendo del edificio. Choqué con John Smith, que maniobraba una carretilla cargada con una zanahoria del tamaño de una aspiradora. «Prueba», decía una etiqueta enorme adherida al vegetal descomunal. Le abrí la puerta.

—Gracias —dijo con la voz entrecortada.

Me metí en el coche y salí del aparcamiento. Tenía cita a las cinco con el médico y no iba a faltar por nada del mundo.